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Por: Linda María Donado Rudas

Fue en mi temprana infancia cuando noté que mi cuerpo estaba atado a una serie de símbolos en la sociedad. Puede que desconozca con certeza el momento exacto en el que ser yo empezó a sentirse mal, pero sí recuerdo lo siguiente: mirar con distancia y confusión cuerpos delgados y curvilíneos siendo premiados en el canal RCN; la extrañeza que me generaba ver cómo mi padre seguía con la mirada a estas mujeres parecidas de la TV cuando andábamos por la calle; el desconcierto en mis ojos cuando mamá me prohibía comer mis dulces favoritos en una fiesta de cumpleaños, y cuando, en esos momentos de silencio caótico, de quietud impredecible, de soledad prestada, pensaba en el escondite perfecto para evitar a mis tíos que hacían bromas de mi aspecto físico. Son vivencias que, temporalmente, se sienten lejanas y viejas, pero de alguna forma, son aún cercanas, accesibles y presentes. 

La discriminación de género se expande desenfrenadamente. Lo que empezó con señalamientos y juzgamientos en un hogar, se extrapoló a otros campos estructurales más complejos e igual de cotidianos. Pareciera que existiera un hilo, un hilo invisible y vigoroso que me atraviesa y me ensambla con personas iguales a mí, igual de gordas, igual de discriminadas. Para ese entonces, desconocía cuál término ya estudiado, hasta que entendí que esto, que nos invalida, que nos margina y nos inferioriza, es llamado gordofobia, un tipo de rechazo a las personas gordas. Es decir, que el hecho de andar por la vida con un cuerpo no delgado te hace más propenso a ser aislado. Y aunque los hombres también son discriminados por su contextura, comprendí que las mujeres somos más propensas a sufrir este tipo de discriminación, pues parece que esto que llamamos cuerpo no nos pertenece, y que antes de nacer, en la sociedad, ya estaba prestablecido cómo debíamos lucir físicamente.

“Niña, cierra las piernas”, objetó mi abuela despectivamente mientras que, a la fuerza, tomó mis dos rodillas y las juntó. Pum. Su semblante mostraba indignación, mientras que el mío (ingenuo), empezó a adoptar facciones de vergüenza. Desde entonces, mis piernas, mis pensamientos y mi voz permanecieron cohibidas e impropias, porque este cuerpo, que ahora sé que es mío, era de ella y de sus ideales y de quienes dijeron una vez que yo y todas las mujeres, por tener vagina, no se nos permitiría ser.  

Por ende, el cuerpo femenino está desligado de quienes lo poseen. Se nos ha impuesto tanto cómo pensar y cómo vivir, que nos volvimos huéspedes del cuerpo de un títere. Y eso nos arrebata un pilar que nos permite ubicarnos en el mundo: el poder. Virginia Woolf, referente feminista, en su libro “Una habitación propia” recalca la importancia de que, como mujeres, apartemos un lugar en donde podamos crecer y encontrarnos con nosotras mismas en una libertad inalienable. Desafortunadamente, la escritora no tuvo esta misma libertad de la que hablaba, pues desde pequeña fue abusada sexualmente por sus hermanastros y se le cohibió principalmente de quien enamorarse. (National Geographic, 2023)

Aquí no hay nada que pensar, objetar u oponerse, el mundo ya está establecido y eso debe cumplirse (decían). Esta máxima está reflejada en el cómo hemos construido la narrativa de ser mujer: antes de nacer ya nuestros padres se imaginaron de qué color sería nuestra ropa, qué juguetes iban a comprarnos, qué pronombres utilizaríamos y de quiénes nos enamoraríamos. Dando por sentado que todo está establecido y olvidando estúpidamente que somos seres pensantes y caóticos, y no objetos.  Este ideal estructural también arrojó que las mujeres deberíamos ser delgadas (pero con senos y nalgas), inteligentes (pero no tan lista como para salirse de la Matrix) y blancas lampiñas (racismo evidente), y que únicamente así seríamos aceptadas por un yugo patriarcal que se reproduce como plaga y que indiscretamente nos dice feas. Este imaginario de cómo deben lucir nuestros cuerpos influye en el cómo decidimos mostrarnos ante la sociedad, y si resulta que tu cuerpo es gordo y se sale de lo normativo, eres más propensa a ser aislada y apartada.

No obstante, desde un punto de vista científico y médico, tener sobrepeso y obesidad sí connota una serie de riesgos físicos que podrían resultar perjudicial para tu bienestar, nuevamente, físico. Esta idea es válida y aceptada desde el campo de la medicina. El problema radica cuando la sociedad se sujeta a este discurso para excusar la marginación social que sufren las personas gordas. La gordofobia, por ser una situación socio estructural, puede verse desde distintos enfoques que, claramente, nos darán puntos de vista distintos, por lo que no es correcto mezclar estos dos campos: una cosa es arrojar datos de los riesgos de la obesidad (ciencia), y otra es aislar a las personas y juzgarlas por su condición. Moralmente no está bien. 

Nuestros pies impactaban ante la ardiente y húmeda arena. “El agua se ve sabrosa, marica”, gritó Danitza y su voz se perdía entre la estridente y violenta brisa. Huíamos del calor que hacía en Cartagena, aquella ciudad extranjera que algunas, como yo, visitábamos por primera vez. Éramos cuatro jóvenes agarradas de la mano corriendo hacia el mismo lugar.  La brisa, el sol, el calor, y las gotas del océano que nos alcanzaban, rodearon nuestros cuerpos de playa: cuerpos gordos, delgados, altos, pequeños… Cuerpos, al final, cuerpos. Fue la primera vez que no decidí colocarme un short abajo que tapara mis estrías, o una camiseta ancha que tapara mis brazos gruesos. Fue la primera vez que acepté esto que soy, que es igual de válido, que es igual de digno. Fue la primera vez que, en compañía de las mujeres de mi vida, nada, excepto nosotras, excepto el mar, excepto el amor, importó. Y entonces, nos sumergimos en el agua.

A modo de cierre, los cuerpos de las mujeres son más propensos a ser obligados a cumplir un estándar de belleza, pues están subyugados a símbolos y normas preconcebidas. La mirada intensa e inquietante de la sociedad se encuentra fijamente puesta en los cuerpos de las mujeres gordas por esta misma razón, porque además de tener un cuerpo no normativo, son mujeres y su cuerpo debe cumplir con un número de parámetros para ser validado en la sociedad. Y aunque se discuta la diferencia entre los aspectos médicos y sociales del peso, señalando que existen riesgos médicos asociados, la gordofobia no debe justificarse a través de argumentos de salud.