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Por: Geraldine Carpio

Había estado ya en el Cementerio Universal, ese viejo lugar al que muchos llaman “campo santo”, pero que de santo ya no tiene nada. Este viejo lugar que ya tiene 150 años, este dormitorio, en el que reposan las almas y en el que hoy camino.

Tantas historias hay bajo mis pies, tantas hay en el aire, en la brisa, en la yerba y en cada flor natural o artificial que adornan las tumbas. Hay historias de muertos que aún dan de que hablar, que desde el mas allá siguen viviendo. Piensan los creyentes.

Un rezandero o sepulturero, no sé qué es,  me recibe… me habla acerca de Luchito, un difunto milagroso. Le pido que me lleve a su tumba, una bóveda familiar adornada por placas, placas de agradecimiento para él.

Cuando hablan de el niño, hablan de un niño diferente. No puedo dejar de observar su imagen y preguntarme porqué es diferente… El hombre que me acompaña cuenta que nació con una enfermedad rara, una enfermedad que no lo dejó crecer.  “Su alma es caritativa” menciona.  El eterno niño vivió 23 años, un adulto por su edad, pero que lucía y actuaba como un pequeño niño, noble.

Dudo de la distancia que debería tomar para ver su tumba, no le temo, tampoco le vengo a pedir nada…pero me percaté de la cantidad de cosas que le dejan, desde velas ( como a un santo), agua (como a un vivo) y obsequios (como las placas) que me hacen sentir un nudo en el estómago, mientras se eriza mi piel.  Aun no puedo dejar de mirar su fotografía.

Luis Carlos Hernández Vergara. 7 de marzo de 1950-febrero de 1973.  Se lee en la placa.

Han pasado más 40 años y ya no se sabe cuando comenzaron a pedirle favores a Luchito, pero dicen que los cumple. Casas, beca, dinero, fortunas, amor, suerte son algunas de las cosas que le piden al niño y que él concede. Quiero creer que las concede, por las placas de agradecimiento que adornan el lugar donde una vez estuvo su cuerpo y que, quizás, hoy estén sus cenizas o la misma alma caritativa.

Mi piel sigue erizada, las velas abundan en el lugar, velas que purifican el alma. Estos objetos que, según dicen, a veces ayudan a conectarnos… con el ambiente.

Di la vuelta y me dediqué a observar el lugar, recorrer los pequeños caminos entre tumbas y bóvedas y ver que encontraba.

El hombre que me acompañaba habló otra vez “hace días desenterramos un pote, con arenas negras, cuando hallamos brujas llamamos a la policía, eso no es legal, ni moral”. Hay quienes practican hechicería y el cementerio es también escenario de esto, en una tumba encontramos tabaco y una bolsa de color plateado. Ambos objetos en el mismo lugar.

Los vivos no olvidamos, los creyentes vienen a visitar a sus seres queridos, decoran sus tumbas, las arreglan, las cuidan. Es curioso ver todo tan bonito, carteles de feliz cumpleaños, frases, y las indispensables rosas que nos dicen que alguien más vino a visitar y a celebrar con los suyos.

Fue inevitable no pensar en la cultura barranquillera que estaba reflejada en el ataúd de un joven. Su tumba era temática, tenía picós en los árboles que lo acompañaban, picós que identificaron en vida y que lo seguirán haciendo aún después de muerto.

El ultimo lugar por el que me pasee fue el Osario de las Almas abandonadas.

Donde reafirmé lo que ya creía.En búsqueda de suerte hasta los muertos hacen milagros. A las almas abandonadas, también hay quienes les agradecen por conceder favores.

No hay espacios para placas como en la bóveda de Luchito, pero si hay quienes les traen rosas, firman sus nombres acompañados de palabras de gratitud para que sus almas dadivosas los tengan en cuenta.

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