Decir que el ejército ha matado civiles es ya algo redundante. El número de víctimas no logra ser unánime, y la institucionalidad en ocasiones premia a los señalados de ser culpables. Lo que toda Colombia está en la obligación de preguntarse es por qué suceden estos atroces acontecimientos.
Según la Fiscalía fueron 2248 víctimas. Según la misma Fiscalía, también se estimaron más de tres mil. Esa misma Fiscalía, después, lanzó un estimado de cinco mil. La CIDH habló de más de 4190, y Human Rights Watch mencionó más de 3700. Como si fuese poco, el oficial retirado de la policía Omar Eduardo Rojas habló de más de diez mil casos.
Entonces, más allá de números, mal llamados falsos positivos y cabezas inocentes presentadas como bajas en combate, ¿qué ocurrió u ocurre?
Desde hace tiempo se apoya la idea de que directrices que otorgaban beneficios en función del número de bajas, o ‘positivos’, son las culpables de que la violencia propiciada por sectores oficialistas no cese. Bien hizo Gustavo Petro al calificarla como incompleta.
El 5 de junio, el líder de la Colombia Humana ingresó nuevamente en la faceta que incluso detractores se atreven a admirar: la de un senador necesario en la oposición y en el debate nacional, experto en denuncias e investigaciones que cuestionan a quienes nos gobiernan y su muy frecuente hostilidad y anacronismo.
La razón de la última convocatoria de Petro era añadir su voz a la discusión sobre el retorno de los falsos positivos, que ya retornó a la esfera pública luego de las incontables víctimas afectadas en el pasado, gracias a informes brindados por The New York Times, El País y The Guardian.
Más allá de pronunciarse en contra de distintas crueldades acontecidas dentro de las Fuerzas Militares, propuso “generar una discusión nacional” en torno a una tesis que, también, llamó incompleta: El entrenamiento forzado y enfocado en la tortura causa daños psicológicos que pueden llevar a que un soldado, en cualquiera de sus rangos, esté dispuesto a lo que sea por presentar bajas en combate.
El senador de la oposición compartió durante el debate evidencias que, según él —y según yo—, demuestran la excesiva agresión que viven los aspirantes a lanceros en los Laboratorios Experimentales de Resistencia (esos que Esteban Santos, hijo del expresidente Juan Manuel Santos, después salió a defender). Asimismo, se basó en esas pruebas para sustentar su propuesta.
¿Debe apoyarse la idea de que el entrenamiento para la guerra es el culpable del luto de más de tres mil familias? La respuesta, tal vez llena de discutibles matices, es sí. Pero el entrenamiento no funciona por sí solo.
La combinación directrices-entrenamiento puede ser el primer paso de una búsqueda a fondo de los orígenes del principal enfrentamiento entre el Ejército Nacional y la opinión pública (el asesinato de civiles inocentes).
Existe una serie de factores que, para bien o para mal (mayormente para mal), actúan como estímulos en la mente de un soldado que se enfrente a lo expuesto por el senador Petro. No solo están en juego vacaciones extras, sino ascensos en sus cargos y la búsqueda de representar el ideal y honor que, se supone, existe dentro de la identidad del Ejército.
Incentivos; no exigencia de perfección en objetivos; exposición forzada a torturas como observadores, maltratadores o torturados; retórica militar anti-guerrilla y pro-guerra, y un país infestado en violencia son ingredientes que se mezclan en la cabeza de cualquier militar azotado en su espalda literal y metafóricamente.
La combinación de todos estos elementos puede desembocar en la desensibilización o deshumanización de un sujeto que, al salir al mundo real, solo busca reflejar lo que aprendió, o, más bien, lo que se le impuso. Teorías fundamentales en la psicología como la de la desensibilización sistemática o los condicionamientos clásico y operante fortalecen esta idea.
El debate sobre por qué los miembros de nuestras Fuerzas Armadas disparan sin piedad contra la población a la que debería brindarle seguridad sigue vigente. Como si de un juicio se tratase, me atrevo a decretar que existen pruebas suficientes para vincular a la investigación el daño psicológico causado en los soldados sin importar su rango.
No obstante, aunque es necesario saber qué hay detrás de aquella institución que —casi a la par de las otras en el país— le dio la espalda a un pueblo al que siempre ha debido proteger, es necesario levantar la voz para que cese tan desapacible adoctrinamiento, cuya implementación le hace mal al país.
Después de todo, “el entrenamiento debe ser tan fuerte, que la guerra parezca un descanso”, ¿no es así? Empero, ¿no es mejor si no existe guerra alguna en la cual ‘descansar’?