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Punto de inflexión.

“A contagiarnos la esperanza joven que tienen ustedes, esa esperanza que siempre está dispuesta a darle a los otros una segunda oportunidad. Los ambientes de desazón e incredulidad enferman el alma, dañan la esperanza que necesita toda comunidad para avanzar. Que sus ilusiones y proyectos oxigenen Colombia y la llenen de utopías saludables”, con estas palabras el Papa Francisco le pidió ayuda a los jóvenes para que encuentren la ‘Colombia profunda’.

La esperanza es uno de esos valores supremos que tanto criticó la corriente filosófica denominada nihilismo. El nihilismo sostiene que la vida carece de un significado o propósito objetivo, cuestionando aquellos conceptos promulgados por la filosofía socrática y el cristianismo. Para los nihilistas la vida no tiene ninguna finalidad superior, para ellos la vida es un devenir constante que se debe afrontar sin una moral preconcebida.

Pero el nihilismo no fue el primero que cuestionó alguno de los valores supremos. La mitología griega cuenta que Zeus, deseoso de vengarse de Prometeo, presentó al hermano de este, Epimeteo, a Pandora. Luego se casaron y como regalo de bodas Pandora recibió una hermosa caja, con instrucciones de no abrirla bajo ninguna circunstancia; pero a Pandora los dioses le otorgaron una gran curiosidad, así que la abrió. De la caja salieron los males más grandes del mundo, cuando atinó a cerrarla solo quedaba el espíritu de la esperanza. De ahí surgió el dicho popular: “La esperanza es lo último que se pierde”.

La caja de Pandora ha tenido diversas interpretaciones. Una de ellas es que si la esperanza estaba en la caja significa que también es un mal y si estaba en el fondo es porque es el mayor de todos los males.

En ese sentido, el filósofo Baruch Spinoza afirmó que: “la esperanza es una alegría inconstante, que brota de la idea de una cosa futura o pretérita, de cuya efectividad dudamos de algún modo”. Para Spinoza la esperanza está relacionada con el miedo, y esos dos sentimientos pueden generar una esclavitud voluntaria por parte de quienes la poseen. Agrega que esa es una estrategia de los gobernantes: Infundir miedo y hacer que la gente se abrigue en la esperanza.

A partir de estas perspectivas, podríamos decir que el mensaje del Papa Francisco es una forma más de dominio de los poderosos, algo con lo que se quiere sesgar a la sociedad. Podríamos decir que la esperanza nos mantiene ilusionado con una falsa expectativa. Entonces surge la pregunta ¿Qué pasa si no tenemos esperanzas? ¿Vale la pena vivir en un mundo desesperanzado?

En su última entrevista, el filósofo existencialista Jean Paul Sartre afirmó que “la esperanza forma parte del hombre; la acción humana es trascendente, es decir, apunta siempre a un objeto futuro a partir del presente en que la concebimos y en que intentamos realizarla”.

El filósofo alemán Ernst Bloch fue más allá con este concepto después de vivir dos guerras mundiales y sus consecuencias: un mundo desesperanzado. Para Bloch la existencia humana es inconclusa, entonces el humano es un ser inquieto que está expectante, anhelante y esperanzado del devenir: “la esperanza hace libre al ser humano”. El ser humano –dice Bloch- está puesto en el mundo como utopía encarnada que anima a construir en la historia una humanidad perfecta, una humanidad mejor; entonces, la única forma de transformar es desde la utopía.

Podemos decir que un baño de esperanza a un país que nació en guerra y está cerca de terminarla no cala mal. En un país donde unas élites se han instaurado en el poder con las peores artimañas posibles y se ha formado una enorme brecha social, donde parece utópico reclamar por la igualdad y los derechos ciudadanos, un mensaje de esperanza cae bien.

Eso sí, mientras volamos alto y soñamos en grande como nos dijo el Papa, hagamos acciones que nos encaminen a eso que tanto esperamos; entre todos soñemos, pero también hagamos, para que algún día esas utopías se conviertan en realidades, y encontremos la ‘Colombia profunda’.

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