Por Ángel Yépez Álvarez – Foto de cabecera: El Heraldo
Crónica de la estatua de Simón Bolívar, ubicada en el centro histórico de la ciudad de Barranquilla
Y ahí está. Desde 1937, en medio de la plaza que lleva su nombre. Sin decir una sola palabra y haberse movido escasas veces. Y, claro, a la vez ha visto crecer a su alrededor una ciudad y su evolución en medio de tantas disyuntivas. Allí, encima de un gran pedestal, anda montado en su caballo Palomo. Con una espada en la mano derecha que apunta hacia el infinito como señal de lucha por la libertad, mientras que con la otra sostiene las riendas de su equino reforzado en bronce. Ambos con una serenidad en su mirada, que dan la impresión de estar conectados con el mismo sentimiento.
Su base está decorada con hermosos corales anaranjados. Sus costados adornados por árboles sombríos, cañones en hierro y faroles que permiten iluminar su semblante cuando se aproxima el ocaso.
Justo a 280 metros de la plaza, al extremo sur, estaba ubicada la mansión de Don Bartolomé Molinares, donde se alojó “El Libertador”, Simón Bolívar, en su paso por Barranquilla antes de llegar a Santa Marta, ciudad donde falleció. Él también la vigila.
En 1929, en la parte de atrás de la estatua, al otro lado de la calle, fue construido el edificio Palma. Considerado como un hito de la arquitectura de la ciudad, fue uno de los principales complejos hoteleros de la ciudad en esa época. La edificación, con cinco pisos de altura, tenía terminaciones esféricas en cada una de sus torres que daban la impresión a la vista de una mezquita o palacio árabe, elementos que lo caracterizaron como emblema moderno. En sus habitaciones alojó mucha de la personalidades más importantes que visitaban la ciudad. A pesar de eso, tiempo después fue demolido, para que luego emergiera en su lugar lo que hoy conocemos como la Torre Manzur, construida por el arquitecto Fernando Martínez Sanabria.
La aparición de Bolívar
Aunque no, no siempre estuvo allí. La ecuestre escultura permaneció por un largo tiempo muy cerca. En la inmensa plaza de San Nicolás, frente la iglesia que lleva el mismo nombre, rodeada de kioscos de artesanos y vendedores ambulantes. Sitio ubicado a tan solo un par de cuadras de donde se encuentra ahora.
Fue Cristóbal Colón un colonizador, que por mucho tiempo implantó su nombre sobre la gran calle ancha; pero Bolívar llegó a tomar su lugar para quitarle el poder y representar con orgullo el título que lo acredita como libertador. Así, le arrebató al navegante el nombre de Paseo Colón para catapultarlo el resto de la historia con el de Paseo Bolívar, como se reconoce hoy en día.
A partir de que se ancló a este sitio, Bolívar ha visto pasar por su frente infinidad de sucesos. Desde los coloridos disfraces, las hermosas reinas y la alegría del barranquillero, en medio de las primeros desfiles del carnaval transmitidos por televisión. Hasta los debates y discursos de los diferentes políticos aspirantes a los cargos públicos de la ciudad.
Por otro lado, ha observado pasar a sus costados el alto flujo vehicular y de persona, debido al incremento en el comercio, que ocupa gran parte del espacio a su alrededor. Acontecimientos no tan gratos, como la invasión por parte de los indigentes; los ciudadanos que tomaban el espacios para hacer sus necesidades; o uno que otro que marcó la historia de este icónico lugar, como lo fue el secuestro a una niña, que fue escondida por dos hombres en el cuarto de máquinas, ubicado, en la época, debajo de la estatua.
En palabras de Adriano Córdoba, Director del Archivo Histórico del Atlántico: “Hay muchas formas de hacernos sentir en Barranquilla pero ninguna como en este Paseo de muchos nombres, rostros, colores, sabores, sonidos y sobre todo de la alegría del barranquillero”.
En definitiva, durante el último siglo han sido muchas las historias que se han tejido alrededor de esta escultural figura de bronce. Unas lejanas a otras, pero todas convergen en un mismo punto: La construcción de la memoria e historia de Barranquilla.