A las 4:30 de la tarde se sentía un calor intenso en las calles sin pavimentar del barrio Manuela Beltrán, en Soledad. A esa hora se disponía a rodar la bici-carreta que lleva plasmado en su parte delantera los colores de la bandera colombiana y su nombre “El viejo Rube”; en su interior llevaba dos tinas de aluminio de 15 y 10 litros humeando por las estrechas ranuras de sus tapas y dejando a su paso un aroma a canela, vainilla y a plátano maduro. Era Rubén Arturo López Rodelo, de 59 años de edad y con más de 180 centímetros de alto, que salía como todos las tardes con su bici-carreta a vender peto y mazamorra de plátano. Esa tarde decidí acompañarlo en su recorrido.
Parecía que con el calor que estaba haciendo nadie quería peto ni mazamorra caliente, pero se empezaron a ver los primeros clientes en un taller de bicicletas a pocas cuadras de la casa de Rubén. Un vasito desechable de más de siete onzas era rebosado con la espesa bebida de granos a costo de mil pesos el peto y mil quinientos la mazamorra. La cara de gusto de cada cliente se veía reflejada en la cara de satisfacción de Rubén, pues a cada tina le había gastado más de dos horas de dedicación mezclando los ingredientes mágicos: maíz, leche, azúcar, canela, clavitos de olor y esencia de vainilla para el peto; y maíz, plátano maduro, azúcar, leche, canela y clavitos de olor para la mazamorra.
“El viejo Rube”, como todos lo llaman, es el décimo de doce hermanos, nació en 1963 en San Antonio, un corregimiento de Barranco de Loba en el suroriente de Bolívar. Aprendió la agricultura y la pesca desde pequeño por ser la actividad de esta región. Después de graduarse de bachiller tuvo que dejar su casa en busca de oportunidades y llegó a Soledad en 1985.
Esa tarde seguimos el recorrido y me di cuenta que parecía que todos conocían a “el viejo Rube” y que él a todos también. Lo llamaban por su nombre apenas oían su grito “petooo, mazamorraaa” que inundaba toda una cuadra acompañado de silbidos. López también iba llamando por nombres a sus clientes y cuando salían ya él conocía qué les iba a servir. Es que son 30 años que lleva siguiendo la misma ruta todos los días y pasando por las mismas calles en los barrios Ciudadela Metropolitana y Soledad 2000. Ha visto la transformación de sus casas y de sus familias.
Rubén empezó a vender peto desde 1992. Se ubica en el tiempo por la presidencia de César Gaviria y por los apagones nacionales de ese año que afectaron al Atlántico. Vendía entre la oscuridad y aún no tenía su bici-carreta.
Entre los espacios que habían en sus gritos de “petooo, mazamorraaa” me fue contando que una vez por la oscuridad un bus arrolló a un joven en la calle y se había escuchado rumores que “habían atropellado al viejo Rube”. Quienes lo conocían se entristecieron, pero cuando apareció todos lo abrazaban.
Eran las 5:30 de la tarde y el sol apenas anunciaba su retiro por el lado oeste de Soledad con un calor insoportable que tenía a la gente sentada en las terrazas de sus casas. Creo que era una ventaja para López, quien no dejaba de anunciar su producto y recochar con sus clientes que desde hace mucho pasaron a ser sus amigos. Cuando éstos le pedían un vaso de peto, él les preguntaba que si lo querían “¿con viagra o sin viagra?”, lo que alegraba el ambiente en el momento y hacía olvidar el calor.
Cuando Rubén llegó a Soledad en el 85 fue hospedado por un paisano suyo. Después de vivir en Barranquilla con un tío y trabajar con él en su tienda, regresó a Soledad. Pero no volvió solo. Me contó que se enamoró de una muchacha que le coqueteaba cuando estaba en la tienda. “Pasaba más de diez veces al día e iba a comprar de mentiras”. Era Dolys Pedrozo, oriunda de Margarita, Bolívar, quien hoy es su esposa y con quien tiene tres hijos. Con sus ventas y el trabajo de su esposa en un laboratorio farmacéutico lograron tener su propia casa y hacer de sus hijos unos profesionales.
Entre ventas y fiados a su clientela, Rubén seguía su ruta desviando motos y carros, sacándole el zig zag a los huecos de las calles mal pavimentadas o deterioradas, luchando por pasar bajo las cadenas que cierran algunas cuadras por seguridad y peleando a veces con los conductores que lo aturden con sus pitos por el espacio. Todo esto para llegar hasta sus clientes que encontraba sentados fuera de sus casas, en talleres y parqueaderos, en locales comerciales y jugando juegos de mesa en la calle.
“El viejo Rube” sonreía y recordaba cuando trabajaba lijando y pintando rejas, o cuando vendía productos de aseo. Entonces fue que con un paisano planearon meterse a las ventas, su paisano se puso a vender buñuelos y avena y Rubén, peto. No sabía hacerlo y otra sanantoniera residente en Soledad le enseñó la receta. Fue chistoso cuando me dijo que “al principio hacía un peto horrible” y que nadie quería comprar eso, pero persistió y perfeccionó su receta.
A las 6:00 de la tarde empezó a serenar, el clima refrescó y ayudó a subir un poco la demanda. Nos mojamos. Cayó la noche y Rubén seguía gritando, pero esta vez solo era “petooo” porque la mazamorra se había acabado. Algunas cuadras del barrio Ciudadela Metropolitana estaban sin luz. Las familias yacían reunidas en sus terrazas. Solo se veía la silueta negra de López en la oscuridad y se oía su grito de venta, tal vez así lucía cuando los apagones del 92, solo que esta vez llevaba su bici-carreta.
Fuimos finalizando el recorrido en las calles más cercanas del camino a casa. Alrededor de las 10:00 de la noche volvimos. Rubén me contó que “antes, a las 6:00 ya había vendido todo, pero ahora las ventas están más pesadas”. Él opina que no es por la competencia sino porque la situación está dura por todas partes. Aunque sus hijos hoy tienen sus trabajos y lo ayudan bastante, Rubén dice que nunca se le ha pasado por la cabeza dejar de vender peto o cambiar de actividad, que mientras tenga voz y piernas seguirá vendiendo y complaciendo a su clientela con un buen peto caliente y una sonrisa de oreja a oreja.
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Gregorio Ortiz Epalza
Buen escrito, sobre una persona luchadora que ha logrado salir adelante. Un abrazo gigante para arturo.
Hailand
Wao ! que historia, me sentí y me transporte al lugar y esos momentos. Felicdades Samuel.