Por: Omar Barboza Camargo
Bajarse de un burro pa’ subirse a un bus es una vaina jodía. Y aunque yo nunca en mi vida me he montado en un burro, sí conozco perfectamente lo duro que es dejar el pueblo para ir a una ciudad totalmente desconocida a estudiar en la universidad.
Se que muchos de los que me leen son pueblerinos como yo. Pero la mayoría de los lectores tal vez sean citadinos, que seguro son compañeros de clase o amigos de un pueblerino. Y puedo apostarles que cada vez que su amigo viaja le encargan un pote ‘e suero.
La mayoría de nosotros, los pueblerinos, nos deprimimos al llegar a la ciudad. Porque, sumado a la tristeza de dejar nuestra casa, nos toca adaptarnos brusca y casi obligatoriamente a la vida cosmopolita de la ciudad a donde vamos a cumplir nuestros sueños. Todo a causa de las presiones sociales a las que nos vemos sometidos.
Aunque muchos digan que es mamadera de gallo, a nosotros, en serio, nos duele que se nos burlen por ser diferentes. Por algo los hermanos Zuleta en su canción “El viejo Miguel” cantan: “Yo me desespero y me da dolor porque la ciudad tiene su destino y su mal para el provinciano”.
Es por eso que, a continuación, voy a dar a conocer algunas de las cosas que más nos cuestan a los pueblerinos cuando nos mudamos a la ciudad, pa’ que entiendan un poquito más nuestra situación y no nos la monten tanto:
- “La comía”
Una de las cosas que más nos cuesta es la comida.
Para mí, que soy de San Onofre de Torobé (Sucre), un desayuno responsable significa: tres tapas de yuca harinosa con sus respectivas ligas (queso, suero y depronto alguna carne o pescado que haya quedado del día anterior). De bebida, un delicioso café con leche, en el que son sumergidas unas galletas de limón de la señora Adelaida.
Ya se podrán imaginar mi cara cuando, en la primera pensión a la que llegué en Barranquilla, me sirvieron como desayuno dos sánduches sin queso con un vaso de té helado de sobre.
“Esa vaina no da mojón” gritó mi papá al otro lado del teléfono cuando lo llamé pa’ echarle el cuento.
- “El goppiao”
Cuando en la inducción de la carrera va a presentarse un pueblerino, todos los citadinos ponen sus miradas encima de él o ella, con una expresión burlona que acompaña la siguiente frase: “edda me duele la cara de tanto goppe que me diste con ese hablao”.
Yo se que puede ser extraño al principio. Pero téngannos paciencia, uno por lo general no se ha dado cuenta que habla así hasta que se nos burlan en la cara. Y cuidese, porque es contagioso (que lo digan mis amigos citadinos).
- ¿Entonces tú allá comes burra?
Por mucho que a usted le de risa esta pregunta, creo que a ninguno de nosotros nos causa gracia. Nuestra primera pareja sexual no fue un animal (o por lo menos no la mía) así como tanto se le ha hecho creer al mundo. Aunque la zoofilia es un fenómeno real, esta es una pregunta muy incómoda surgida de un estereotipo fatal.
- Los buses
¿Que clase de bicitaxi es esto?
Si quiere identificar un pueblerino acabado de llegar a la ciudad, le aseguro que es ese pela’o que cuando el bus llega a su parada le grita al conductor “Paraaaaada” o “Aguantaaaaalo”, ignorando por completo que el bus tiene un timbre para avisar que llegó a su destino (como lo hace un citadino decente).
Pero, por favor, no se ría de él o ella. A mí también me pasó, justo en la entrada de mi universidad, el primer día de clases. Y a todos los pueblerinos nos ha pasado, porque en nuestra cotidianidad el auténtico transporte es el de Nando: caminando. Nosotros y nosotras no andamos en bus. A veces cogemos uno que otro bicitaxi, motocarro, o moto, aprovechando tanto aparato que ha llegado al pueblo para optimizar el transporte.
- Las direcciones
Eso no existe en el pueblo. Allá uno dice “tú coges derecho por la calle del comercio y cuando llegues a la esquina de la tienda de Kalé, doblas a la derecha bajando por la loma hasta que llegues a la calle de la ceibita donde está una señora vendiendo minuto debajo de un palo de mamón, al frente de una casa e tabla. Cuando llegues le preguntas dónde queda la casa de la seño Benilda y ella te dice”.
En la ciudad, uno se entera que existen las nomenclaturas. Y la gente piensa que uno le va a robar cuando preguntamos por una dirección.
Si usted identifica a un pueblerino perdido en la calle buscando una dirección, guíelo con amabilidad, seguro se lo agradecerá. Sobre todo si usted conoce un palo de mamón, mango o almendro que pueda servir de referencia. No dude en darle este tipo de indicaciones. También son útiles los puestos de minuto, las tiendas de cachacos, las casas viejas y las señoras que están sembradas en sus terrazas.
En fin. Son muchas más las dificultades socioculturales que enfrentamos los pueblerinos al llegar a la ciudad. Pero, en verdad, amigo citadino, si usted ve a un pueblerino llegar a su barrio, o si van juntos a clase, hágase llave de él o ella. Uno siempre trae de su tierra que si el suero, el queso, las galletas de limón, la yuca, el ñame o el plátano, que sin duda usted va a disfrutar muchísimo, si se gana la confianza de uno de nosotros.
“El que nunca ha estado ausente no ha sufri’o un guayabo. Hay cosas que hasta que no se viven no se saben” dice una canción en la voz de Silvio Brito. Por favor, no le ponga esta yuca tan corta-venas a su amigo el pueblerino si no lo quiere ver llorando. Además de ser el Himno del Festival Vallenato, es el himno de todos los que estamos temporalmente exiliados y exiliadas.
Una vez que usted haya sido amable con uno de nosotros, tiene ganado un puesto en el cielo. Porque un amigo pueblerino nunca lo traicionará y le ofrecerá un lugar donde pasar vacaciones fuera de la ciudad muy amable e insistentemente. Dele la mano a ese pelao. Él está pasando por un momento difícil: cambiar los gallos por una alarma pa’ levantarse da tristeza. Pero ajá. A uno le toca sacrificar la sabrosura de su pueblo para mudarse a las ciudades a estudiar porque, como dice mi tía Martha: “el lápiz pesa menos que una pala”.
Foto: @iconos_caribe
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Emiluz Jaraba
Muy buena crónica. Llrna del orgullo por su identidad.
David Eduardo
Soy un barranquillero que dejó la ciudad hace varios años pero que no ha perdido el anhelo de volver. Tu artículo me hace sentir bastante identificado en ciertos aspectos. Por un lado, a pesar no ser un pueblerino sino un citadino a más no poder, conozco esa sensación de desarraigo que da estar en un lugar extraño. Por otro, muestras un punto de vistas que jamás consideré mienstras viví en Barranquilla, cuando yo era el tal vez creído niño de ciudad que veía con algo de risa a las personas “de los pueblos” por sus formas particulares. Tu texto me llega en un momento en el que reflexiono constantemente sobre lo que significa ser de un lugar, las diferencias sutiles pero profundas que son evidentes en los enormes puntos de encuentro que llamamos urbes, si me gustaría asentarme definitiva e indefinidamente en un sitio y dónde, aunque en esto último creo saber ya por dónde me voy decantando. Sin alargarme más, quiero terminar por decir que tu artículo me encantó. Agradezco mucho que lo hayas escrito de manera tan amena.
Luz Payares Simanca
Hola, David: me llena de alegría saber que el texto te hizo sentir y reflexionar sobre todas esas cosas. Creo que ese es el propósito de estos espacios: poder compartir ideas y sentimientos que nos pongan en común. Me gustaría mucho saber más sobre tu historia. Si algún día te animas a escribirla, la leeré con mucha emoción.
– Omar Barboza