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Por: Eliana Ortega Arrieta

En muchos lugares de la ciudad hay bazares, pero ninguno que dure tanto como la eterna fiesta de Barrio Abajo. El mejor lugar para pasarlo bueno después de La Guacherna.

La arenosa saca su sombrero vueltiao y convierte todas sus calles en fiestas. Cuando el recorrido de La Guacherna finaliza, la fiesta inicia en Barrio Abajo. Tanto cumbiamberos como cumbiamberas, garabatos con su muerte, negritas Puloy y monocucos participantes del recorrido que empieza en la calle 70 y termina en la 48, se quedan en el lugar para festejar el comienzo del Carnaval.

“La fiesta no termina”, dice un participante vestido con una camisa blanca manga larga, pantalón blanco hasta los tobillos, sombrero de paja, pañuelo de color rojo en el cuello y un pequeño morral de rayas marrón con negro que lleva colgado al hombro y cruzado por encima del pecho. A unas tres cuadras a la derecha hay una calle que está saturada por un bazar, donde las personas bailan, comen y beben.

No hay un descanso por parte de ellos. No se quitan sus sombreros ni se cambian de vestuario. El reposo queda para más tarde cuando dejen de gozar. Como declara Checo Acosta en Canción del carnaval: “Viva el carnaval. Ya llego la fiesta, y vamos a gozar”.

De noche la ausencia de la luz del día es reemplazada por la dura, pequeña y amarilla del alumbrado público, aquella que logra iluminar las calles haciendo que el asfalto brille como un espejo. Es tarde pero el ambiente del lugar transmite alegría, energía, orgullo y tradición. Los colores que predominan son amarillos, azules, rojos y combinaciones entre ellos.

Las fuertes brisas de enero están presentes levantando un poco la arena del suelo, pero el tumulto de personas presentes sigue moviéndose al ritmo de golpes, sacudidas y vientos.

Los bailarines se recargan de energía y de paso logran agarrar calor con un sancocho, sintiendo el caliente cuando sus manos tocan el vaso lleno de un caldo amarillento donde flotan pedazos de papas, mazorcas, gallina criolla y verduras. Lo acercan a sus bocas para poder soplar y así enfriar un poco el líquido para no quemar su gusto.

Después de unos cuantos soplidos, lo prueban y su boca experimenta una explosión de sabores, describiéndolo como calidez, bienestar, tierra y familia.

Pasan las horas mientras el sonido de tambores, flautas y otros instrumentos, acompañados de voces alegres que relatan la tradición de Barranquilla hacen sacudir el cuerpo a habitantes del barrio e invitados. La luna amarilla comienza a esconderse y falta poco para que la luz del sol vuelva a resplandecer en las calles de Barrio Abajo.

Foto:  Carnaval de Barranquilla

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