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Por: María Victoria Andrade López

Con una amplia sonrisa y una pollera de cayenas rojas, llega la señora Judith a la Plaza de la Paz. En medio del barullo de los carros frente a la catedral y la música sintética de unos tambores, su yerno, al ver unas siete personas en la fila, expresa: “ah, ya entendí. Usted es la que va a abrir el evento”. La señora Judith se defiende inocentemente “a mí me dijeron que debíamos llegar como a las cinco y media para no quedarnos sin puesto”. Me surge la pregunta ¿puestos en una rueda de cumbia? Pero no hago comentario alguno.

Una tradición que permanece viva

La turbaquera señora Judith ha vivido en Barranquilla 51 de sus 71 años, pero en todo ese tiempo no había participado en las tradicionales ruedas de cumbia que surgían en las calles de la Arenosa, más tradicionalmente en Barrio Abajo. Era notable la diferencia entre esas primeras reuniones y la que se iba a presenciar esa noche. Antes, de manera sencilla, los músicos se tomaban las calles para que las personas bailaran a su alrededor majestuosamente. Todos se conocían con todos y sentían los cantares, el tambo’ y la flauta de millo debajo de la piel. “Esa espontaneidad ya no es posible por los códigos de policía”, aclara una señora en la fila. Los extensos papeleos y permisos hacen casi imposible que un día cualquiera un grupo folclórico tome la decisión de congregar bailarines en la intersección de un par de calles. Pero a pesar de eso, esta tradición casi ceremonial se ha mantenido viva.

Esa noche se iba a llevar a cabo la denominada “rueda de cumbia más grande del mundo” bajo el nombre de Noche de Tambo’. Una tarima de metal estilo concierto se encontraba rodeada por tres hileras de vallas metálicas, haciendo espacio entre sí para formar dos calles en forma de anillos. Calles que esperaban la llegada de los amantes de la cumbia. Al percatarme de la ausencia de sillas en el lugar se lo digo a la señora Judith. Despreocupada contesta “pues si me canso me tiro en el piso, vine a bailar”.

 El tiempo fue pasando a la espera de poder entrar, las personas encargadas de la entrada respaldaron que se estaba demorando el acceso. Pero el tiempo no debilitaba el entusiasmo de los que se encontraban presentes. En medio de una brisa fría, no muy común para la fecha, aromatizada por una mezcla entre cigarrillo, whisky y platanitos, las personas desconocidas conversaban, reían y contaban anécdotas de sus vidas. La confianza era tal que una pareja de extranjeros se encontró con un barranquillero bilingüe con el que hablaron el resto de la espera entre risas y cervezas. En esa hilera viviente no importaba color, género, estrato, costumbre o ideología alguna. Todos iban con el propósito de experimentar, por nuevo o por añoranza, una tradición de nuestro pueblo.

 Desde adentro de las vallas, que delimitan la fila de personas con el evento, se acerca la reportera de un noticiero. La reportera llama a un grupo de jovencitas que se encuentran delante de nosotros. Las chicas, que llevaban sus polleras sobre los brazos, se las empiezan a poner y al ritmo sintético de los bafles empiezan a bailar para la cámara. “acérquese, para que también la graben” le invita un desconocido, ya entonadito, a la señora Judith. Ella niega con la cabeza, pero recordando lo que me había dicho en el carro le reproché “¿no me dijo que se estaba arriesgando a cosas que no había vivido antes? ”. Entre un titubeo de ir o no, su hija le dio un empujoncito y bien mandada fue bailando hasta quedar por delante de las chicas frente a la cámara. Pero con las mismas que fue se regresó, “no sé mover los hombros”. “Mamá pero si tú siempre has bailado”. La hija recordó con una sonrisa de añoranza que en el patio trasero de la casa de su abuela, en una paredilla blanca, sus primas mayores la mandaban a colocar derecha pegada a la pared “Afloja los hombro. Arriba, abajo. Ahora turna uno delante, uno a tras”.

Pajarito y Gaita

 Empezó a oscurecer. Ya las pacientes personas se mostraban impacientes y las alegres charlas comenzaron a cesar. A la señora Judith se le empezaron a cansar los pies, pero al mirar hacía atrás, la fila que le daba la vuelta a la esquina, sus pies tomaron nuevamente vida. Para matar el rato la señora Judith me aclara que en Bolívar se hace un baile similar.

-Yo asistía con mi esposo a eso de las 2 de la mañana, en la plaza del Guamo. Se llama Pajarito y los músicos sólo tocan un tambor gigante, unas maracas y la guacharaca. Se baila como este, al sentido contrario de las manecillas del reloj. Los hombres iban en el lado de adentro del círculo y las mujeres en el de afuera. Eso sí, eran varias ruedas porque cada una era familiar y de amigos. No entraba nadie extraño-

De la parte de atrás de la fila se pronuncia una señora proveniente del Guamo, nos cuenta que el Pajarito también se baila en Heredia y que ahora sí permiten que se haga una rueda grande, sean conocidos o no.

– Existe otro baile similar en el Guamo llamado La Gaita. Ese tiene más aparatejo, por ejemplo la gaita. Suena hasta mejor. Yo lo bailo con vela en mano-

Estos bailes, nos comenta, se hacen en diciembre, el día de reyes y mientras se celebran los carnavales.

 A unos minutos de dar acceso dividieron a hombres y mujeres. Sin empujones o faltas de respeto las persona iban ingresando, mientras sus sonrisas se volvían a encender. Los músicos todavía no subían, pero eso no evitaba que muchos tomarán sus polleras y sombreros, o que otros fueran sacando sus termos llenos del tan conocido líquido marrón, ya sea whisky o ron, o sus cervezas.

 Los músicos sonaron sus instrumentos y la rueda se empezó a formar, pero no todos estaban haciendo la rueda. Más de la mitad se encontraban en ella, pero el resto prefería mantenerse en un mismo lugar bailando, escuchando la música u observando cómo se arremolinaban las personas en la rueda mientras ellos bebían. “no, no, no. Allá se forma cipote e’ tumulto. Pa’ allá no voy” me dijo el yerno, mientras la señora Judith bailaba en su puesto por temor a su cadera. Todos gozaron esa noche a su manera, hasta los extranjeros que intentaban bailar como si sonara guaracha. La Noche de Tambo’, por la que no apostaban nada en sus primeras ediciones, como aseguró Lisandro Polo , ha demostrado ser todo lo contrario a lo que se esperaba.

Foto: María Andrade López

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