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La última vez que Nelson Gutiérrez pasó por la carretera de la Vía Puerto Colombia de noche, fue hace ya varios años. Su experiencia, la última vez

que lo hizo, fue una de las más desagradables que según él ha tenido a lo largo de su vida.                                                                 

“Es como si me hubiera muerto estando vivo” comenta cuando le preguntan qué fue lo que sintió esa noche de julio de 2008, cuando viniendo de 

Puerto Colombia a Barranquilla se encontró cara a cara con la mujer más mítica de esos lares: La novia de Puerto Colombia.                                          

Ese día, desde las tres de la tarde, se había ido a la casa de sus abuelos en el municipio aledaño a Barranquilla, donde acompañado por sus primos

se tomó unas cuantas cervezas, mamó gallo y comió mojarra con arroz con coco preparado por su abuela. Era de esperarse que no se quisiera ir; se

hicieron las siete, luego las ocho y las nueve, pero él seguía disfrutando, olvidando el cuento de aquella mujer fantasma que cuando se hacía muy

de noche, aparecía en la carretera por donde él tendría que viajar un rato después. Justamente a las 11:15 de la noche, Nelson emprendió su partida

de la casa de su abuela, con unos tragos de más y con su vallenato preferido sonando a todo volumen: mi hermano y yo de Poncho y Emiliano Zuleta.

El principio del camino fue bastante tranquilo, de hecho ameno, cantaba a todo pulmón el famoso coro “al lado de mi hermano con quien he batallado

para poder vivir”, esa canción que le traía tantos recuerdos de cuando era niño porque no faltaba en las parrandas que hacían sus papas cuando no se

habían divorciado y que evocaban en él toda clase de sentimientos nostálgicos. Pero ese viaje que al parecer, iba a ser de lo más tranquilo y placentero,

minutos más tarde se vería interrumpido por la experiencia más desagradable de toda su vida.

 

Eran las 11:40 cuando del lado izquierdo de la carretera, más precisamente en el pedazo donde está el Lago del Cisne, un espectro blanco, no muy

claro de ver comienza a atravesarse en el camino por donde Nelson se dirige. Tal como un carro de carreras que acelera rápidamente, su corazón comenzó

a latir sin frenar, los vellos se le pararon como si estuviera en el clima más frío y un temor inmenso invadió todo su cuerpo. Nunca había visto algo como eso,

era la figura de una mujer vestida de blanco, con el rostro demacrado. Su cara era envejecida y triste, tenía poco cabello y estaba lentamente acercándose a él.

En un intento desesperado por frenar para evitar acercarse a esa horrorosa imagen, terminó pisando el acelerador hasta pasar por el lado de la mujer. Creyendo

que ya se había librado de ella, miró por el retrovisor de su camioneta y vio como lentamente el espectro se iba desvaneciendo hasta desaparecer por completo.

Su corazón estaba acelerado, siguió conduciendo con la adrenalina a mil, hasta que logró llegar sano y salvo a su casa, donde corrió a contarle a su mamá con la

voz entrecortada lo que le había pasado. “Esa noche no dormí, cada vez que cerraba los ojos volvía esa imagen a mi cabeza. La veía como si estuviera ahí, hasta

el punto de creer que se me iba a volver a aparecer. Nunca le había parado bolas a esa cuestión de los fantasmas, siempre pensaba que eran cuentos de esos que

echan los abuelos en los pueblos”. Desde esa vez, Nelson no ha vuelto a pasar de noche por esa carretera. Ahora visita a su abuela en el día y cuando va cayendo

la tarde va cogiendo camino. Dice que no ha superado del todo esa experiencia porque de vez en cuando sueña con la novia de puerto Colombia o piensa que se le

va a aparecer. “Lo que si les digo es que los fantasmas existen, uno no puede esperar a que le pase a uno para comenzar a creer que no estamos solos, por eso

hay que ser precavido, no viajar solo a esa hora como hice yo, que gracias a Dios no me pasó nada, porque hasta un accidente he podido tener, me he podido mori

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