Por: Laury Cantillo y Estefania Gualtero.
— Yo te admiro mucho Omaira. Tú puedes contar esos momentos difíciles. Yo aún no puedo contarlos sin sentir un gran dolor, pero sé que en algún momento de mi vida seré capaz de hacerlo —comenta Nollys al escuchar una de las historias contadas por Omaira, la cual relata el primer encuentro que tuvo con el desplazamiento.
— Omaira, tú eres fuerte y muy valiente, contar esos momentos no es fácil —le dice doña Flor, quien siempre es muy atenta.
— Así es, lo que dice la compañera es muy fuerte, pero eres un ejemplo para todas nosotras —añade Elena con una expresión de cariño.
Los círculos representan unión, comunidad y eternidad: no puedes determinar dónde comienzan ni tampoco dónde terminan. Tal vez por esto, los integrantes del proyecto “Mi historia, mi letra, mi voz” —liderado por los docentes Nancy Gómez, Camilo Pérez y Carlos Cortés con la participación de cuatro estudiantes del programa de Comunicación Social— ven que la importancia de los círculos de encuentro radica en que lo conversado en ellos permanece en la historia. Este proyecto encarna la apuesta del laboratorio de comunicación Jui Shikazguaxa de la Universidad del Norte, en la medida que busca brindar herramientas desde la comunicación para la transformación social y construcción de paz en las comunidades. Y es que la premisa de este laboratorio, inspirada en la cultura Kogui, es “comunicar para hacer amanecer a otros”. Por esto, el grupo se enfocó en propiciar el amanecer de las historias de ocho mujeres sobrevivientes del desplazamiento por el conflicto armado, quienes buscan repensarse y contarse más allá del papel de víctimas sin sepultar sus historias atravesadas por el conflicto.
– Recuerden que estamos en este círculo de palabras no para reabrir heridas, sino para entenderlas, para irlas suturando a través de las narrativas que se vayan teniendo en este espacio, ustedes eligen hasta donde quieren contar y que quieren contar -dice el profesor Camilo Pérez, uno de los líderes del proyecto y quien ha acompañado a estas mujeres desde 2019 con una idea clara: brindarles herramientas para que puedan contarse desde la no revictimización.
Así, la idea de estos talleres surge al considerar el uso de la escritura terapéutica como un modo de resiliencia y una estrategia para el reconocimiento de la participación de estas mujeres como agentes activas capaces de poder identificar las causas profundas de la violencia, construir nuevos imaginarios colectivos que garanticen la visibilidad de las memorias de conflicto y trabajar por la paz.
Voces de mujeres que resuenan en la historia
La voz femenina ha sido y será siempre poderosa. Esto se asocia a que uno de los primeros sonidos que escuchamos es la voz cálida de nuestras madres. Asimismo, este poder está presente al momento en que una mujer decide alzar su voz. Por ejemplo, Diana de 37 años es una madre soltera de dos niños, proveniente de Apartadó, Antioquia. Aunque es pequeña de estatura, tiene una voz alta y retumbante. Cada vez que habla todos atienden a lo que dice. Es de esas voces que cuando afirman algo, lo hacen con tanta determinación que logran trascender de las palabras a la realidad.
— A mí me gustaría que todos sepan de mi historia,
porque así hay que pensar. Yo me imagino en un panel
lleno y que todos me hagan preguntas. Quiero que lo
que resulte de este trabajo sea algo que las personas
necesiten leer y escuchar —afirma Diana en el tono
jocoso que tanto la caracteriza.
Diana contando cómo imagina su historia / Foto tomada por: Estefania Gualtero
Precisamente, este proyecto busca obtener como resultado la grabación de un audio libro con las voces y las historias que estas ocho mujeres escriban. De igual manera, piensa plasmar los 15 encuentros de este proceso narrativo en un mini-documental. Hasta el momento dentro de las 10 sesiones que se han desarrollado prima la escucha activa de los relatos individuales y colectivos. Los miembros del laboratorio se encargan de orientar, crear metodologías y herramientas para que las mujeres puedan identificar ese estilo narrativo propio y los momentos significativos de sus vidas que les permitan contar sus historias. Se estima que ambos productos serán publicados a mediados del año 2023.
Estas mujeres al inicio dudaban de su capacidad para construir sus relatos, pero a medida que ha avanzado el proyecto sus dudas y miedos se fueron desvaneciendo y se atrevieron poco a poco a plasmar sobre el papel sus ideas, por medio de letras y dibujos. Cada sesión es una pieza clave para la construcción de las historias que ellas proyectan, ya que estas mujeres cuentan con la libertad de escoger el tema base de sus relatos. En el caso de Doña Omaira, su historia girará en torno al campo: “Yo nací en el campo y moriré en el campo. Por eso, yo quiero que mi historia refleje eso… que soy una mujer trabajadora de la tierra a mucho honor”.
—Señora Omaira, después de todo lo que ha pasado, usted no renuncia al campo —le comenta Violeta Díaz, quien es una de las estudiantes que hace parte del proyecto, al escuchar cómo ella relata que ha sido desplazada dos veces.
— ¡Ay, mijita! No, eso sí que no. Yo donde me muevo busco el campo, es que en las ciudades hay más guerra. Lo que pasa es que la gente piensa que el campo es el que hace la guerra, pero realmente es la gente la que lo hace —le responde Doña Omaira.
Ella es una señora proveniente de Urabá, es madre de cuatro jóvenes y tiene 56 años, pero asegura que con cada año que pasa se vuelve más joven. Tiene la capacidad de alegrar cualquier ambiente, su presencia en tan potente que cuando se siente triste o feliz, cada uno de los presentes lo percibe. Sin embargo, trata siempre de darle una buena cara a la vida: “¿Para qué estar triste? Si uno anda triste, se pone viejo y ‘arrugao’”.
Omaira en la actualidad junto a su retrato del 2019
/ Foto tomada por: Estefania Gualtero
Mapas corporales: una posibilidad para sanar
Cada encuentro se ve nutrido por la guía de los miembros del laboratorio. Una de las sesiones más importantes fue la que les permitió narrarse a través de la metodología llamada “mapas corporales”, la cual propicia la construcción de memoria y nuevas narrativas de autopercepción.
— Esta herramienta les permite contar sus historias de vida o sucesos específicos mediante preguntas guiadas —aclara Melissa Puche, estudiante que lleva trabajando desde hace más de un año con estas mujeres.
El ejercicio es dinámico: primero, ellas tienen la libertad de posar en unos papeles grandes de la manera en la que prefieran plasmar su silueta. Ellas se divierten tratando de elegir una pose e intentan ser únicas y creativas. En este espacio pudimos apreciar a la señora Omaira acostarse como si estuviera en playa, a Diana dibujar su trenza lo mejor que pudo y Nollys dio todo su esfuerzo para que su cabello se viera perfecto. Esto lo hacen con la ayuda de las demás, quienes trazan la silueta de sus compañeras no sin antes aprovechar la situación para dar un pellizquito amistoso. Así, entre halagos sobre su figura —como cuando Jazmith le soltó a Diana “ajooo, mija tienes la cinturita bien marcada”— y entre risas motivadas por lo chuecos que quedaron los pies, terminan de crear estas figuras.
Mapas corporales / Fotos tomadas por: Laboratorio Jui Shikazguaxa
Posteriormente a estas 3 figuras se le asignan unas identidades. En esta ocasión, fueron las de víctima, sobreviviente y la última trataba de una categoría libre donde ellas elegían desde qué otros puntos de vista le gustaría narrarse. Como resultado, muchas concordaron con que les gustaría mostrarse como madres, emprendedoras, mujeres, lideresas, ejemplos a seguir y muchas más posibilidades que representan algún ámbito de sus vidas.
“Ser sobreviviente me enseñó a ser emprendedora, siempre con una buena expresión de amor y me ha motivado a ser una luchadora incansable”, esto es lo que está plasmado en el post-it que con seguridad y orgullo Elena pegó en una de las figuras. Ella es una mujer de 45 años proveniente de San Juan en Bolívar y madre de dos niñas. cuenta con un estilo único, ya que resalta con su cabello fucsia brillante y sus ojos bien delineados. Esta mujer tiene una sorprendente capacidad para contar. Es una oradora nata y lo más importante es que sus historias logran que el oyente se sumerja en el relato y experimente todos los sentimientos que afloran de lo narrado.
— Supuestamente las mujeres somos débiles, de verdad. La sociedad nos tacha como el sexo débil, pero están muy equivocados. Yo creo que por naturaleza somos unas guerreras, porque sabemos sobre llevar todo ese dolor: el que nos pertenece y el de los demás, el de nuestros hijos, el de nuestra pareja, el de nuestros padres… cargamos con todo eso y aun así salimos adelante, algunas de nosotras solas —fueron las palabras que Elena dedicó a sus compañeras en una de las sesiones.
Elena cuestiona el papel de la mujer / Foto tomada por: Estefania Gualtero
Esto cobra mayor relevancia cuando se entiende que, como estas 8 mujeres, existen 4 millones más en las mismas condiciones de desplazamiento. Según la Unidad para las Víctimas, de los 4,4 millones de mujeres que han sido afectadas por el conflicto armado, el 91,1% han sido desplazadas, quienes salieron de sus tierras con poco o nada, cargando con ellas a sus hijos e hijas. Solas y sin ayuda, pero con el valor suficiente para caminar, construir un hogar, adaptarse a su nuevo entorno y sobrevivir con sus manos y su ingenio, motivadas por sus hijos y sus ganas de vivir.
— La Diana de hace muchos años atrás era una mujer llena de inseguridades, de miedo, llena de sueños restringidos y de frustraciones. Cuando te arrancan de tu tierra es muy difícil porque tienes que sobrevivir con lo que tienes y la gente te mira raro, pero siempre busqué la forma de superarme, busqué la forma de ser alguien y, bueno, así lo he logrado, por mí y por mis hijos —cuenta Diana con orgullo.
Red de mujeres y experiencias colectivas
A medida que avanzan las reuniones, estas mujeres van soltando retazos de sus vidas que permiten poco a poco ir sumándole a esos rostros unos nombres, profesiones, años, hijos, hijas, direcciones, enfermedades, sentimientos… y mucho más.
— Mira, mijita —Omaira saca un pantaloncito de colores cosido a mano y se lo tiende a Jazmith.
— ¡Ay! Doña Omaira, muchas gracias, está hermoso —le responde Jazmith con una gran sonrisa, recibiendo la prenda.
— Para la futura abuela —le dice Omaira con alegría.
Jazmith detalla con felicidad el pantaloncito, el cual es una de las primeras prenditas de su futuro nieto. Las demás lo miran y se llenan de ternura. Ella orgullosa muestra una foto de su hija donde está vestida de blanco y Jazmith arrodillada besando su barriga. Ella tiene 45 años, proviene de Polonuevo y es madre de 4 hijos. Es una mujer alta con una fuerza increíble, no solamente física, pues la vida le ha golpeado duro, ya que su pareja entregó a sus hijos al ICBF en un acto de odio alegando que iba a darle por donde más le duele. Por esto, tuvo que luchar para recuperar a sus hijos, para poder tener tranquilidad y salir de esa relación abusiva.
También tiene una presencia poderosa, no pasa desapercibida. Es de esas mujeres con las que te sientes en compañía, aunque suela estar en silencio y escuchando atentamente. Eso sí, cuando expresa sus pensamientos y reflexiones lo hace con decisión y gran valor para aportar en la experiencia colectiva.
— Yo construí con mis propias manos una casa para mis hijos. Ellos son mi motor, pero recuerdo que él siempre llegaba a mi casa y me quería tumbar la puerta. Me gritaba de todo. Hasta que un día le hice frente y lo denuncié. Pero eso no sirvió de mucho, así que yo misma tomé la decisión de defender a mi casa y a mis hijos —cuenta Jazmith en una de las sesiones.
Marlys, Flor y Jazmith / Foto tomada por: Estefania Gualtero
Es que esta mujer es fuerte no solo por pararse firme para defender su vida y la de sus hijos, sino porque además con el tiempo aprendió a sanar.
— Mis hijos ya están grandes y ellos siempre me dijeron que por qué no buscaba un compañero, que ellos me entenderían y aceptarían a la persona que me ame. Pero yo tenía mucho miedo, no quería que me pasara lo mismo. Con el tiempo, fui al psicólogo y poco a poco fui sanando, hasta que encontré a mi pareja actual —comparte Jazmith.
Del grupo de 8 mujeres no es la única que ha vivido este tipo de violencia, pues hay que reconocer que el conflicto armado no es el único suceso que ha perturbado sus vidas. Por esto es importante tener en cuenta que, según Medicina Legal, de los 51.610 casos de violencia intrafamiliar reportados en el 2021, el 78,5% fueron cometidos contra una mujer, lo que representó un incremento del 10% frente a los casos registrados en 2020.
Momentos como estos, donde estas mujeres conviven, comparten, hablan de su cotidianidad, de sus vivencias y de sus miedos se dan con mucha facilidad. Como cuando Nollys nos informó la triste noticia de la muerte del señor Saturnino Delgado, quien fue su abuelo o como ella prefiere llamarlo “su mitad de vida”. Él también fue el fundador de Pueblo Bello, el cual asegura Nollys no le queda el nombre, pero no porque no sea bello, sino porque la guerra no deja que sus habitantes vean lo bello de la vida. Nollys se veía devastada mientras recordaba a su abuelo, pero cada una de las mujeres la abrazó y secaron sus lágrimas, le brindaron palabras de consuelo para que pudiera recobrar su fuerza. Cuando de repente, en medio de la profunda tristeza…
— ¡Hay un nuevo integrante! —nos suelta Liss, quien es hija de Nollys. Ella es una joven visionaria de 21 años a quien una vez le dijeron que lo que estudiaba era para machos, pero hizo oídos sordos a esto y siguió adelante con lo que le apasiona: el área de salud y seguridad en el trabajo.
Nollys y su hija Liss / Foto tomada por: Estefania Gualtero
Todos quedamos atónitos, pero luego nos dimos cuenta de lo que estaba ocurriendo y fue un festín de felicitaciones, abrazos, gritos de felicidad y bendiciones.
— ¡Tenemos otra abuela! —dice Omaira con alegría.
Cómo olvidar también el día que doña Omaira trajo a la sesión de escritura unos deliciosos bollos de mazorca para vender. Estaban tan deliciosos que cada uno se llevó su par y el profesor Camilo le compró los que le faltaban para compartir con los demás integrantes del laboratorio, porque todos estaban fascinados con estos. Aquí pudimos evidenciar también la colaboración mutua que existe al momento de apoyar proyectos o emprendimientos como el de Doña Omaira.
— Estos sí son bollos, bollos. Porque es purito maíz. Así me rebusco yo, mijita, aprovecho lo que el campo y la vida me han enseñado. Yo me tengo que mover, no me puedo quedar quieta —asegura Omaira orgullosa mostrando sus bollos.
Cada una ha impactado de alguna manera en la vida de la otra a tal punto de que ha propiciado el querer cuidarse mutuamente. Esto se pudo evidenciar cuando en medio del proyecto Diana tuvo que ser operada de emergencia. Apenas ella lo informó todas estuvieron muy pendientes de su cirugía y de su recuperación.
— Yo estoy muy pendiente de ella. Esas operaciones son malucas y de mucho cuidado, pero ella quiere volver a las reuniones, así que yo le dije que yo pasaba por ella para que, por si acaso alguna emergencia, yo le pueda ayudar —nos dice Doña Omaira, quien a pesar de no contar con un teléfono que tenga WhatsApp fue una de las primeras que se enteró y se encargó de llamar a Diana todos los días para saber sobre su salud.
Contamos con la presidencia de Diana después de dos semanas de su operación. Todas las mujeres le ayudaron en lo que podían y tuvieron mucho cuidado de no lastimar su herida.
— Ay Dianita, te extrañamos mucho, estas reuniones no son lo mismo sin ti —le dice Nollys al saludarla.
Retos
Algunos de los aspectos más importante que se tuvieron en cuenta para la realización de este proyecto fueron las condiciones en las que se encontraba cada mujer. Por ejemplo: algunas viven muy lejos del punto de encuentro (la Universidad del Norte), tienen horarios de trabajo, tienen hijos y algunas son madres solteras. Todo se organizó y se repensó: se les pregunto qué horarios les servían, qué necesitaban para asistir, cómo podían desarrollar las actividades teniendo en cuenta las fortalezas y limitaciones de cada una de ellas. Todo esto de manera que las mujeres se sintieran incluidas, pudieran asistir a los encuentros y, además, se apropiaran de este proyecto.
Uno de los grandes retos fue la búsqueda de una herramienta para que la señora Omaira pudiera hacer los ejercicios, pues muchos de estos eran de lectura y escritura. Sin embargo, el fuerte de Omaira es la oralidad y, además, presenta dificultades al momento de leer y escribir. “No tengan miedo a no saber” se convirtió en una frase clave para todos los integrantes de este proyecto.
La solución que encontró el equipo fue que una persona se ofreció para estar siempre con ella. Esta persona es una de las escritoras de esta crónica, Laury Cantillo, quien es los ojos y las manos de la señora Omaira. Yo, Laury, escribo cuando ella lo pide y le leo lo que ella desee. Y sin pensarlo, me gane la confianza de la señora Omaira y la he guiado para poder contar sus historias de una manera única.
— Ay, mijita, yo no puedo creer que esa es mi historia y que sea contada de una manera tan bonita —me dice doña Omaira cuando termino de leerle el texto cargado de vivencias que ella había construido.
La confianza es fundamental en sus procesos narrativos, por lo que por sí solas comenzaron a apropiarse de la idea de que tienen el gran poder y la libertad de contar sus historias cómo lo deseen. Una de las mujeres que ha superado poco a poco el miedo al lápiz es Nollys. Ella tiene 54 años y es de Pueblo Bello, un corregimiento de Turbo ubicado en el Urabá antioqueño. Es madre soltera de 3 hijos y es una mujer con luchas muy diversas, ya que aparte de ser sobreviviente del conflicto, también le ganó la batalla al cáncer. Nollys posee una mirada profunda, ella dice que se le dificulta expresarse, pero al mirarla a los ojos puedes sentir todo lo que busca transmitir. Es el vivo ejemplo de la frase “los ojos son las ventanas del alma”.
– Yo trato de dejar todo eso por allá, de dejar ese dolor en el pasado. Yo tengo muchas cosas que contar. No sé por dónde comenzar, pero de lo que sí estoy segura es que en mi historia estará mi abuelito” -responde Nollys ante la pregunta de cómo le gustaría contar su historia.
Foto tomada por: Estefania Gualtero
Con la idea de su abuelo comenzó y pasó de no saber con qué palabra iniciar, a llenar casi la mitad de su diario. Cada mujer cuenta con una libreta a la que le dimos el nombre de diario dónde ellas redactan todo lo que quieren incluir en sus historias y sabemos que van por buen camino porque vemos esas libretas llenas de letras y dibujos cargados de vivencias algunas felices, algunas no tan felices y muchas de esas hojas abarrotadas de sueños y esperanzas.
En una de las sesiones, se encontraron con fotos que fueron tomadas 2019, cuando trabajaron por primera vez juntas para narrar una de las historias de desplazamiento, trabajo del cual resultó el cortometraje “El viaje de María”. Este primer espacio fue el que motivó en estas mujeres el querer contarse. Cada una de ellas tuvo un encuentro con esa foto: la miraron, la detallaron y no podían creer cuanto habían cambiado.
— ¿Cómo te percibes ahora en comparación a cómo te percibías antes? —le pregunta Nancy Gómez, una de las lideresas del proyecto, a Nollys.
Nollys se queda un momento viendo su foto donde está con un turbante que cubría su cabeza, ya que en el momento que fue tomada ella atravesaba un tratamiento de quimioterapia y aseguraba que se le caía el pelo, las pestañas, las cejas y hasta las uñas.
— Una guerrera —dice Nollys en un tono tan poderoso, tal como si esas palabras le hubiesen brotado del alma.
Nollys y la profesora Nancy Gómez con el autorretrato de Nollys en 2019 / Fotos tomadas por: Laboratorio Jui Shikazguaxa
Estas mujeres acogieron este proyecto y lo entendieron como un espacio creado exclusivamente para ellas. Un lugar seguro donde nunca sería juzgadas, señaladas ni discriminadas. Todas se han encargado de que sus compañeras encuentren el valor para hablar y para contar. Como resultado de esto, Marlys, una joven de 20 años, cuya voz casi no se escuchaba al inicio de estos encuentros, con el tiempo fue tomando fuerza, hasta que llegó el día y con determinación expresó su gran sueño:
— A mí me gustaría tener una fundación para poder ayudar a muchas personas. A mí me gusta servir, por eso estoy en la junta de acción comunal trabajando constantemente con jóvenes del barrio. Me gustaría mostrarles a los jóvenes como yo que existen otras posibilidades, para que no caigan en actividades que no aportan a su bienestar y logren salir adelante —dice con un brillo en sus ojos.
Marlys / Foto tomada por: Estefania Gualtero
Ese amor por servir a otros lo heredó de su madre, Flor, quien tiene otros 4 niños y se autoconcibe como una lideresa, pues cuenta que cuando va al “Bolsillo”, el pueblo donde dejó su corazón siempre aconseja y guía a todo aquel que lo necesite: a jóvenes, adultos y viejos. Debido a esto no nos sorprende que sea una gran escucha. Se le ha visto estar atenta a cada una de las historias, intervenciones y consejos que salen de sus compañeras, es muy considerada y siempre tiene algo que decirles: suelen ser palabras llenas de entendimiento, amor, comprensión y apoyo.
— Hay ancianos que se apegan a mí y me ven como su polo a tierra. Cuando voy al “Bolsillo”, me encuentro con ellos y con todos los que me preguntan: ¿Cómo fui tan fuerte para salir de ahí? Y yo los guío. Aconsejo a las madres y a los jóvenes para que tengan un mejor futuro. Ellos están acostumbrados a verme siempre sonriendo, por lo que yo trato de mostrarme feliz para que ellos se inspiren” —relata flor sobre su experiencia como lideresa de su pueblo.
Flor / Foto tomada por: Estefania Gualtero
Foto tomado por: Estefania Gualtero
— Yo no sé si es que voy a morir en eso. Ser una líder va a en mí porque no hay un lugar que yo pise donde yo no me meta a programas para ayudar a otras personas a salir de sus tristezas y de momentos difíciles. Para mí el liderazgo y la ayuda a otros han sido el medio que me ha permitido sanar. A veces me dicen que me fuerzo mucho y que piense en mi salud, pero yo no puedo negarme cuando las personas me buscan porque creo que si yo pude sanar y ser mejor, los demás también pueden, porque juntos podemos construir un futuro mejor —comenta Flor con voz energética.
La familia como pilar importante en el proceso de sanación
— Este proyecto ha sido un orgullo para mí, para mi familia y para todos los que se enteran, porque siempre fue importante contarnos más allá y que me den a mí la libertad de narrarme es una bendición porque siento que tengo poder para decidir cómo mostrar mi vida y la de mi familia —comenta Flor.
Para estas mujeres sus familias lo son todo. Por esto, el apoyo de sus hijos es muy importante especialmente a la hora recordar esos momentos difíciles, permeados por el conflicto.
— Tal vez yo no viví la violencia como la vivió mi mamá, pero sentí y siento todo su dolor… Fui testigo de todo su sacrificio y esfuerzo que hizo por mí y mi hermano —cuenta Liss refiriéndose a su madre Nollys.
En una ocasión conocimos a uno de los nietos de Doña Omaira, un joven muy parecido a ella, quien se mostraba emocionado por lo que su abuela estaba creando, tanto que ese día él se encargó de leer para ella algunos textos y le ayudaba a recordar algunas cosas que su abuela le había contado. Con el mismo entusiasmo están muchos de los familiares de estas mujeres, como es el caso de uno de los hijos de Diana: “Profe, mi niño me dijo que le dijera que lo llame para que venga acá que él participa en todo”. También muchos están orgullosos de sus madres y las impulsan para que den todo de ellas en los ejercicios y actividades, esto lo vimos también con la señora Flor: “Mi hijo el mayor se sienta conmigo y revisa lo que escribo y me dice que tengo que escribir más, que me suelte para que todo salga muy bonito”.
Ser una mujer, símbolo de resiliencia
A lo largo de este proceso todos y cada uno de los participantes se preguntó: ¿qué es ser víctima?, ¿qué significa? Con el fin de poder orientarlas a narrarse sin revictimizarse, para que el mundo no las vea como una simple cifra y lograr el objetivo que es permitirles repensarse. Creímos importante tener claro la connotación de esta palabra.
— Tener claro que nosotros contamos historias para significar y resignificar, para eso debemos saber ¿qué es eso de ser víctima?, ¿cómo podemos hablar de post-conflicto cuando sigue existiendo violencia?, ¿cómo tenemos la audacia de llamarles sobrevivientes cuando algunas de ellas siguen viviendo algún tipo de violencia? —nos interpeló el profesor Carlos Cortes, uno de los lideres de este proyecto.
Sin embargo, nos encontramos con un inmenso muro y es que, al ver a estas mujeres y al leer esos conceptos, sentíamos que no encajaban, que algo faltaba, algo no concordaba. No queríamos creer que Nollys, Omaira, Diana, Jazmith, Flor, Elena, Liss y Marlys encajaban en esas descripciones tan técnicas, carentes de individualidad. Hasta que nos dimos cuenta de nuestro error y era que estábamos buscando simplemente el significado de víctima, pero realmente lo que debíamos hacer era percatarnos y entender que la realidad de cada mujer dentro un contexto del conflicto es diferente. Esto lo comprendimos gracias a que cada viernes en la mañana estas mujeres liberaban todas esas vivencias, memorias y pensamientos.
Esto sumado a que una tarde el profesor Carlos Cortés nos habló sobre la autora Edilma Osorio y del significado que esta le acuñó al ser mujer desplazada. Esta autora nos hizo reflexionar, pues considera a la mujer como principal sobreviviente del conflicto, el papel que estas juegan al momento de la reconstrucción material y simbólica de la familia. Nos habla de la mujer como receptora de miedos, pérdidas y rupturas. Las mujeres son las que han visto a sus cuerpos convertirse en blancos militares y, aun así, son ellas las que reconstruyen el territorio y con ello recuperan sus identidades. Las mujeres son quienes, a pesar de estar envueltas, en algunos casos, en contextos de pobreza y exclusión construyen múltiples formas de resistencia, adoptan el papel de lideresas tanto a nivel público como en lo privado. Son ellas las que, aunque estén sumidas en la incertidumbre y el dolor, logran adquirir por sí mismas reconocimiento social.
Intervención del profesor Carlos Cortés / Foto tomada por: Melissa Puche
Por esto no se nos hace extraño que estas mujeres entendieran la importancia de este espacio en sus vidas, en las vidas de sus familias, en la vida de otras mujeres sobrevivientes y para la Colombia que al día de hoy sigue en ese arduo proceso de cicatrización y construcción de paz.
— Esto es importante porque puede impulsar a otras mujeres a contar sus historias y no solamente como víctimas si no como individuos, más allá de esa marca violenta es vernos y verlas como mujeres, como madres, como hijas, como emprendedoras. Hoy siento que todos mis sueños son posibles, veo mi futuro claro y, aunque hayan obstáculos, uno siempre está tratando de buscar lo mejor y ser mejor. Me visiono como una mujer luchadora, emprendedora. Una mujer que no se deja, que tiene metas y sueños. Alguien que busca un futuro seguro para sus hijos. Siento que este proyecto me cambió la vida, ya que me brindó la oportunidad que tanto busqué de contar mi historia, de ser escuchada y siento que esto es algo muy bueno para mí y mi vida —afirma Diana.
— Me siento un poco más realizada. He logrado mis sueños con todo lo que he vivido en la universidad. Esta experiencia me ha enseñado a tener más fortaleza, a resistir el dolor, al llanto, al sufrimiento. Ya hemos superado muchas cosas. Este proceso me ha dado más ganas de vivir, más ganas de seguir luchando por las demás personas para construir más paz y armonía e invitar a todos a no vivir en ese odio y que todo lo que se haga sea para vivir en paz —aporta Nollys.
— Me siento muy bien, ya que he superado poco a poco ese dolor que me perseguía y me frustraba. Hoy a, comparación de antes, me veo como una mujer fortalecida y empoderada con más ganas de seguir aprendiendo y llenarme de valor para continuar. Yo espero servir como ejemplo y que nuestras historias lleguen a todos los rincones del mundo para que pueda servir a otras mujeres y las motive a contar sus historias —comparte Elena.
— La verdad desde que comencé este proyecto me he sentido mucho mejor. He mejorado mucho, he perdido ese temor que tenía de hablar. Me ha ayudado a desahogar todo lo que tenía atascado y espero que todos puedan leer nuestras historias para que encuentren la valentía de contar la suya —aporta Jazmith.
— Yo ahora me siento un 100% mejor que la Flor de antes. Este ha sido un proceso largo, pero bien bonito porque cambié de una Flor triste y marcada por el desplazamiento y el dolor, aunque siempre esté ahí el dolor, ha una Flor mejor y que ha sanado. Ahora soy una persona más alegre y más positiva —concluye Flor.
Cuando nos hablaron del proyecto, no dudamos en ser parte. Al llegar al círculo, nuestro encuentro inicial fue con sus rostros. Lo primero que te preguntas como mujer al ver a otra mujer en estos espacios es “hermana, ¿qué tan duro te ha tocado?”. Es triste, pero para nuestra sorpresa al tenerlas al frente y escucharlas hablar, ese pensamiento se transformó a “madre, abuela, hija, hermana. ¿qué me vas a enseñar hoy?”.
De estos espacios te vas plena, con aprendizaje de experiencia transmitida y fascinada no solo de escuchar las historias fuertes, que más han marcado la vida de estas mujeres, sino también de escucharlas hablar sobre su cotidianidad. Además de contar con el honor de ser acogida poco a poco y de volverte parte de sus historias, de que se sienten contigo, que te digan “mijita” y ser tratada como una hija y como una hermana, y que te hablen de todo: sus sueños, sus miedos, sus esperanzas, sus expectativas, sus momentos felices, tristes y sus momentos graciosos, lo que las aqueja y cuando sienten amor. Esto te hace pensar en la gran capacidad que tienen las mujeres de crear comunidad, bienestar y paz.