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Por Ever Mejía y Valery Serrano

Los siete hombres, bañados en maicena, se miraron con vacilación cuando la botella de ron quedó vacía. Al instante hurgaron sus bolsillos y confirmaron sus sospechas: tampoco había plata. Apenas caía la tarde del sábado. Era el primer día del Carnaval de Barranquilla de 1930, y ya se habían quedado sin el insumo para los días restantes.

Ante las circunstancias adversas, José Dolores tomó la vocería y animó al grupo a buscar un buen disfraz para pedir plata.  Hubo un cuchicheo (unos que sí, otros que no) hasta que Isaac Morón alzó la voz: “yo sé de un disfraz que es un capuchón negro con versos improvisados, lo usan en Ciénaga (Magdalena)”.

Bajo la batuta de Dolores, escribieron unos versos carnavaleros y quedaron en reunirse al día siguiente vestidos con disfraces negros. Cuando ya algunos se despedían, Isaac Morón advirtió: “falta el coro”. Pero José Dolores respondió en el acto: “como esta vaina es un rezo y nosotros queremos ron. El coro que sea ‘Pague este rosario con media botella de ron’”.

Han pasado ochenta y ocho años. Hoy es sábado de Carnaval, sobre la calle 17 desfilan siete encapuchados rojos, cada uno lleva en sus manos un libro de versos. La gente los llama y se amontona para escucharlos. Orlando Barrios, líder del grupo, toma el micrófono y reza la letanía. El coro lo conforman Jorge de La Rosa y Wilfran, Jhonfran, Yarlinson y Francisco Ibarra, parientes entre sí, que responden:

La gente escucha el verso, y ríe. Ellos rezan un par de letanías más y recogen cinco mil pesos del público. Wilson Bermejo, otro integrante, reparte el trago. Avanzan por la calle 17, y pasan por la esquina de la carrera 22. Ahora están en el sitio exacto donde hace 88 años a José Dolores y a sus amigos se les acabó el ron. Orlando Barios lanza un trago en señal de abundancia, cumplen ocho décadas de tradición. Ellos se denominan La Ánimas Rojas de Rebolo.

La historia de las letanías, documentada en una investigación de Alejandro Espinosa, se remonta al siglo II, cuando los padres apostólicos, siguiendo los consejos de San Pablo, hacían peticiones por una vida en paz. Luego en el siglo XII surgen las letanías lauretanas en honor a la Virgen María. El Papa Sixto V las aprobó en 1587 para toda la Iglesia. Luego no hay información documentada de cómo llegaron hasta el Carnaval de Barranquilla. Algunos investigadores, como Ariel Castillo, mencionan que una manifestación similar a las letanías de Carnaval fueron los goliardos, un movimiento que surgió en el siglo XIII en algunos países de Europa, entre ellos España, comandado por clérigos que escribían poesía satírica en latín en contra de la Iglesia. Luego, con la colonización de los españoles en América y esa mezcla de culturas, esta manifestación se habría hecho popular en Ciénaga, Magdalena. Y allí aparecieron José Dolores e Isaac Morón para traerla al Carnaval de Barranquilla en 1930.

Orlando Barrios ha contado muchas veces el origen de la agrupación que hoy, a sus 70 años, dirige. Recuerda que esa historia sobrevivió a nuestro tiempo de forma oral, de generación en generación. Orlando lidera el grupo desde 1974, y se sabe uno de los versos que escribió José Dolores en 1930:

Dicen las malas lenguas
entre ellas las de mi tío
en esta calle vive una vieja
que tiene siete mario’
Coro:

Pague este rosario Con media botella de ron

Las letanías, dijo Orlando en alguna ocasión, son como una mentada de madre en forma de verso. Aun así, en esta época casi nadie se enoja con las letanías. Las agrupaciones se meten con Donald Trump, profanan al Papa Francisco, atacan a los políticos colombianos, se burlan de los jugadores del Junior y hasta de las chismosas del barrio. Aunque estas libertades no siempre fueron posibles.

Solo desde el año 1978, las letanías fueron aceptadas oficialmente en las actividades del Carnaval. En los años 60 tenían que inscribirse como ‘comparsas’ porque no se permitía la inscripción como ‘letanías’. Antes de los 60’s las letanías vivían en la informalidad, eran rechazadas por las autoridades y por buena parte de la ciudad. Su existencia estaba en vilo permanente. Todo dependía de la buena voluntad de los grupos de amigos que salían a las calles para hacer reír a los vecinos en los barrios populares a punta de versos picantes.

En tiempos de transición a la formalidad, en 1977, tuvieron un percance. El martes de Carnaval, Orlando Barrios fue con su grupo a un billar en el barrio Hipódromo a rezar letanías. Cuando terminaron las letanías verdes (las más suaves), empezaron a rezar letanías rojas, que son del ombligo para abajo. Arbitrariamente una niña de no más de 10 años entró al billar y escuchó las vulgaridades que decían los letanieros; un policía al ver la escena, empujó la puerta del billar, regañó a Orlando y a su grupo y se los llevó al calabozo. Orlando, hoy, aún recuerda con enfado las horas en el calabozo y los regaños de las tías porque no llegaron a comerse los sancochos que les prepararon. Tiempo después se supo que la niña del billar era hija de aquel policía.

Hay muy poco material histórico respecto a las crisis que vivieron las letanías en sus primeros años. Quedan algunas anécdotas de los hacedores e hipótesis de los investigadores.

Orlando, por ejemplo, cuenta que le contaron que cuando la agrupación aún se llamaba Las Ánimas Negras de Rebolo, los invitaron a la emisora La Voz de la Patria, y José Dolores tiró unos versos contra el alcalde y, a su vez, dueño de la emisora. El locutor de inmediato golpeó la mesa, y pidió que los sacaran del aire. Luego, los sacó de la cabina con empujones e insultos.

Las Ánimas Rojas de Rebolo transitan por el desfile de la calle 17

En 1962 la Alcaldía expidió el decreto No 027 que rezaba: “Desde el día 20 de enero hasta el 6 de marzo próximos se permitirán toda clase de regocijos públicos que no sean contrarios a la moral y a las buenas costumbres”. Luego el decreto especificaba qué días se permitirían los disfraces y aclaraba que no podrían ser alusivos a las autoridades civiles ni militares ni eclesiásticas. Además, prohibía a las emisoras radiales los rezos o letanías y advertía una multa de 100 a 200 pesos para las emisoras infractoras. El decreto de la época tampoco permitía a los hombres disfrazarse de mujeres.

Este rechazo de las autoridades y de un sector elitista de la ciudad hacia las manifestaciones populares pudo acabar con el Carnaval. Un artículo titulado ‘Para salvar el Carnaval’, publicado en El Heraldo en 1968, dice: “Parodiando una frase (…) del gran caudillo que fuera Jorge Eliecer Gaitán, puede decirse que nuestro carnaval es superior a sus dirigentes”. Hubo otros títulos más apocalípticos, uno por ejemplo decía: ‘El Carnaval, tradición de la ciudad, se muere’. A pesar de las predicciones de la época, Barranquilla pudo salvaguardar la tradición que hoy se mantiene más viva que nunca.

Eso sí, para que una ciudad conservadora y católica como Barranquilla disfrute una fiesta liberal que se burla de la vida, de sus políticos y sus religiones, tienen que existir contradicciones que resulten insólitas y, por lo tanto, cómicas. Los barranquilleros saben que para disfrutar la fiesta hay que ceder en creencias. El escritor Ramón Illán Bacca, por ejemplo, relata en su novela Disfrázate como quieras un suceso real: En 1951 la reina Cecilia Primera, quien era una aviadora aficionada, aterrizó en el aeropuerto de Barranquilla piloteando su avioneta privada; inmediatamente el emocionado alcalde firmó un decreto en el cual nombró a Cecilia “reina de los cielos de Colombia”. Todo era algarabía hasta que apareció el grito del arzobispo (Jesús Antonio Castro Becerra) diciendo que “la única reina de los cielos puede ser la Virgen María”. Ante la presión de la ciudad, el alcalde derogó el polémico decreto y promulgó uno más satisfactorio: “Cecilia Primera es nombrada Capitana de los cielos en Colombia”.

En Barranquilla lo santo y lo profano logran convivir, se untan, se mezclan y se separan, a veces, hasta se confunden. En el 2013 el arzobispo Jairo Jaramillo protestó por la campaña de la Alcaldía que repartió 400 mil condones durante carnavales. No obstante, el año pasado, el sacerdote Rafael Ospino ingresó a la iglesia de Tubará (Municipio del Atlántico) disfrazado de monocuco. En carnavales, Barranquilla confunde lo santo con lo profano, por lo que no es extraño escuchar la noche del martes de Carnaval a más de uno que estuvo parrandeando los cuatro días, que diga “menos mal que mañana es miércoles de ceniza”. En los días de carnavales el barranquillero no se complica, guarda sus problemas y sus dioses. Lo importante es disfrutar, para lo otro ya le quedan 361 oportunidades, de carnaval solo hay cuatro.

Las letanías también resistieron ese periodo de crisis y de desorden institucional del Carnaval. Los decretos excluyentes, la censura en la prensa, el rechazo social y la falta de apoyo financiero pudieron extinguir esta manifestación oral; pero con las ganas de sus integrantes, levantaron la voz y lograron sobrevivir.

En este momento, las Ánimas Rojas de Rebolo siguen la ruta del desfile, pasan por su barrio. Ellos son reboleros orgullosos así ‘Rebolo’ y ‘Rebolero’ hayan adquirido significados negativos. Si alguien busca en Google las palabras, encontrará, entre otras noticias, titulares como: “Rebolo es el barrio más peligroso de Barranquilla”. Si alguien ingresa a El Heraldo, y busca la palabra ‘Rebolo’, encontrará noticias como: “En medio de persecución, Policía da de baja a presunto delincuente en Rebolo” o “Lo descubren en Rebolo con 7 kilos de cocaína”. No suficiente con eso, a un barranquillero que no frecuenta el barrio y comenta que va para allá, le suelen advertir: “ten cuidado”, “abre el ojo” o “no lleves el celular”. Pero Barrios y los integrantes de su agrupación en Rebolo disfrutan el carnaval como en pocos lugares de la ciudad.

Ahora el barrio tiene otro color; en sus calles hoy baila el rey momo Ricardo Sierra y la gente danza a su alrededor. Conversan, beben cerveza, celebran la vida. El Carnaval saca la mejor cara de Rebolo y de sus habitantes.

Es domingo de Carnaval. La gente se acerca a la carrera 50 en donde se presentarán diferentes manifestaciones, entre esas, el Encuentro de Letanías. Son las cinco de la tarde y rápidamente empiezan a llegar los miembros de las 27 agrupaciones de rezanderos que participan del Carnaval de Barranquilla.

Las Ánimas Rojas de Rebolo, durante el mes de enero ensayaron casi todas las noches en la casa de Orlando.

La fachada de la casa tiene color amarillo crema y la terraza está cubierta por un techo de zinc. En la sala abundan los recuerdos alusivos al Carnaval: retratos de las diferentes generaciones, fotos alusivas a las letanías y a la danza del Toro Grande y un retrato gigante de José Trinidad Barrios, emblema familiar. También hay dos mecedoras de mimbre y un televisor.

Los letanieros iban directamente al patio, donde Orlando abría el ensayo con el verso:

Luego de ensayar 42 versos con la misma estructura, empezaron a conversar…

—Hoy terminé una letanía que me tenía dando vueltas, sobre los manes que mataron al toro en Venezuela —dijo Orlando

—¿Cuánto te demoraste? —preguntó alguien

—Casi media hora —respondió y agregó que un colega le dijo—. “Si tú estás haciendo la del toro, yo voy a hacer la de…

Orlando no recordó y solo atinó a decir: “Lo que pasó en Venezuela”.

—¿La de los venezolanos que mataron a los animales en el Zoológico? —intervino Francisco Ibarra

—Esa, esa —certificó Orlando

—Se escuchaba clarito cuando el que grabó decía “tiene hambre, tiene hambre” —dijo alguien más

—El coro de esa debía ser “Nojoda tiene hambre” —agregó Francisco y todos se rieron

—Yo vi otra noticia en la que atropellaron a un perro —dijo Jorge

Orlando Barrios con capuchón negro ensayando letanías

Minutos después, el perro ciego de la casa se orinó en los zapatos de uno de los presentes. Orlando señaló el zapato orinado y dijo: “Ese es tema de letanía”.

Después de conversar otro rato, volvieron a ensayar sus 42 versos. Cuando terminaron contaron algunas anécdotas de letanieros. “A veces nos toca hacer las letanías corriendo, las presentamos hasta en borrador porque las noticias pasan hasta en los días de carnaval”, dijo Orlando Barrios. Y recordó la masacre en la Universidad Libre de Barraquilla en 1992, una noticia que salió el sábado de Carnaval en horas de la mañana.

Son precisamente las malas noticias las que permiten que surja la sátira de las letanías, que con su espíritu provocador recorren las calles de la ciudad. Su mirada subjetiva combina la audacia con la plebedad, y solo es posible en un país donde no se distinguen las divisiones entre lo inverosímil y lo verosímil, donde lo trágico y lo cómico suelen ser lo mismo, donde nuestros gobernantes nos recuerdan que cada día se puede ser peor. Solo en ese escenario las letanías son posibles, para que sus rezos hagan mella en el pueblo.

Las buenas letanías tienen el punto medio entre lo plebe, la sátira y el mensaje aleccionador. No se pueden vulgarizar dejando vacío el contenido. Pero tampoco se pueden orientar hacia lo conmemorativo ni estilizar su contenido de tal manera que pierdan la mirada popular que las caracteriza. Es que las letanías, como las buenas empanadas, sin picante no saben a lo mismo.

Esos son precisamente algunos de los criterios que tienen en cuenta los tres jurados que se sientan enfrente de una tarima a la que suben grupos de entre seis y diez personas, por una incómoda escalera metálica. Entre ellos se aplauden cuando terminan la faena. Alrededor de 150 personas están tras las vallas dispuestas a escuchar los rezos carnestoléndicos. Algunos se quejan de que hay poco espacio. Momentos después, Los Siete Lenguas lo dirían con un poco más de irreverencia en sus versos: “Escenario de porquería”.

En otra época del año los temas que mencionan las letanías provocarían lamentos e inconformismos, pero en carnavales los códigos se trasgreden, hacen que la gente tome los problemas con jolgorio. Ahora en la calle 50, nadie se lamenta, todos ríen y gozan con los versos que recitan los grupos de letanías. En esta ocasión los temas favoritos son Teo y Ovelar, el Pae y las pechugas de pollo a 40.000, el Papa y su ojo colorado, los corruptos del gobierno y de la oposición, los venezolanos en la ciudad y, en el plano internacional, Nicolás Maduro y Donald Trump.

Las Ánimas Rojas de Rebolo presente en el Encuentro de Letanías

Cuando una agrupación menciona a las iglesias evangélicas y tilda a sus pastores de corruptos, un grupo de espectadores entre risas dice: “Sobre eso no habían dicho nada”. Orlando Barrios, que está cerca, vestido con su capuchón rojo y lentejuelas doradas, les responde: “eso es lo que bueno de que haya muchas agrupaciones, ellos tienen temas que yo no tengo y yo tengo temas que ellos no”.

Cada letanía tiene su mirada y envía mensajes diferentes a la sociedad. Hasta con el vestuario las letanías envían un mensaje. Fue en 1949 tras el homicidio a Jorge Eliecer Gaitán cuando José Dolores decidió que el capuchón de su agrupación debía ser rojo en respaldo al Partido Liberal. En ese momento también cambiaron el nombre de su grupo.

Minutos después, Las Ánimas Rojas de Rebolo están listas para subir a la tarima. De ella bajan las integrantes de Las Chismosas del Carnaval, y Orlando le choca las manos a Yulitza Yanos, la rezandera del grupo, que tiene tan solo 17 años. Él ha cumplido 70.

Toma el micrófono. Está a punto de empezar. Alguien del público en voz baja dice, en forma de anticipo, “Bendito ron blanco”. Y sí, Orlando suelta las primeras palabras: “Bendito ron blanco que estás en el armario”. Ochenta y ocho años en el Carnaval y los espectadores más fieles se saben de memoria los rezos que identifican a los grupos más antiguos.

En la terraza de la casa de Orlando, bajo el techo de zinc, hay dos picós (parlantes de gran tamaño): uno alusivo a la danza del Toro Grande y el otro a las letanías. Hoy es miércoles de ceniza, son las 11:30 de la mañana. De a poco llega la gente: integrantes de las letanías de El Correo de las Brujas y las Chismosas del Carnaval, amigos y familiares de los Barrios. Sirven el ‘bendito’ ron blanco, Orlando bebe un trago. Por la acera un carro e’ mula vende plátanos, cruzan los buses que transportan personas con sus bolsos de trabajo, transita el vendedor de traperos. El ardor del trago recorre la garganta de Orlando, la botella pasa a los invitados. Ya finalizaron los carnavales, pero ellos siguen intentando prolongar la ficción que han vivido en estos cuatro días, insisten en eludir esa realidad de la que tanto se han burlado. Huele a sopa de mondongo. Siguen llegando personas a la casa, traen una canasta de cerveza, giran los discos de acetato, suenan los picós. Camina una señora con la compra del almuerzo, pasa el cartero. Aunque no lo quieran, la realidad está cerca, ya nadie se viste de Marimonda ni de Torito. Sobre la frente de Orlando está estampada la cruz de ceniza. Orlando pide otro trago. Améeeen.

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