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Por: Catalina Erazo

También conocidas como ‘las empanadas de Telecom’, tienen casi 40 años de estar abiertas al público, y cada vez se ganan el corazón de más barranquilleros.

“¡Son light! ¡Son light!”, es lo primero que escucho al bajarme del carro con mis papás al final de uno de los días más desafiantes de nuestra vida. El año era 2010 y veníamos de enterrar a mi abuelo materno. No tenía sentido para mí por qué luego de un día así, nos habíamos tomado el tiempo de cruzar la ciudad para llegar a un puesto de empanadas. Y luego esta confusión creció cuando vi a mi mamá llorar al probarlas y conversar con el señor que las vendía. 

Supongo que notó en mi rostro la incertidumbre y preocupación, así que con mucha delicadeza tomó mi mano y me explicó que este era un lugar que mi abuelo frecuentaba mucho y al que la solía traer cuando era una niña. “¿Cuándo era una niña? Wow, tiene mucho tiempo este señor aquí”, pensé. Pero a tan corta edad es difícil encontrar las palabras adecuadas para una situación así, entonces solo me limité a abrazarla. 

Pero estaba en lo correcto, tenía muchos años aquel puesto de empanadas, y hasta el día de hoy sigue en pie. A las afueras de la antigua sede de Telecom, ubicada en la calle 73 entre las carreras 38b y 39, aún podemos encontrar las ‘empanaditas adictivas’. 

En sus pininos, las empanadas costaban tan solo 30 pesos. Actualmente se venden a 400, sin embargo, nunca falta ‘la ñapa’ en cada pedido. ¿Pides 5? Toma 7. ¿12 para compartir? Mejor llévate 15. 

El nombre de ‘empanaditas adictivas’ nació de sus propios clientes, quienes mientras comían se daban cuenta de que una vez comenzaban no podían parar. “De verdad que sí son adictivas, empiezas con una y cuando vas a ver ya te comiste 10, algo tienen”, dice entre risas Daniela, una estudiante universitaria que acaba de salir de clases directo al local, mientras se termina su quinta o sexta empanada. 

“Es una bendición y una maldición tener esto aquí al lado, es como si no tuvieras más opción que comerlas por lo menos dos veces a la semana”, manifiesta Diana, residente del edificio vecino. 

Hernando Castro y Arnulfo Prins son los pilares de este negocio. Durante más de 30 años se han dedicado a mantenerlo, y juntos le han construido un nombre y asegurado un espacio en el corazón (y estómago) de muchos barranquilleros. 

Hernando, el propietario, emigró de Manizales a Barranquilla a sus 17 años con la esperanza de garantizar un mejor futuro para él y para su familia. Llegó a la ciudad en 1982, y junto con su hermano le dio inició a esta historia. Él es el encargado de hacer las empanadas en su casa todos los días. ¿De qué están hechas? No lo sabemos, y Hernando se niega a compartir su receta o cualquier otro tipo de información además de que están hechas de papa. 

Por el otro lado, Arnulfo se unió unos años más tarde. Trabajaba en Telecom, así conoció a su futuro jefe. Cuando este quedó sin empleo encontraron en el otro una solución a sus problemas. A Arnulfo le urgía una nueva fuente de ingreso para mantener a su familia, mientras que Hernando necesitaba alguien que lo apoyara atendiendo el puesto. 

A pesar de que Arnulfo no es el dueño y de que no ha estado desde sus inicios, la suya es la cara que asocian y la que identifican con las empanaditas. Pues es él el que día tras día está presente mientras que Hernando divide su tiempo en sus otras ocupaciones. De él también es la frase: “son light”, la cual usa constantemente para atraer a las personas, quienes son convencidos de comprar, aunque tengan claro que es ‘puro cuento’, como le contestó un joven al escuchar esto cada vez que alguien nuevo llegaba. 

Incluso, personalidades desde el cantante barranquillero Beéle hasta nuestra Miss Universo 2014, Paulina Vega, han sido testigos de esta maravilla gastronómica, y lo han dado a conocer por medio de sus redes sociales. 

Y surge la pregunta, ¿qué tienen estas empanaditas que han causado tanto furor? La respuesta se puede encontrar en los rostros de la gente que no ha terminado de llegar al lugar cuando ya le están ofreciendo una: “pruebe, son light”. Al primer mordisco se nota que el sabor es único y aunque nunca se sabrá con certeza lo que realmente contiene, el placer que genera en el paladar vale esa parte de la historia que aún, después de tantos años, desconocemos. 

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Comunicador social-periodista (1986), Magíster en Comunicación (2010), con 34 años de experiencia periodística, 24 de ellos como redactor de planta del diario El Tiempo (y ADN), en Barranquilla (Colombia). Docente de Periodismo en el programa de Comunicación Social (Universidad del Norte) desde 2002.

jfranco@uninorte.edu.co