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Michelle, embajadora de paz, enseña a un grupo de jóvenes sobre los acuerdos de La Habana. Para ella, construir país es sinónimo de tolerancia, pues debemos reconocer que no todos pensamos igual.

Por Duber Altamar

Es viernes por la tarde pero no parece serlo. El salón permanece casi en silencio, uno que otro murmullo se escapa por ahí. Yo no hago parte de la clase pero también estudio aquí como ellos. En una de las últimas sillas estoy esperándola. A la derecha está mi amiga y a la izquierda, un desconocido. De súbito, el sonido de la puerta abriéndose logra interrumpir la afonía del salón. La mujer joven es una sola sonrisa. No debe pasar los veinticinco años, seguramente. El salón entero la saluda, excepto yo. Cada uno lo hace a su manera. Su nombre es Michelle.

Michelle es embajadora de paz, su misión es enseñar sobre los acuerdos de La Habana en los lugares donde sea necesario hacerlo. En colegios y universidades, en ciudades y pueblos, en el día o en la noche. Para ella es importante que la gente busque muy adentro si decide estar a favor o en contra de lo que dicen ese montón de páginas. Hoy viernes lo está haciendo en un salón lleno de becados por el gobierno, esos a los que el país les llama ‘Pilos’. Yo soy uno de ellos.

En un mes de octubre, hace tres años, Michelle se enteró que le regalarían diez mil becas a esos mismos pilos que hoy educa en temas de paz. Para ese entonces se sintió molesta, a ella le había tocado estudiar en la pública y le hubiera gustado, en ese entonces también, hacerlo en la privada. El año que se graduó nadie se puso a pensar si sería buena idea regalarle becas a la gente y, aunque no lo gritaba a los cuatro vientos, por dentro sentía que si lo hubieran anunciado en su año ella también habría sido parte de eso.

Ustedes no van a cambiar el mundo les dice pero van a aportar un granito de arena para que eso suceda, porque ustedes no tienen el mundo sobre sus hombros. Llevaba tiempo sin escuchar unas palabras así, sinceras y reconfortantes a la vez. Sentí entonces, cerrando los ojos un poco más de tiempo que un parpadeo, que también me las estaba diciendo a mí, aunque no hiciera parte del grupo al que le hablaba. Pero yo estaba ahí también, al fondo, y apenas sacando mi cámara de mi mochila. Pienso entonces si lo que acabo de sacar de la mochila me ayudará a aportar un granito de arena para cambiar el mundo. Pienso y pienso pero no puedo seguir haciéndolo, por lo menos no ahora, es momento de prestar atención a la clase.

Michelle manda a los chicos a juntarse en pequeños grupos y comienza a hablarles de un proyecto más grande que tienen a futuro. Esos chicos han estado yendo cada viernes por la tarde durante semanas y han asumido el proyecto voluntariamente. Todos saldrán con el mismo título que tiene Michelle hoy. Todos terminarán convirtiéndose en embajadores de paz. Cuando cada grupo está trabajando en lo que deben hacer y ella queda sola, mirándolos, le pregunto qué es construir país para ella.

Me dice entonces que construir país es sinónimo de tolerancia: debemos reconocer que no todos pensamos igual.

No pierde la sonrisa. A Michelle no le importa que la gente no piense igual a ella; a ella sólo le importa que la gente piense. Cuando era más joven también me dice vivía en una cajita donde sólo conocía lo que estaba adentro, ignorando todos los problemas que la rodeaban… ignorando a la sociedad misma. Pero un día cualquiera se levantó con un sentir diferente.

Viniendo de una familia que piensa diferente a ella, Michelle ha encontrado en su propio hogar la manera de construir paz y de construir país. Para mí la paz no es una palomita blanca y tampoco es una utopía. La paz empieza desde el hogar, desde las comunidades, desde las universidades… la paz empieza con todos conociéndola.

Supongo entonces que es por esto que busca enseñarla y que sueña con un mundo mejor. Supongo que, a pesar de que no he vivido lo mismo, también tengo el mismo sueño… y ahora lo tienen (o tendrán) cada persona que veo en el salón.

Cuando la clase termina, Michelle recuerda a sus alumnos -y amigos a la vez- que esta es su última clase, que de ahora en adelante les tocará a ellos poner en práctica todo lo que aprendieron para que se sienta de verdad que son embajadores de paz.

Hay nostalgia. Michelle me pide entonces que les tome una última fotografía para que perdure en el recuerdo. Lo hago y uno por uno se despide y la abraza. Su sonrisa sigue ahí.

Yo, por mi parte, comienzo a entender por qué estaban tan callados… fue su última clase.


Para todos los que nos formamos como contadores de historias en este particular espacio de tiempo, y en estos momentos cuando estamos buscando dejar atrás la piel de un reptil que, como país fuimos, es necesario aprender a armar memoria, sin perder los estribos, con pedazos sueltos, pedazos de acciones, recuerdos y olvidos.

Esta es una colección de historias que ofrecen oportunidades, historias quizá nuevas, quizá conocidas, pero todas escritas desde las perspectivas a veces juguetonas, a veces muy formales, de una serie de mentes fértiles de las que brota la necesidad de dar a conocer un país diferente a aquel que nos venden y que, tristemente y con frecuencia, compramos al precio más bajo.

#YoConstruyoPaís es la muestra inequívoca de que Colombia vale oro. Y a la vez es una invitación de El Punto y las jóvenes generaciones de periodistas de Uninorte -que no pasan de sus 20 años-, a pensar y proponer un país mirado desde la paz.

Somos una casa periodística universitaria con mirada joven y pensamiento crítico. Funcionamos como un laboratorio de periodismo donde participan estudiantes y docentes de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte. Nos enfocamos en el desarrollo de narrativas, análisis y coberturas en distintas plataformas integradas, que orientan, informan y abren participación y diálogo sobre la realidad a un nicho de audiencia especial, que es la comunidad educativa de la Universidad del Norte.

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