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En detalle: ‘Fefi’ fue coronada en “Aluna” en medio de un derroche de fantasía

Para la cultura Kogui, que habita la Sierra Nevada de Santa Marta, el vocablo “Aluna” es muy especial. Su significado es complejo y quizá demasiado trascendental como para ponerlo en palabras mundanas. Sin embargo, aquí va un intento: Aluna es el mundo de aquello que no se puede ver. De los espíritus, de las ideas; es el mundo de lo primordial, de lo que precede la creación. Aluna es el origen de todo.

Esta porción de saber ancestral fue la inspiración de la coreógrafa barranquillera Mónica Lindo de las Salas para ensamblar el que sería el show de coronación de la reina del Carnaval de Barranquilla 2017, Stephanie ‘Fefi’ Mendoza Vargas.

Un viaje a través de los cuatro elementos: agua, tierra, fuego y aire; fue el hilo conductor que permitió a los espectadores transportarse a “Aluna”.  La puesta en escena comenzó con un ritual de adoración. Mamos Kogui, acompañados de un séquito de indígenas danzantes, dieron inicio al recorrido con sus cantos.

El mundo del agua pintó la tarima de azul. Fue entonces cuando Fefi emergió de una gigantesca almeja para hacer su primer baile de la noche vestida con una pollera bordada de lentejuelas que se movía al ritmo de la tambora.

El siguiente capítulo se llamó tierra. Las luces de Aluna se vistieron de verde y amarillo incandescente. La Danza del Gusano de Sabanalarga dio paso a la segunda aparición de la reina quien, con canasto en mano, bailó el son de las pilanderas.

Luego fue el turno del elemento aire. Una composición contemporánea y abstracta en la que brillaron luces blancas y de color magenta. Música con ritmos electrónicos y vestuarios urbanos fueron los grandes protagonistas de este bloque en el que Fefi fue elevada, con un arnés, para simular instantes de vuelo. En este segmento también se destacó la aparición de las danzas ribereñas de los Coyongos y de los Pájaros, cuya tradición se remonta a inicios del siglo pasado.

La soberana apareció nuevamente, enfundada en una fantasía de pollera y corsé color plata, para decirle al mundo entero que ella se llama cumbia, y que es la reina por donde quiera que va. María Paula Mendoza, hermana de la reina, fue la encargada de cantarle a su real majestad, el famoso tema compuesto por Mario Gareña.

El viaje terminó con el calor del fuego. Sensuales bailaoras de flamenco agitaron los volantes de sus trajes, a la vez que de la tarima saltaban llamas que dejaron el aire con olor a azufre.  Fue el momento para el mapalé, la champeta y el reggaetón. Fefi lució entonces un traje de flecos naranjas que resaltaba los movimientos de sus caderas y que soltaba destellos bajo las luces rojas de Aluna.

La reina bailó un solo de salsa al ritmo de “En Barranquilla me quedo”, esta vez vestida del mar de los 7 colores. La pieza: un leotardo bordado de piedras azules en degradé que terminaba en una diminuta falda compuesta de flecos, y que hacía juego con las medias adornadas de cristales. Fefi bailó rodeada de abanicos de plumas, que la seguían, al mejor estilo de una vedette de antaño.

De repente, un ejército de Garabatos, Marimondas y guerreros emplumados irrumpieron en escena. La reina ya no estaba sobre la tarima. Había llegado el momento. Minutos de expectativa se vivieron en el parqueadero del Estadio Metropolitano. Los asistentes verían por primera vez a la soberana con su traje de coronación, ese con el cual desfiló en la Batalla de Flores, y que fue calificado por comentaristas culturales y reinólogos (como la cuenta @Reinasyreinados en instagram) como el mejor vestido de coronación de una reina del carnaval en la última década. 

Hubo una fanfarria y el silencio expectante se fue volviendo murmullo. Era ella. “Avenida del Río” fue el nombre que escogió Alfredo Barraza para el diseño con el cual Stephanie Mendoza Vargas recibiría la corona. Decenas de abanicos de plumas de ensueño y una estructura compuesta de arabescos, metálicos y destellantes, eran extensiones de la falda, que estaba compuesta de un sin fin de plumas en distintos tonos de azul.

La reina recibió la corona de manos de su antecesora y las notas del himno nos recordaron que Barranquilla es una ciudad procera e inmortal. Como flotando en una nube color del mar Caribe, Fefi Mendoza descendió de la tarima para saludar al público. Los penachos de plumas que salían desde su cintura permitían ubicarla por sobre el mar de cabezas de los asistentes. ¡Larga vida a la reina!, ¡ y que viva el carnaval!

“Barranquilla, Hoy digo por fin las palabras que tanto quise decir: ¡Aquí está tu reina!”, dijo su majestad, con lágrimas en los ojos. El “saludo para todos los que están afuera” de la soberana, desató la algarabía de los barranquilleros que no pudieron ingresar al show de coronación.

Las polleras moviéndose al son de la cumbia atrajeron nuevamente las miradas al escenario central, sobre el cual hacía su entrada, ataviado en un Liquiliqui de cuya espalda se desprendía una capa de colores rojo y oro, pintada a mano con motivos de carnaval, Germán Álvarez, el hijo del dios Momo, para recibir también la corona sobre sus sienes.

El rey y su reina, sus excelentísimas altezas reales, sus majestades serenisimas del vacile, habían sido coronados. Ya no había vuelta atrás y la fiesta comenzaba. Y en el reino de La Arenosa no habrá más que fiesta, de aquí hasta el miércoles de ceniza. Y la ciudad se convertirá en Aluna, el mundo de lo primordial.

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