Por: Sócrates
Podríamos estar de acuerdo en que el problema del Junior de Barranquilla, que acaba de perder 2-1 con el Envigado antioqueño y, en consecuencia, pasó a ocupar el último lugar de la tabla de posiciones, es de dirección técnica. No solo es lo que indica el sentido común, sino lo más fácil; pero eso nos plantea un verdadero problema. ¿Qué clase de técnico sería ese que necesita?
El grito desesperado habla de alguien “de cartel”, de respeto, que sea igual de caro o más que algunos de los jugadores (para que por ese lado no haya problemas). O de pronto no tan caro porque las arcas no alcanzan, pero sí, por lo menos, alguien con autoridad, que infunda respeto por su recorrido, alguien que se pare en la raya y sea capaz de regañar a un jugador o llevarlo a cumplir sus movimientos estratégicos.
Pero, un momento: ya eso se ha tenido antes y siempre ha derivado en catástrofes: Pinto, Gamero, y hasta Alexis Mendoza, barranquillero este último, gran representante nuestro en la histórica selección Colombia, con recorrido por selecciones nacionales de otros países, algunas veces como asistente de verdaderos gigantes.
Con ellos tres ocurrió más o menos lo mismo: de repente, los jugadores se volvieron equívocos, erraban pases, eran fácilmente superados por los rivales, las defensas eran de gelatina, y al arquero Viera se le pasaban balones increíbles. Parece ser que, durante esos días, el gran Juan Sebastián prescindió, adrede, de sus lentes de contacto.
Un director técnico generador de buenos resultados requiere imponer un sistema de juego. Eso implica disposición específica de jugadores en el campo de juego, movimientos sincronizados, respuestas en bloque o por sectores tanto en situaciones de ataque como de defensa, y las tales transiciones. A su vez, todo esto implica entrenamientos exigentes, correcciones, llamados de atención. Y una disposición física absolutamente acorde con todas esas exigencias.
Dirigir un equipo no es –como lo puede pensar cualquier hincha cerveceado- poner a 11 caballeros en la cancha y decirles qué posiciones ocupan, y dele. Con eso ha de bastar (más, si los jugadores costaron millones de millones) para arrasar a un contrario de cualquier disposición táctica y dotado de solo buenas intenciones.
Esos caballeros deben funcionar de acuerdo con una idea, con una estrategia general ya sea de identidad o ya sea de respuesta a las características del rival; pero deben funcionar como equipo. Eso se aprecia en las líneas claras, en los movimientos sincrónicos, en los despliegues y repliegues, en los anticipos, en los cambios de ritmo, etc…
El caso mundial más notorio es el equipo Paris Saint Germain, atiborrado de estrellas que pisotean en el plano doméstico francés, pero que titubea y queda expuesto en sus falencias cuando se enfrenta a sus similares de otros países. Si lo vemos en el plano colombiano, ese Junior de hoy podría darse un paseo y derrotar (habría que ver) seleccionados barriales, pero carece de personalidad colectiva, y por eso es frágil frente a verdaderos equipos de profesionales bien entrenados.
¿Se imaginan a un técnico exigente, que entrene dos veces al día para automatizar un sistema de juego? ¿Se imaginan a un técnico lo suficientemente capaz se cuestionar a Bacca o, incluso, hasta a Quintero si eso ayuda en algo? ¿Se lo aguantarán los dueños del equipo si comienza a jugar a la suya y trata a las estrellas con el mismo rasero? ¿Se irán de aguante los jugadores con alguien así?
No se ve fácil la jugada. A veces uno se pregunta por qué en un campeonato de barrio se ven cincuentones jugando 90 minutos bajo la canícula, dando hasta la última gota, y luego celebran en la esquina con chicharrones y cerveza. No se cansan. Parecen tocados por una vara especial ¿Es que acaso toca llenarse de jugadores así que ni se lesionan, ni se miden al tirarse en plancha y parece que se jugaran la vida en cada pique o en cada disputa de pelota? ¿Jugadores que ni siquiera entrenen, sino que respondan al ciento por ciento así exijan recibir un cigarrillo encendido cuando suene el pitazo final?
No se ve fácil articular todo para contar con el Junior ideal.