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El caso de Carlos Augusto Quintana, un universitario de la esfera popular caribeña que batalla con la ansiedad de buscar su rumbo en medio de una pandemia

Ser el propio artífice de sus desgracias se ve como un catarsis cuando se trata del villano de una película; cuando es uno quien se encuentra sumido por una situación donde una mala decisión le cuesta una oportunidad en el caso más optimista. No busco pesar con estas palabras, solamente expreso que en el trajín de este mundo acelerado somos pocos quienes nos sentamos a ver las cosas de forma detenida.

Mi historia no es muy distinta a lo que ya se haya visto antes; primer hijo de un matrimonio feliz conformado por la tu típica pareja trabajadora de clase media. Mientras mi madre me enseñaba los aspectos más dogmáticos de la vida, mi padre me enseñó con maestría la percepción más pragmática del mundo. Las enseñanzas de mi madre eran las de una persona apolínea; mientras que las de mi padre eran transmitidas de la misma forma en que uno mejor aprende las cosas: Haciéndolas.

A pesar de poder describir las cosas de esta manera, tuve que pasar buena parte de mi vida viendo como es que uno aprende a través del ensayo y error. De mi crianza no tengo muchas quejas, excepto la del haber probado el azúcar tan niño. El detalle más lívido que cargo en mi memoria es cómo crecí siendo el primer niño en tanto tiempo, no tuve pares con quienes descubrir el mundo jugando; como los “Rugrats”. Estaba conociendo tantas cosas que aún se pasean por mi mente y que nunca olvidaré; la más emblemática es la serie de tertulias acerca de la vida, moderada por mis bisabuelo donde participaban y eran audiencia sus amigos.

Salir de la cueva

Normalmente se habla del mito de la caverna de Platón para referirse a ese primer examen de la vida que es el de salir al colegio o en su defecto al jardín de niños. En mi barrio era común ver escuelas en casas grandes, comunes de las ciudades del Caribe; las clases las dictaba una mujer  ya sea pensionada de un colegio o que trabaja en uno todavía. Unos tienen ya la habilidad innata de incorporarse a los grupos sociales, era cuestión de observar a los demás, ver quien hace lo más sencillo; y ver si uno encaja.

En mi caso particular no fue así, estaba saliendo por primera vez de ese templo de eruditos empíricos que era la casa de mi abuela paterna. Una de las grandes fallas de esta parte de mi crianza fue la recepción de palabras y temas adultos antes de tiempo, desafortunadamente me dejaba ventajas que todavía no necesitaba. Pero aquí no empieza mi batalla interna.

Otro nivel

Del jardín solo tengo dos recuerdos, la primera niña que me pareció bonita y mi primer ataque de ira. Del primer recuerdo solo guardo esas ganas de verla pero no saber por qué exactamente; y del segundo si recuerdo que fue la primera vez que me expuse a un proceso social cuyo nombre resuena en todos los buenos conocedores del mismo: el ‘perrateo’. Algo que los esnobs le llaman el “humor negro” fácilmente lo vuelve a uno cansón.

Es aquí donde los cambios comienzan a manifestarse, buscando un currículum educativo mejor mi madre opta por buscar un colegio por fuera del barrio, el primer reto que aprendí a sortear. No fue nada fácil llegar a un ambiente nuevo porque mi nuevo colegio tenía la fama de ser esos bromistas que les gustan los juegos ‘pesados’. Desafortunadamente, tenía el chip inplantado de “el que está quieto de deja quieto” y reaccionaba directamente en el último paso de una larga línea de contramedidas para solucionar esa incomodidad que me causaban “las montadas”.

Mis preocupaciones extenuantes comenzaron a manifestarse por allá, como en cuarto de primaria cuando las matemáticas. Aquí tuve ya problemas de autoestima, pero no lo sabría hasta una considerable cantidad de tiempo y frustraciones después. Aquí es donde empiezan las complicaciones que comenzaron siendo un problema de autoestima y ahora las consecuencias de un bajo rendimiento académico. Como decimos en mi esquina del Caribe “ahora si empezó la vacaloca“.

Es por esto que termino contando que a la larga estos nuevos retos con mis condiciones de crianza crearon alguien con las espectativas y reticencia de un viejo pero con las ansias de un joven; el problema se volvió serio cuando las ansias no se iban del pensamiento cotidiano. Las ansias que siente un cantante antes de salir a tarima son de esas que te permiten hacer las cosas a pesar del temblor indeleble de las piernas; las que comenzaba a experimentar eran algo distintas, estas ansias eran las de alguien que empezaba a sentir angustia por el miedo a fracasar…   

   Segunda parte pronto

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