Por: Estefanía Venegas – [Alianza Informativa con el CERI]
En este 21 de abril de 2025, un Lunes de Pascua, el Papa Francisco se despide del mundo a los 88 años. Así lo confirmó el Vaticano en un breve comunicado publicado en horas de la mañana. Su muerte ocurre tras un deterioro progresivo de su salud que, a principios de este año, lo había conducido a una hospitalización por neumonía. Hoy, millones de creyentes dicen adiós a uno de los pontífices más influyentes en la historia de la Iglesia Católica.
De nombre secular Jorge Mario Bergoglio, el cardenal argentino asumió el rol de Sumo Pontífice el 13 de marzo de 2013 tras la renuncia de su predecesor, Benedicto XVI. Francisco marcó un antes y un después en la Iglesia: se convirtió en el primer papa proveniente de América y, además, en el primer latinoamericano en ocupar este puesto. Fue también el primer papa en pertenecer a la orden jesuita, caracterizada por la humildad y el servicio a los marginados. En esta misma línea, Bergoglio fue el primero en escoger el nombre “Francisco” en honor a San Francisco de Asís, un santo conocido por su austeridad y sencillez. Indudablemente, estos valores fueron determinantes en su trayectoria religiosa.
¿Quién fue Francisco?
Bergoglio nace en 1936 en el seno de una familia de inmigrantes en Buenos Aires, donde fue bautizado y educado según la fe católica. Mientras estudiaba en una escuela industrial, tuvo empleos peculiares —por ejemplo, como portero de una discoteca— para sostenerse económicamente. Finalmente se gradúa a los 17 años y trabaja como técnico químico durante algunos años. Sin embargo, desde temprana edad siente el deseo de incorporarse al clero.
En 1957, a los 21 años, decide convertirse en sacerdote e inicia el noviciado en la Compañía de Jesús. Culmina el seminario en Chile, donde estudia teología y filosofía. Poco tiempo después regresa a Argentina y se desempeña como profesor en la década del 60. Es en esta época donde aprende las enseñanzas de la Filosofía de la Liberación y la Teología del Pueblo. Estas corrientes filosóficas surgidas en Latinoamérica priorizan el acercamiento a los pobres y abogan por el servicio de la Iglesia a los excluidos. Dichas ideas influenciarían ampliamente las reformas impulsadas por Francisco durante su papado.

En 1969, a los 32 años, Bergoglio es ordenado sacerdote. Solo cuatro años después, en 1973, su labor lo lleva a ser nombrado jefe provincial de la orden jesuita en Argentina, cargo que ocuparía hasta 1979. En este momento, su país estaba pasando por uno de los episodios más oscuros de su historia: una dictadura cívico-militar que reprimió, torturó y desapareció a aproximadamente 30 mil ciudadanos, incluyendo sacerdotes que ayudaban a los pobres y eran vistos como disidentes políticos a los ojos de la junta militar. Más adelante, Bergoglio sería criticado por no asumir un rol más activo en contra de la dictadura, e incluso fue acusado de haber colaborado con el régimen delatando a otros sacerdotes. Sin embargo, se comprobó que ayudó a los opositores y salvó a más de 100 personas de ser capturadas. En el
ocaso de la dictadura, Bergoglio exigiría justicia para las víctimas al declarar como testigo de crímenes de lesa humanidad llevados a cabo por el Estado argentino.
En años siguientes seguiría escalando dentro de la jerarquía de la Iglesia. En 1992, Bergoglio fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires. En 1997, se convierte en arzobispo, y en 2001, en cardenal, asumiendo el liderazgo religioso a nivel nacional. Al morir Juan Pablo II en 2005, Bergoglio fue considerado como candidato a sucederlo, pero Benedicto XVI fue finalmente elegido.
Un papado que rompió esquemas
Aunque no era un favorito en el cónclave de 2013, el cardenal argentino logró convertirse en papa. Desde el anuncio de su elección, Francisco desafió las antiguas tradiciones papales en favor de costumbres más sencillas. No quiso presentarse en la plaza de San Pedro con la lujosa capa roja usada por sus antecesores, sino que optó por una túnica simple, una cruz y un anillo de plata que tenía desde su arzobispado. Incluso como máximo líder de la Iglesia Católica, Francisco nunca abandonó la sencillez que lo caracterizaba. Rechazó la tradición de vivir en el Palacio Apostólico y se instaló en un simple apartamento de la Casa de Santa Marta. Además, ordenó la construcción de dormitorios y duchas para los habitantes de calle cerca de su residencia.

Francisco inició una nueva era en la que la Iglesia estuvo más inclinada a los pobres y marginados de la sociedad. En varias ocasiones, el Papa llamó a los feligreses a expresar empatía hacia quienes más la necesitaban. Por ejemplo, en 2023 lavó los pies de jóvenes presos, recordando que, a los ojos de Dios, ellos también son sus hijos. En este tipo de eventos, el Sumo Pontífice confirmaba su compromiso con hacer de la Iglesia un centro de inclusión, tolerancia y aceptación para todos.
En esta misión, el Santo Padre también dirigió su simpatía hacia los migrantes y refugiados en medio de la crisis migratoria que enfrentaba Europa. Viajó a los puntos de entrada en el Mediterráneo, acogió a recién llegados y pidió que se recibieran a los migrantes con hospitalidad en lugar de hostilidad. Sus opiniones le ganaron muchos detractores, pero Francisco continuó defendiendo a los más necesitados.
A lo largo de su papado, dirigió duras críticas a un amplio abanico de temas: los gobiernos que ignoraban la desigualdad y la pobreza; la explotación laboral; la exclusión social; la destrucción del medio ambiente; las guerras; entre otros. La franqueza de sus posturas y su valentía para denunciar las injusticias hizo de él un símbolo de esperanza para muchos. Además, contribuyó a restaurar la imagen de una Iglesia que trabaja para el pueblo.
Una Iglesia más abierta: del silencio a la acción
Durante su pontificado, el Papa Francisco abordó temas tabúes sobre los que sus antecesores y los demás miembros de la Iglesia han preferido callar. Desde un punto de vista más inclusivo, defendió los derechos de la comunidad LGBT+ y apoyó las uniones civiles de personas del mismo sexo. Aunque no modificó la doctrina oficial de la Iglesia con respecto al matrimonio igualitario, sus declaraciones desafiaron prejuicios históricamente arraigados hacia la comunidad. Un ejemplo de inclusión ocurrió cuando el Santo Padre abrió las puertas del Vaticano a casi 100 mujeres transgénero, muchas de ellas trabajadoras sexuales. Ellas, que habían vivido la violencia y el rechazo social, fueron recibidas por Francisco con comida, consuelo y una mano amiga.
Asimismo, el Papa Francisco se refirió a los abusos sexuales dentro de la Iglesia. Luchó contra la impunidad al expulsar a sacerdotes responsables, creó comisiones para investigar los crímenes y propició encuentros con víctimas para romper el silencio. Con sus ideas despertó el desdén de los sectores más conservadores de la Iglesia, pero también la admiración de millones alrededor del mundo. Aunque se mostró abierto en estos temas, Francisco mantuvo visiones conservadoras sobre la eutanasia, la pena de muerte y el aborto, los cuales rechaza rotundamente.

En los últimos años, el Sumo Pontífice intensificó su llamado a la paz global, especialmente refiriéndose a conflictos armados y crisis humanitarias. Un ejemplo reciente fue su búsqueda de un alto al fuego en Palestina, su reunión con familiares de rehenes israelíes y también con familiares de palestinos encarcelados por Israel. Del mismo modo, criticó duramente los crímenes de guerra cometidos en la Franja de Gaza y mantuvo un canal de comunicación con la Iglesia de la Sagrada Familia ubicada allí. Durante 18 meses, Francisco llamó cada noche al padre Gabriel Romanelli como muestra de solidaridad hacia las personas que se refugiaban dentro de la iglesia. Incluso durante su hospitalización, insistió en realizar esta llamada diaria. Su compromiso con la paz nunca se apagó.
El Papa Francisco deja atrás un legado innegable. Sus esfuerzos por reformar la Iglesia, acercarla a creyentes y no creyentes, y abrir sus puertas para todos, lo destacarán por siempre como uno de los líderes religiosos más humanos de la historia. Su voz, apoyada por unos y criticada por otros, quedará como un recordatorio constante de una Iglesia que se atrevió a mirar de frente al mundo.