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Por Luz Celeste Payares

Cientos de personas transitan diariamente por las calles de Barranquilla: personas del común, empresarios, empleados, padres, hijos, estudiantes… todos llevan su prisa. Sin embargo, el común denominador de todos ellos es acercarse a una carretilla de frutas cuando se encuentran con una. No dudan en llevarse lo que para ellos significa un “con esto aguanto hasta llegar a casa”, y lo que para el vendedor significa una ganancia más.

Los primeros momentos. Cuatro de la madrugada es la hora indicada para estar en el mercado de Barranquilla y recibir las frutas más frescas y a mejor precio. A la hora de escoger qué irá en la carretilla, los fruteros se deciden por aquellas que están en temporada. En esta época el mango y el mamón resultan ser la mejor opción. un bulto del primero es comprado en 40 mil pesos, pero es necesario comprar dos, porque la demanda de clientes así lo exige. De igual forma, dos bultos de mamón resultan ser los indicados, en los cuales se invierten 55 mil pesos.

Una vez escogidas las frutas y pagado las mismas a los abastecedores, llega la hora de salir a recoger lo invertido en las frutas y sacar las ganancias que van al hogar.

La técnica de venta. Una de las decisiones más importantes es escoger el sitio donde se instalará la carretilla con frutas, en este caso mango y mamón. Deben ser zonas donde el flujo de personas sea mayor, por ejemplo, las esquinas y los sitios cerca a las estaciones y paradas de Transmetro.

Otro aspecto a tener en cuenta es la forma de vender. Debes ser carismático y arriesgado para ofrecerle el producto a cualquier persona que pase por el negocio. Además, es preferible que les digas a tus clientes cuán bien lucen. Si es una mujer, el piropo y las palabras bonitas, pero respetuosas, no faltan. Si se trata de un caballero, los cumplidos con respecto a su pinta son imprescindible. De igual forma, los clientes deben ser tratados como si fuesen los dueños del carretón., dejar que escojan las frutas que quieren llevar y con qué las quieren acompañar: sal, limón o pimienta, a veces todos juntos o simplemente la fruta sola sin pelar. Todo depende de los gustos del cliente.

Precios al vender. El precio de venta por unidad o por porciones debe ser flexible para los clientes y ganancioso para el vendedor. Como es temporada, un mango vendido en 2 mil y 3 mi pesos, dependiendo de su tamaño. En el caso de los mamones, se vende dependiendo de lo que quiera comprar el cliente, o de lo que tenga. Por ejemplo, mil de mamón son tres gajos aproximadamente. Si el cliente solamente quiere 500, la cantidad se reduce a la mitad y si quiere el doble o el triple se aumenta exponencialmente. Sin embargo, no falta el cliente que quiere la popular ‘ñapa’, y como son ellos quienes tienen la razón, el frutero le ofrece para tenerlos felices y asegurar que se acercarán al establecimiento en otra ocasión. No obstante, existen clientes que quieren más de lo que se les puede dar, alegando que es muy poco y que en otros lugares reciben más por menos. Esta situación obliga a que el vendedor tome decisiones: darle al cliente lo que le pide aunque eso signifique pérdidas , o no venderles nada.

Amigos aliados. Lograr vender frutas no es un trabajo solamente del dueño de la carretilla. Al establecimiento se acercan amigos vendedores: el aguacatero, el que vende bebidas energizantes, la vendedora de tinto, el vendedor de chicha, el que vende dulces en los buses, los amigos que llegan a hacer relevos cuando el dueño tiene “vueltas pendientes”. Ellos ayudan buscando clientes, atendiendo a los que llegan, cuando el frutero no tiene vuelto, los demás le prestan, y si es al revés, también. Así mismo hacen domicilios exprés: llevan la venta a quienes están en el carro esperando el cambio del semáforo o a quienes están esperando los buses en las estaciones y no pueden salir: estos amigos aliados cruzan la calle, regresan con el pago, de nuevo regresan porque el cliente quiere más, a veces menos, en ocasiones es por el vuelto… A cambio, les es permitido tomar del carillón los mamones que quieran, o simplemente quedarse a hablar y pasar el rato.

Espacio público. Los fruteros, al igual que todos los vendedores ambulantes, deben vivir diariamente la odisea que representa evadir a los agentes del espacio público. Solo falta que uno de los aliados avise con un grito: “ahí viene el camión”, y los fruteros, empujando rápidamente sus puestos ambulantes, cambian de lugar. En algunos casos tienen conocidos entre estos agentes, los cuales les permiten quedarse en el sitio a cambio de una colaboración de mil o dos mil pesos. Pero no siempre es así, y estos vendedores, aferrándose a su única forma de ganarse la vida, se ven obligados a enfrentarse a quienes les quieren arrebatar sus puestos, muchas veces de manera violenta.

Jornada y alimentación. La jornada de un frutero va desde la madrugada, cuando va al mercado de las frutas, hasta la noche, cuando la carretilla está casi vacía. Tal jornada es continua, lo que significa que no regresa a su hogar en ningún momento del día, por lo tanto la alimentación es fuera de casa. Para almorzar, se tiene un restaurante conocido, para que el precio sea cómodo. Cuando va siendo la hora de comer, un par de niños son enviados a informar el menú del día, espera la confirmación y cuántas unidades se pedirán, porque en algunos casos los amigos aliados se quedan a almorzar. Es así como el carretón, antes el medio para ganar dinero, ahora se convierte en un rústico comedor al aire libre, en las calles de Barranquilla, visto por todo el que transita por ellas.

Ventas y ganancias. Las ventas son abundantes, a causa de lo mucho que las frutas maravillan a aquellos que van cansados del trajín diario y buscan algo natural, que los acerque un poco más al campo. En esos momentos no importa si se trata de una persona joven o mayor, rico o pobre, un empresario o un habitante de la calle. Todos se acercan y son bienvenidos en ese aparato hecho con tablas, cuatro ruedas y un manubrio de carro para dirigirlo. En cuanto a las ganancias, lo importante es ganarse primero lo invertido por la mañana en el mercado, y luego procurar recoger lo que se llevará a casa, para el sustento diario. Gracias a la gran masa que se acerca en todo momento, al cabo de las dos de la tarde, se tiene lo que se invirtió. Lo que queda es seguir trabajando por las ganancias. Cabe resaltar que es casi invisible la manera cómo los bolsillos se llenan, porque el frutero, concentrado en su trabajo, no se fija de cuántas personas se acercan a comprar, y al final resultan ser más de doscientas.

Foto vía: Internet

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