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Por: Xiomara Mesa

¿Es posible encontrar en la poesía una forma para afrontar las atrocidades que se viven en una guerra? 

Para María Bonita, a quien por seguridad protegemos su identidad, esto fue lo que le sucedió: Encontró en la poesía una manera de sanar las heridas de la violencia.  

La guerra le arrebató a su esposo, y de algún modo también a sus hijos. Son las diez de la mañana y en Barranquilla se siente la humedad. El cielo nublado es indicio de la temporada de lluvia en la que estamos. María Bonita es una mujer de 56 años, de cabello largo, manos suaves pero envejecidas. Camina encorvada, pero se siente en su voz la imponencia de una mujer arriesgada, sensible y decidida. De contextura delgada, ojos cafés y piel blanca. Rasgos que apuntan a los de una mujer oriunda del Quindío. 

Camina en dirección a su casa recordando las hazañas por las que tuvo que pasar para no dejar morir de hambre a sus 7 hijos luego de que la guerra se llevó a su esposo, la columna vertebral de su familia. Era el mes de enero de 2001 cuando tuvo el presentimiento de que ya no lo volvería a ver más. Sin embargo, por más súplicas que hubo para que su esposo no partiera, él, un hombre de palabra, no pudo ceder ante los ruegos de su amada y se fue llevándose consigo al hijo mayor, lo cual se suponía era algo de tranquilidad para María Bonita. Pero ella en su corazón sabía que nunca más lo volvería a ver.  

“Canasto de huesos”, le decía de cariño el hombre con el que convivió por más de 10 años los momentos más felices de su vida, el padre de sus hijos, el amor que nunca pudo hallar en otra persona. Lo recuerda como un hombre alto, de ojos verdes, cabello rizado y bien parecido, de manos grandes y aspecto musculoso, sus amigos lo llamaban ‘el gato’.

“Se parece a mi hijo menor -cuenta-. Amaba a sus hijos, era buen jugador de tejo y hacía fisiculturismo”. Cuando habla de su esposo, María Bonita en sus ojos refleja melancolía, pero pareciera que su coraje ahoga las lágrimas que buscan salir.  

El gato

‘El gato’ se desempeñaba como comerciante y transportador, tenía su propio vehículo. Las rutas que cubría se encontraban justo en medio de la influencia de grupos paramilitares. Generalmente salía cargado de verduras de los municipios de Boyacá a diferentes partes en el Casanare y el Meta. De vuelta negociaba ganado para vender en los mataderos de Guadalupe y San Martín en Bogotá. Estas actividades lo obligaban a desplazarse hasta fincas y lugares en donde se encontraban los embarcaderos de los vacunos.  

La muerte de “el gato” se atribuye al Bloque Centauros de las Autodefensas Unidas de Colombia, grupo paramilitar que operaba en los departamentos de Meta, Guaviare, Casanare, Cundinamarca y Vichada, agrupación autora de la Masacre de Mapiripán-Meta, perpetrada a orillas del río Guaviare.  

En ese tiempo los celulares aún no eran de uso común, por lo que María Bonita y su esposo acudían a los llamados “Telecom” para poder comunicarse.  Cabinas telefónicas donde el operador recibía los mensajes y se encargaba de transmitirlos al destinatario. La llamada de su hijo mayor, aquel que acompañaba a su padre en el último viaje de su vida, fue la mensajera de la desaparición del padre de sus hijos. Ya habían pasado cerca de ocho días sin tener razón de ‘El gato’ y los comentarios en el pueblo empezaban a atemorizar a aquel adolescente sobre el paradero de su padre. 

La fría verdad

El ruido de la calle interrumpe el relato, se siente más severa la humedad del ambiente y las gotas de lluvia empiezan a despertar el olor a tierra mientras María Bonita apresura el paso para llegar a su casa. Los cuidados que debe tener con su salud son algo rigurosos, una afección en los pulmones con frecuencia le corta la respiración y hasta modifica el tono de su voz.  

Su casa es grande, tiene terraza y rejas negras. Vive con una de sus hijas. En la sala hay una fotocopiadora casi destartalada, negocio que representa el sustento para ella y su familia. Afuera la lluvia empieza a caer inclemente. El calor del ambiente empieza a sentirse más fresco, un ventilador de pared lo torna ahora un poco frío.  

Sin saber cómo ni por qué, María Bonita decidió emprender por sus propios medios la búsqueda de la verdad. El deseo de esclarecer lo que pasó a su esposo la llevó a descubrir y dar respuesta a todas las preguntas que surgían en su cabeza en ese momento. Sin embargo, al irse detrás de las respuestas a todas sus dudas, sus hijos no solo debían asimilar la desaparición de su papá, también durante muchos años las ausencias intermitentes de su mamá.  

Su fuerza y tenacidad la llevaron a entrevistarse con los altos mandos de grupos que comandaban en el territorio. A librarse de la muerte en medio de las balas de los enfrentamientos que evidenció. A secarse las lágrimas a medida que hallaba algunas partes óseas de su esposo.  

Pero la odisea no se detenía ahí. El desplazamiento estaba por darles una estocada. Las amenazas empezaron a hacerse escuchar. La búsqueda y el descubrimiento de fosas comunes y de hechos vinculantes a los intereses de ciertos grupos sociales empezaron a pasarle factura a María Bonita, y con dolor en el alma, como menciona en sus poemas, tuvo que salir de su tierra dejando todo lo que allí tenía.  

Salieron una madrugada con la esperanza de encontrar refugio en la familia de su esposo. Llegaron a un municipio de Boyacá, pero para su desdicha tuvo que sobrellevar el abandono de sus suegros.  

María Bonita tiene la mirada fija en la pared, parece que sus recuerdos las llevan más allá de lo que sus palabras pueden expresar. El ladrido de los perros de su nieta retumba en la pequeña habitación. Se escucha el ruido de un aire acondicionado, hay un silencio largo y ella retoma su relato.  

Su instinto y vocación para las ventas hicieron que pudiera adaptarse a estas nuevas circunstancias y llevar el pan a la mesa de esta familia, suplir las necesidades de vestimenta y las colegiaturas de los que aún continuaban estudiando. Una vez en Boyacá un nuevo amanecer sostenía la esperanza de seguir, pasaban los días y las noches y María Bonita seguía incansable en su lucha. No despegaba la mirada de los innumerables cuestionamientos que rondaban su cabeza ni tampoco de los trámites que todos estos hechos habían traído consigo; declaraciones, denuncias, esperas interminables ante entidades que parecían sordas. Al mismo tiempo, un cordón de protección estatal frecuentaba los lugares de residencia.  

Ya habían pasado más de ocho años cuando ella y su familia de nuevo tenían la oportunidad de tener una casa, al noroccidente del Casanare. Una vez allí, María Bonita participó en la mesa de víctimas del Departamento y ayudó a muchas personas que al igual que ella habían tenido que soportar los estragos de la violencia.  

Otra vez

Lo que no sabía María Bonita era que también iba a ser parte de los más de 1.900 líderes sociales amenazados en el país. Y no quería esperar a ser parte de los 162 asesinados en lo que va corrido del año. Por lo que una vez más tuvo que volver a dejar el terruño de tierra con el que un día volvió a soñar.  

Así fue como, una vez más, con lo poco que pudo empacar, una noche salió nuevamente de su casa, ahora con destino a la Costa, a Barranquilla. Con el consuelo de seguir vivos, de volverse a levantar y mediante sus escritos seguir expresando sus sentimientos.  

Ahora, el sonido de la puerta interrumpe su voz, la hija de María Bonita le trae un vaso de agua y le pregunta cómo se siente. Ella asiente con la cabeza y la joven se marcha nuevamente.  

Son incontables los daños que la violencia puede causar en una persona. Los estragos de un conflicto armados son los generadores de un estrés postraumático con el que las más de 265 mil víctimas fatales entre 1958 y 2020.  

Mientras tanto María Bonita y su familia siguen esperando a saber qué fue lo que pasó, poder enterrar los pocos restos óseos que se pudieron recuperar y que aún hacen parte de investigación.  

Una paz lejana pero no imposible  

 Después de tantas caídas, de derrotas no solo por el vació que dejó su esposo en la familia sino también por la vida que ha tenido que sortear, Marilú encontró en la poesía la forma más rápida para sanar. Este don le reconstruye el alma. Con cada letra, cada prosa que escribe le libera el alma, hace parte de una coraza que se ha formado luego de tanto tropiezo.  

Ya sus hijos no le afanan y siente tranquilidad al esperar su vejez, tiene la confianza de haber criado a personas de bien y se siente orgullosa de lo que se han convertido a pesar de la adversidad. Como siempre ha sido su apoyo y lo seguirá siendo. Es consiente que por ellos puede dar incluso su vida si tuviera que hacerlo.  

Una fuerza que trasciende 

Después de un largo rato de recuerdos y quebrantos, María Bonita se seca las lágrimas y reflexiona en su papel de ser mujer en medio de la guerra. Piensa que su rebeldía fue lo que también le ayudó a formarse como una persona inquebrantable, cree que esa fuerza es el arma que la ha defendido en medio de tanta incertidumbre.

Lamenta el sufrimiento de sus hijos por no haber estado en todo su crecimiento, pero se enorgullece de no haber necesitado de la ayuda de otro hombre para sacar a sus hijos adelante. Dice que las mujeres pueden solas, que también son capaces de poner el pan sobre la mesa al mismo tiempo que brindan una crianza con cariño y amor.  

Son casi las doce del mediodía, la lluvia ya no se escucha. El ambiente sigue frío, pero María Bonita después de tanto recordar se queda taciturna. Es difícil expresar con letras los innumerables daños que sufre una persona. Esta guerra ha dejado miles de huérfanos viudas, pero sobre todo ha dejado un dolor en el alma de quienes en Colombia vivimos los estragos de la violencia. Sin duda, una herida que poco a poco sana pero que en la memoria colectiva queda la cicatriz que día a día nos recuerda que son inquebrantables aquellas personas que en medio de sus luchas han encontrado el arte de sanar.  

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