Septiembre es un mes singular. Por lo menos en Colombia, se vive la tradición de celebrar el día del amor y la amistad.
Aunque estamos inmersos en la atmósfera de romance y dulce, son pocas las personas que saben con exactitud el día en el cual hay que celebrar. La mayoría concuerda con que es el segundo sábado del mes, justo después de “la quincena”, pero en realidad no se ha llegado a un consenso.
La ventaja es que esa desinformación se convierte en una excusa para celebrar todos los días del mes y en Uninorte, esto no ha sido la excepción.
Les contaré mi historia.
Culpo a la literatura en un 60% de mis ideas de romances perfectos. Todavía me imagino a mi Romeo llegando a la puerta de mi casa con flores y cartas perfumadas escritas a mano. El otro 40% de culpabilidad se lo dejo a las redes sociales, espacio perfecto para ver parejas felices y creer en una perfección que dudo, exista.
En medio de una frustración interna, de esas que no se evidencian en el día a día pero que existen, vi una imagen en Facebook que fue como la insulina que le faltaba a mi cuerpo para despertar del coma diabético que tanta cursilería me había causado.
No sé si les pasó, pero para mí significó darme cuenta que debía tomar este mes como la excusa perfecta para celebrar todo el amor que había en mi vida, así no fuera el del Romeo que tanto anhelo.
Entonces llegó un mensaje al correo institucional de la Universidad. Bienestar Universitario. Lanzaba una invitación a toda la comunidad uninorteña para que participara en un juego de amigo secreto con desconocidos dentro de nuestra alma máter. Sin pensarlo dos veces, me inscribí e hice que varios conocidos lo hicieran.
Los más cercanos a mí, se sorprendieron de la emoción de expectativa que me generaba la idea. Conocer gente, compartir con ellos y repartir lo que hace unas horas había concluido me causaba cosquillas en la barriga y un sin número de ideas en la cabeza.
En la inscripción me pedían unos datos concretos: edad, color de cabello, color de ojos, pasatiempo favorito, color de preferencia, entre otras cosas. La idea planteada fue que el día de la actividad, con esas pistas, debíamos encontrar a nuestro amigo secreto desconocido.
El juego
El martes en las horas de la tarde recibí un segundo correo. Esta vez me indicaban el lugar y la hora del encuentro: Plazoleta frente al edificio G, el jueves 20 de septiembre a las 4:30pm. Por lo despistada que puedo llegar a ser, programé recordatorios en el celular para no dejarlo pasar.
El miércoles pasó rápido y el jueves finalmente llegó. A las 4:15pm estaba en el lugar acordado. Habían manteles con estampados de corazón en el piso, cestas llenas de frutas y comida, jarras de té y agua y mucha expectativa en el ambiente.
Me acerqué y me ubicaron en uno de los manteles dispuestos para los participantes. Ahí estaba Julieth, con quien empecé a conversar. Me di cuenta que ella, al igual que yo, estaba feliz de estar ahí. Entonces llegó María Alejandra, la psicóloga de Bienestar que estaría a cargo del grupo de 10 personas que conformaban ese mantel.
María Alejandra nos contó que habían recibido inscripciones de 700 estudiantes y que ellos solo esperaban 200, además mencionó que tuvieron que preparar una segunda sesión que será el viernes 21 a las 10:30am, precisamente por la cantidad de solicitudes que tuvieron.
El juego empezó y a cada uno nos repartieron un papel con algunas pistas de nuestro amigo secreto, había algunos espacios vacíos, debíamos jugar el popular juego de “la botellita” para recibir insumos y poder completar la información que nos permitiría descubrir al f
uturo conocido.
Lo curioso fue que bastó una sola pregunta para que en nuestro grupo adivinaramos al tiempo nuestros respectivos amigos. Así que decidimos que en un papel escribiríamos el nombre del que creíamos que sería y a la cuenta de 3, uno… dos… tres lo giramos y efectivamente, con una carcajada nos dimos cuenta que coincidiamos.
El reloj
La segunda actividad se trataba de ponernos citas con los participantes. Una a cada hora. Y en la medida en que pasaban las horas, cambiábamos de compañero. Cabe resaltar que estas horas eran inventadas y que por cada “cita” debíamos realizar una pregunta.
A las 2:00pm debíamos averiguar ¿qué animal le gustaría ser a tu amigo y porqué?, a las 3:00pm el reto era describirse en tres palabras, a las 4:00pm era decir el refrán o la palabra que más usábamos, a las 5:00pm contar dónde serían nuestras vacaciones ideales y por último, a las 6:00pm ¿qué nos gustaría aprender?
Llegando a Roma
Al final de la jornada, debíamos tomarnos una foto con nuestro grupo y colocarle un nombre. Mientras comíamos todo lo que había para compartir, decidíamos cómo sería nuestra foto. Éramos un grupo de extraños, que en una hora conocían cosas que tal vez en la normalidad no se contarían con tanta facilidad. Un grupo de extraño decidiendo la pose perfecta para una foto grupal.
Al final nos decidimos por esta:
Por último les cuento que el grupo se llamó Llegando a Roma, porque Roma al revés es amor y todos coincidimos en que, durante 67 minutos estuvimos llegando a una nueva forma de experimentar el amor.