Independencia. Disturbios. Guerra. Libertad. Detrás de las victorias del ejército libertador, un sinfín de simpatizantes aportaron a la causa para conseguir que el Virreinato de la Nueva Granada se desatara del yugo español.
Entre estos se destaca ella: una mujer, nacida en la tierra del acordeón, hija de padres españoles pero con la valentía para revelarse en contra de los conquistadores.
María Concepción Loperena de Fernandez de Castro nació a mediados del Siglo XVIII en el territorio que hoy se conoce como Valledupar.
Apodada como “La Loperena” o “La Heroína”, hizo parte del grupo de criollos que apoyaron el ejército de Simón Bolívar. De hecho, según la historia, formó el primer ambiente revolucionario en 1812.
Pero, ¿por qué no se reconoce sus esfuerzos? ¿Por qué, pese a la relevancia de los apoyos otorgados a las gestas independentistas, sólo se le conoce por el honor de que una escuela lleve su nombre?
“Un personaje poco conocido e ignorado”
Así inicia el prólogo del libro “Valledupar en el corazón de María Concepción Loperena”, cuya autora, Blanca Genit Añez Martínez, cuenta una pequeña parte de la historia de La Heroína.
De acuerdo con Añez, su intención con el manuscrito no es describir a profundidad, ni con rigurosidad histórica, la vida de La Loperena. En cambio, desarrolló el texto por una inquietud personal, esa de contar en grandes rasgos los aportes de la mujer en la lucha por la independencia.
Según la autora, Loperena fue una mujer de ideas firmes, “que la llevaron a luchar abierta y tenazmente en contra del sistema imperante de la época”. Sin embargo, era definida por su elegancia, propia de una educación cristiana y un espíritu religioso.
Se casó en el año de 1775 con el Terrateniente Gobernador Don José Manuel Fernández de Castro Pérez Ruíz Calderón, quien fue enviado a Valledupar para encargarse de las encomiendas e impuestos del sitio.
Con él tuvo siete hijos: José Antonio, Pedro Norberto, María Rosalía, María Concepción, José Manuel, Pedro José y José María.
Loperena enviudó heredando todo lo que su marido había cosechado en vida, entre los que se encontraban haciendas de ganado en Becerril y La Jagua de Ibirico. Fue ahí, en su edad madura, cuando su genio libertario salió a flote.
“Es admirable que en una mujer de hogar, entregada a la crianza y educación de sus hijos, brotara tanto fervor por la causa independentista”, asegura la autora Añez en su texto. De esa manera, describe a Loperena como una dicotomía andante: una fiereza interior que escondía debido a los cánones de la sociedad de la época.
Acción revolucionaria
Para desatar ese genio libertario, bastó con que La Loperena viviera en una época ajetreada política y socialmente.
En una mezcla de injusticias, discriminación, esclavitud y sometimientos, la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, promulgados por la Asamblea Nacional Constituyente francesa el 26 de agosto de 1789, abrió un abanico de posibilidades para las colonias americanas que buscaban autonomía.
Siguiendo a Añez, los derechos de igualdad, de soberanía popular y al gobierno del pueblo, fueron los responsables de que La Heroína se revelara en contra del sistema impuesto.
De hecho, en el libro de Añez reza que La Loperena movilizó la empresa “más grande” que alguna mujer hubiera promovido en pro de la independencia de la patria.
Sin embargo, y pese a su estatus social, “se vio obligada a promover la gran empresa de la revolución con muchas dificultades”. Pero todo eso tuvo su recompensa cuando el libertador Simón Bolívar le dio órdenes precisas para leer sus instrucciones en su natal provincia.
El 4 de febrero de 1813, a las 10 de la mañana, y alrededor de una muchedumbre reunida en la plaza pública, María Concepción Loperena leyó con voz firme el acta de independencia de Valledupar. Ese mismo día, La Loperena libertó muchos esclavos de las haciendas que poseía.
Esta fue la acción que materializó la libertad de la ciudad caribe. Con anterioridad, Valledupar había sido la primera población en el territorio que hoy se comprende como Colombia en levantarse. Todo esto se gestó desde el 21 de mayo de 1810 tras los alzamientos en Caracas el 21 de abril del mismo año.
La educadora
No se sabe a ciencia cierta cuándo murió, pero se cree que pudo haber sido el 21 de diciembre de 1835. Pese a que su última voluntad fue ser sepultada en la Iglesia Parroquial de la Concepción, sus deseos no se cumplieron y fue enterrada en el cementerio de la ciudad.
Valledupar se sumió en un luto colectivo. Fueron suspendidas las fiestas navideñas, y el cabildo rindió honores dignos de una heroína. Sin embargo, La Loperena dejó un importante legado: ser precursora de la educación en su ciudad.
María Concepción Loperena recibió una educación “esmerada”. Fueron sus maestros, traídos por sus familiares desde la capitanía de Venezuela, los que le otorgaron su formación en base a “educar al hombre para que este educara su voluntad en el culto perseverante del porvenir”.
La Heroína creyó con vehemencia que se debía educar en los principios fundamentales de la revolución: la libertad del hombre y la soberanía del pueblo”.
Por tal motivo, logró conseguir que el presidente de turno, Francisco de Paula Santander, abriera el primer colegio oficial de la región. Esto lo hizo a través del decreto ejecutivo del 6 de octubre de 1820.
Además, por petición de Loperena, se creó la Escuela de Primeras Letras del Método Lancasteriano, hecho que fue concretado por el Decreto de 17 de mayo de 1824.
De acuerdo con Añez, el Congreso de la República reconoció sus méritos al fundarse en Valledupar un colegio que lleva su nombre: Colegio Nacional Loperena. Este proyecto fue presentado el senador Pedro Castro Monsalvo.
Sin embargo, el honor más grande para La Loperena fue habérsele decretado los honores como heroína por virtud de la Ley 95 de 1940.
Además, el Concejo de Valledupar institucionalizó el 4 de febrero como fecha histórica en la ciudad, por lo que se recuerda la gesta de La Loperena a través de la izada de banderas en establecimientos públicos.