Por: Douglas Badel
— Cuando llegues a la Terminal de Transporte agarras una moto y le dices que te lleve al Carmelo. Que te cobre cuatro barras, no te vayas a dejar clavar. Entonces, le dices que entre por el antiguo Colegio Amor y Sociedad, donde ahora está el Ara, que siga hasta la Rebaja —la droguería que fue fundada en los 80 por los narcotraficantes Miguel y Gilberto Orejuela—, y doble a la izquierda. En la próxima esquina, a la izquierda otra vez, dos casas abajo, en el andén de la derecha hay un palo de mango, grande. Ahí queda la casa ¿Te ubicas Marto?
—Yo me las arreglo, no te preocupes —dijo Martín sin entender mucho lo que su tía le decía por celular.
¿Qué pasó con las nomenclaturas en Cartagena?
En la pantalla del celular de Martín, oscura por la luz del sol, una aplicación muestra la temperatura de la ciudad: 31°C. En letras blancas y con un sol amarillo y una nube pequeña: DESPEJADO. Martín poco a poco es más sudor que persona. El 82% de humedad comienza a ser evidente al principio en las axilas, luego baja por toda la espalda, y sobrepasa el cinturón de Martín. Se hace una línea marrón en su pantalón beige.
En la salida de la Terminal hay una valla de la administración: “PRÓXIMAMENTE Contaremos con una estación de TransCaribe en la Terminal”. Quién sabe desde cuándo está ahí. Transcaribe… la promesa de resolver la movilidad atropellada por el mototaxismo y recuperar las vías en mal estado. Darle otra cara a la ciudad. Diez años de atrasos después, los cartageneros tocan el timbre en la puerta del bus de color blanco y naranja para pedir la parada. Antes si no gritabas ¡AGUANTA!… no te bajabas del bus.
—Llegamos a un punto en que ya no depende de nosotros porque tiene que ver con plata. Necesitamos la banca y la banca no nos quiere prestar ¿Ya? Y si no hay plata, no hay chatarrización. Y si no hay plata, no hay patio portal. Y si no hay plata, no hay más vehículos ¡Todo es plata!, —Humberto Ripoll, Gerente de Transcaribe S.A.
Pero si la plata estuvo, ¿para dónde se fue?
Martín cruza la calle. Las busetas de Turbaco y Arjona llevan consigo una cola de polvo, de tierra que sale del asfalto gastado y ahuecado de la avenida. En la esquina hay un nido de motocicletas. 12 mototaxistas a la espera de un cliente. Todos apiñados. Chalecos negros, guantes y mangas en los brazos para evitar quemarse con el sol.
Piiii. Piii. Pii. Pi. “¿Moto compae?” Piii. Pii. Pii. “¿Mi herma moto?”
— ¿Cuánto me llevas al Carmelo? pregunta Martín. Se quita el sudor de la frente con la palma de la mano. — Mi herma, seis lucas. — Ofrece con su mano un casco negro, sin protector, sin visera para los ojos y con olor a sombrero viejo. —Nombe, nada, cuatro barras. Regatea Martín. — Vamos pues.
Volver a Cartagena es tejer una red de imágenes borrosas, en baja resolución. Todo comienza afuera de las murallas del siglo XVI que rodean el Centro Histórico… Lejos de los lujos de Bocagrande, Manga, Castillo y El Laguito.
Martín recuerda claramente todo en el mercado de Bazurto; el puente, que ya no existe, fue derribado con la creación de las nuevas vías para Transcaribe. Los vendedores ambulantes en un carril entero en la carretera ofreciendo sus productos —Ahora solo ocupan la vía peatonal—, los buses apiñados, las motos andando entre las líneas que dejan los carros y los buses en la vía. La música alta de los vendedores de dvds piratas; un parlante cada metro. Basura por todos lados. Los andenes llenos de agua sucia. Y el olor, un olor flato, particular, que solo tiene Bazurto, y el que lo conoce se lo soporta.
También recuerda la frutera del barrio San Pedro. Un puesto de vendedores informales en la entrada del barrio con frutas, verduras y tutifruti. Justo antes del cruce vial de la Bomba del Amparo; antes era una equis que daba paso hacia al norte y hacia el sur de la ciudad. Ahora es una rotonda, con árboles y plantas que nadie poda, y que solo las riega la lluvia.
¿Existe la palabra planeación en Cartagena?
Recuerda también el Barrio San Fernando. Ahí crearon uno de los primeros centros recreacionales en el sur de la ciudad; Country Club, donde Diomedes Díaz y el Binomio de Oro tocaron sus más famosas canciones en varias ocasiones. Ese barrio aún no tenía suficientes casas como para decir que era un barrio, ni negocios, ni calles o avenidas. Era monte.
Ahí iba Martín. Con el olor a sombrero viejo tocándole los cachetes. Forzando los párpados por los rayos del sol que caen directo a su retina. 60 Km/h y un semáforo. Dos vendedores de agua. Se acercan los limpiaparabrisas –la mayoría son venezolanos- a los carros con una botella llena de agua y detergente. Los conductores hacen con su dedo: no, no. “Gracias, no”. Excepto uno que otro taxista.
— ¿De dónde vienes mi herma? — pregunta el mototaxista a Martín — De Medellín, responde — ¿Pero eres de aquí? — Sí, pero me fui temprano de la ciudad. No conozco mucho en realidad, me acuerdo de mi barrio, el Carmelo, y de algunas calles. — Compa la ciudad ha cambiado empila.
Y sí, mi barrio ha cambiado empila. Ahora hay edificios, calles pavimentadas y comercio. El Carmelo está rodeado por la Avenida Kennedy y ocho barrios más. Antes, las calles eran de piedra y arena.
Una vez en época de lluvia, una volqueta llegó a dejar una pila de arena para pavimentar. Y con la lluvia y los días se fue la arena. En esos tiempos todos los niños jugaron a estar en la playa bajo la lluvia.
Así era mi barrio, un barrio de niños, uno familiar. Las casas eran grandes, con patios repletos de árboles frutales: tamarindo, torombolo, mango, guanábana, mamón y ciruela. Había que estar pendiente de que los niños no los mordiera una culebra en un patio, porque era muy común encontrar una mapaná en la parte de atrás de tu casa. La abuela de Martín le contaba que el agua potable se buscaba en burro, que a las cuatro de la tarde se devuelven las vacas de una finca que había en un barrio cercano, entonces tocaba cerrar las puertas para que un animal no se metiera la casa, y que los males de los enfermos se curaban con las plantas que salían en los andenes o en las huertas de las señoras que tenían en los patios.
Las casas anchas y largas, ahora son altas y están divididos en apartamentos. El barrio ahora siempre está iluminado, y sus calles grises tienen en cada esquina 10 metros una cabuya gruesa que hace de reductor de velocidad. En Cartagena se les dice “policía muerto” o “policía acostado”. Los chicos no juegan trompo, muy poco, pero de seguro en otros barrios de Cartagena sí. Los chicos de ahora no buscan la caña para hacer sus propias cometas, ahora se la compran. Breve.
Martín piensa que es lógico que una ciudad cambie al pasar los años. Sin embargo, leyó en diarios nacionales y locales los sucesos más inquietantes. Concluyó que Cartagena sufre de una indiferencia que la mantiene dócil. Dormida. Que la corrupción es una gripa vieja y que la ciudad está acostumbrada a andar con ese moco.
Por ejemplo, el Clan Quiroz, un moco bastante feo. Engañaron a la clase media de Cartagena como engañaron a Martín al final de esta historia. Le dijeron a la gente que podían hacer créditos en el banco y adquirir una vivienda digna de sus ahorros. Un apartamento en un barrio estrato 3; El Recreo, Alto Bosque, Los Alpes, Chipre, Escallon Villa, Caracoles y Blas de lezo, todos con acceso a rutas de transporte y a centros comerciales, además del privilegio de vivir en un edificio moderno de fachada blanca y vidrios azules.
“Tener tu propia casa mijo, ese es el alivio más grande que te podemos dar”
Todo iba bien hasta el 27 de abril de 2017 para el Clan Quiroz. Tenían bajo sus manos el control de sus fechorías. Se dedicaban a falsificar licencias de construcción para levantar edificios por toda la ciudad.
“A Cartagena le están metiendo plata, está creciendo. Mira, puro edificio”.
Todo Blas de Lezo sintió el estruendo. 6 pisos. Un edificio apenas en construcción se desplomó. Más de 50 personas estaban trabajando, entre esos Victor, que al ver que todo se venía abajo se lanzó del cuarto piso. Se rompió el brazo y se quebró en llanto preguntando por su papá que también estaba en la obra. Cuando las autoridades llegaron, constataron que Víctor y su papá, así como la mayoría de obreros, eran venezolanos indocumentados.
21 muertos y 23 personas heridas.
La noticia le daba la vuelta al país. La policía y el Esmad hicieron una barrera para disminuir el tráfico de curiosos. Algunos vecinos ayudaban junto a los cuerpos de rescate, las caras de desesperación y angustia de los familiares que venían llegando,uno a uno, a preguntar si su esposo, hermano, papá, hijo, sobrino, novio, estaba vivo o muerto.
Manolo Duque, alcalde de Cartagena, tenía las dos manos en la frente, apoyando sus codos en las rodillas. Sudaba. Tenía manchas de sudor por toda la espalda y las axilas. Los Quiroz se esfumaron. Poco a poco fueron encontrados, estaban a la fuga. El abogado de Wilfran Quiroz dijo que su cliente tenía miedo, entonces se cambió de casa para estar a salvo.
¿A qué casa se fueron los que, con miedo de perder su casa, desalojaron de edificios como el Villa Mary —en El Recreo— porque el distrito se percató que estas construcciones no tenía ni planos?
— ¿Por lo menos conoces el Faraón? — No, ¿qué es? — Mira más bien yo te llevo al Carmelo, pero antes te hago un mini tour en el camino. Pa’ que estés claro. — Mínimo me cobras 10 barras, exclamó Martín — Nombe no, dame 6 barras y ya, te muestro todo lo que tienes que saber.
El mototaxista se detiene ante una fachada de por los menos 70 metros de largo. En la mitad, la cara de un faraón egipcio con líneas doradas y azules. En el costado de la cabeza, una boa constrictor dorada se alza junto a lo que parece un ave. Es dorada también. Hay dos jardineras de lado y lado con corales rojos y palmeras playeras en la mitad. Y dos huecos, como túneles. ENTRADA. SALIDA. En la fachada, a la derecha dice: MOTEL INDIANA. Estamos en servicio.
—Aquí te atienden como un rey y es barato compae.
Seguimos rodando. Cartagena crece hacia el suroriente. Múltiples proyectos inmobiliarios ocupan lo que años atrás fueron solares gigantes. 20km/h y vemos a los niños jugar en las canchas y parques de la nueva Cartagena.
Las vías han cambiado. Dionisio Vélez, fue alcalde atípico producto del fallecimiento del entonces alcalde Campo Elías Terán, dedicó su administración al crecimiento de infraestructura en la ciudad. 208 barrios fueron beneficiados por la pavimentación de 105 kilómetros de vías
Hay asfalto nuevo. Las calles están llenas de tubos amarillos en las zonas peatonales. Separadores de carretera amarillos, triángulos pequeños en hilera por todas las carreteras principales, amarillos. Esta es la nueva cara de de Cartagena. También hacen parte del paisaje el Patio Portal que se construye junto a un centro comercial que promete activar la zona económicamente. El Patio Portal se inauguró en 2017, pero no en un 100%.
Lo inauguró Manolo Duque.
Íbamos por La Bomba Del Amparo, vía de cuatro carriles. Uno preferencial para Transcaribe. 40 km/h. El círculo rojo del semáforo se enciende. Cruzando la cebra hay una mujer de algunos 40 años, vestida de rojo y amarillo. Tiene en la mano la primera plana de un periódico: LE DAN GOLPIZA POR UNAS CERVEZAS. La cara de un hombre en primer plano, hay sangre saliendo de su frente, está toda regada hasta el cuello. Martín y el mototaxista miran el semáforo. Está en rojo. Una moto pasa rozando un taxi y tropieza el retrovisor. Martín se distrae. En cuestión de segundos, el taxista sale del carro con una llave de cruz, y el motociclista saca una navaja de cacha plástica y negra: “como quieras quiero marica”.
El círculo amarillo se enciende. El mototaxista acelera y Martín avanza por la avenida mirando hacia atrás. El taxi está rodeado de mototaxistas furiosos, enfadados y gritando con sus cascos en la mano. Un motociclista tiene la llave en cruz del taxista y va directo a él.
El mototaxista acelera. Dobla hasta la rotonda de la Bomba Del Amparo, toma la carrera tal hasta la entrada de Blas de Lezo, al lado del parque de la Virgen del Carmen.
— ¿Qué tan común es eso?, pregunta Martín — Vea usted, ahí no pasó nada compae. —Yo creo que le harán un daño a ese señor ¿no?, — Tal vez sí, pero le sale barato.
No. En realidad no pasó nada. Tal vez alguien fue a un puesto de salud y también alguien comentó que la policía nunca llega a tiempo, que todos ya se fueron. En 2017 ocurrieron cinco mil peleas callejeras en la ciudad. No, no pasó nada compae. En esas cinco mil peleas dieciséis personas murieron. La intolerancia en las vías es algo común. Hay caos.
Cartagena tiene 60.327 motocicletas registradas.
En cada semáforo alguien vende periódicos, bebidas energizantes, agua, cables para celular, cables para el carro, pañuelos de tela y camisetas de fútbol: Selección Colombia en todas sus presentaciones, Atlético Nacional, Junior, Barcelona F.C., y Real Madrid ¿Real Cartagena F.C.? No todos los vendedores de la calle la venden.
— Es que el Real está en la b hace rato compae. Esa camiseta la consigues por el Jaime Morón, — Dice el mototaxista — ¿Jaime Morón? —Pregunta martín — El estadio Pedro Heredia, lo que pasa es que le cambiaron el nombre ya, a Jaime Morón ya, que era un cartagenero que jugó en Millonarios y en la Selección.
Jaime Morón. Un moreno que llevaba afro, era alto y flaco. Un futbolista que se entrenó en pistas de atletismo. Se lo llevaron para Bogotá a los 21 años, así de rápido como corría consiguió títulos con Millonarios F.C., saliendo goleador del torneo nacional en dos ocasiones.
El mototaxista calles antes de llegar a su destino le da recomendaciones básicas para sobrevivir en Cartagena:
“primero no te pongas ropa bonita porque te atracan, no salgas con cadenas ni accesorios, porque te atracan. No hables bonito en la calle, pues si te oyen, te atracan; no andes con celular alta gama porque te lo arrancan”.
Martín baja de la moto. Temeroso. Es la descripción completa de alguien atracable. El mototaxista saca del chaleco un cuchillo de cacha blanca, delgado y brillante. Bienvenido a esta nueva Cartagena.
Dios bendiga a Cartagena la fantástica ¡viva el África!
¡Viva el África!
Dios bendiga a Cartagena la fantástica,
¡viva el África!
Foto: Daniel Nussbaum