BARANOA
LA SANTA QUE SE CRECIÓ (Y SE VOLVIÓ A CRECER)
“Si Dios lo quiere así,
que Santa Ana se quede aquí”.
Corría el año de 1543 cuando el encomendero Hernando de Avila (Dávila), en compañía del Fray Martín Melendro, pisaron por primera vez Paranawa, un territorio que hoy se conoce como Baranoa. Poseedor de una inmensa devoción hacia Dios, Dávila arribó a aquel asentamiento indígena con su familia, junto a quienes celebró una eucaristía en acción de gracias por la travesía que los había llevado hasta el Nuevo Mundo. Cuentan que su llegada fue el 26 de julio, día de Santa Ana en territorio español.
475 años después se ha comprobado que el dato de la fecha no es del todo verídico, pues según el difunto investigador sabanalarguero José Agustín Blanco, la llegada del encomendero Dávila se dio el 11 de octubre del año mencionado. Pero los habitantes del municipio de Baranoa se rehúsan a considerar tal hecho, pues aunque no se sabe a ciencia cierta, la historia de la celebración de dicha eucaristía bien podría enmarcar el inicio de un gran festejo alrededor de Santa Ana, su patrona. Una festividad que ya no es sólo de índole eucarística.
Más que un recordatorio de fe, Santa Ana se ha convertido en la leyenda latente del pueblo, pues su misterio no solamente habita en los milagros que feligreses aseguran haber recibido, sino en la forma en cómo ésta fue designada patrona de los baranoeros.
Desde el inicio del mes de Julio, en Baranoa no se habla más que de las fiestas patronales. Santa Ana, su historia, sus milagros y las actividades que se tienen previstas durante diez días en territorio baranoero. En los días previos a las fiestas, es normal escuchar a los abuelos contarles a sus nietos la historia de cómo llegó la imagen de Santa Ana al municipio. Sus voces algo rasposas, a veces un poco lentas debido a la edad, no pierden la emoción de repetir un centenar de veces aquella mística narración donde fue precisamente Ana, madre de María, quien decidió que ella debía ser la santa patrona de Baranoa.
ESCUCHE AQUÍ LA HISTORIA “EL INTERCAMBIO DE CAJAS”.
De eso no cabía duda: el Corazón Alegre del Atlántico, apodo por el que se reconoce al municipio, estaba destinado a ser el hogar de aquella mujer que llevó a la madre del “salvador del mundo” en su vientre. Pero la historia ha perdido credibilidad entre el grupo de historiadores quienes, adentrándose en el relato del pueblo, han descubierto que hay versiones más sustentadas que la del famoso intercambio de cajas. Víctor Sierra, investigador empírico del municipio, es uno de los que consideran tal historia como una muestra de la manera en que opera la tradición oral en el pueblo, apelando a que esa narración “nos la enseñaron en la primaria [como] el origen de las fiestas”.
Entonces, el relato que más goza de aceptación es aquel donde se celebró por primera vez una misa en el territorio bajo un árbol de Baranoa en honor a Santa Ana. Pese a la contradicción de las fechas, los estudiosos baranoeros se guían del mecanismo que aquellos conquistadores tenían para nombrar los lugares a los que llegaban. Así no tendría sentido que la población se llamase “Santa Ana” de no haber sido por el arribo en la fecha en que se conmemora el día de dicha santa. Es Manuel Patrocinio Algarín, historiador del municipio, quien asegura que “de ahí se arranca el que Santa Ana sea nuestra patrona”, aclarando que “no hay un documento que así lo asegure, pero antes de escribir la tradición oral era la que se imponía”.
También se tiene la creencia de que pudo ser simplemente una imposición por parte de la Santa Iglesia Católica, proveniente de España, de considerar como patrona a esta santa desde el primer momento en que los españoles pisaron suelo baranoero. Historia que también se considera como veráz, pues en un principio el municipio fue designado con el nombre de “Santa Ana de Baranoa”.
Pero el colectivo prefiere seguir con la transmisión de aquel relato fantástico que ha perdurado de generación en generación, cuya narrativa ha inmortalizado a Santa Ana a tal punto de convertirla en leyenda. Por su parte Benjamín Latorre, investigador baranoero, considera que “en torno a Santa Ana cualquiera hace una leyenda. Cada quien tiene una historia para contar, que puede ser inventada o no serlo”, cuestión que favorece la permanencia de las festividades como evento trascendental del municipio.
“No hay un documento que así lo asegure [cómo Santa Ana se convirtió en patrona de Baranoa], pero antes de escribir la tradición oral era la que se imponía”.
Manuel Patrocinio Algarín, historiador del municipio.
En Baranoa casi todo lleva por nombre Santa Ana: la Iglesia Santa Ana de Baranoa, la clínica Santa Ana, el barrio Santa Ana, la panadería Santa Ana, e incluso uno de los colegios más importantes del municipio fue nombrado como la Escuela Normal Superior Santa Ana de Baranoa (ENSSA). Es completamente normal que niñas, que han sido el resultado de milagros atribuidos a la intercesión de Ana, sean bautizadas y registradas con este nombre. Parece ser una fiebre, pero no es cosa simplemente de un momento.
El fervor hacia su santa patrona ha sido una constante en la historia del municipio atlanticense que se ha visto retribuido en favores personales hacia sus más fieles devotos. Sin embargo, un hecho oscuro, una mancha roja en el lienzo del pueblo, derivó en el nacimiento de otra historia mágica relacionada con Santa Ana:
Las llamas lo consumieron todo: documentos del municipio, escrituras sagradas y, por encima de todo, distintas imágenes de carácter sacro. Entre ellas, la más importante, la insigne estatua de Santa Ana proveniente de España. A partir de ese momento, surgieron distintos relatos que volvieron a personificar la figura de la patrona. Cuenta el Señor Víctor Sierra, cuyos ojos azulados se encontraban enmarcados entre ‘patas de gallo’, que hace mucho tiempo, cuando contaba con la edad de 12 años, conoció a un viejito llamado Miguel Miranda que le narró lo que había sucedido con Santa Ana luego del desafortunado evento: “él me decía que era un muchacho cuando ocurrió ese incendio, y le comentaban que Santa Ana era viva, y que debido a lo que pasó, ella se fue para Santa Ana, Magdalena”.
Pero aún con esa seriedad con la que narra la historia, admite que jamás se comió esos cuentos. Pensó, al igual que Abraham Palma y José González, dos señores tercos e incrédulos con los que él compartía, que era imposible que la imagen cobrara vida propia, pues si la estatua fue elaborada en madera, era completamente normal que ésta se hubiese quemado cuando el techo de palma del templo se vino a abajo. “¿Cómo se iba a ir? ¿por qué se iba a ir?”, responde Benjamín Latorre negando la historia de la supuesta marcha de Santa Ana hacia otro municipio, asegurando que “no hay un pueblo que la quiera tanto como Baranoa”.
LA ABUELA PREDILECTA
Los abuelos son parte vital de la crianza de un ser humano. En ellos, las personas suelen encontrar una ventana al pasado más próximo, unos protectores quienes con sabiduría les enseñan lecciones a raíz de sus experiencias personales. Usualmente, los nietos sienten gran admiración por sus abuelitos hasta el punto de hacer cualquier cosa por ellos. En este caso, Jesucristo no es la excepción. Precisamente, una de las estrofas que reza el himno de Santa Ana lo confirma:
¿Qué puede negarte la Virgen?
¿Qué puede negarte Jesús?
Pero Santa Ana no es milagrosa. Su cercanía con Jesús, el mesías, la convierte en una vía directa para que toda petición que se eleve por medio de ella llegue casi de inmediato a Dios. Es decir que, quien otorga los milagros es el Señor, mientras que Ana actúa como una abogada para que las almas que sufren puedan hacer llegar sus plegarias con mayor seguridad de ser escuchadas por el Altísimo. A cambio, recibe la gratitud de un pueblo manifestado en celebraciones, cánticos, veladoras y centenar de flores de distintos tipos, colores y aromas.
La abuela del redentor del mundo, quien ahora se regocija en medio de tanta alegría y festividad, no siempre tuvo una vida rodeada de extrema felicidad. De acuerdo con Benjamín Latorre, la historia de Ana se encuentra en los evangelios apócrifos, donde se puede apreciar la natividad de la Virgen María y algunos aspectos de su juventud. Estos, al no encontrarse dentro del cánon que la Santa Iglesia Católica delimitó, no pudieron ser añadidos a los textos sagrados como parte de la verdadera palabra de Dios. “Entran en muchos detalles”, explicó el investigador, pero sin duda afirma que estos textos, entre los que se encuentran el Protoevangelio de Santiago, el Evangelio del Pseudo-Mateo y el Evangelio de la Natividad de María, son pruebas fehacientes de la existencia de Santa Ana.
Una vivencia que dejó abierta la ilusión de muchas mujeres que deseaban ser madres. Según la narración de dichos evangelios, Ana y su esposo Joaquín eran personas de avanzada edad pero muy devotas. A pesar de entregar parte de sus ganancias a los más necesitados y al templo sagrado, la sociedad de aquel entonces les rechazó profundamente por un hecho en específico: eran un matrimonio estéril que no había podido dar producto al mundo.
Según cuenta Víctor Sierra, el historiador empírico del municipio quien parece saber la historia casi de memoria, el pueblo israelita dictaminó que la pareja no podían seguir entregando sacrificios al Señor, por no haber sido bendecido con un primogénito. Azotado por la vergüenza, Joaquín corrió al desierto durante 40 días y 40 noches para pedir misericordia, mientras su esposa lloraba amargamente esperando, una vez más, por un milagro que parecía más lejano.
Pero el Señor escuchó sus plegarias, pues asegura Sierra que “cuando él estaba en el desierto, arrodillado orando, una voz le dijo: “Joaquín, levántate y vete a tu casa. Tu mujer te espera”. Obedeciendo a esa voz, se dirigió a su hogar para encontrar que Ana, su esposa, estaba en cinta. Un milagro que muchas baranoeras buscan prometiendo mandas a Santa Ana, que van desde caminar la solemne procesión de espaldas, hasta ir descalzas y con un cirio encendido que va quemando sus manos durante todo el recorrido. El sacrificio vale la pena, pues muchas aseguran haber recibido la bendición de ser madres luego de muchas súplicas, rezos y ofrendas.
Otras, como es el caso de Eli Sarmiento, no le rogaron por la concepción, sino porque la vida que se encontraba en su vientre llegara al mundo en óptimas condiciones. La baranoera, quien en el pasado había intentado quedar embarazada sin éxito en repetidas ocasiones, se veía en una situación desafortunada, pues con tan solo seis meses de gestación había tenido a su hija, Liesel María. Postrada en una incubadora y en medio de tubos y aparatos, la pequeña se debatía entre la vida y la muerte, mientras la familia entera se encomendaba a su patrona.
Estos no dudaron en ofrecer un sacrificio por la pronta recuperación de su nueva integrante, el cual se trataba de “presentarle” a Santa Ana a la pequeña y caminar la procesión central: la que se realiza el día 26 de julio. Recientemente, este 2018 Liesel pudo presenciar junto a su madre su primera fiesta patronal, cumpliendo así la promesa a Santa Ana.
Pero esto solo se logró con un enorme esfuerzo monetario por la familia entera, pues esta mujer oriunda de Baranoa está radicada hace varios años en Bogotá. Acercándose las fiestas patronales, Eli Sarmiento y su familia se veían preocupados porque ella y su pequeña hija asistieran a ésta y cumplir su manda, pues en Baranoa es común escuchar decir que Santa Ana es cobrona. En el imaginario colectivo, esta santa tiene la facultad de descubrir quién no ha cumplido al pie de la letra la promesa que le hizo para, como la más tierna abuela, quitarle el favor que éste ha conseguido.
Y que cualquier escéptico le pregunte a Samir Silvera, un jovencito de esta población que, cuando estaba en la primaria, le pidió a su santa patrona un auxilio con relación a su notas escolares . “Yo le pedí que si ella me ayudaba, por intercesión de Dios, a que todo me saliera bien en el colegio, yo le cumplía caminar todas las novenas, en la mañana y en la tarde”, aseguró Silvera con una infantil sonrisa en su rostro. Pero él experimentaría en carne propia los cobros de Santa Ana pues relata que, 10 días después de las fiestas, le entró un palo de fiebre de 40° que lo tuvo durante 15 días en la clínica con vómitos y fiebre.
Su madre, una señora muy devota, le preguntaba a su hijo sobre sus actividades rutinarias, pues nadie entendía como de un momento a otro Samir había caído tan enfermo. Fue ahí cuando el infante se sinceró con su mamá y le dijo: “Mami, le pedí un favor a Santa Ana”. Al descubrir que su primogénito no había cumplido la promesa, lo entendió: Ana le estaba cobrando el favor. Al año siguiente, fue ella quien caminó las procesiones con la fe puesta en cumplir la manda en la que su hijo se había comprometido.
“Yo le pedí que si ella me ayudaba, por intercesión de Dios, a que todo me saliera bien en el colegio, yo le cumplía caminar todas las novenas, en la mañana y en la tarde”.
Samir Silvera, habitante del municipio de Baranoa.
Aunque Santa Ana es patrona de distintos municipios de Colombia, como Ocaña y San Jacinto en el vecino Departamento de Bolívar, sólo en Baranoa se tiene convicción de que las mujeres logran quedar embarazadas por intercesión suya. En otros lugares, se le atribuye su ayuda con el hogar, específicamente, la obtención de una casa en la cual habitar. Para el investigador Latorre no es arbitrario considerarlo como patrona de los hogares, pues “ella tenía un hogar, entonces, ¿para que haya un hogar, qué se necesita? Una casa”.
Pero desde luego no es la única devoción que se tiene con respecto a ella en el municipio. En épocas anteriores, los campesinos que se dedican al cultivo de frutas y vegetales propias de la región, también consideraban que Santa Ana intercedía por ellos cuando se encontraban en épocas donde sus siembras peligraban. Así lo asegura Víctor Sierra, quien comenta que los agricultores “se encomendaban a Santa Ana, con el fin de que el año fuera bueno”, pues su patrona les hacía llover cuando sacaban su imagen a pasear.
Y nadie mejor que Manuel Patrocinio Algarín para certificar lo que ocurría casi 60 años atrás. A sus 100 años de edad, él, uno de los más ilustres baranoeros, alcanzó a vivir aquella época en que la comunidad dedicada a la labor del campo utilizaban la imagen de su santa patrona como arma y, testifica, que “era seguro que llovía”. Por su parte, Sierra recuerda que cuando hacían tal acto de sacar la estatua de Santa Ana y cuando la lluvia llegaba “no faltaban las ofrendas, ramos de flores, paquetes de espermas, y hasta mandas de cargar la imagen”.
Precisamente Sierra narra que una vez en 1957, cuando hacía sexto de bachillerato, oyó las campanas de la iglesia y despavorido corrió con sus compañeros a ver de qué se trataba. Les comentaron algo simple: “Van a sacar a Santa Ana porque no llueve”. Con su mirada perdida en el tiempo pasado, cuenta que cuando salió la imagen de Santa Ana, había puro campesino que la llevaban en hombros, y una vez la llevaron a donde ahora se encuentra una estación de gasolina de Terpel, clamaron: “Santa Ana bendita, mándanos la lluvia que se están perdiendo nuestras cosechas”.
Sierra asegura en su relato que a las tres de la tarde, cuando regresaron con ella y la colocaron en el atrio, se formó el tiempo y se esparramó el aguacero. Recuerda “que ellos mismos le gritaban, ahí en la puerta de la iglesia, agradecidos por la lluvia”, pues con esta, por fin, se salvaban sus cultivos.
DOS SACERDOTES
Con suma preocupación, el sacerdote Miguel Caballero notaba cómo, con el correr de las fechas, se acercaba el evento más importante para su parroquia: las fiestas patronales. Luego de los sucesos del 11 de marzo de 1895, cuyas llamas consumieron el humilde templo católico del municipio de Baranoa, la incertidumbre crecía de sobre manera: no había una nueva imagen a la cual venerar para el 26 de julio.
Nervioso, el Padre Caballero decidió tomar cartas en el asunto, entonces, según lo que escuchó Victor Sierra, llamó a un grupo de señores del pueblo porque “en cierta parte del monte había visto un par de troncos de ceiba que les servía para hacer la imagen de Santa Ana”. Al tener todos lo necesario, el Padre Caballero, con sus habilidosas manos, comenzó a tallar el pedazo de madera para convertirlo en una imagen sacra.
Existen opiniones divididas sobre cuál de las dos esculturas que se encuentran en la actualidad en la Parroquia Santa Ana de Baranoa es la que Miguel Caballero elaboró con esfuerzo, sí aquella que se pasea por todas las calles del municipio durante sus fiestas, o esa que parece no bajar nunca del altar del templo sagrado. Mientras Benjamín Latorre asegura que la imagen que el sacerdote realizó es la más grande, aquella que hace el recorrido en las procesiones, Victor Sierra testifica que la que fue tallada es aquella que se ve más anciana y con más detalles.
Pero ambos están de acuerdo en algo: la historia es completamente real, pues alguna de las dos realizada por las sagradas manos del Padre Caballero, mientras la otra fue donada a la parroquia proveniente de España. A Latorre todo el mundo le relató la historia, sin omitir detalles ni inventarle nada, donde le recalcaban las virtudes artísticas al padre diciendo que “él [Caballero] tenía fama de eso. Donde iba hacía algo”. Por su parte, a Sierra, un señor llamado José González le contó que él siendo un pelao, vio cuando el sacerdote Miguel de Jesús Caballero con una hachuela hizo a Santa Ana.
Pero tal testimonio estaba lejos de ser digno de ser considerado sagrado, pues atestigua Sierra que el Señor González era incrédulo: “él decía que si era hecha de un pedazo de palo, ¿qué iba ese pedazo de palo a hacer milagros?”. Como todo un escéptico de las cuestiones religiosas, se burlaba de los creyentes que iban a ponerle esperma al madero que había visto volverse una estatua, pues él no consideraba que aquel sacrificio sirviera para algo. Y para rematar, Sierra aún recuerda que el desconfiado González “cogía las astillas que quedaban” de la imagen, que en el 2018 cumple 123 años de haber sido creada, para llevársela a su casa “y atizar el fogón”.
Pero el señor José González no representaba al común denominador de la población baranoera. Durante años, ambas imágenes habían sido veneradas tanto en las fiestas como en días comunes, en los cuales los feligreses, con mucho fervor, se le acercaban a su santa patrona para encontrar la solución de sus problemas por la vía de la oración.
Pero a pesar de la inmensa devoción que éstos le tenían a Santa Ana, hacía falta un ingrediente que la ensalzara como una verdadera leyenda. Bastaría que naciera un padre baranoero para que las fiestas adquirieran otra tonalidad. Francisco Javier Sierra Molina, oriundo del Corazón Alegre del Atlántico y de una extrema vocación sacerdotal, revolucionó la religiosidad en el municipio, y con el amor que todo buen habitante del municipio profesa por la santa abuelita de Jesús, le dio el color y vibra que hacía falta en las fiestas patronales.
Nacido en Sibarco, corregimiento de Baranoa, era un tipo alegre, quien poseía un talento sin igual para la música, certificado en su forma magistral de interpretar el acordeón y la guitarra. Quienes lograron presenciar las creaciones del cura, como es el caso de Benjamín Latorre, aseguran que el Padre Sierra, como era popularmente llamado por los pobladores del municipio, fue el autor del himno de Santa Ana. Cabe aclarar que el cántico sagrado, el cual empieza con la frase “Salve Gloriosa Santa Ana” ya existía pero él además de musicalizarlo, le arregló parte de su letra.
Además de aquella composición, fue quien, arbitrariamente tomó una canción muy conocida por los músicos llamada “Tito Guerra”, un pasodoble, un tipo de marcha ligera e instrumental compuesta por el músico que lleva el mismo nombre, que se utiliza para homenajear a los músicos fallecidos. Pero cualquier baranoero que escuche aquella melodía se remontará a las fiestas patronales, cuyo estribillo fue escrito por Sierra Molina, el cual se entona en medio de la procesión y es popularmente conocido como el Viva Santa Ana.
Viva Santa Ana, Viva Santa Ana
Los baranoeros cantan feliz
Viva Santa Ana, Viva Santa Ana,
Los baranoeros cantan feliz
Porque tenemos como patrona
A la abuelita del Dios de amor.
Cuando se acaban las fiestas patronales, es normal escuchar que ya existen sectores donde han pedido a Santa Ana para hacer un día de novena, aquellos actos que se realizan nueve días antes del 26, fecha en que se conmemora el día de esta santa. Y que lo diga Hugo Rondón, un señor bonachón y muy devoto que año tras año llevaba a la santa patrona a su barrio. Pero esto no era habitual en Baranoa antes de la llegada del Padre Sierra a la parroquia central. Estas eran realizadas dentro del templo, donde se aglomeraban todos los católicos del pueblo, llevando desde azucenas de monte y veladoras para adornar a su patrona.
Una vez Francisco Sierra se radicó en la iglesia Santa Ana de Baranoa, sacó la imagen a la calle. Decidió que estas serían en nueve barrios diferentes quienes a su vez se encargarían de decorar la imagen y proveer todo lo necesario para la realización de la eucaristía campal. Fue precisamente la gente del barrio Góngora quienes tuvieron el honor de realizar la primera novena a su santa patrona por fuera. Así como el Señor Rondón, quien con emoción ferviente menciona que para el año 2019 ya tiene el cupo asegurado para celebrarle, una vez más, una novena a la abuelita de Jesús.
El 2 de enero de 2015 Francisco Javier Sierra Molina falleció en la ciudad de Barranquilla a los 76 años, dejando a un municipio dolido por la pérdida de uno de sus más grandes líderes espirituales.
LOS CABALLEROS DE SANTA ANA
Al investigador Benjamín Latorre alguien le dijo que “si Santa Ana no tuviera esa congregación no hubiera quien la cargara”. Pero estaba claro que aquella persona no era del pueblo, pues no alcanzó a dimensionar la devoción ferviente que los baranoeros le tienen a su patrona. Aquella que fácilmente se remonta a los inicio de la congregación Los Caballeros de Santa Ana, otra de las ideas que tuvo el Padre Sierra.
En el año 1983, cuando regresó al municipio luego de la estancia que tuvo en el vecino pueblo de Polonuevo, Francisco Sierra Molina llamó a un total de 40 señores del poblado baranoero y sus alrededores para que fueran ellos quienes se encargaran de cargar la imagen durante las procesiones. Cuenta Sergio Castro, el actual coordinador de la congregación, que aquel día se presentaron más de 200 hombres dispuestos a llevar en sus hombros a Santa Ana. Dicho llamado derivó en la primera reunión del grupo religioso, efectuada un 27 de diciembre del mismo año.
No era una congregación en aquel entonces y era compuesta en su totalidad por hombres. Su labor era simple: caminar la procesión con el peso de la imagen sobre sus hombros. Un dolor que conoce perfectamente Humberto Polo Silvera, quien pertenece a la congregación desde hace 34 años, es decir, prácticamente desde los inicios de la agrupación, pues orgullosamente menciona que fue uno de los fundadores de ésta gracias a su íntima relación con el Padre Sierra. Recuerda haberle dicho que lo inscribiera, pero su sorpresa fue mayor al escuchar al sacerdote decir “ya te tengo inscrito, nada más es para que sepas”.
Años más tarde, cuando el grupo adquirió el carácter de congregación, se instauró la Junta Directiva y comenzaron a ser más activos con la parroquia. Como menciona Castro, en Los Caballeros de Santa Ana también manejan “unas actividades económicas para los gastos de lo que se realiza durante todo el año”, que incluyen todo lo relacionado con las fiestas patronales y el mantenimiento de las imágenes. Pero lo más importante fue su renovación espiritual, lo que les permitió vivir un momento único, algo que solo hace 100 años atrás, los habitantes de aquel entonces pudieron atestiguar.
Relata Sergio Castro, quien pudo presenciar el misterioso hecho, que el día 26 del año 2018 estaba la congregación reunida a las 12 del medio día, arreglando todo para la eucaristía central de las 4 de la tarde. El cielo estaba totalmente despejado, y puesto que no había pronóstico de lluvia no se preocuparon en cubrir la imagen que ya estaba decorada. “Y de repente se nubla el cielo y comienzan a caer las primeras gotas”, dice Castro quien aún decía estar conmocionado por el hecho, y continúa su relato mencionando que “corrimos todos los compañeros que estábamos ahí para levantar la imagen y no la pudimos alzar”.
Rápidamente, la mente de los feligreses que se encontraban en el lugar se remontaron a aquel relato místico que ha pasado de generación en generación donde Santa Ana se creció, colocándose más pesada para que no la pudieran mover. Y Castro lo entendió, pues fue uno de los que mencionó que “si ella quiere mojarse, vamos a dejarla aquí”. Pero, al ver el daño que podía ocasionar el agua lluvia a la decoración, los congregantes no querían dejar la imagen bajo el aguacero que se vertía sobre sus cabezas. Con todas sus fuerzas, lograron rodar la estatua solo 2 metros de donde se encontraba y allí, de manera improvisada, colocarle una carpa encima.
Los testigos de aquel hecho se encargaron de regar la historia por todos los asistentes a la solemne eucaristía. Atónitos, todos comentaban que la crecida de Santa Ana había sido realidad. Aún Castro comenta que la experiencia fue increíble “porque los que no vivieron el momento, cuando salimos, dijeron que la imagen pesaba lo mismo” de siempre.
“Corrimos todos los compañeros que estábamos ahí para levantar la imagen y no la pudimos alzar”.
Sergio Castro, coordinador de la congregación Los Caballeros de Santa Ana.
En Baranoa es muy extraño ver a un jóven que se entusiasme por asistir a la iglesia. Los hay, por supuesto, pero no se trata de algo común, pues todos saben que a éstos no les gusta la fiesta religiosa. Pero la excepción es Santa Ana. En el mes de julio, durante los 10 días que corresponden a las fiestas patronales del municipio, asisten a las novenas junto a sus amigos y caminan fervorosos todas las procesiones nocturnas.
Puede ser lo único que tienen en común con la población adulta en ese aspecto, aunque estos sí tienden a asistir a las caminatas matutinas. Para todos, grandes y chicos, el 26 de julio es un día especial. Comenta Benjamín Latorre que todos en Baranoa tienden a prepararse para la magna fecha: “llevan de todo, velas, van descalzos, llevan una estatua pequeña y a las niñitas disfrazadas de Santa Ana”.
Pero es común escuchar que las fiestas ya no son como antes. Con nostalgia, Latorre recuerda que las vísperas han cambiado mucho, pues aunque se conserva La Alborada, una celebración donde pasean a Santa Ana alrededor de la iglesia con música de papayera en la madrugada del 25, no se mantuvo la tradición de dejar a la patrona dentro del templo, donde la población acostumbraba a ingresar, llevándole ofrendas hasta las 12 de la noche.
Y si de tradición se trata, las bolas de candela encabezan la lista. Una costumbre de los pueblos de antaño, que aún conserva Baranoa, pero que, como dicen los más longevos, ya no es lo mismo de antes. Oscar Rodríguez, de 48 años, y Brayan Martelo, de 20, ejemplifican el sentir de una práctica antigua, a la que las circunstancias le han cambiado los matices.
Escuche aquí el podcast "Las bolas de candela"
Pero una de las costumbres que más extrañan los baranoeros más ancianos son las ruedas de cumbia. Aquellas, que despertaban el verdadero carisma de las fiestas, ya son cosa del pasado. Estas eran realizadas en todo el centro de la Plaza Principal del municipio, y contrario a la imagen que se hace toda la población juvenil, no daban la vuelta a la iglesia, sino que se trataban de pequeñas estaciones que confluían en el corazón del pueblo. Luego, en el año 1954 cuando construyeron el actual Parque Simón Bolívar, trasladaron las celebraciones a la calle 20 con carrera 17.
Sin lugar a dudas la leyenda de Santa Ana representa la ferviente creencia católica que tanto caracteriza a sus habitantes, y da pie para entender los orígenes del municipio, sus costumbres y su modo de vida. La historia logra mezclar tintes de fantasía con hechos verificables e históricos acontecidos en esta población ubicada en el corazón del departamento del Atlántico.
Créditos a Alberto Sarmiento por las fotografías de Santa Ana en las fiestas patronales.