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Por: Juan David Herrera

George Orwel en su novela 1984 acuña uno de los recursos literarios más icónicos de la historia: el doblepiensa. Olvidar y recordar a la vez, saber algo e ignorarlo por completo al mismo tiempo es quizás uno de los panoramas más lúgubres a los que se puede enfrentar.

Han pasado más de 50 años desde su publicación, pero su pluma se osifica diariamente y, lo que se escribió como visión del futuro, lentamente toma la forma de una macabra profecía.

El doble piensa se hizo famoso por ser un recurso que describía el cinismo máximo de un colectivo cuando es posible negar lo fáctico por intereses personales. Decir que dos más dos es igual a cinco no solo se convierte en una máxima aceptable sino obligatoria, cegarse por completo a petición de una ideología es imperativo.

En la jerga popular, se dice que la realidad siempre supera la ficción y, esta vez no es la excepción. Nuestra coyuntura actual nos presenta un panorama de desintegración de la esencia democrática, el conformismo representado en una ignorancia hacia los asuntos políticos y sus consecuencias, la incesante perdida de valores y, sobre todo, la idolatría de los líderes a tal punto que, haciendo uso del doble piensa, tenerlos en un púlpito invisible y destilar odio hacia quien piense lo contrario sobre ellos.

La amnesia consensuada ante los baches políticos es aprovechada por los representantes quienes ven este punto como un cheque en blanco para obrar de manera fraudulenta, pues, a fin de cuentas la sociedad no le pasará factura. La indignación será momentánea, luego el ciclo se repite ad infinitum.

Lo anterior puede parecer una afirmación de varios quilates pero hasta el día de hoy no he podido descifrar cómo actúa el tema de la memoria en nuestra sociedad, se olvida tan rápido las acciones de quienes nos manipulan que, tristemente,  el país parece condenado. Un pueblo sin conocimiento de su historia es un rebaño de zombies que caminan por inercia.

En un contexto de represión y violencia votar conscientemente es un acto de patriotismo, la reivindicación de la libertad. Colombia no puede ajustar más sus grilletes, necesita respirar ante tantos atropellos, tener paz. El sistema político produce pena y desesperanza pero saber que todo puede mejorar con nuestra convicción es un alivio.

Para intentar cambiar hacia sea un ápice de nuestro pedacito de tierra es necesario acercarse a la figura de ciudadanía ilustrada, romper el estereotipo país sin memoria y, poner en práctica de una vez por todas una verdadera democracia.

Cerrando la analogía con 1984, es preciso aclarar que incluso entre la horda de hienas que buscan someter a la sociedad, existe un rayo de luz, pequeñas células convencidas de que es posible lograr un mundo mejor. El electorado no se percata del poder que posee y por ello se conforma con migajas, empero, en ocasiones me gusta pensar que algún día será distinto.

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