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Por: Brianda Jiménez Bolívar. 

Pilar camina por las calles sin asfalto de esa otra Barranquilla, como ella misma le llama aludiendo a lo que lleva puesto. Una camiseta blanca que resalta en rojo y en mayúsculas: LA OTRA CIUDAD. Esquiva la tierra húmeda por el fango para evitar ensuciar sus sandalias, mientras agita su mano para saludar a sus vecinos de Villa del Mar. El barrio conocido como La Cangrejera que colinda con la ciénaga que le brindó el placer de leer junto a ella, y que se había convertido en su hogar hace más de dos décadas, luego de tener que marcharse de Córdoba, víctima de la ola de violencia.

De ascendencia indígena sinuana, Pilar aprendió a cultivar guayaba, aguacate, guineo, yuca, arroz, plátano, maíz, a criar gallinas, gallos y cerdos en la casa de sus abuelos en Córdoba, y que además le inculcaron amor por la naturaleza y, sobre todo, a cuidar el agua. Quizás por eso la casa de Pilar en La Cangrejera se mantiene en medio del monte. Tratando de evocar aquella época dorada de las tierras fértiles de sus abuelos que dieron para alimentar a todo un pueblo.

Árboles tropicales sobresalen en su casa, y entre las pilas de arena en las que se recuesta su única compañia, Chester, luego de haber escarbado el cuerpo de un difunto cachorro. El olor a descomposición ya está esparcido. Pilar reprende a su mascota por lo que ha hecho mientras busca una pala de hierro de gran peso para volver a enterrar el cuerpo del recién nacido perro que no soportó un día más. De las tierras que ahora sepulta la muerte antes germinaba la vida.

Vista a la comunidad desde la ciénaga de Mallorquín, y su zona manglárica.

En 1994 los óleos y las pinturas trajeron a Pilar a este extremo de la región. Llegó en caravana junto a un grupo de artistas deseosos de alzar sus pinceles para trazar nuevos paisajes. Pero la sed de diminutos habitantes de la ciénaga de Mallorquín vencieron a la mayoría. Solo quedaron cuatro. El resto no resistieron las bandadas de mosquitos. 

Zona de manglar circundante a la ciénaga de Mallorquín. 

El barrio gozaba de frescor y desde allí se escuchaba al mar rugir. Pilar veía a la gente pasar con ollas hacia la ciénaga rodeada de mangle; a veces les seguía el camino, y se sentaba a leer al pie de ella. Otras veces se bañaba en sus aguas. Poco a poco fue apaciguando su dolor por lo sucedido en Córdoba. La ciénaga se convertiría en un motivo más de lucha.

Todo era tranquilidad hasta que llegaban las lluvias. Las compuertas del prestigioso Club Lagos del Caujaral se abrían, el arroyo León subía y la ciénaga desbordaba sus aguas inundando las calles de La Cangrejera. Pilar ya sabía lo que venía. Alistaba su ponchera y agarraba cuanto pescado pudiera. Coroncoros, arencas, mojarras, lisas y sierras eran arrastradas por la corriente hasta las puertas de las casas. Los niños descalzos corrían tras ellos. 

La última inundación que vino con todo y pescado fue en el 2005. Venían vivos. Revoloteaban.  El agua llegaba hasta la iglesia principal del corregimiento La Playa. La gente dejó sus casas solas. Se arrumaron en el templo e hicieron festín. Ese día, Pilar decidió quedarse en su casa. El agua le llegaba a las rodillas. Por las noches los techos de eternit se movían, eran los jinetes en sus mulas galopantes que se llevaban las cargas.  

Cuando caía el sereno llegaban los cangrejos. Iban en manada hasta la plaza del cura. Los gringos que visitaban la ciénaga se extasiaban al ver los cangrejos azules en la casa de Pilar. Agujeros en la ropa y mordidas en los zapatos dejaban con sus pinzas en busca de comida. Los dueños de los restaurantes mandaban a buscarlos para venderlos en sus finos platos como presa principal. Se estaban comiendo la mierda de los pobresagrega Pilar gozando entre risas. 

El año 2000 fue la época dorada. Pilar sacaba sus hamacas y fritaba pescado para los ingleses que venían a fotografiar la ciénaga. Con eso se ayudaba. Las mujeres se dedicaban a vender el pescado que sus maridos traían de Mallorquín. Sacaban sus poncheras y vendían la mano de 2000 a 3000 pesos, pero a toda buena bonanza parece llegarle su fin. Empezaron a llegar las cosas malas una tras otra. La lucha de Pilar y sus compañeros apenas comenzaba. 

Primero se contaminaron las aguas. La gente que se bañaba en Mallorquín sentía el agua babosa. Un olor fétido se apoderó de la ciénaga. Las alarmas se prendieron. Pilar junto con sus compañeros Danilo, Bolívar, Nally, José y Nitson se organizaron para recoger las muestras de agua. Las mandaron a Bogotá para ser examinadas. Una semana después lo temido se hizo realidad. El informe de laboratorio determinaba que las aguas tenían mercurio. Un metal tóxico que afecta el cerebro y los riñones una vez son consumidos por el ser humano en forma de metilmercurio bioacumulado en peces y mariscos.  

Danilo y José redactaron la demanda y se reunieron con la exministra de Ambiente Cecilia Rodríguez. Pilar le llevó a tres testigos. Un señor de 100 años, una señora de 90 años y un pescador de toda la vida. Las huellas, la textura y el color de su piel hablaron por ellos sobre su experiencia nadando en las aguas de Mallorquín. Afirmaron que el arroyo León estaba siendo desviado por ciertas empresas colindantes que vertían sus aguas en él. Menguar la pudrición de ellos terminó contaminando a Mallorquín. Las palabras de los sabios pasaron por oídos sordos. 

Pilar, sus compañeros y algunas de las asociaciones de pescadores pusieron el grito en el cielo. Decidieron enviar la demanda a Bogotá en el 2008. Dos años después 3 mil millones de pesos tuvieron que ser invertidos por las empresas demandadas en obras públicas. Los pusieron a escoger entre el puesto de salud o el colegio. Los niños fueron la prioridad. Después realizaron un segundo estudio a las aguas de la ciénaga y ya no salía mercurio. Aparentemente Quintal, Monómeros y Cementos Caribe habían dejado de contaminar. 

Luego de eso el cambio fue pequeño. No se sentía el agua babosa, pero Pilar siguió diciendo a la gente que no se bañara allí. Los vecinos comían los frutos de la ciénaga y todo parecía normal. Hasta que una mañana el olor a pescado podrido despertó a medio pueblo. La gente dejó de bañarse en Mallorquín en ese entonces. Los camiones usados para transportar el relleno, con el que hacían casas en el área de la ciénaga, ahora cargaban pescado muerto. Dieciocho centímetros cúbicos de comida perdida pasaban en frente de hogares famélicos. Entre seis a siete camiones al día, llenos de pescado, eran sacados de Mallorquín. Así duró un mes. 

Ciénaga de Mallorquín.

Algunos pescadores quisieron reaccionar, pero ya era demasiado tarde. Habían vendido la ciénaga por dos lanchas y un sueldo que les duró dos meses. Los compañeros de Pilar no fueron consultados, y la mayoría de las organizaciones de pescadores tampoco participaron. Los tubos que instalaron para el desagüe de lixiviados por parte de la administración habían contribuído a la mortandad de peces por falta de oxígeno, junto con la no entrada de agua dulce a la ciénaga. Pilar y sus amigos denunciaron. Las redes sociales y la prensa local solo hablaba de Mallorquín y sus peces muertos. Luego todo fue silencio.

—Aún algunos se echan la culpa con los otros. Me dicen: Pilar yo defendí la ciénaga. Cuando uno sabe que fueron los primeros que firmaron para pasar los tubos. Vendieron algo que no les pertenecía por un miserable sueldo. Algo que le daba alimento a medio pueblo—.

Pilar y sus compañeros se llenaron de resentimiento. Después de la mortandad de peces la separación fue total. Los tildaron de revolucionarios por defender la ciénaga. Veían una lucha perdida por la avaricia de algunos. Bolívar se murió de rabia. Sumado a eso, Pilar recordaba con dolor lo sucedido en Córdoba. Su cuerpo se fue desmejorando. Le dolían los huesos y le costaba agacharse. Se realizó unos exámenes y le diagnosticaron osteoporosis grado tres. De repente no fue solo ella. Habitantes circundantes de la ciénaga padecían lo mismo. Fue cuando les sugirieron parar el consumo de pescado de Mallorquín durante ese momento.

Luego vino el incremento del relleno y con él la inseguridad. Camiones azules repletos de arena pasan frente al CAI de La Playa hasta los linderos de la ciénaga. Reparten relleno entre los invasores y se devuelven. Una morena grandota confirma su entrega con papel y lapicero en mano. Los mangles son talados. El área circundante a Mallorquín disminuye. Una nueva casa de palo y cemento se erige entre muchas más. Pero a Pilar no le llevan relleno. Le exigen un permiso de la Alcaldía que nunca sacó. Su casa inundada y el frío en sus huesos la obligan a hablar con la doña y con un sujeto de la Alcaldía, y logra que le den el relleno que necesita para alzar el nivel del piso de su casa para cuando se creciera la ciénaga.

Una tarde, Pilar acompañó a un primo a Mallorquín. Quería retratar lo quedaba de ella. Pilar se impactó al ver las construcciones alrededor del cuerpo de agua. Vio que no era gente de La Cangrejera. Eran de otro lado. Villa del Norte, Urba Playa. Cuando llegó a su barrio se reunió con los demás líderes y comentó lo que presenciaron sus ojos. Llamaron a la prensa. Se publicaron un par de notas y luego todo pasó a ser periódico de ayer. Todo siguió mal.

Aquel barrio con la paradisiaca ciénaga dejó de existir. Los turistas dejaron de visitar a Mallorquín por los atracos constantes. De los amigos de Pilar que quedaron unos pasaron de ser artistas a mototaxistas. Otros se arruinaron. Algunos tomaron rumbo a norteamérica y se casaron, como ella dice: bien casados. Los libros que Pilar leía al pie de la ciénaga se llenaron de comején. Sus poncheras ahora guardan ropa, en vez de las lisas y mojarras con las que alguna vez se alimentó.

El olor a podrido de las aguas de Mallorquín ventila de vez en cuando hasta la casa de Pilar recordándole sus luchas perdidas. —La ciénaga de los que la amamos se murió. Ahora es un turbio charco de agua contaminada. Tristemente la clase politiquera del país enterró a Mallorquín—.

Vista a los edificios de Barranquilla desde la ciénaga de Mallorquín.

 

*Los nombres de esta historia han sido cambiados.

 

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