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Por: Marianella Suárez Monsalve

Uruguay y el mundo despiden con pesar a uno de los líderes políticos más auténticos y queridos de las últimas décadas. José “Pepe” Mujica, expresidente uruguayo, falleció este martes 13 de mayo de 2025 a los 89 años tras una larga lucha contra un cáncer de esófago que se había extendido hasta su hígado. Murió en su casa, la famosa chacra de Rincón del Cerro, rodeado de sus afectos y fiel a sí mismo hasta el último momento.

La noticia sacudió a América Latina y generó una avalancha de homenajes en todo el mundo, no solo por su trayectoria política, sino por el símbolo que representó: un hombre que vivió con humildad, gobernó con ética y se enfrentó al poder sin jamás doblegar sus convicciones.

Un líder forjado en la lucha y la cárcel

José Mujica no fue un político común. Fue guerrillero, preso político, agricultor, legislador y presidente. Su historia es la de una vida entregada a la lucha por la justicia social. En los años 60 fue integrante del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros, organización guerrillera de izquierda que buscaba transformar el sistema político uruguayo. Por su militancia, fue detenido y torturado durante la dictadura militar. Pasó casi 15 años en prisión, gran parte de ellos en condiciones infrahumanas, aislado, encerrado en un aljibe y con secuelas físicas y psicológicas permanentes.

Sin embargo, al recuperar la libertad en 1985 con la vuelta de la democracia, eligió el camino de la política institucional. Fue diputado, ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, y finalmente presidente de la República entre 2010 y 2015.

Un presidente distinto: del Palacio a la chacra

Como presidente, Mujica rompió todos los moldes. Rechazó vivir en la residencia presidencial de Suárez y Reyes y continuó en su modesta chacra, acompañado por su esposa, la también exguerrillera y senadora Lucía Topolansky. Vestía sin lujos, conducía su viejo escarabajo Volkswagen de 1987 y donaba casi el 90% de su sueldo a causas sociales. Su estilo de vida austero y su discurso honesto le valieron el apodo del “presidente más pobre del mundo”, un título que aceptaba con humor pero que prefería transformar en reflexión: “No soy pobre. Pobres son los que necesitan mucho para vivir”.

Pepe Mujica sosteniendo la bandera de Uruguay // RTVE.es

Durante su presidencia impulsó políticas progresistas que posicionaron a Uruguay como referente regional. Legalizó el matrimonio igualitario, despenalizó el aborto y reguló el mercado del cannabis, medidas que despertaron controversia pero también admiración a nivel internacional por su audacia y su visión humanista.

Un legado que trasciende la política

Pepe Mujica no solo dejó huella por lo que hizo, sino por cómo lo hizo. Su lenguaje directo, su sabiduría campesina, su crítica feroz al consumismo y su defensa de la política como herramienta de transformación inspiraron a millones de personas, incluso fuera del ámbito político.

Su discurso ante la ONU en 2013, donde criticó el modelo de desarrollo basado en el consumo y apeló a la conciencia colectiva del mundo, quedó grabado como uno de los momentos más memorables de su vida pública. “Venimos al planeta a ser felices, no a ser esclavos del mercado”, dijo entonces.

En los últimos años, su salud se deterioró progresivamente. A inicios de 2021 fue diagnosticado con un cáncer, pero en enero de 2025 sorprendió al país al anunciar que dejaría de recibir tratamiento.

Reacciones en todo el mundo

Tras conocerse la noticia de su fallecimiento, las redes sociales y los medios se llenaron de mensajes de despedida. Evo Morales, Lula da Silva, Gabriel Boric y otros líderes latinoamericanos también lo recordaron con respeto y admiración.

Organizaciones sociales, estudiantes, campesinos, activistas y ciudadanos de a pie también expresaron su dolor por la partida de quien muchos sentían como uno de los suyos.

Un símbolo eterno

Pepe Mujica no solo gobernó, no solo resistió. Representó algo más profundo: la posibilidad de una política sin cinismo, una vida sin excesos y una coherencia rara en tiempos modernos. Su figura permanecerá como referencia de dignidad, de rebeldía con causa, y de la idea de que un mundo mejor no es una utopía, sino una tarea colectiva.

Este martes, el Uruguay entero guarda luto. No solo por la pérdida de un expresidente, sino por la partida de un hombre que eligió la sencillez como forma de vida y la lucha como destino. Como él mismo dijo alguna vez: “Triunfar en la vida no es ganar, es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae”.

Hoy, el mundo pierde un referente. Pero su ejemplo, ese que no necesita monumentos ni estatuas, vivirá en quienes aún creen que la política puede ser un acto de amor.

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