Por: Don Rogelio
Era una mañana con despeje en el firmamento del Atlantico en la que mis parientes aprovecharon para realizar un paseo a Galapa. La idea fue ir a un extrañamente bautizado lugar conocido como El Solar de Mao, una de esas fincas reconvertidas en granjas interactivas y eco amigables con la cierta intención de parecer más un parque de atracciones ranchero o campesino con restaurantes y souvenirs. Lo que últimamente se había vuelto uno de esos destinos de domingos para las familias de la clase media barranquillera buscando como distraer a sus niños de la trajinada y desangelada vida en la urbe, buscando brindarse alegria y un ambiente a campo para cambiar los aires.
Ahi, de esa forma, nos habíamos pasado media mañana explorando un terruño poblado por carteles coloridos, establos reventados por paja y matas amarillas, animales variados e imponentes y un olor a campo y composta devastador de narices, el dia tenia un sol picante para la epidermis, propio de los pueblos del Caribe.
Pero en medio de uno de los últimos parajes, habiendo terminado de alimentar unas crías de cerdos y habiendo, tanto nosotros como las otras tres familias de nuestro recorrido, arribado a un sendero tan solo como un callejon y con una arboleda entorpecedora de la vista ejerciendo el rol de los edificios que puede haber en uno, el cielo empezó a ensombrecer la lámina de tierra seca marron que era la composición del terruño en el que se emplaza ese solar, hasta aquel momento reluciente, tornándola de un gris triste.
En ese mismo segundo, nuestra vista empañada por esas ramas intrusivas capta como una nube gris oscura se forma a lo lejos. La iluminación y el ambiente paso de ser los de unas fulminantes nueve o diez de la mañana en medio de época de sequía. A ser como los de unas frías tres o cuatro de la tarde en medio de la época de temporada invernal en la región.
Observando esto, uno de mis parientes dijo con impacto:
-Un vendaval nos va a coger, vámonos.
Al instante de decirlo, las plantas largas y dobladas de los prados que decoraban el sendero, empiezan a ser sopladas con arrebato y fuerza por un sobrehumano y helado viento. En un mismo minuto con el empezó la lluvia iracunda de hojas pequeñas pero cortantes, y de los limoncillos verdes, ásperos, cilindricos y largos que habitaron en aquellos árboles del sendero. En mi piel se sintio el cambio del calor picante al frio certero en el momento, siendo tan radical que a mi especulación deje la posibilidad de en aquel momento sufrir un shock de temperatura y desvanecer en un solo segundo.
Al sentir ese ataque decidimos no continuar el recorrido en el sendero y nos devolvimos al playon principal, con su suelo ya grisaceo a la vista. Los niños de cada familia fueron llevados a realizar algunas otras actividades con los guias cubriéndolos con paraguas de las fuertes y primerizas gotas de una lluvia furibunda que serviría de compañera para el golpe que estaba provocando el fenómeno. Eran unas gotas escasas pero que golpeaban tan duro como unas pequeñas piedras lanzadas con velocidad, y que antecedieron una lluvia pesada que empezó a caer mientras los niños jugaban en varias atracciones como la tirolina, el carrusel de caballos reales amarrados a una rueda de metal que los hacían girar o una granjita para ver crías de animales.
Pero al instante, los guías nos empezaron a pedir que nos dirigiéramos a los kioscos y a un establo cerrado para resguardarse mientras comenzaba la lluvia y el aumento de poder de aquel viento pesado. En este último sitio podrían continuar la actividad mientras esperan el final del temporal.
Fue una hora lo que duro tanto la actividad como el aluvión. Apenas este se detuvo, sin despejarse los cielos y renacer el brillo del sol, nos dirigimos a la salida, compramos souvenirs y nos fuimos a un restaurante cercano. Ahí, mientras esperábamos la comida, el mismo pariente que advirtió el arribo de la tormenta, recibio un mensaje en su celular, que se convirtió en fuente con la que dio una fuerte noticia:
-El vendaval fue peor en otros lugares. Una amiga me acaba de escribir contándome que unos parientes estaban pescando y los agarro el vendaval. El viento les volteo la canoa y tuvieron que llamar a la Marina.
La impresión que dejo el anuncio corrió en mi con rapidez y estremecimiento. Al momento fragüe la búsqueda de noticias sobre esa mencionada dejación de destructivas consecuencias por parte de aquel fenómeno climático en las plataformas virtuales. A la especulación universal quedo el trágico destino de los familiares de esa mujer, pues no logre hallar el más pequeño rastro de información sobre este hecho, pero si la llegada de la ilustración sobre algo más catastrófico y proveedor de dolor e impacto.
Los titulares provenientes de la redacción inmediata de los diarios, páginas de estaciones de radios, canales de televisión, y medios digitales fueron claros y fulminantes, anunciaban con firmeza y urgencia asi:
Vendaval dejo mas de 300 viviendas sin techo en Malambo, Atlántico
A media hora de distancia de nuestra presencia y haber, en aquel municipio icónico encontrado al pasar del aeropuerto, el vendaval había arrasado, con un embate destructivo y violento, cientos de casas, árboles y hasta circuitos de energía. Las imágenes eran para la depresión. Arboles húmedos y doblados que perdieron su firmeza y se desvanecieron en calles chicas, o atravesando y derrumbando con sus troncos imponentes los muros de casas frágiles, decorando su aparición con las hojas. Techos de teja de madera y zinc quebrados como huesos secos o ramas delgadas al pisarse, aterrizando sobre muebles ya destinados a la destrucción; y casas que el cielo gris sobrante de este fenómeno reemplazo a aquellos techos que acababan de despegar con el viento furibundo. Algun que otro vehículo se vio también, aplastado y deforme en aquellas imágenes.
Un frio mas denso y abrasivo me ataco, y avise a mis familiares sobre este hecho como si de un presentador dando un extra se tratase, aunque sin la profundidad de la realidad dolorosa y cruel de esta noticia.
Aquella que perturba al recordarme que, mientras aquí solo hubo una lluvia poderosa y se genero un lodazal en el solar. A solo media hora de nosotros, a varias familias les caían arboles encima, perdían en un segundo los techos, la uniformidad de sus hogares y la utilidad de sus muebles o aparatos básicos; y barrios enteros como El Concord perdieron la electricidad y encontraron la calamidad. Aquella que, mientras redacto esta crónica, el alcalde de Malambo con desesperación declaro hace unas horas.