Por: Aura Catalina Cubillos y Mario Andrés Lastra
Es difícil llegar a pensar que a tan corta edad una niña pueda cargar tanto dolor en su corazón. Tenía solo quince años cuando todo pasó. En ese momento vivía con su familia en el campo. Sus padres cuidaban una finca, un trabajo que quizá para muchos era sencillo, pero para otros llegaba a ser peligroso. La guerrilla había llegado a la zona robando animales, cobrando vacunas y secuestrando a menores.
La docente universitaria Kelly Pozo afirma que “el ímpetu humano por poseer la tierra es verracamente voraz”. Esa hambre de poder del ser humano se hace cada vez más evidente a medida que nos adentramos en la historia. Tal vez porque todos conocían a esos hombres, los que cargaban armas y caminaban como si el mundo les perteneciera.
En medio de un ejercicio periodístico encontramos un sentir, una voz que quería ser escuchada, pero que debido al temor causado por el conflicto armado que rodeaba las diferentes regiones en Colombia y un gobierno nacional que se hacía de la oreja sorda, se mantenía en el silencio.
La historia de victimización de una persona que, por ser menor de edad, era protegida y pedía a gritos ser escuchada luego de haber sufrido violencia de genero por ser mujer, fue el detonante de una cadena de sucesos. Le quitaron el derecho a la educación, obligándola a crecer abruptamente tras sufrir acceso carnal violento y tortura cuando presenció el homicidio de su padre.
La historia sonaba cada vez más fuerte a medida que seguíamos leyendo ‘¿Cuándo viene mi papa?’ Un relato ubicado en el libro de las devastaciones y la vida de “Cuando los pájaros no cantaban. Historias del conflicto armado en Colombia. Volumen testimonial final de la comisión de la verdad”.
Llegamos a comprender cómo la realidad supera la ficción y, con el fin de entender la situación que pasaba frente a nuestros ojos, decidimos contactar a la comunicadora social Nathalia Salamanca, quien desempeñó el rol de coordinadora para la Comisión de La Verdad; también contactamos a la psicóloga Olga Hernández, quien participó en la interacción con varias de las víctimas del conflicto armado cuyas historias luego hicieron parte del Informe Final; y consultamos a la comunicadora social Kelly Pozo, quien nos brindó sus apreciaciones desde la parte de la investigación y la academia.
La historia y la verdad de una mujer
Vivir con miedo era el pan de cada día, la libertad no existía. No importa que pasase, si te cruzabas con alguno de ellos, con uno de esos hombres, era mejor agachar la mirada, caminar rápido o complacer sus caprichos. Fue justamente esto último lo que no quiso hacer el padre de nuestra protagonista, lo que desencadenó aquella tragedia irreversible.
En una ocasión, mientras esta niña iba para su escuela, fue secuestrada. “Esta violencia tiene raíces en una violencia de género, porque seguramente si hubiera sido hombre, seguramente lo secuestran y lo matan o lo secuestran y lo desaparecen, pero por ser una hija, mujer, la violencia sexual entra a ser parte del asunto”, comenta la psicóloga Olga Hernández, y añade: “A partir del conflicto muere una niña y nace otra mujer a medida que se caen las vendas de la ingenuidad y descubre la crueldad del mundo. Nace una mujer herida, sufrida y víctima; pero también tiene la posibilidad de que muera esa mujer y nazca otra. La mujer que se hace responsable del conflicto y la muerte de su padre, una mujer que busca los caminos de reivindicar sus derechos, de ser escuchada y narrada”.
La mujer poco a poco deja ver las diferentes capas que este suceso ha dejado en su vida. Cuando logra alejarse de todo y llegar a la ciudad, descubre que va a ser madre. Este hecho en vez de brindarle felicidad se vuelve una continuación de esa violencia de la que fue víctima. Decide tener al bebé, el cual hoy tiene 19 años y padece una parálisis cerebral que le impide realizar cualquier tipo de tarea y es un recuerdo viviente de todo lo que le pasó. Según la psicóloga Hernández, “los traumas no se superan, solo logramos enfrentarlos y seguir adelante haciendo que el dolor no sea parte de su identidad, pero siempre están ahí”.
La mujer llega a una organización de víctimas de violencia sexual que la acoge. la protagonista afirma. Cuando entiende que no es la única que vivió ese tipo de situaciones, cuando entiende que no está sola, que hay otras mujeres que vivieron lo mismo, empieza su proceso de recuperación. “No niego mi pasado, pero ya no quiero seguir sintiéndome victima”, afirma.
El sentido de una historia
“Es parte de la verdad que tenía que contarse, gracias a un encuentro testimonial. Es por ello que la Comisión buscaba armar equipos con buenos talentos de las diferentes áreas de la investigación”, expresa Nathalia sobre el porqué de estas historias. “Muchas historias son fuertes y la idea no es generar terror sino más bien sensibilizar, pero no es solo saber que hay una historia, sino a su vez esperar que la quieran contar, al punto que luego nos preguntamos del porqué alguien las querría leer, pero entendimos que deben ser contadas para dar evidencia de lo que está pasando en verdad. Sin embargo, nada de esto fuese posible sin la ayuda del equipo de psicólogos que hablaban con cada una de las mujeres víctimas del conflicto”.
Las entrevistas de la Comisión les dio un espacio donde se podían desarrollar, más que como víctimas, como mujeres; lo que les ayudó en la recuperación personal de cada individuo.
Hoy en día la protagonista de esta historia cuida a su hijo, trabaja desde su casa lavando ropa y pregunta por sus “muñequitos”, haciendo referencia a los diferentes contenidos que se han realizado para mostrar su historia; pero si le cuestionan si ella los ha visto o si quiere verlos, siempre se niega con una sonrisa, pues siente que revive aquella historia que de una u otra manera quiere dejar atrás para poder vivir con plenitud su presente.
Más allá de las sonrisas y las piedras preciosas
Colombia es un país reconocido a nivel mundial por sus grandes riquezas de fauna y flora, por la gran diversidad cultural que se ve reflejada en su variedad de acentos, cantos, relatos y fiestas. Este se ha clasificado como el país más feliz del mundo, pero detrás del telón hay mucho más que risas, porque en vez de piedras preciosas, encontramos dudas, incertidumbre, sudor, sangre y lágrimas, que nos hacen comprender que no toda sonrisa es genuina. “Yo creo que hay que hacer una larga pedagogía de la paz, pero también hay que hacer una larga pedagogía de la guerra. Para construir la paz, tenemos que saber que tanto nos ha hecho la guerra. Nada justifica la paz si nosotros no enseñamos lo que nos ha dejado la guerra”, afirma Kelly Pozo.
Hemos vivido en un conflicto armado desde hace más de cincuenta años que se ha llevado consigo la posibilidad de vivir de cientos de niños, mujeres, hombres y familias, para ser más exactos de 9.342.426 millones de persona, 4.014 víctimas no superaban los dieciocho años. Eduquémonos, conozcamos los testimonios y practiquemos la empatía, pues el que no conoce su historia está condenada a repetirla.