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El destacado periodista colombiano habla sobre Barranquilla y su música. Por sus respuestas y reflexiones pasan Esther Forero, José María Peñaranda, Shakira, Joe Arroyo, Te olvidé, los combos y orquesta venezolanos del siglo XX. Y un gallo fino canta orgulloso en el fondo.

Por: Javier Franco Altamar

Desde este piso 26, Cartagena es una postal brillante de edificios y muelles dispuestos a orillas de la herradura de la bahía. Dado el extremo del sofá que escogió para degustar su café mientras charlamos, Juan Gossaín -anfitrión y dueño del apartamento-, es el único de nosotros que puede ver, de frente, la monumental imagen de Nuestra Señora del Carmen, blanca ella en medio de un enorme bostezo de mar.

Ahora lo recordamos: aquella imagen es antigua y nueva al mismo tiempo, porque fue devuelta a su pedestal, luego de dos años de restauración, con los fragmentos que alcanzaron a salvarse de un rayo de tormenta. Además, esa Virgen fue bendecida por el Papa Francisco durante sobrevuelo de helicóptero en septiembre de 2017.

Es una estructura colosal, pero con un poco de atención y un esfuerzo adicional, podríamos alcanzar a verla reflejada ahora en las gafas de montura gruesa de Gossaín. Allí se plantará luego de haber atravesado, convertida en un haz de luz, el vapor de la taza de café. Son 35 toneladas de mármol impoluto convertidos ahora en un trazo luminoso, minúsculo y solitario en el cristal corrector. En ese mismo instante, cuando la veamos allí, advertiremos que nuestro anfitrión está a punto de abrir la boca. Parecerá inminente que va a decir algo sobre aquel monumento admirable, o quizás lanzará un apunte histórico sobre la Estrella del Mar; pero sus primeras palabras revelan la verdad: su vista anda por otros lares:

 – ¿Y qué tal la Guacherna de Esthercita?–, dice.

La pregunta parece haber saltado de la nada, pero no es cierto. Lo que pasa es que segundos antes, habíamos abandonado una charla solemne que nos había traído desde Barranquilla, y hemos empezado a paladear una espumosa mezcla de música y café. En consecuencia, el Monumento a la Virgen es, si acaso, un testigo mudo, imponente y lejano de la ruta reflexiva de nuestro anfitrión, iluminada por Esther Forero.

Gossaín luce fresco y suelto dentro de su indumentaria de tonos pasteles. La barba es de canas cortas, y en la nariz libanesa, lleva las eternas gafas correctoras convertidas, hace unos segundos, en el espejo de la Virgen. Está sentado no como si estuviera en el otro extremo de su butaca de balcón, sino en un trono.

-Hay que ver las canciones de Esthercita Forero -agrega en medio del trance-: Gran señora, gran amiga. Ella habla de esas noches de la ciudad, del caño de la auyama saludando al Magdalena, de las calles de mi vieja Barranquilla…

En efecto, Esther Forero Celis, reconocida como ‘La novia de Barranquilla’ es referencia obligada en el canto a la capital del Atlántico. Lo es porque, en su caso, no se trata solo de menciones fáciles aceitadas por el amor; sino de la ciudad viva en el escenario de sus propios latidos. Lo de Esthercita es una obra de arte, un zurcido de sus notas entre cuyos hilos está un nombre, un ícono, un barrio, una calle, un sentimiento, un accidente geográfico, y cualquiera de los elementos propios de la atmósfera y el ambiente de la ciudad.

Nelson Henríquez y Esther Forero

Canciones que son vida

Dice Duch que la lectura de novelas implica, para muchos, una cierta manera de habitar la ciudad porque, “a menudo, la verdadera experiencia, más que concretarse en realidades específicas y palpables, se vive en el recuerdo y la distancia”. Si eso es verdad, los equivalentes funcionales de estar en Barranquilla son las canciones de Esthercita.

Una de esas canciones es ‘Mi vieja Barranquilla’, esa que ahora se desliza, como un susurro, en las palabras de Gossaín. Por su aliento de nostalgia, esta pieza constituye un capítulo principal en la poesía de Esther Forero. Dicho en otras palabras, es el punto de partida para leer a la Puerta de Oro de Colombia. Porque en la obra de Esthercita -un poco allá, un poco acá, o casi por completo en alguna que otra canción- se despliegan los músculos de la ciudad con sus nombres, se mecen los árboles de matarratón, se siente el olor de guayaba, y se puede degustar una ciruela. Pero sobre, en los versos de Esthercita se siente, como si fuera un apretón, la fuerza apacible del río Magdalena, amante secreto de esa luna “chiquitita y morenita”, adorno exclusivo de nuestro cielo. 

Presencia especial tiene, en la voz eterna de Esther Forero, el Barrio Abajo con su resplandor. Fue el entorno fundacional donde ella vivió de niña, y donde fue testigo de tropeles nocturnos de bailadores y del trago que se repartía de puerta en puerta. Algo parecido vio ella después -a principios de los años 60 del siglo pasado- en Santiago de Cuba. A ese desfile le llamaban ‘La Conga’ en la isla. 

De la suma de estas dos experiencias nació el único desfile a oscuras del Carnaval de Barranquilla: La Guacherna, muestra folclórica y musical de viernes por la noche, una semana antes de los cuatro días de fiesta. La canción sobre la que Gossaín preguntó al comienzo se refiere a este evento, obra que ya superó, hace bastante tiempo, los límites locales por cuenta de los Melódicos de Renato Capriles, pero, sobre todo, en el listado de merengues de la agrupación Los Vecinos de República Dominicana. ¡Qué canción, por Dios!

La Guacherna: Los Vecinos

En este momento, ahora que, en un nuevo sorbo, el vapor de la taza y la barba canosa parecen un mismo brochazo, es claro que Gossaín no está paladeando el café, sino el recuerdo musical de Esthercita. El fotógrafo que me acompaña aprovecha para hacerle más fotos, y dado el escenario que nos rodea, el fondo será siempre el mismo: estantes de libros en lugar de paredes. Hay tantos libros por todos lados que aquello bien podría pasar como la biblioteca más alta del mundo. Y no sería exagerado decirlo porque Gossaín asegura que, además de este nivel donde estamos, hay otros dos llenos de ejemplares impresos.

-Una amiga especialista me visitó y dijo que son como 19 mil libros. Puede ser-, respondió cuando le pregunté. En ese momento, acababa de abrir un diccionario árabe que sacó de uno de los estantes de la sala. “Era de mi padre”, dijo.

Gossaín frente a su biblioteca: Foto de Franklin Castro

Aparece un gallo fino

Habíamos llegado hasta su apartamento más o menos 40 minutos antes. La intención principal, y que luego despachamos en media hora, era que nos dijera, de viva voz, lo que Barranquilla había significado para él cuando estuvo de Jefe de Redacción del diario El Heraldo durante nueve años y hasta 1979. Esa grabación quedó para ser presentada, como testimonio, en la Asamblea del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Ese evento estaba previsto para marzo de este año en Barranquilla, pero debió suspenderse, hasta nueva orden, por la pandemia del Covid-19. Esa parte, en la que Gossaín habló un poco de política y hasta del equipo Junior de Barranquilla, la resolvimos con solemnidad. Luego, pasamos al reposo del sofá, extremo a extremo, con nuestras tazas de café, y vino el momento musical en el que aún seguimos nadando:

-Oiga bien esto para ver si nos vamos poniendo de acuerdo: Barranquilla es la segunda ciudad a la que más se le ha cantado en el país. La primera es Cartagena… Sí, Cartagena, por la cosa colonial, el romanticismo, y tal. Pero Barranquilla es otra cosa: esas canciones…”

Gossaín hace una pausa. Su taza de café flota a una mano frente al pecho. ¿Barranquilla, la segunda ciudad con más canciones? Sí, insiste Gossaín, y agrega: eso tiene mucho que ver con la actitud del barranquillero, exacta a la del gallo fino. 

– ¿Cómo es la cosa?

-Sí, con el gallo fino- recalca y se acaricia por primera vez la calvicie. Es un gesto al que suele acudir cuando escarba en su memoria. 

-No estamos hablando de ese gallo basto, el de patio, o el de casa, sino un gallo de raza -asegura-.  Un gallo al que a veces le crecen unas crestas intrusas y enfermas, y de las que el animal se deshace restregando la cabeza contra el suelo. Es un gallo altivo y colorido, de plumas brillantes y unas enormes espuelas que se parecen tanto al amor propio del barranquillero. ¿Usted ha visto cómo es ese gallo de orgulloso? El barranquillero es así, pero no es un orgullo de arrogancia, no confundir: es amor propio por la ciudad. ¡Aman a esa ciudad!… Bueno: basta con oír las canciones que le han dedicado: 

Barranquilla es tu ciudaaaaaad. 

Siempre te ofrece una sonrisa,

Por la belleza, de sus mujeres, 

Su zona franca y el río Magdalena…

Esa estrofa que Gossaín acaba de cantar es del tema ‘Barranquilla es tu ciudad’. Es una canción muy especial porque se gestó en un contexto de problemas domésticos muy graves. Gran parte de la solución parecía estar en caerles a bofetones a los barranquilleros de entonces para despertar su sentido de pertenencia. Y una fórmula de respaldo era invocar atributos naturales e institucionales de la ciudad. 

Barranquilla es tu ciudad: Los Melódicos

La canción nació a partir de una campaña impulsada por el publicista local Fernando Dávila desde su agencia Sonovista. De hecho, Dávila es el autor del eslogan convertido en título del tema. La letra, en cambio, fue ocurrencia del locutor Marco Aurelio Álvarez, oriundo de Bucaramanga, quien para esos años 70 del siglo pasado, ya era un barranquillero más en la práctica, y una de las voces más destacadas de la radio local. Era, además, presentador oficial de las fiestas del hotel El Prado, y por esa vía, había tendido puentes de amistad con los directores y músicos de las grandes orquestas del momento. 

Por eso, henchido de orgullo (el del gallo fino, venimos a saber ahora), Marco Aurelio consiguió que la orquesta venezolana Los Melódicos grabara la canción. Los arreglos, en ritmo de paseaíto, fueron del maestro antioqueño Óscar García.  La interpretó Víctor Piñero, ‘El rey del merecumbé’ el mismo de la versión más famosa de ‘Río y mar’ de Pacho Galán. Corría el año 1973.  La frase del eslogan sería retomó, en sus estribillos, por una canción salsera de la Dimensión Latina de Venezuela producida ese mismo año y vocalizada por Oscar de León. Esa otra canción se tituló ‘Barranquilla, Barranquilla’.

-Ahora: con Barranquilla pasó un fenómeno bien interesante: fue el refugio de los músicos que venían del exterior -agrega en este momento Gossaín-. Fue siempre así Barranquilla. Allá se instalaban los grupos venezolanos. Hubo una época en que la música tropical de todo el Caribe se hacía en una forma muy sencilla: la componían colombianos, y la tocaban venezolanos. En Venezuela no componía nadie, pero las orquestas eran la Billo’s Caracas Boys, los Melódicos. Y entonces iban y grababan todas las canciones allá. Y se quedaban en Barranquilla. Incluso, varios se quedaron a vivir. ¿Cómo se llamaba el flaquito ese, el moreno?  Ese duró un poco de tiempo en Barranquilla…

Enseguida se acuerda: Nelson Henríquez, el zuliano. Este artista y Esther Forero, reúnen más de 20 canciones a la ciudad en el ritmo tropical de moda en los 70 y 80. De hecho, ‘Mi vieja Barranquilla’ la compuso Esthercita por encargo de Henríquez. Gossaín menciona ahora las caminatas del cantante por la calle 72, y certeza repetida por él mismo de que su natal Maracaibo y Barranquilla eran “igualitas”. También recuerda las carátulas de los trabajos discográficos del venezolano, adornadas con los trofeos ‘Congos de Oro’ ganados en el Festival de Orquesta, competencia musical del Carnaval de Barranquilla. Rara vez no aparecía un homenaje a la ciudad en la oferta de Nelson Henríquez: ‘Barranquilla Alegre’, ‘Carnaval de mi Curramba’, ‘El barranquillero’, ‘Unos para todos’, ‘Serenamente barranquillera’, ‘Pa’ Barranquilla’…  

 

De inmediato, Gossaín menciona “otro morenito” venezolano que le cantó a la ciudad y cuyo nombre no recuerda ahora. Sabe, eso sí, que le compuso una canción al juglar Juancho Polo Valencia y en ella, dice “No tiene dientes ni tiene muelas…” Fácil: el ‘Indio’ Pastor López, de Barquisimeto, también ganador de Congos de Oro, y quien interpretó algunas canciones de Nelson Henríquez y de Esther Forero dedicadas a la ciudad, aunque algunas son de su propia cosecha, como ‘Mi señora Barranquilla’.

-Ese también vivió una temporada en Barranquilla -apunta Gossaín-. Es lo que vengo diciendo: Ahí grababan todo; y como ahí estaban las disqueras… Barranquilla fue sede de la música colombiana muchos años. Prácticamente toda la vida.

-Cierto -le refuerzo-: quien quería triunfar tenía que darse a conocer en Barranquilla. Entonces, se peleaban los Congos de Oro porque esa era la prueba más contundente del logro. Esas agrupaciones venían no solo con repertorio propio, sino con letras y composiciones de Pacho Galán, Rafael Campo Miranda, Carlos Vidal, Víctor Mendoza y tantos otros…

-¡Pero claro! -resalta Gossaín-. Ese Congo de Oro del Festival de Orquestas era el premio nacional más importante en la música… Joe Arroyo también se la pasó allá todo el tiempo. Se quedó en Barranquilla…

Y Joe también le cantó Barranquilla, por supuesto. Lo hizo en ritmo de salsa con una de sus canciones más escuchadas en todo el mundo: ‘En Barranquilla me quedo’. Es un tema inmortal, resultado de un flechazo incorregible al corazón, una declaración de amor de este gran músico de Cartagena, barranquillero adoptivo, y cuya sentencia se cumplió a cabalidad.

En Barranquilla me quedo: Joe Arroyo

Conexiones con la Puerta de Oro

Ese es otro punto interesante que tocamos ahora a propósito de Arroyo y es que, como corresponde con una ciudad construida a punta de mezclas, de inmigraciones, de cruces de todos los tonos, a Barranquilla se le ha cantado en una infinidad de ritmos. Luce hasta natural este fenómeno dado que, ‘La Puerta de Oro de Colombia’ ha estado, desde siempre, conectada con el mundo entero. Y en esa condición, ha pasado a tener un aire de familia no solo con el Caribe del que hace parte, sino con otros continentes.

En el caso de la Barranquilla se da, sin arrugas, lo que alguna vez dijo Michel de Certeau en el sentido de que las auténticas ciudades no se fundan ni se crean de la nada. Según este pensador, las verdaderas ciudades se van formando paulatinamente como fruto “de las relaciones y peripecias seculares de una comunidad inscrita en un espacio temporalidad determinada”. Esto les confiere un carácter simbólico, histórico y tradicional reflejado, por supuesto, en su expresión artística. Y así como es de polifónica y variopinta la ciudad, así es su canto.

Otro filósofo francés, Olivier Mongin, anotó que toda ciudad es un ambiente de tensión entre dos tipos de mirada: la del ingeniero (que es la misma del arquitecto y del urbanista), y la del poeta (que es la misma del creador musical). El primero mira de lejos, pero el cantor mira de cerca, desde adentro. El cantor experimenta la ciudad y traslada eso, como debe ser, a su obra, dejando allí una impronta. De esa forma, como bien pudo haber dicho Walter Benjamín, la canción le permite al oyente experimentar la ciudad, oírla como si estuviera allí al frente, porque en ella queda el signo del autor como queda la huella de la mano del alfarero sobre la vasija de arcilla

No es de extrañar, entonces, que a lo largo y ancho de las cientos de canciones dedicadas a ella, Barranquilla pueda experimentarse -como dice otro pensador de apellido Mongin- de tres maneras: la corporal (la ciudad vista como un gran cuerpo, con las limitantes y finitudes propias de cualquier organismo), la física (la de las relaciones espaciales, los accidentes geográficos, los puntos cardinales y sus referencias), y la pública (la escenificada, el gran teatro donde cumplimos papeles y somos seres relacionales). Si lo miramos bien, Barranquilla da para todo eso. Que haya tantas canciones en su honor, construidas desde la combinación cultural, hacen del caso de La Arenosa uno muy especial. Poco importa, entonces. que sea la segunda con más canciones, como dice Gossaín, porque, con seguridad, es la primera en riqueza y variedad. 

Y ha sido así desde el principio, con los primeros aportes de los alemanes instalados en Barranquilla a contraluz de los soles inaugurales del siglo XIX, y cuyas bandas musicales sonaron en el ambiente de la bonanza de tabaco del Carmen de Bolívar. También dejaron su huella los italianos, muchos de quienes se quedaron en la ciudad. En esa parte de la historia, trota parte Pedro Biava, que hasta se inventó una orquesta.

De esta amalgama de cruces, viene esa tendencia creativa, que nos llevó a tener canciones, aires y músicas propias con ajustes, casi naturales, a distintos géneros y diferentes voces. De esa manera, hoy exhibimos timbres privativos de la ciudad, que incluso pueden llegar a juntarse, pegando saltos irrespetuosos entre los límites del tiempo y los escenarios…

-Uno de los videos más hermosos que yo he visto a propósito de eso -agrega ahora Gossaín-, y que no es tan conocido, es uno donde aparecen cantando a dúo Joe Arroyo y Shakira: 

Yo te amé con gran delirio,

de pasión desenfrenada…

Se refiere a ese momento del festival de Orquestas de 1995 en el que estas dos inmensas figuras de la canción interpretaron ‘Te Olvidé’, considerado el himno del Carnaval de Barranquilla. Es una melodía en ritmo de danza de garabato del maestro Antonio María Peñaloza, compuesta en 1954 a partir de un poema de Mariano San Ildefonso. Las dos estrellas volverían a cantarla a dos voces en noviembre de 2006, durante un concierto del Estadio Metropolitano.

– Le voy a decir quién era Mariano San Ildefonso para que se vaya de espalda, así como me fui yo cuando lo conocí -apunta nuestro anfitrión-. ¡Mire qué cosa tan bella! Él era el comentarista de la competencia hípica en el diario El Espectador, del 5 y 6. Era el que escribía sobre los caballos. Era un poeta español que se vino perseguido por la dictadura de Franco y se empleó en El Espectador. Los viernes publicaba una columna ‘Pronósticos hípicos’:  Ahí aparecía: “Mañana, Lucerito va a ganar la segunda válida”… 

Y agrega: Qué gran músico era Peñaloza.  No Peñaranda, como creen algunos, sino Peñaloza. Porque Peñaranda era, a su juicio, “un sinvergüenza de gran categoría”, pero distinto. Autor, ni más faltaba, de piezas tan memorables, pero tan distintas, como ‘Se va el caimán’ y ‘La Ópera del mondongo”, ambas acompañadas de acordeón, instrumento que no por haber entrado al país por otros lados distintos de la Costa, deja de ser barranquillero cuando le place. 

Como a Peñaranda le gustaba tanto pasearse por la zona Bananera, y en especial por Aracataca, la tierra de Gabriel García Márquez, a Gossaín no le cabe la menor duda de que era tan cataquero como el Nobel.  ‘Se va el Caimán’, recordamos ahora, recorrió el mundo, y hasta rodó por las canchas de fútbol de América como apodo del arquero Efraín Sánchez. Con ‘la Opera’, en cambio, ocurrió algo diametralmente distinto: se movió a sus anchas en el submundo de la procacidad. Se dirá, no sin razón, que un fenómeno de esta naturaleza no es sino otra muestra más de la versatilidad musical de Barranquilla. Dolcey Gutiérrez, que también es un hombre del acordeón, ha seguido la línea, pero más con letras de doble sentido que con las alusiones directas propias de Peñaranda.

Una de las canciones de Peñaranda, subraya ahora Gossaín, hace parte de la oferta histórica de la Sonora Matancera, fíjese usted, cantada por otro barranquillero mayor, Nelson Pinedo, que no dice Cataca, sino La Habana. Ay, yo me voy pa’ La Habana y no vuelvo más, el amor de Carmela me va a matar. “Era buen compositor este Peñaranda, pero se divertía jodiendo con esa música. ¿Cómo es que se llama la canción de la Niña que se hizo famosísima?” Pregunta Gossaín. ¿A cuál se refiere? Entonces la canta:

Una niña se bañaba

A la orilla de una fuente

Y la otra le gritaba

Sáltate que ahí viene gente

Ay que la batea, tea, tea

Ay que la batea se rompió…

-Es que Barranquilla es una ciudad de mucha actividad creativa -le digo

-¡Festiva, hombre! -me corrige-. Es que, además, mucha gente hace cosas festivas. Ese espíritu festivo fue el que le hizo creer a la gente del interior del país que el costeño no trabaja, que la pasa todo el año flojeando. ¡Cómo no! Al contrario: es el espíritu de la vida, pero no la forma

.

La música variopinta

Miren hasta dónde hemos llegado en esta charla. A estas alturas, el barranquillero tiene mucho de filósofo práctico. Nada de reflexiones en busca de la verdad o de las razones, como nos enseñaron Aristóteles y Platón, sino de una puesta en escena en actividades concretas, del diseño de los caminos más adecuado para llegar a ser feliz, a la manera de los estoicos o de los epicúreos.

Por eso, en asunto de canciones, el barranquillero le dio la bienvenida a la salsa, que, si bien les apunta más a los pies que a la cabeza, nos dio canciones de Fruko y sus tesos, del Grupo Niche de Cali, y piezas hoy eternas como el ‘Barranquillero Arrebatao’ de la fugaz Sarabanda. 

Y cuando le llegó su turno al vallenato, el barranquillero terminó por considerarlo otra música bailable muy propia. Tanta acogida se les brindó a los guajiros y cesarenses en Barranquilla desde los años 70 del siglo pasado, que ellos terminaron componiendo canciones agradecidas a la ciudad. Varias aún se escuchan en la voz de Rafael Orozco, a instancias de Beto Murgas y de Julio Oñate Martínez: o en la portentosa interpretación de Diomedes Díaz, una de cuyas canciones es un ‘Regalo a Barranquilla’, para mencionar a los más destacados.

Algo resulta claro en este momento de la charla: si uno se pusiera a escuchar, una a una, las canciones a Barranquilla, podría tranquilamente reconstruir la historia de la ciudad, con sus contextos enlazados, sus espacios vividos y sus tiempos. Y lo haría con un valor agregado: la palabra cantada. Es un aspecto que bien ha sido puesto de presente por una larga lista de pensadores, desde los griegos hasta Bernardo Souvirón, pasando por Marcel Detienne, Iván Illich y más recientemente, por Michel Onfray: la historia musicalizada, o lo que es lo mismo, versificada, se enraíza en la memoria con mayor facilidad: recuerdo y musa van de la mano en la palabra del cantor.

Ya es claro a estas alturas que no nos iba a alcanzar el tiempo para continuar hablando de la música de Barranquilla. En realidad, de ser eso posible, haría falta una biblioteca entera para reproducir una charla de tal naturaleza. Es momento del tema de cierre: ¿Qué músico podría ser el más representativo del canto barranquillero? Mencionamos varios, los dos primeros, hijos adoptivos: el maestro Pacho Galán, de Soledad, con su hermoso himno ‘Río y Mar’ y su exitoso ritmo merecumbé original; el mismo Joe Arroyo, padre del Joesón, otro ritmo creado en la ciudad. O el grupo Raíces, el del famoso ‘Fiesta’, de la Selección Colombiana de Fútbol.

¿Y qué decir de Aníbal Velásquez? Hacía magia con su acordeón y se inventó un ritmo propio de guaracha que le permitió reinar en los años 70 y 80 del siglo pasado. Además, en su voz se inmortalizó el ‘Faltan cinco pa’ las doce’ infaltable en cada cierre de año. O Chelito de Castro, arreglista de la época de Oro de Joe Arroyo, intérprete de varios instrumentos, autor del ‘Cielo de encantos’ del grupo Bananas.

O, quizás, la más fiel expresión musical sea la del maestro Adolfo Echeverría, quien grabó y cantó en variados ritmos también en la época dorada de los 70 y 80, incluso un poco desde antes. Con el auxilio del ‘Don Abundio’, imitación de Juancho Polo Valencia a cargo del bolivarense Tommy Arraut, grabó varios vallenatos. En resumen, Echeverría -barranquillero del barrio San Roque- grabó en salsa, cumbia, maestranza, música de acordeón, música tropical en general y en el ritmo ‘chucu-chucu’ venezolano. Es el autor de temas inmortales como ‘Amaneciendo’, ‘Julio Calderón’, ‘Puya y hunde’ y varias más. Un par de canciones suyas se escuchan todavía cada final de año. Una de ellas, en ritmo de maestranza, se estira, como un acordeón, hasta el Carnaval, una de las cuatro fiestas a las que alude. Con esa misma fiesta empata la también famosa ‘Gloria Peña’. La otra canción de fines de año del maestro, ‘Inmaculada’, menciona a la Virgen en bailable tropical: 

Inmaculada: Adolfo Echeverría

Inmaculada, Virgen bendita, 

si tú me pudieras conseguir, 

ese milagro que solicita, 

este hombre bueno, pa ser feliz” .

Y tenía que ser así el final de esta recreación: comenzamos como una Virgen reflejada en los lentes de Gossaín, y terminamos con la otra invocada en las letras de Echeverría… 

El cielo se ilumina con esplendor

La pólvora se quema con gran fulgor (bis)

Quizás por todo esto, lo que al principio pudo parecer extraño y hasta sirvió de gancho en el arranque, ahora cobra sentido. Sin darse cuenta, nuestro anfitrión siempre estuvo reflexionando entre dos advocaciones de la Virgen. La una, iluminada desde los faroles al piso en la madrugada barranquillera; la otra, cubierta por el rayo que obligó a su renacer en la Bahía de Cartagena.

Y también quizás por eso, gracias a las palabras de Gossaín, ahora vemos de nuevo el cielo de la historia, con la Luna de Barranquilla a lo alto, y el orgullo del gallo fino recreado en las nubes. Desde ese infinito, cualquiera podría contemplar los mundos del Caimán y del Mondongo; y, con un poco más de detalle, sería testigo del romance del río Magdalena con esa Luna coqueta, bajo el canto de cierta Señora en su pedestal de novia eterna.

Comunicador social-periodista (1986), Magíster en Comunicación (2010), con 34 años de experiencia periodística, 24 de ellos como redactor de planta del diario El Tiempo (y ADN), en Barranquilla (Colombia). Docente de Periodismo en el programa de Comunicación Social (Universidad del Norte) desde 2002.

jfranco@uninorte.edu.co