Por: Camilo Andrés Rodríguez Pisciotti
Fue un día que jamás olvidaré en mi vida por todas sus circunstancias. Esto se debe a que entendí varios detalles de aquel lugar, comprendí que no era solamente una torre con variedad de color, sino que le aportaba un sello muy importante para nuestra amada Curramba, y eso era lo que aconteció en aquella isla colorida, era la transformación de las sonrisas en una película.
Era en Barranquilla una tarde congestionada, lluviosa, rodeada de nubes color ceniza que estaban a punto de continuar con su llanto. Las principales avenidas y locales permanecían brillantes del aguacero, parecía pueblo fantasma, y caliente como el amazonas.
Todo esto lo observaba en el interior del vehículo en el que me encontraba, Venía escuchando “Bistro Fada” de Stephane Wrembel que provenía de la radio, esperando a que se terminara de saciar mi expectativa del lugar al que me aproximaba, las cuerdas del violín y la guitarra me hacían sentir como en una película; varias gotas escurren de la ventana mientras un semáforo aprisionaba a la multitud. Aquel color rojo que imponía su autoridad sobre aquella gris carretera.
No sucedió mucho tiempo para que el semáforo se tornara de color verde y pudiera seguir con mi trayecto. En el transcurso de mi camino, veía a la gente salir de sus hogares gordas de tanta ropa, sombrillas, abriéndose como los pétalos de las flores, y lo inquietos que eran los niños al estar en la calle.
Eran las 5:00 pm y en medio de una llovizna que había atrapado por completo a la hermosa Barranquilla, había llegado a mi destino. El cielo estaba por completo de color gris. No había presencia alguna de los ciudadanos. El día no pintaba a que cambiaria, sin embargo, en un abrir de ojos el plano cambio. La lluvia se trasladó hacia aquella isla que cambiaba por completo el panorama, ese enorme ventanal vestido de arcoíris, ‘’La ventana al Mundo’’.
Este lugar llamado la gran paleta por su extravagancia, es el nuevo punto de encuentro de la gente Barranquillera, en él se pueden ver una extensa cantidad de detalles. Al ver al gigante colorido desde el andén, uno puede sentir algo como ese amor a primera vista mezclado con el orgullo. Ese sentimiento que solamente se le puede dar a la arenosa por parir una razón más para amarla. Los pasos me acercaban al que sería el mejor encuentro de la semana.
Los Policías usaban sus silbatos para llamar la atención de los ciudadanos que llegaban, inflaban los cachetes, y con su brazo derecho extendía su mano para avisarle a la gente que el tráfico empezaba a circular. El otro policía, alto, de complexión más delgada, sacudió la cabeza y dice:
– ¡crucen con cuidado!
– Bib!! Bib!!! Sonaba el pito del policía – Exigiendo mayor movilidad a los peatones para cruzar la calle mientras los desesperados conductores pitan.
Al acortar las distancias, se pueden ver dos columnas clavadas en una ladera. Alrededor de ella se ven unos individuos que caminan sobre aquella isla. Eran ya las 5:17 y el cielo paró de llover. Aquellos individuos entonaban sus voces diciendo: mango, algodón de azúcar, globos, churros y cometas. El tipo del mango ofrecía de su canasta llena mango con sal, repetía en más de una ocasión su oferta de 2×1 a 1000 pesos mientras caminaba y extendía su mano para llamar la atención, a su alrededor estaban los otros individuos que le hacían competencia, parecía una selva aquella ladera.
El tipo de los churros por una esquina mientras el del algodón de azúcar llamaba la atención con sus expresiones, por otro lado estaba el niño de los juguetes, que no aparentaba tener más de 13 años, pero que llamaba la atención por su singular manera de ofrecer los productos.
Su madre una mujer que se encargaba de vender globos, era muy apática, mostraba desinterés por donde caminaba el infante que buscaba vender, y que se le notaba la mirada manchada, y cómo olvidar al man de las burbujas, era el personaje que más se hizo destacar por las enormes burbujas que creaba, sentado, y sin decir ninguna palabra expresaba tranquilidad, algo que ayudó a que el entorno se volviera más cálido.
Se escuchaban pasos, un grupo se aproximaba y miraba de reojo a la paleta, venían en multitud y en un instante, fui espectador de cómo el silencio se esfumó y se llenó de ruido, había mucho movimiento de las familias que se habían animado a visitar la torre.
La gente estaba exaltada, los niños corrían sin parar mientras sus familiares se sentaban a tomar cerveza, jóvenes caminaban por los alrededores tomando de la mano de su novia mientras unos señores a la vuelta intentaban volar un dron. En un abrir y cerrar de ojos el cielo se abrió y empezó a soltar un color rojo con amarillo, por un momento se dibujó la bandera de Colombia con un estilo abstracto.
Aquella tarde parecía una escena de película por toda la variedad y emoción que habitaba en ella, el tiempo era perfecto, el color parecía magia de verdad. Por un momento lucia como
El corazón de la torre estaba lleno, llenito de memorias que tomaron lugar en una línea de tiempo que con el tiempo sumaron décadas, millones de vidas y triunfos que acontecieron en la arenosa en distintos periodos de tiempo, y lo más importante el valor de su colorida estructura estaba ahí mismo, observando todas esas fechas que mostrarían aquellos logros que transmiten orgullo de haber nacido allí.
Eran las 6:10 pm y el atardecer nos regala una puesta de sol afín a los colores de la bandera de Barranquilla. El sol terminó de despedirse y la noche apareció con un plano general de los Barranquilleros disfrutando de su legado.