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Por Daniela Moreno

Transcurría la madrugada del jueves 13 de abril y las olas de Kilymandiaro acompañaban el canto, la voz y la impecable sonrisa que lucía el Gran Martín Elías.

Con la entonación de “Tu cumpleaños”, canción de su padre Diomedes Díaz, el eco de la melodía se envolvía con cada rincón agraciado de aquel lugar.

La gente, en su afán de mirar hacia la tarima que le daba la espalda al mar, se acercaba para cantar al unísono la canción que grabaría en sus mejores épocas El Cacique de la Junta.

Esa noche, como muchas más, vestía una camisa rosada y un jean claro como la única opción que dejaba una madrugada calurosa, afanosa y de brisas a desdén.

No era para más: estábamos en una presentación privada del cumpleaños de un gran amigo. Habíamos unas pocas personas contagiadas por el calor humano y la alegría que transmitía ver al afamado artista, quien lucía entregado al público desde el momento mismo en que había saltado a la tarima.

Sus seguidores, exhaustos de la emoción, bailaban y cantaban al ritmo de las canciones que salían de su amplio repertorio, escenario que sin vilipendiar algunos aprovechaban para sacar una foto de la que no se imaginaban reposaría en la eternidad.

Su sencillez y su gran talento eran los protagonistas de la noche.

En el momento, con nostalgia también me llegaba el recuerdo de su padre al cantarnos apartes de éxitos como ‘La plata’ y ‘El condor herido’, ritmos que si bien el público animaba con los aplausos que se perdían entre las melodías del acordéon, ya auguraban la improvisación de los versos que lo identificaban.

Tras escuchar algunas interpretaciones más, los asistentes coincidíamos en que había sido una presentación especial, de esas que no se repetirían nunca más.

Martín, o mejor El Gran Martín, brillaba con luz propia al tiempo en que los presentes sentíamos su energía, sin ni siquiera imaginar que por cosas del destino este se sumaría a los últimos encuentros que sostendría frente al mar y toda su fanaticada.

Ya al terminar su presentación, a eso de las cuatro de la madrugada, y con el adelanto de una canción que se perfilaba como éxito de su próximo trabajo musical, nos extendió la invitación al próximo Festival de la Leyenda Vallenata, evento que aclamó sin saber que, a todas luces, el destino le ganaría la carrera por los micrófonos y el acordeón.

Y así, entre la arena y la brisa de frenesí, dejé en aquella noche el último recuerdo de un artista con el que nunca antes logré ni lograré coincidir.

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