Al habla de tradición, nos remitimos a aquel mecanismo de transmisión de prácticas y saberes que son propias del acervo popular. Según Manuel Antonio Pérez, investigador sobre esta temática, “la tradición tiene distintas vertientes por la cual se mueve”. Normalmente, cuando nos referimos a este término, nos centramos en lo antiguo, lo viejo, lo olvidado, lo pasado. Sin embargo, según Pérez, es incorrecto pensar la tradición desde ese significado pues “en determinado momento también se vuelve en presente”.
Como rasgo fundamental de la tradición, es útil mencionar que es aquello que viaja en el tiempo, es decir, que se mantiene un flujo constante de dichos saberes entre generaciones que pueden ser familias, núcleos de amigos, núcleos barriales e inclusive en el trabajo. Dentro de esta se encuentran grandes grupos como por ejemplo la tradición literaria, es decir, la que es retratada de manera escrita, y la tradición oral, cuyo componente transversal es el habla.
Aunque la primera goza de mayor credibilidad en el ámbito académico, no hay que olvidar que la gran mayoría de los relatos que hoy tomamos como nuestra historia departamental son fruto de la oralidad, que según el historiador Xavier Ávila sin estos “no existiera el fundamento de nuestra identidad”. Es decir, luego de ser plasmados con papel y pluma en grandes tomos, pasaron a convertirse en los guardianes del gran perfil identitario atlanticense ahí delimitado.
Pero tradición oral y oralidad no son sinónimos aunque se utilicen como tal. Así lo explica Yásnaya Aguilar, una mexicana licenciada en Lenguas y Literatura Hispánica en la revista Este País, donde en su columna de opinión expone que la tradición oral es un mecanismo de transmisión de conocimientos cuyo soporte es la memoria, mientras que la oralidad es una propiedad de todas las lenguas del mundo. En este caso, lo oral se manifiesta no como lo necesario para que exista tradición oral, sino para acceder a éste.
Bien dice el investigador Pérez que “de lo que más está llena la tradición oral es de metáforas”. De cómo, a través de comparaciones entre dos cosas totalmente distintas, se van hilando las historias más asombrosas que se pueden relatar. Esas que sólo los abuelos pueden narrar sin parecer que mienten, aunque en realidad no lo están haciendo ya que se trata de una sutil persuasión. Precisamente en su texto Cultura y tradición oral en el Caribe Colombiano, Álvaro Baquero y Ada De La Hoz Siegler mencionan que ésta tradición “ha demostrado su poder persuasivo y convincente por excelencia” pues gracias a este se puede explicar el imaginario colectivo construido a través de las generaciones.
Por otro lado, Juan Moreno Blanco, en su libro Narrativas de la oralidad cultural en el contexto colombiano, menciona algunas características de los textos de la oralidad, donde acota fundamentalmente que este aspecto se encuentra ligado a la tradición, la región o la cultura comunitaria o popular”. En ese sentido, un texto oral puede, siguiendo a Moreno Blanco, “cambiar según el momento y los sujetos comprometidos en su actualización” además de que nunca puede ser considerado una “unidad aislada”, pues siempre podemos encontrarlos dentro de un tejido cultural.
Cabe resaltar que la tradición oral de los pueblos está englobada en lo que considera la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) como Patrimonio Cultural Inmaterial. Allí se encuentran los saberes que se adquieren a través del mecanismo de la tradición oral, siendo el Museo del Caribe, cuya sede se encuentra en la ciudad de Barranquilla, uno de los más grandes defensores. Aunque toda la exposición se encuentra construida de tal manera que los elementos no sean, como en otros museos, objetos, allí se puede apreciar una sala completa dedicada a la Palabra, esa unidad léxica a través de la cual se nutren la región.