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Por: colectivo de Argumentación Periodística *

En un entorno donde las redes sociales tienen el poder de moldear tanto las percepciones como las decisiones colectivas, el discurso político ha mutado hasta convertirse en una herramienta cargada de emociones, falacias y estrategias polarizantes. De cara a las elecciones presidenciales de Colombia en 2026, esta tendencia no solo se consolida, sino que redefine las dinámicas de las campañas electorales.

Plataformas como X (anteriormente Twitter) han adquirido un protagonismo insoslayable en la comunicación política, permitiendo a los candidatos llegar directamente a los votantes, moldear narrativas y atacar a sus adversarios con una inmediatez y alcance sin precedentes. Un análisis de 42 trinos publicados durante el semestre 2024-1 (1 de enero hasta el 30 de junio) por seis aspirantes a la presidencia (representantes de izquierda, centro y derecha) evidencia un fenómeno inquietante: la argumentación sólida ha sido desplazada por un discurso emocional y falaz. Este patrón no solo muestra una evolución del panorama político, sino que también invita a una reflexión urgente sobre las implicaciones para la calidad del debate democrático y el futuro político del país.

La incursión de las redes sociales en el ámbito político colombiano no es un fenómeno reciente, pero su roll ha cambiado significativamente en los últimos años. Ya para las elecciones de 2018, estas plataformas habían demostrado ser herramientas efectivas para generar conexiones directas entre los políticos y los ciudadanos, facilitando la difusión de mensajes y la interacción inmediata. Según Diana Dajer, experta en comunicación política, “estas plataformas han democratizado el acceso a la información, permitiendo a los políticos posicionar sus mensajes y responder de manera directa a las inquietudes de los votantes”.

No obstante, advierte que este alcance masivo también conlleva riesgos, como la proliferación de desinformación y la manipulación emocional, que distorsionan el debate público y profundizan la polarización. En efecto, el análisis revela que el 60 por ciento de las interacciones en los trinos evaluados se originaron en contenido emocional o polarizante, mientras que los mensajes basados en datos y argumentos sólidos generaron apenas el 15 por ciento de las interacciones totales.

Esta preponderancia de lo emocional sobre lo racional plantea interrogantes fundamentales sobre la naturaleza del debate político actual. ¿Estamos discutiendo propuestas concretas y políticas públicas o estamos atrapados en un juego de emociones y conflictos?  El sociólogo Manuel Jair Vega Casanova, experto en comunicación para el cambio social, apunta que la información difundida en redes sociales tiene como objetivo principal generar sensaciones de desconcierto, miedo y jerarquización, en lugar de fomentar un análisis crítico y constructivo. Vega señala que los estrategas políticos diseñan mensajes que apelan a estas emociones para movilizar a sus bases, mientras que los ciudadanos ideológicamente polarizados amplifican estos contenidos al compartirlos con rapidez y frecuencia. Este ciclo perpetúa divisiones en la sociedad y refuerza narrativas polarizantes que rara vez conducen a un diálogo reflexivo.

Ya ha pasado antes

La capacidad de las redes sociales para influir en las elecciones no es una novedad en Colombia. En los comicios de 2018 y 2019, estas plataformas jugaron un papel decisivo al amplificar los mensajes polarizantes y moldear las tendencias de opinión pública. El informe del Centro Carter sobre las elecciones presidenciales de 2022 resalta cómo X ha evolucionado hasta convertirse en un terreno fértil para la propagación de estrategias polarizadoras.

Según el análisis, el 68 por ciento de los trinos revisados contenía elementos de polarización, mientras que el 57 por ciento apelaba directamente a las emociones. Además, el 35 por ciento de los trinos incluía ataques personales, siendo más comunes entre los precandidatos de derecha. En contraste, los mensajes propositivos representaron apenas el 18 por ciento del total, evidenciando una clara preferencia por el conflicto sobre el diálogo constructivo. Este panorama subraya cómo el diseño de las campañas digitales prioriza el impacto emocional a corto plazo sobre la profundidad argumentativa necesaria para abordar los problemas estructurales del país.

El uso de falacias en el discurso político digital es otro aspecto alarmante de esta dinámica. Estrategias como el ad hominem (ataques personales), el hombre de paja y la apelación ad populum son recurrentes en los mensajes de los precandidatos. Delgado y Montes, especialistas en comunicación política, sostienen que estas tácticas son comunes en las campañas digitales porque permiten desacreditar a los adversarios y movilizar a las bases mediante narrativas simplistas pero efectivas. En el caso de los precandidatos de izquierda, el 70 por ciento de sus trinos se centró en críticas al gobierno actual, mientras que los de derecha dedicaron el 55 por ciento de sus mensajes a ataques hacia sus oponentes. Estas cifras revelan una estrategia clara: priorizar el conflicto y la polarización por encima del diálogo reflexivo y las propuestas concretas.

Figuras como María Fernanda Cabal y Daniel Quintero Calle ejemplifican estas tendencias. Cabal recurre con frecuencia a un lenguaje despectivo y divisivo, calificando a sus adversarios como “traidores” o “enemigos de la patria”, mientras que Quintero adopta una postura victimista, apelando a la indignación colectiva con mensajes cargados de emoción, pero carentes de datos o propuestas concretas. Aunque estas tácticas generan una gran respuesta emocional en sus audiencias, también refuerzan la polarización y la desinformación. En contraste, candidatos como Juan Daniel Oviedo destacan por su esfuerzo en presentar argumentos basados en datos y evidencias. Sus trinos incluyen cifras oficiales y referencias a informes, lo que les confiere una mayor credibilidad. Sin embargo, este enfoque tiene un alcance limitado en un entorno dominado por la viralidad de los contenidos emocionales.

El impacto de estas dinámicas no se limita a la calidad del debate democrático, sino que tiene implicaciones más amplias para la sociedad colombiana. La excesiva dependencia de estrategias emocionales y falaces perpetúa divisiones preexistentes y dificulta la construcción de un diálogo nacional inclusivo y reflexivo. Merino y Cruz, investigadores en comunicación, destacan que los mensajes cargados emocionalmente, tanto positivos como negativos, tienen una mayor probabilidad de ser compartidos, lo que amplifica su alcance, pero disminuye su profundidad informativa. En este contexto, las redes sociales no actúan como plataformas de diálogo constructivo, sino como campos de batalla narrativos donde predominan los ataques y la desinformación.

De aclamaciones y algoritmos

Gustavo Morales Vega, docente PhD en Ciencia Política de la Universidad del Norte sostiene:“Nosotros construimos el mundo a partir de relaciones dialógicas. De lo que se dice aquí una cosa dice el otro lado la otra, y se ajustan los argumentos, se discute, se argumenta, se superan los argumentos en la realidad, aquí en el mundo virtual se construye la realidad, pero no a partir de la de la deliberación, sino de la aclamación.” Esto indica la dificultad para realizar debates sanos y constructivos en redes sociales debido a la forma en la que los algoritmos están estructurados.

Un ejemplo paradigmático de estas dinámicas es el análisis de los discursos en X durante el periodo estudiado. Mientras que María Fernanda Cabal y Miguel Uribe Turbay se dedican a desprestigiar al gobierno Petro a través de publicaciones cortas, fáciles de leer y con una carga emocional muy alta; Daniel Quintero Calle, por su naturaleza izquierdista, se dedica a defender a capa y espada al gobierno cayendo en el mismo tono sensacionalista. Ambas partes buscan persuadir a los usuarios sin dar ningún tipo de dato o cifra que los respalde. Por otra parte, Oviedo busca destacar por su enfoque racional y basado en hechos sin dejar de criticar al gobierno y defender sus propias posturas, su eslogan es “oposición constructiva”. Sin embargo, este esfuerzo no siempre se le traduce en un mayor impacto, lo que manifiesta una preferencia del público por los contenidos más sensacionalistas. Según Castells, la estructura de X, con su límite de caracteres y su énfasis en la viralidad, favorece la simplificación y la carga emocional, dificultando la difusión de análisis profundos y propuestas estructuradas. Este fenómeno pone en riesgo la capacidad de las redes sociales para actuar como espacios de deliberación democrática.

De cara a las elecciones de 2026, el panorama no es alentador. Si las actuales dinámicas persisten, es probable que las campañas estén dominadas por la polarización y las tácticas emocionales. Sin embargo, también existe la posibilidad de que surjan movimientos ciudadanos y candidatos comprometidos con restaurar un debate más ético y constructivo. El informe del Centro Carter sugiere que una combinación de educación mediática y ética en la comunicación política podría contrarrestar las dinámicas actuales, fomentando un entorno más racional y menos divisivo.

En este contexto, los candidatos que logren equilibrar emoción y argumentación basada en hechos podrían destacarse como líderes capaces de fomentar un discurso constructivo y atraer a una ciudadanía cada vez más exigente en términos de transparencia y responsabilidad. Esta estrategia no solo tendría un impacto positivo en la calidad del debate democrático, sino que también podría generar una mayor participación ciudadana en el proceso electoral.

* Alejandro Berdugo, Andrea Morales Cabrera, Lisseth Camila Rodríguez, María Fernanda Jiménez Urrea, Michelle Andrea Duran Gómez y Santiago José Hernández Gutiérrez.

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