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Por Martín Pacheco, María Camila Gil y Juan David Pérez

Teresa González hoy no trabaja, es domingo. Se levanta de un mueble blanco ubicado en la antesala de su casa. Abre una puerta, blanca también, parecida a la de una habitación. Es la sala principal. El silencio es protagonista. Solo se escuchan los pasos de Teresita, como todos la llaman, y el zumbido de las brisas a lo lejos que por esta época adornan a Barranquilla. “Ésta es la sala de mi mamá-abuela”, dice, enfatizando con su tonada barranquillera que a Esther Forero no le gustaba que la llamara abuela. Y se ríe mucho.  

Lleva puesta una blusa azul oscuro y un pantalón del mismo color y la misma tela. Acomoda una banca para sentarse al lado de unos muebles de madera con paja. “Esos muebles son de mi mamá Esther Forero”, dice. Los muebles a simple vista lucen nuevos, pero si diriges la mirada hacia las patas te das cuenta que una de ellas está rota.

Así lucen los muebles en la sala de la casa de Esther.

Encaramada a un árbol. A su árbol. Aquel árbol preferido entre todos los demás en medio de la escuela. Detallando y apreciando el verde de cada hoja a la luz del sol mientras los demás niños jugaban. Pensando. Meditando. Consagrándole tiempo a la creatividad y a los cuestionamientos que podría hacerse cualquier niña ordinaria, pero cuyo destino en este caso sería completamente extraordinario. Así recuerda Teresa González a su abuela, esa peculiar niña que, en vez de seguir la corriente, siempre marcó la diferencia desde sus más tempranas vivencias. “¿Siempre hablarán de lo mismo?”, cuestionaba sobre sus otras compañeritas. “¿Qué pensarán los profesores?”, reflexionaba también mientras disfrutaba del recreo durante sus días de estudio en el Colegio Americano de Barranquilla. Esa era una de las encantadoras historias que contaba Esther Forero a sus hijos. Historias de la vida diaria, de sus vivencias, de sus recuerdos. Recuerdos sin su nombre, sin su rostro. Pero a pesar de sus intentos de mantener en secreto la identidad de la protagonista de sus historias, su madre, Josefina Celis, bien conocía a esta niña y compartía el secreto con sus nietos.

Teresa quita algunos libros y telas de los muebles. “Están ahí para que los visitantes no se sienten y los dañen”, confiesa. Se pasa la mano por el cabello mientras se acomoda en la banca que había dispuesto. No está sola. Detrás está un cuadro, con una mirada penetrante semejante al famoso cuadro de Da Vinci, la Monalisa. Pero con una sonrisa que suaviza y expresa nobleza, es Esther Forero. “Ese cuadro fue un regalo de una artista plástica de la ciudad y mi mamá lo puso ahí”, dice Teresita. Quizás Esther Forero coleccionaba retratos de todo tipo. Las paredes del lugar parecen una galería de arte. Además, hay unos estantes que están llenos de portarretratos, figuras de ángeles y de la virgen María.

Teresita se levanta de la silla y camina hacia un retrato que está en el anaquel. La foto se ha pegado tanto al vidrio. Se nota por los puntos rojos que la han manchado. Tiene una sonrisa de oreja a oreja. Sus ojos brillan como dos astros en la bóveda celeste. Una blusa blanca con formas psicodélicas doradas deja en evidencia su buen gusto al vestir. “Era la foto favorita de mi mamá”, dice Teresita.

Esther Forero fue una mujer consciente de su gran legado artístico. Se preocupaba por que no la dejaran desaparecer. Incluso en sus años plateados mostraba gran interés por lo que era suyo. El desfile de la Guacherna, su Guacherna, tenía que bajar por la mitad de la ciudad, por la 44, y que llegara hasta el Barrio Abajo. En una ocasión quisieron cambiarla. El mismo alcalde fue hasta su casa pidiendo su aval y ella se opuso rotundamente. Contra su voz nadie podía disentir.

Y es que la mayor solicitud de la Novia de Barranquilla siempre fue que le cuidaran su Guacherna. Que se pudiera mantener como ese espectáculo pre-carnavalero único y nocturno lleno de faroles y luceros que siempre amó. Pero el Carnaval de Barranquilla no fue lo único de lo que esta legendaria mujer fue maestra.

Un hombre alto, de contextura gruesa, cabello negro, aparece por un pasillo que comunica la sala con las habitaciones. “Buenas”, saluda. “Es mi esposo Juan Carlos Carrillo”, dice Teresita mirándolo fijamente con una sonrisa en su rostro. “Es una de las personas que más sabe de mi mamá”, dice. Ella lo invita a tomar asiento. Él se sienta justo en la banca donde estaba Teresa sentada.

Juan Carlos, un comunicador social y docente de la Universidad Autónoma del Caribe, tiene una voz elegante y serena que confirma por qué fue él quien trabajó más de 15 años con Esthercita en la radio, para luego convertirse en el esposo de su nieta. Compartir una de las grandes pasiones de la artista y cultivar distinguidos recuerdos de la persona detrás del ícono es una dicotomía que no todos lograron balancear. Y es que distinguir a Esther de Esthercita no era tarea fácil.

El yerno de Esther recuerda perfectamente aquel día en que Esthercita llegó a la Universidad Autónoma del Caribe. Le pedía al decano que le recomendara un estudiante para trabajar con ella en la radio. Juan Carlos siempre se destacó en este campo. Pero nunca imaginó que su sueño de estar junto con aquella pionera de la radio en Barranquilla fuese a cumplirse tan rápido. En el primer momento que la vio, en la oficina de decanatura, se sorprendió al conocer un personaje que antes le parecía inalcanzable. Su impresión es mayor cuando mira la forma en que lo abordó. “¿Estás disponible para trabajar los sábados?”, le dijo sin mayor contemplación. Por supuesto que podía. Esthercita no le dio más detalles de ese primer día, además de decir que trabajaría con ella.

La espera de los días hasta el sábado a las 3 de la tarde fue lo más ansioso. Su mente no dejaba de imaginar cómo lo iba a hacer.  Ella ya llevaba mucho tiempo haciendo radionovelas, que era de lo que trataba el programa. En ese tiempo no habían muchas. “Ahora pienso y siento que lo hice bien porque me gané la coordinación del programa”, dice Juan Carlos.

“¡Miren, miren!”, exclamó Teresa un poco emocionada. Alza los brazos y muestra un vestido azul cielo brillante, es el mismo que tiene puesto Esthercita en uno de los pendones que están en la pared. “Ese vestido lo usó mi mamá en una de sus últimas presentaciones”, dice.

Mientras muestra cada detalle del vestido recuerda una anécdota que contaba un gran amigo de su mamá, Freddy Chacuto, compañero de trabajo en la radio. En una oportunidad estaban en un almacén de accesorios de costura. Todas las mujeres que se encontraban en el lugar hablaban de cuál botón era más bonito o qué color combinaba mejor. En medio de las diferentes conversaciones, Esther empezó a detallar los rostros para ver cuál se conectaba con ella para conversar algo más agradable. De repente vio a alguien, se saludaron con una sonrisa, poco a poco ella se fue acercando hacia el sujeto, y cuando está a poco menos de un metro se da cuenta que se trataba de un espejo.

Esther Forero no fue una abuela alcahueta. Y a pesar de esto, nunca le pegó a sus hijos. Nunca.

De rodillas, en un rincón de la casa, permanecía Teresa con sus hermanos si por algún motivo su abuela los encontraba asomados viendo a la calle por las antiguas ventanas de la casa que, en ese tiempo, quedaba ubicada en la calle 41. “Los niños decentes no ven a la calle”, decía. Su mayor deseo era enseñarles a tener una vida interior profunda. Hoy Teresa saluda a sus vecinos, claro, pero conserva aún muy celosamente esa intimidad de hogar, como ella lo define, heredada de su abuela.

La exigencia era en todas sus esferas. Como Esther y como Esthercita. Con sus canciones, con su trabajo y con sus amigos. Quizás por  eso se caracterizó por ser una mujer de pocos amigos.

Juan Carlos asiente con la cabeza enfatizando en la exigencia de Esther. A su mente llegan momentos de cuando trabajaba en el programa La Gente Opina. Todos los miércoles se reunían en la casa de Esther para dar las opiniones y armar la agenda informativa. El día de la emisión no permitía que se llegara a la hora del programa, sino media hora antes. Ese manejo con la radio, el trato con el micrófono y la forma de dirigir, lo aprendió en lo que le llamaba la escuela del padre de la radio en Colombia y Suramérica, Elías Pellet Buitrago.

Nunca siguió un libreto. Pero sí calculaba el tiempo, las cosas que se decían, cómo se iba a tratar el concurso del día; todo lo tenía organizado. Siempre quiso hacer una radio bien hecha. “Fue la mejor maestra que he podido tener”, recuerda Juan Carlos. Aunque no fue el único al que esta maestra de la radio enseñó.

En Puerto Colombia, desde una silla giratoria con un mueble de madera se  encuentra Julio Adán. La oficina tiene tres ventanas corredizas. Es la rectoría de un colegio. El colegio Unidad Porteña de Aprendizaje UPA, del que Julio Adán es el dueño. Nació en este municipio, aunque vive en Barranquilla, exactamente en en el barrio El Silencio, ubicado al suroccidente de la ciudad, lugar donde también está ubicada la casa de Esther Forero.

El profe, como le dicen a Julio Adán, tiene una voz jovial, denota su cuidado. Cualquier oyente pensaría que se trata de un hombre de treinta, pero no, tiene más de 50. Tal vez por esta voz Esthercita lo escogió entre tantos para trabajar con ella en la emisora La Voz de la Patria. “Me pidió que hiciera el show de Esthercita con ella, porque le gustaba mucho mi voz”,  dice Julio. Desde ese día Julio Adán hizo parte del “puñadito de amigos” de Esther Forero. Pasaron de la radio-teatro La Voz de la Patria a Radio Tropical, Emisora Atlántico y Radio Autónoma.

El carnaval de Barranquilla, en especial el Carnaval de los niños, fue otro espacio que fortaleció el vínculo entre ellos dos. “Siempre tuvo predilección por la niñez y la adolescencia. Decía que los niños son grandes pensantes y hay que acompañarlos en ese crecimiento”, dice Julio Adán sacando pecho mientras se acomoda en la silla.  

El puñadito de amigos2

La tarde ha caído. En un par de horas Teresita se va al desfile del Carnaval de los niños. Este año ha tenido que ir a los diferentes eventos del Carnaval de Barranquilla donde conmemoran la vida y obra de Esthercita Forero. Teresita mira una fotografía que está en la pared frente a ella. Es un cuadro que contiene varias fotos. Con su dedo señala el rostro de un hombre de tez blanca que luce un traje de cumbiambero. Es Jorge Gabriel Romero, dice Teresa.  

Gaby Romero, como es conocido, o doctor Romero, como le decía Esther Forero. Nunca tuvo una relación de trabajo con Esther. “Salíamos como dos novios de la misma edad a pesar de que ella era mayor”, dice Gaby Romero mientras se acomoda los lentes que lleva puesto. Se levanta. Camina hacia un mueble azul. Se detiene. Extiende su mano señalando el mueble. “Este mueble era el favorito de Esther, cada vez que venía a mi casa se acostaba aquí, antes tenía un estampado de animal prints”, confiesa. La conoció alrededor de los años 70, en el mundo de la radio, cuando Plinio Apuleyo Mendoza se vino a vivir a Barranquilla, porque en ese tiempo se había casado con una reina del carnaval, Marvel Moreno.  

Esther Forero en el cumpleaños de su gran amigo Gaby Romero.

Esther Forero le escribía canciones a sus amigos. Gaby fue uno de los afortunados. El Currambero. Así se llama la canción que la barranquillera le regaló.

“Acabamos de tocá y enseguida ya nos vamos, enseguida nos marchamos a casa de Gaby Romero, que aunque no es barranquillero, parece de Curramba, se baila una cumbiamba como todo un currambero”

Ay Gaby Romero, Ay Gaby Romero, Ay Gaby Romero tú eres ya barranquillero.

Recordar a Esther Forero es una mezcla de sentimientos para Gaby Romero. Sus ojos se han puesto pequeños y la voz cada vez es más frágil. Como si tuviese un nudo en la garganta. “Trabajó porque su naturaleza le pedía ser una artista, no porque quería ser una artista famosa. En la época de ella no le interesaba la fama. Ni siquiera tenía interés en el dinero. La gente se aprovechó de su nobleza”, dice.

Teresa mira hacia el techo de la casa. Lentamente hace los movimientos de unas notas musicales con sus manos. Abre la boca y con una voz suave, un poco introvertida, canta:

Se va Teresa contenta por la carretera blanca con la maleta con la ropa y el retrato de la mama y yo quisiera saber que le puede suceder cuando por allá tan lejos se acuerde de su casa.

“Esta canción me la compuso mi mamá cuando yo me iba a estudiar a Estados Unidos”, dice. Nunca se fue. No fue capaz de dejar a su madre sola. “Sin duda fue la mejor decisión que pude tomar”, dice entre risas mientras observa a su esposo.

Polos opuestos2

Esther era en realidad una persona extremadamente melancólica, cuenta Juan Carlos, mientras contrasta a su lado la sonrisa del arte de los 100 años del natalicio de la reina de La Guacherna. Encontrar melancolía en esta mujer es algo difícil para la mayoría de barranquilleros quienes, paradójicamente, hasta el día de hoy, la recuerdan y asocian con el carnaval, la alegría, el pueblo. “Ay mijo, una cosa es Esthercita y otra cosa es Esther Forero”, le dijo Esther a Juan Carlos en alguna ocasión.

La canción “Barranquilla en diciembre” logró captar un poco la distinción en su identidad. En su letra sobresale más Esther que Esthercita, llevando a la luz su natural nostalgia. Alguna vez Esther compartió con Juan Carlos: “para mí la Navidad no es alegría”. La abuela de su esposa Teresita no acostumbraba a hacer fiesta en las navidades. Se la pasaban en casa o iban a la casa de Julio Adán. Lo más importante para ella era estar rodeada de sus seres amados, “tomarse una colita”, como solía decir, y sentarse a recordar anécdotas e historias de sus canciones. Así vienen a la memoria del esposo de Teresita momentos y vivencias en esta casa, que por la época de carnaval se encuentra más colorida que lo usual.

Juan Carlos recuerda con especial sentimiento el último Día de las Madres. Para él, aquel 8 de mayo de 2011 fue prácticamente una especie de despedida. Esther ya no solía salir mucho de su casa. Acostumbraba a sentarse en su mecedora y a hablar de cual fuere el tema más interesante. Juan Carlos aprovechaba y grababa cuando conversaban. “Mijo, ¿por qué no damos un paseo por la ciudad antes de que se dañe el día?”, recuerda que le dijo como toda una premonición. Ese día recorrieron la ciudad, fueron a la iglesia de San Nicolás, la llevó a conocer la estación de Transmetro con nombre en su honor, fueron al Parque de los Músicos; visitaron toda la nueva ciudad. Ella vio cómo había cambiado, cómo había crecido Barranquilla. Un recorrido que, como novia de la ciudad, no podía quedar sin hacer.

Sobre su ciudad, Esther Forero tenía un deseo: que, así como en ciudades como Cartagena, Caracas o Lima, se mantuviera por lo menos una o dos calles en el Barrio Abajo donde se pueda representar la ciudad antigua. Una calle de arena, casas con techos de paja, ventanas de madera con cuadritos, andenes como la Barranquilla inicial. Todo esto para que cuando lleguen extraños y foráneos vean cómo inició la ciudad y cómo era la ciudad en los tiempos de Esthercita Forero.

Esthercita empezó como agente viajera de una empresa farmacéutica dentro de la misma ciudad. Sin embargo, el negocio se expandiría hacia los Santanderes. Para este trabajo buscaban a un hombre. Las mujeres también pueden, dijo y lo demostró. Se desprendió de su madre, siendo hija única, y se fue a lomo de mula por las montañas. Pensaron que se asustaría por ser mujer. Pero eso no fue impedimento alguno. En el viaje conoció Colombia, aprendió de ventas y forjó nuevas relaciones. Fue este mismo viaje el que le mostró las riquezas musicales de cada pueblo al que visitaba y que, posteriormente, reflejó en algunas de sus composiciones.

El no aceptar la expectativa social de tener que privarse de muchas cosas por ser mujer fue lo que hizo que Esther se convirtiera en Esthercita Forero. Para ese entonces, no era común ver a mujeres artistas. Gracias a su determinación fue la primera mujer que llevó la música del caribe colombiano al exterior. Luchó contra el machismo de la sociedad latinoamericana del siglo XX tanto en sus letras como en el vestuario. Porque se vestía de cumbiambera, pero también con la indumentaria del varón con el fin de representar la trietnia que se da en este baile.

La mujer también debe tener derecho

De mirar pa’ allá pa ‘onde le dé la gana’.

Este fragmento de su canción “Disimúlame”, cuya letra escribió antes de que las mujeres en Colombia pudieran siquiera votar, expresa el poder femenino de su persona y demuestra que era una mujer adelantada para su tiempo. Esto no fue problema alguno. Su empoderamiento la llevó a lugares con los que no soñó. Su primera gira la hizo en Panamá. Llevó su música por Venezuela y República Dominicana, siendo expulsada de este último por la letra de su canción “Disimúlame”. En ese momento el país se encontraba sumergido en la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo. Pero su travesía no acababa por esto. Siguió por Puerto Rico, Cuba y Estados Unidos. Y es que a diferencia de muchos artistas cuyo objetivo principal es alcanzar la fama, el suyo nunca tuvo que ver con la banalidad. Su naturaleza misma le pedía ser una artista, como afirma su gran amigo Gaby Romero. La devoción a su arte, a su tierra y a su luna le mantuvo siempre los pies sobre la tierra.

El dinero tampoco era importante. De la canción La Guacherna nunca se tomó ni un café, a pesar del éxito en muchas partes del mundo. Si a ella le pedían que cantara sin pagarle, ella lo hacía sin el menor problema. Esther Forero tenía una capacidad para ayudar a la otra gente, sin tener dinero. Así lo cuenta Gaby Romero.

Teresa se ríe y casi como la alegría de un niño al contar algo, estaba ella. “Ese ser aguacate lo heredó de su madre, así le decían por la falta de apego al dinero”. Josefina tenía un jardín infantil, de 20 niños que tenía, sólo cinco pagaban. Cuando una madre llegaba y no tenía dinero le decían: “ay, niña Jose, quiero que mi niño aprenda a leer con usted”. Ella aceptaba y a todos les daba merienda. Así era Esther, siempre dispuesta a ayudar sin esperar un favor económico.

Al final Gaby Romero tuvo que conformarse con ver a Esther feliz, aún cuando él hubiera querido verla en una mejor situación económica para que cumpliera al menos uno de sus más grandes deseos: conocer la India.

Todo pasa2

Esther Forero fue una persona que recibió muchos golpes en la vida, pero supo sobreponerse a cada uno de ellos. Los ojos de Teresa comenzaron a aguarse. La tonada barranquillera no era como al principio. De su boca las palabras no querían salir. “Es duro”, dice. Con palabras entrecortadas recuerda aquel 1968 cuando asesinaron a Iván, su padre. “Estábamos muy pequeños. Quedamos 4 a cargo de Esther, mi abuela. Por esta razón siempre la recuerdo como mi mamá”, confiesa.

Esther Forero junto a Iván, su hijo fallecido.

Lo bueno dentro de lo malo. Esther Forero creía en otra vida, en una energía creadora, creía en el maestro Jesús. “Todos tenemos un ciclo. Esa fue una piedra en el camino que cortó el ciclo de  Iván”, con esas palabras textuales de Esther Forero su nieta hoy la evoca. Nunca les mostró debilidad. Aunque al principio Esther Forero se alejó de Esthercita. Dejó en las calles de curramba la imagen de la mujer alegre. Se encerró en su mundo, el mundo de Esther Forero. Su inspiración se congeló en el tiempo. Pero no fue por mucho tiempo.

Esthercita volvió con fuerzas. En 1974 recuperó una tradición que le dio vida al Carnaval de Barranquilla. Desfiles nocturnos amenizados por cumbia, tambores y flauta. Lo que hoy se conoce como la Guacherna. Con esta composición Esthercita renace, pero no sólo ella, también el tradicional desfile que se estaba perdiendo.

Teresa este año lideró el desfile de la guacherna. “Fue algo muy bonito, ver que Esthercita Forero siempre quedará en el imaginario colectivo de los barranquilleros no tiene precio”, dice. La Reina del Carnaval, Carolina Segebre, le rindió homenaje al natalicio de Esthercita Forero. Interpretando al personaje de la canción Volvió Juanita, moviendo sus caderas y con la maleta de sueños recorrió la calle 44 hasta llegar a Barrio Abajo.

Esthercita fue una mujer que dio inmensa alegría al pueblo en medio de sus enormes tristezas. Su gente barranquillera, su arte, su carnaval mantuvo siempre viva su llama.

En el año 1996 la muerte de nuevo tocó la puerta de  Esther Forero. Asesinaron a Marcos, hijo de Iván, hermano de Teresa. Esta vez la estremeció el doble. Porque seguidamente murió Josefina Celis, su madre.  “Nuevamente tuvo la capacidad de volver a sonreír, creer en el futuro y hacer planes.  Una capacidad de bondad y amor más allá de cualquier circunstancia”, dice Teresa mientras se limpia las lágrimas de su rostro.

Esther Forero se mantuvo casi hasta el final con Esthercita. A los 81 años hizo una presentación en Estados Unidos y a los 83 años todavía trabajaba en la radio.

“Cuando estaba con ella aprovechaba cada abrazo porque tenía miedo, porque sabía que iba a llegar el momento. El estar mucho tiempo con ella me llenaba de mucho miedo, el pensar que iba a llegar el momento en que su cuerpo no iba a estar. Escuchar su voz en la radio, ver cómo la gente la recuerda me da duro, el ver sus cosas aquí, sus muebles, sus cuadros, el palito de matarratón, todo”, confiesa Teresa.

Cada recuerdo permanece perfectamente intacto en esta casa. Hace el esfuerzo por no quebrarse al  hablar de su madre. Los ojos se han puesto pequeños, como los de un niño regañado, pero el brillo permanece ahí,  reflejando que la luz de Esther Forero la lleva con ella. “Mi mamá me enseñó que ‘Todo pasa’, dice, con una sonrisa empapada de lágrimas. Y este dolor, en su momento, también pasará.

Una serie de imágenes para que conozcas un poco más del lugar donde Esther Forero vivió sus últimos 30 años. 

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