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Crónica escrita por: Jordy Barrios G.

Ya empezamos, pero estamos estancados… En mi hogar todo es relativamente tranquilo, mis padres están juntos, mi hermana y yo estamos relativamente bien. Y dije dos veces relativamente porque es así, todo es relativo desde que no puedes salir de tu casa, que en este caso es el espacio físico o lo que “El Profe” llamaría el espacio convencional, sin embargo, hay algo más allá de una casa, algo que no puedes oler, ni tocar, pero lo puedes sentir y percibir cómo son los recuerdos que creas con tu familia dentro del hogar.

 

Quizás lo ideal sería que en este tiempo de aislamiento mi familia y yo convivimos de una manera en la que podamos creer un espacio de recuerdos y risas… eso sería lo ideal, pero no. Hace mucho tiempo que nada en mi casa es ideal, mi padre no sale del cuarto, mi madre no se despega de la televisión y yo estoy allí cumpliendo con mi “vida”, tratando de salir de la monotonía, además de estar con lo que resta del semestre académico al igual que mi hermana. 

 

Nada es ideal, la misma rutina hacen mis padres todos los días desde hace más de 6 semanas, sólo cambia cuando uno de los dos tiene que salir a comprar los alimentos, pero solo es una vez cada dos semanas. 

 

Personalmente nunca creí que pasar tiempo en casa, podría ser aburrido y decepcionante, sinceramente no estoy nada orgulloso de lo que hacen mis padres, y para qué hablar con ellos si siempre será lo mismo. Sí hago un flashback antes de la cuarentena, creo que era misma rutina; Levantarse temprano, ir al trabajo, regresar a en la tarde noche, y hacer lo mismo toda la semana, ¡una y otra vez, una y otra vez! 

Los días soplan muy fuerte, rápidamente pasan las horas, y tu solo pierdes la noción del tiempo. La casa parece un funeral múltiple, cada quién en silencio con lo suyo. Mi padre está en su habitación, mi madre en la sala, mi hermana en su cuarto… Yo en el patio. La calle atraviesa cada día un silencio sepulcral, día y noche. Sin embargo, un sonido se filtra cada domingo por las aceras del pavimento. Las alabanzas de los vecinos a los alrededores.

 

Un domingo por la mañana, un café en la estufa, un tinto para el señor, y desde afuera los vecinos con la adoración a Dios. Mi familia y yo no somos muy apegados a la religión.  Mucho menos mi padre y yo. Mi hermana y mi madre eran las que, en un domingo cotidiano, sí irían a la iglesia. 

Finalmente, el mes de abril acabó, y lo despedí con una triste reflexión “En tres palabras, puedo resumir todo lo que he aprendido sobre la vida: sólo debes continuar”.

 

Así como las malas noticias llegan sin avisar… Justo así ha llegado el mes de mayo. Todo estaba oscuro y parecía que mayo sería más de lo mismo, hasta que… Apareció un alto en el camino. Mi padre se acerca y me comenta al oído; qué tal si pintamos la casa. Sin lugar a la duda le digo que no.

Mi padre se sorprende y me responde ¿qué dices? – Lo siento papá, pero no podemos pintar la casa. – Pero ya he comprado la pintura – Suena bien, pero ¿qué pasa con el estuco? – También lo he comprado. Después de esa respuesta todo giró 180 grados. 

 

La pared, las paredes. Eran totalmente desconocidas. Casi como cuando vas al cementerio y pasas por todos los difuntos, pero nunca le prestas atención a nada que no sea tu ser querido.

Todos los días de mi vida pasaba junto a ellas, pero paradójicamente no sabía nada de ellas, tenía la percepción de estar viviendo toda mi vida como alguien común y corriente. Como esas personas que viven sin mirar los detalles de la vida. La miré, la toqué, la sentí. La pared principal estaba allí, sin embargo, se sentía como si nunca hubiera estado. Quizás porque nunca en tu vida te propones tocar, mirar o sentir una pared de tu casa o de cualquier otro sitio.

La humedad era más que evidente, estaba desgastada, las lágrimas de colores se quitaban con suma facilidad. 

–¿hace cuánto tiempo no pintas esa pared? 

 -2004

–¿Por qué tanto tiempo?

-Nunca te propones a pintar una pared y si lo haces no lo cumples, algunas promesas son solo palabras.

Ahí fue donde entendí que no podía continuar mirando esa pared. Decidimos empezar.

 

La pared estaba desgastada y las capas estaban desgastadas. Capa por capa destapamos esa cebolla, en cada capa un color diferente. crema, verde, cían, azul… parecía un arcoíris de malas decisiones. Ahora entiendo porque una persona llora cuando pela una cebolla.

 

Eureka! Encontramos capa de concreto. Ahora sí comenzaba el trabajo fácil. El estuco estaba ahí y yo no. Haciendo referencia cuando vas a una cita a ciegas… te imaginas cómo será la chica, pero en el fondo no tienes ni idea en que te metiste.

El primer día fue duro, y ni siquiera habíamos empezado con el estuco. “Ahora sí comenzaba el trabajo fácil”. ¡De dónde salen esas cosas! 

 

Comencé a quitarme la idea de pintar de la cabeza. Mi padre se encargó de todo. 

La idea de pintar me cambió radicalmente, me fijaba en cosas que quizás nunca les había echado un ojo. 

Entre voces y realidades

Viví toda mi vida en el barrio Ferrocarril, en Soledad departamento del Atlántico en Colombia, pero de alguna manera no sabía nada del barrio. Como estar muerto en vida, no vives, solo existes. Ahí está el detalle. 

Estaba haciendo mal las cuentas. Todo, absolutamente todo me daba igual. Desde que tengo memoria todo en este barrio era tranquilo y no los engaño aún lo es, pero parece que solo para mí. 

Tomándome una taza de té, caí en cuenta de que este barrio llamado Ferrocarril era zona roja en el municipio, drogas, robos, extorsión, lavado de activos… Como tinte de una lista negra, pero la diferencia era que esta lista sí era negra.

Ni en mis más profundas pesadillas pensé esto del barrio, lo primero que hice fue hablar con mi abuelo.

–¿Qué tan cierto es, lo de la zona negra en este barrio?

-Muy cierto, desde que nos mudamos mi familia se burló de mí y tú abuela, todo porque el barrio era muy peligroso.

–¿Ustedes cuando compraron aquí no sabían nada?

-No, fue muy tarde cuando nos dimos cuenta.

–¿Por qué nunca se mudaron? 

-En ese tiempo el sueldo no me alcanzaba para nada más, quería comprar en El Cortijo, pero tu abuela y yo ganábamos muy poco. 

–¿Por qué no vender para comprar?

-Nunca nos pasó nada aquí en esta zona, todo pasaba más adentro del barrio, así que se nos quitó la idea de irnos de aquí.

El aislamiento, un efecto depresivo  

Están cayendo, hojas blancas en mi cabellera y mi piel se sigue arrugando, cada día más y más. La canción definía perfectamente mi situación. Después de ver la realidad de la casa en la cual, desde décimo grado, yo pasaba poco tiempo en ella fue muy triste y cruel. Pero soy de las personas que no se apegan mucho a las cosas, así que después de una tasa de mi persona favorita se me pasó. 

 

Están cayendo, hojas blancas en mi cabellera y mi piel se sigue arrugando, cada día más y más. La canción definía perfectamente mi situación. Después de ver la realidad de la casa en la cual, desde décimo grado, yo pasaba poco tiempo en ella. Fue muy triste y cruel. Pero soy de las personas que no se apegan mucho a las cosas, así que después de una tasa de mi persona favorita se me pasó. 

Terminó el mes de mayo, y lastimosamente dimos la vuelta entera, otros 180 grados más que nos regresaron al punto inicial. 

 

Ahora solo estoy más decepcionado, quiero que todo pase rápido para salir de aquí, pero realmente no sé en qué parte del aquí estoy. Todo es lo mismo una y otra vez, como un carrusel donde todo gira muy rápido, pero regresas a donde empezó todo.

Quizás no tenga motivos para vivir, creo que estoy sufriendo de depresión. Debería ver un doctor, pero no creo que lo haga, es más ni si pudiera salir lo fuera a ver. Los doctores solo logran que me deprima más. 

PD: Solo quiero que esto acabe, también puedo aceptar que el que se acabe sea yo.

 

Somos una casa periodística universitaria con mirada joven y pensamiento crítico. Funcionamos como un laboratorio de periodismo donde participan estudiantes y docentes de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte. Nos enfocamos en el desarrollo de narrativas, análisis y coberturas en distintas plataformas integradas, que orientan, informan y abren participación y diálogo sobre la realidad a un nicho de audiencia especial, que es la comunidad educativa de la Universidad del Norte.

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