En la noche de ayer solo unas cuantas estrellas adornaban el firmamento, pero más brillo y luz se podía apreciar en la plaza de la paz y sus alrededores debido a la celebración de la Lectura del Bando del Carnaval de Barranquilla.
Es conocido por muchas personas en Colombia entera que las festividades carnestolendas son un espacio para disfrutar y vivir una tradición. Sin embargo, para algunos es la oportunidad perfecta para el “rebusque”. Ganar dinero para poder darle de comer a sus hijos o simplemente subsistir es el pensamiento que mueve a los vendedores ambulantes diariamente.
Vendedores ambulantes que hicieron de la estación de gasolina ubicada en la carrera 44 con calle 53 una plaza de mercado. Aquello no parecía una estación de servicios, ni siquiera los carros tenían espacio para entrar a la bomba. Los vendedores acomodaron sus puestos de venta en dicho lugar, aprovechando que por allí transitarían un gran número de personas para llegar a la Plaza de la Paz.
Entre tantos vendedores en el sitio, gran parte eran venezolanos, delatados por su acento y expresiones. Estas personas del vecino país, no vinieron a disfrutar de las festividades y no se encuentran en la ciudad por el carnaval. Están desde tiempo atrás, buscando oportunidades día a día para poder vivir. Pero entre ellos, existen algunos que se quieren olvidar de todo por un momento y dejarse envolver por la alegría del carnaval, como aquella vendedora que exclamó “ahora te quedáis aquí un momento, que yo quiero acercarme a ver”.
Todos los eventos que se realizan en marco del Carnaval de Barranquilla, son el escenario perfecto para apreciar el brillo, el color y las comparsas junto a sus reinas y disfraces. Esos disfraces que muchas veces entretienen a las personas y no nos permiten observar la realidad más allá, la dura realidad.
Esa realidad silenciada por el sonido de las tamboras y el estruendo de las canciones que están de moda. Ritmos que contagian a las personas que caminan por el lugar, algunas emocionadas y dichosas, que en el ajetreo de las fiestas no prestan atención a ese niño que vende los chicles. Esas personas no se fijan en la mujer embarazada que se ve en mal estado, vigilando al pequeño para no perderlo de vista.
Lo especial de esta situación, es el hecho de que son familias venezolanas. Se pude apreciar que muchos venezolanos trabajan unidos, toda la familia o el grupo de amigos está presente, no es porque quieran que los más pequeños aporten y sientan el cansancio que ellos sientes, es solo que no tienen otra alternativa. La situación de muchos venezolanos es difícil, sin un techo donde vivir, es necesario llevar a sus hijos a cuestas.
Como es el caso de una vendedora de empanadas, que lucía una vestimenta diferente a la de cualquier vendedor, su aspecto no coincidía con el de una simple vendedora ambulante, mientras vendía sus empanadas sostenía a su hija de la mano y le preguntaba a su esposo “más adelante esta el verguero, vámonos para allá, que hay mucha más gente, cuidado con la niña, la agarras en lo que yo no pueda”.
Casos como el anterior se podían apreciar con frecuencia, entorno al evento de la Lectura del Bando. Tan pronto como acabó la festividad, muchas familias venezolanas se dirigían a sus lugares de estadía provisional, cansados y fatigados, algunos padres con niños dormidos en sus brazos, y del otro lado la carretilla o las chazas que contenían sus productos de venta.
La Lectura del Bando dejó gargantas cansadas de gritar y pies cansados, pero no precisamente de bailar. Personas que estaban trabajando, en la otra cara del Carnaval.