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Por Sócrates

Es natural que, desde las huestes afectas al Gobierno Nacional, se trate de minimizar, matizar y hasta justificar lo ocurrido en el famoso bombardeo de agosto contra alias Gildardo Cucho en la zona del Caguán, y que derivó en la muerte de ocho menores de edad acompañantes del ‘blanco legítimo’, como se subraya ahora ya con tinta roja.

Es natural, decimos, y eso toca entenderlo. Y por eso no extraña que a pesar de tantas y recurrentes metidas de pata del ministro de Defensa Nacional, Guillermo Botero, una senadora de su partido, como María del Rosario Guerra diga que “duele ver que alguien tan honorable, un patriota etc. etc. haya tenido que renunciar simplemente porque en un bombardeo murieron niños”.

En el tomar como “simple” algo tan grave está el veneno discursivo. En la prensa nacional (en toda) puede leerse las explicaciones de especialistas en Derecho Internacional Humanitario: ese bombardeo, que se anunció en su momento como “impecable” por el presidente Iván Duque, fue contrario a tres principios fundamentales humanitarios: distinción, precaución y proporcionalidad.

No es poca cosa. En las murallas expresivas que buscan justificar el procedimiento, se echa mano de algunas cosas ciertas y otras que rayan en el despropósito. Estas últimas, ni siquiera se le ocurrirían a un ‘mamerto’ como lo aseguran desde los entusiastas bases de la colectividad de marras, y desde donde suelen denominar así a quienes vomitan frente a ese discurso nocivo.

Es cierto, por supuesto, que es horripilante y reprochable reclutar menores de edad. Ese es un tema complejo que pasa, incluso, por las necesidades de esas zonas, pero sea como sea, no está bien. También es cierto que las fuerzas militares pudieron haber actuado de buena fe sobre el entendido de que ahí no había menores. Pero, entonces, la operación no fue tan “impecable y meticulosa”: la sola comprobación de la presencia de menores era suficiente para abortar el operativo: esos menores no debían ser eliminados, sino recuperados de alguna forma.

Digamos que, pese a toda la investigación previa, era “imposible saber que había niños presentes”, como buena parte del Gobierno y muchos de sus afectos han subrayado: ¿por qué no se dijo de inmediato como lo reclamó el mismísimo ex presidente Uribe? De aquí hacia adelante ponga todas las respuestas que quiera, mi amigo lector, y siempre quedará mal.

Quedará tan mal, se lo aseguro, como quien, en las redes sociales, jugando a emisario de la Divina Providencia, dice que ninguna fuerza militar está para pedir los documentos de identidad antes de iniciar un bombardeo. Se supone que, con la meticulosidad y rigor previos a un operativo de estos, la condición del blanco y sus acompañantes están claras de antemano. Y si se encuentran cabellos rubios donde se supone que todos tienen el cabello negro, por lo menos no los esconda bajo la alfombra.

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