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JUAN DE ACOSTA

El ÁNGEL DE JUAN DE ACOSTA

“Dicen que murió de depresión,
de tristeza, por ser madre soltera
en esos tiempos”.

Cuando el sol se posó en el centro del cielo, el cementerio municipal adquirió una vibra especial. Ardía, no sólo por el calor emanando del concreto de color púrpura y amarillo, sino porque en él latía ferviente una promesa secreta: la historia de un ángel que partió pronto al cielo, y el recuerdo que aún vive en el colectivo de Juan de Acosta. La mística criatura portaba un rostro amable, de armoniosa composición, con ojos prominentes y algo rasgados, nariz pequeña y labios carmesí. Vestía una túnica color verde menta que desprendía del ser dos grandes e imponentes alas, una, de tonalidad más oscura que la otra. Su cabello era la combinación entre hebras negras y plateadas, aunque en la parte superior se alcanzaba a distinguir un leve color café que adornaba una corona de flores otoñales.

Eran pasadas las doce del medio día cuando el mármol, de dureza sin igual, dejaba vislumbrar la figura de aquel mágico ser, inmortalizado por las manos de uno de los pintores más influyentes de la historia de Colombia: Alejandro Obregón.

LA MUJER DETRÁS DEL ÁNGEL

Proveniente del municipio de Juan de Acosta, una joven pelirroja de exuberante gracia llegaba a la ajetreada Barranquilla de los años veinte, durante aquel apogeo económico que le valdría el apodo de La Puerta de oro de Colombia. Su nombre era Ana Isabel Molina, una señorita oriunda del pueblo costero, quien comenzó a trabajar en la residencia de la familia Santo Domingo como ayudante del hogar. Es en esa época de su vida donde conoce a Luis Felipe Santo Domingo, hermano menor de Mario Santo Domingo, el padre de Julio Mario Santo Domingo Pumarejo.

No se puede decir que lo que aconteció entre la entonces señorita Molina y el joven Santo Domingo se trató de un acto de amor verdadero o simplemente producto del deseo carnal pues, según cuentan habitantes del pueblo, como Carlos Jiménez, dueño del popular estadero El Rodadero, el hijo de aquel distinguido señor “la perjudicó” y quedó en cinta. Al saberse del embarazo, Ana Isabel dejó de trabajar en la casa de los Santo Domingo y se regresó a su pueblo, siendo una persona completamente diferente a la que salió de su hogar pues una nueva vida se comenzaba a gestar en su interior.

Luis Felipe, por su parte, continúo trabajando junto a su hermano Mario Santo Domingo en los negocios familiares, muchos de los cuales se desarrollaban en los Estados Unidos. En 1922, Ana Isabel Molina dió a luz a Luis Alberto Santo Domingo Molina, un pequeño niñito a quien le apodarían Pipe” debido a que por dicho sobrenombre era llamado su padre. Fue reconocido por la familia Santo Domingo como uno de ellos, especialmente cuando el pequeño, con alrededor de 8 años de edad, presentó una grave enfermedad que conllevó a la poderosa familia a retirarle a Ana Isabel el cuidado de su hijo, enviando al infante a los Estados Unidos.

Juan de Acosta aún recuerda en su memoria colectiva la legendaria historia de su ángel. Ana Isabel, quien llevaba el nombre de dos santas muy relevantes para la religión católica, vivió una historia que Delia Molina, pobladora del municipio costero, calificó como un relato “de telenovela”. Y tiene razón. Los hechos que derivaron en la muerte de la joven de 31 años de edad, desprendida de su único hijo, son desconocidos incluso para quienes comparten lazos familiares con esta. Según la creencia popular, como dictamina Molina, “dicen que murió de depresión, de tristeza, por ser madre soltera en esos tiempos”.

Pasarían más de 30 años para que Luis Alberto Santo Domingo Molina volviera al municipio que lo vio nacer. De acuerdo con Galo Coronel Molina, primo de Pipe hijo, él llegó de Estados Unidos a Juan De Acosta buscando a su familia materna, a su madre, pero al llegar se encuentra con la fatídica noticia de que su progenitora llevaba más de 30 años muerta. “Él esperaba encontrar a su mamá viva”, comentó Delia con pesar evidente en su mirada, como si sintiera una pequeña pizca de la tristeza que sintió el treintañero Santo Domingo una vez arribó al territorio costero.

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LOS SANTO DOMINGO

Sentado en un mueble negro, de suavidad inigualable, portando una camisa cuyo color se asemejaba al azul del cielo mañanero, se encontraba Galo Coronel. Su cabellera nivea y su voz algo temblorosa daban cuenta de su avanzada edad. Sin embargo, su sonrisa muestra los rastrojos de un travieso joven que aún vive en su interior, mismo espíritu que sin duda le favoreció para convertirse en una de las pocas personas a las que su primo, Pipe hijo Santo Domingo, consideró para compartir muchos momentos e incluso iniciar negocios. En palabras de Galo, él era un tipo que no “le gustaba hacer compañía con nadie”.

Luis Alberto Santo Domingo hizo parte de una de las familias más importantes de Colombia. Su padre Luis Felipe y su tío Mario fueron quienes sentaron las bases para que luego Julio Mario Santo Domingo Pumarejo convirtiera al grupo en uno de los imperios económicos más grandes de Latinoamérica. Esta familia de abolengo, cuyos orígenes se remontan a las ciudades de Barranquilla y Santa Marta, expandieron su apellido más allá de Colombia y se mezclaron con Duques del Reino Unido, príncipes de Mónaco y acaudaladas familias de renombre mundial. Por su parte, Luis Alberto Santo Domingo Molina se casó dos veces y tuvo cuatro hijos, la primera con Ana Cotes y la segunda con Myriam Martínez. De esta última unión nacería la actriz y escritora Isabella Santo Domingo.

Pero Pipe hijo no olvidó nunca a su madre. Los costeros, gentilicio para denominar a los habitantes de Juan de Acosta, fueron testigos de la manera solemne en que Luis alberto visitó, año tras año, a su progenitora. Narra ‘Carlitos’ Jiménez, con voz aguda y suave, que en su memoria aún reposan los días en que Santo Domingo traía coronas de distintas clases.  “Cuando él quería cambiar un arreglo, eso nada más estaba medio empolvado, las ponía en la camioneta y nos decía “¡Si a alguien le interesan estas flores pueden cogerlas!”, entonces cogíamos el cajoncito donde venía la base, las traíamos para acá, las lavábamos y repartíamos por el pueblo”.

Tanto fue el afecto que Luis Alberto Santo Domingo Molina desarrolló por Ana Isabel que pidió ser enterrado en la morada eterna de su madre una vez falleciera. Su deseo se cumplió y en el año 2004 fue sepultado en la bóveda del cementerio de Juan de Acosta junto a su mamá y tías. La historia de un niño que no pudo experimentar el lazo biológico de primera mano con su progenitora es una de las razones por las cuales el municipio costero es visitado por la población en general. El resultado de dicho relato aún es motivo de admiración para locales y extranjeros que se siguen maravillando con la única pintura en fresco que el artista colombo-español realizó en toda su carrera artística.

Así lo testifica Delia Molina, conocedora de la narración, mencionando que la del Ángel Fresco “es la historia que más llama la atención, o digamos que es la que más tiene fama en Juan De Acosta”.  No sólo por el morbo de conocer lo ocurrido dentro de una de las familias más prestigiosas de Colombia, sino porque, lo aclara la misma Molina, al municipio llega “muchísima gente a ver ese mausoleo, vienen arquitectos, maestros en arte, historiadores” para atestiguar la majestuosidad de tal obra.

“Es la historia que más llama la atención, o digamos que es la que más tiene fama en Juan De Acosta”.

Delia Molina, habitante del municipio.

EL ENCARGO DE OBREGÓN

En la cantina El Rodadero, una pintoresca casa esquinera que tenía como patio frontal el cementerio municipal, se encontraba un menudo señor de nariz prominente arreglando la barra. Su expresión denotaba experticia, y cómo no si era el dueño y único ‘bartender’ del lugar. Un hombre conocido popularmente como ‘Carlitos’ Alberto, aquel quien tuvo el honor de atender al pintor Obregón mientras hacía una de sus más exquisitas obras: el ángel fresco.

Carlitos Alberto fue testigo de la construcción de la bóveda y de la pintura del ángel de Ana Isabel.  De acuerdo con Jiménez, el artista de origen catalán ocupó tanques, de aquellos en los que venía la gasolina y luego colocó unos tablones en ellos, sobre los cuales tenía alrededor de cien envases de pintura con distintos colores. Aún sortea al olvido cuando rememora las épocas en que Obregón realizaba tal pieza de arte. Con total seguridad, declara que el pintor “tenía su uniforme de pintar, en la tarde se cambiaba y se ponía su ropa de paseo”, misma con la que emprendía su viaje de regreso a la ciudad de Barranquilla.

Mientras Galo Coronel, sobrino de Ana Isabel, comentaba que Luis Alberto Pipe ya conocía a Obregón de tiempo atrás, Delia Molina, su familiar, ingresó al lugar. A juzgar por la cercanía de ambos, se podía inferir que eran familia, deducción que luego fue confirmada por la corpulenta mujer al declarar que ella era su nuera. Pero, de manera sorprendente, la rubia trigueña manejaba el tema con experticia, pues rápidamente complementó a su suegro mencionando que primero, Pipe hijo llevó a un arquitecto desde Cartagena para que construyera la bóveda, y luego contactó al pintor perteneciente al Grupo de Barranquilla para que realizara la pintura.

Como era de esperarse, la llegada de un extraño a una población municipal causó conmoción. Durante los dos meses que duró pintando el Ángel Fresco, diversas personas se le acercaban a Obregón para, como popularmente se dice, ‘chismosear’ qué era lo que estaba haciendo. Pero como todo artista que prefiere trabajar solo, éste, según los recuerdos de Galo Coronel, solamente “les decía que estaba trabajando”. Para los pobladores costeros, éste era un personaje un tanto exótico aunque no entendieran la relevancia de aquel pintor para el arte nacional, no sólo por la misticidad que rodeaba la obra, sino por sus actitudes y extraños gustos.

Sin embargo en la actualidad, afirma Carlitos Alberto, se le ha dado mayor reconocimiento a la obra de arte, mencionando que la pintura “es muy importante, aquí vienen todos los colegios del municipio, de otras ciudades, de universidades, y así muchos foráneos, que visitan el pueblo, a lo primero que asisten es al cementerio”, siendo el único cementerio del departamento del Atlántico que posee tal fama”.

Durante el año 1965, cuando se encontraba en marcha la elaboración de la pintura, Marcial Hernández, locutor de Fantasía Estéreo, la radio local de Juan de Acosta, recuerda que los niños en ese entonces recolectaban grillos para ganarse unos pesos porque según el pueblo los grillos eran un buen bocadillo para Obregón. Orgulloso, Hernández reconoce la importancia de aquella obra en su pueblo al comentar que, pese al gran valor que posee, en Juan de Acosta no ha existido un intento por hurtar la pintura, pues asegura que personas conocidas le han dicho que “esa pintura en otra parte del mundo se la hubieran robado hace rato porque hay las formas para hacerlo”.

Sin embargo, el vidrio que cubre en su totalidad el fresco tiene una rajadura visible. Moradores del municipio, como ‘Carlitos’ Alberto quien mantiene su puesto fijo en la esquina de la calle del cementerio, aseguran que dos veces han dañado el cristal protector a causa de jugueteos inocentes con pistolas de balin y riñas ocasionadas en épocas de carnavales.

“Esa pintura es muy importante, aquí vienen todos los colegios del municipio, de otras ciudades, de universidades, y así muchos foráneos, que visitan el pueblo, a lo primero que asisten es al cementerio, un cementerio que tiene fama”.

Carlos Alberto Jiménez, habitante del municipio de Juan de Acosta.

LA DESCENDENCIA MOLINA

Aquella joven mujer retratada en forma de ángel en la pintura llevaba consigo uno de los apellidos más tradicionales de Juan De Acosta. Sus antepasados son conocidos por haber tenido la osadía de ocupar el territorio costero, pues se asegura que Juan de Acosta no fue fundada sino poblada. La historia de la descendencia Molina comienza con el patriarca Andrés De San Juan, quien, según un libro familiar perteneciente a Delia Molina, hacia los años 1700s arribó con su familia provenientes de Castilla, España.

“El señor vino en un barco con cuatro hijas y un hijo”, comentó Delia Molina de memoria, como si conocer su historia familiar fuera un requisito para ser catalogado como un buen descendiente. De esa manera, en Juan de Acosta se implementó una hacienda donde esclavos y sirvientes la hacían funcionar. Precisamente, el surgimiento del apellido Molina deriva de un matrimonio entre una de las hijas del recién llegado a territorio americano y Javier Molina, quien ya se encontraba en el lugar.

Pero eso no explica en su totalidad la abundancia de personas con el apellido Molina en el municipio, pues como reza el dicho popular de Juan de Acosta, “el que no lo lleva delante, lo lleva detrás”. Es Marcial Hernández quien, jocosamente, se refiere al hecho donde la tradicional familia ha sido víctima de chismes, cuya raíz es la razón por la cual la descendencia ha sido exorbitante. El locutor menciona que “por ahí se dice en los comentarios que el Molina se cruzaban primos con primas, y prolifera eso”. Precisamente Delia puede dar fe de ello, quien tiene por padres a dos primos hermanos y, ante la mirada asombrada de los visitantes, asegura orgullosa que su madre es de apellidos “Molina Molina De Molina”.

Paradójicamente, en el municipio de Juan De Acosta no existe el apellido De San Juan, esto debido a que el único hijo de Andrés De San Juan no tuvo descendencia. Sin embargo, este apellido si se encuentra en San José de Saco, pues una de las hijas de este personaje tuvo un hijo como madre soltera. Su criatura obtuvo el apellido de su progenitora, cuya respectiva descendencia habita en San José de Saco.

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