Por: Janine Crissien Gallagher
Todo puede cambiar en un segundo. Durante los largos días que llevamos en confinamiento, he vivido varios instantes en donde todo ha cambiado.
En un abrir y cerrar de ojos, nada retornaría a ser como lo era antes. Un día te despides de tus seres queridos, pensando que los volverás a ver, sin saber que al cerrar la puerta ese último momento en que los viste realmente se convertirá en el último.
Un mes en casa
— ¿No les parece increíble pensar en que estamos viviendo una situación que marcará la historia para siempre? — cuestioné con mis amigas por video llamada.
Desde pequeña he sentido una inmensa curiosidad de cómo era la vida de aquellas personas quienes tuvieron que pasar por catástrofes mundiales y la manera en que vivían sus rutinas diarias, como los niños que crecieron durante la Segunda Guerra Mundial o las jóvenes durante la Gran Depresión, pero nunca pensé que viviría algo así tan pronto en mi vida.
Llevo más de un mes sin salir de casa. Acompañada por la angustia y la ansiedad de no saber qué va a suceder, he intentado darle cierta normalidad a cada día.
Mi hogar se ha reconvertido en un espacio en donde casi todas las esquinas tienen un nuevo significado, muchos de los cuales anteriormente no les dábamos tanto uso. Nuestro comedor se ha convertido en el lugar designado para los juegos de mesa, la terraza en un gimnasio, la pequeña fuente en una piscina y el estudio se ha transformado en nuestra sala de cine. Mi cuarto ya no es solo el lugar donde duermo y me logro escapar del mundo real, ahora también se ha vuelto en mi salón de clases y donde me reúno virtualmente con mis amigas.
Al pasar de los días, intento buscarle un lado positivo a esta situación y siento que el confinamiento ha causado que familia y yo nos unamos más que nunca. Nos encontramos siempre buscando nuevas cosas que podamos hacer juntos para mantenernos distraídos y entretenidos.
Sin embargo, de un día a otro, todo cambió.
Como se había vuelto parte de nuestra rutina de todas las tardes, estaba sentada en el patio con un libro en la mano derecha y un helado en la izquierda. El cielo estaba gris y los grillos cantaban mientras mi mamá regaba las plantas, y casi que por accidente escuche algo que cambiaría el rumbo de nuestro confinamiento para siempre.
Del otro lado de la terraza, mi madre se encontraba hablando por teléfono con su tío cuando la escuché comentar sobre el estado de salud de mi abuelo, Johnny. Cuando terminó la llamada y noto mi cara de preocupación, me contó que mi abuelo se había puesto bastante delicado en los últimos tres días, pero no me había contado todavía porque no sabían qué iba a suceder.
Pero, ya las cosas se veían direccionadas hacía un trayecto en donde no había vuelta atrás.
Debido a que mi abuelo que se había negado ser internado, expresándoles a mi mamáa y tía que prefería irse en paz desde su casa que estar en una clínica y que esperaba que respetaran su decisión, acudieron a un servicio de cuidados paliativos en casa.
— No puedo creer que en un mes mi papá ya no va a estar —murmullo mi madre.
Y así fue.
Casi como si hubiera un cuenta regresiva desde que la doctora manifestó la gravedad de su estado, al mes se fue mi abuelo. Pero la bomba de tiempo no paró aquí. El día antes de que mi abuelo cumpliera su primer mes de fallecido, perdimos a mi abuela, Tita Ellen.
Un día ordinario
Era un domingo a finales de abril como cualquier otro, tan común como la tarde de un mes antes en donde todo había cambiado; excepto que esta vez, inusualmente, decidí apagar mi alarma y dormir hasta que mi cuerpo me lo pidiera.
Cuando me levanté al medio día todo parecía ser normal. Todo siempre parece ser ordinario justo antes de que pase algo terrible. Pero cuando mi mamá escuchó que me había levantado, entro a mi cuarto y con tan solo ver su cara, sabía que algo había ocurrido en las horas en las que decidí dejarme soñar alto.
— Se nos fue Johnny— dijo mi madre entre llantos mientras se desplomaba sobre mi cama.
En este instante todo cambió. Lo que pensábamos que iba a ser un día feliz y común terminó convirtiéndose en una pesadilla.
Recuerdo perfectamente su cara al abrir la puerta y la manera como susurro las palabras. Recuerdo su peso mientras se derrumbaba en mis brazos y exactamente que tenía puesto. Recuerdo cada momento que ocurrió después de esto, con tantos detalles que desearía que estuvieran velados por las lágrimas que caían sobre mi almohada.
Recuerdo el dolor tan inmenso que sentía en mi pecho por el dolor de mi madre. Y la exasperación que tenía dentro de mí de haber estado dormida en el momento que pasó, de no haber estado ahí para ella.
— ¿Por qué no me levantaste? le pregunté.
Su única respuesta fue un gesto de negación. Su silencio lo dijo todo.
En sus últimos días, mi abuelo manifestó que estaba viendo a sus hermanos, quienes se habían ido antes de él, y que se encontraba rodeado de globos blancos e inmensos con música. Entiendo que esto es un tema bastante delicado y controversial, pero basta con que uno personalmente viva una situación así con un ser querido para fortalecer su fe.
— Ya está en sus globos, Ma— expresó mi hermano al enterarse de la partida de mi abuelo. Y esta frase quedó tallada en mi memoria para siempre.
Lo que siguió este momento fue un impedimento tras otro. Detalles cuales ahorraré, pero debido a la situación de la pandemia, lo que debió ser un día tranquilo y familiar para aceptar el duelo, se convirtió en una travesía.
Tan así fue que la funeraria demoró más de 12 horas en ir a recoger el cuerpo de mi abuelo a su casa. Esta particularidad parece ser suficiente para sintetizar lo que vivimos aquel domingo. Un día que parecía ser ordinario.
La quietud y silencio que lleno mi casa en los próximos días todavía me aterroriza.
Una vez más
Varias semanas después, salí de la ducha y me encontré con la casa callada y desolada, algo que era completamente inusual durante estos momentos de confinamiento.
— Tita Ellen se puso mal, papi y mami tuvieron que salir corriendo— me dijo mi hermano al chocarme con él en las escaleras.
Y una vez más todo volvió a suceder.
Dada la situación en la que nos encontramos, me cuesta mucho creer que esto realmente pasó. En este encierro uno a veces siente como si la vida allá fuera no pasara, como si fuera algo lejano e irreal. O como si todo estuviera en pausa.
Siento como si este periodo se fuera acabar y voy a poder ir a verlos una vez más.
Para resumir lo que, de nuevo, fueron largos días llenos de ansiedad, mi abuela sufrió un paro cardiaco una mañana a finales de mayo. Al contrario de mi abuelo, se la llevaron a la clínica donde pasó los siguiente tres o cuatro días internada, hasta que se volvió a encontrar con mi abuelo, su amor de más de 35 años, en el cielo.
Los instantes que siguieron este momento están tan claros en mi mente como los de aquella mañana de abril, y también desearía que no lo estuvieran ya que me atormentan cada vez que cierro los ojos.
Debido a que las restricciones del confinamiento estaban mejorando, esta vez sí nos permitieron ir a la funeraria para despedirnos como es adecuado. Aunque fue una reunión muy pequeña, solo dejaron ingresar a ocho personas, fue justamente lo que necesitábamos.
Recuerdo perfectamente la sala llena de suspiros y lágrimas. Recuerdo las cenizas de Johnny reposando sobre el cajón de Tita Ellen y la fotografía que había llevado mi mamá de ellos dos juntos en mi cumpleaños de seis o siete años. Recuerdo el resto de nuestros familiares conectados por video llamada. Y exactamente lo que dijo el sacerdote, lo cual fueron las palabras perfectas que todos debíamos escuchar.
— John y Mary Ellen, almas que nacieron para estar juntas y no podían soportar estar en la tierra sin el otro.
Entre todo el dolor que sentía, recuerdo pensar en que esto era algo realmente hermoso y mágico, y por más desconsuelo que tuviéramos por su partida, su reencuentro en el cielo era lo único que nos colmaba de paz.
Justo cuando regresamos a la casa de la funeraria, comenzó a llover por primera vez en todo el año.
El sol irradiaba entre las nubes que lloraban, como nuestras almas. Pero por dentro sentíamos que esta era una lluvia de bendiciones y una señal de que ellos están bien, y lo más importante, que ya se encontraban juntos nuevamente, como siempre estuvieron destinados.