¡En surcos de dolores, el bien germina ya! Último par de versos del coro de nuestro Himno Nacional, que ha sido el anhelo por más de 200 años de historia y que aún hoy continúa siendo una utopía, un deseo esquivo, un logro inalcanzable. Pero hoy llega el día D, día “d” la esperanza frente a la posibilidad de construir un nuevo país. Sin embargo aprovecho este día para mirar hacia atrás en un escenario no muy distinto, donde se podría corregir el final para no cometer los mismos errores.
La historia de Colombia, brevemente recorrida, se reduce a la lucha de ideas opuestas que encuentran en la violencia el escenario perfecto para enfrentarse. A mi juicio, los orígenes de las olas de violencia más representativas de nuestra historia, se debe a la imposibilidad de debatir ideas a través de la razón, obedece más a un debate llevado a partir de las pasiones y de otra serie de características no propiamente adscritas al razonamiento, al derecho a disentir y deber a respetar.
Colombia se ha visto de frente ante la posibilidad de terminar con conflictos armados internos a través de acuerdos que en su momento han generado la polarización necesaria para dificultar el fin último que sería la paz para todos los habitantes del país.
Ad portas de la implementación de un nuevo acuerdo de paz, entre el Gobierno y las FARC, el ambiente político y social del país no muestra una unidad que para muchos debería ser obvia, frente a la posibilidad de terminar un conflicto armado. Sin embargo, como no es la primera vez que el país pasa por situaciones similares, resulta un poco paradójico analizar, las similitudes que presentaba la vida política del país, sesenta años atrás. Cuando el debate se originó frente a dos posturas políticas, visiblemente marcadas en el país. Conservadores y liberales, en ese momento histórico, la violencia se había desencadenado por pertenecer a uno de esos dos partidos, las regiones se convirtieron en escenarios cubiertos de sangre por defender alguna de estas ideologías, generando una inestabilidad política, económica y por supuesto social.
No solo los líderes de estos partidos eran víctimas de la guerra, sino cualquier ciudadano que expresara su militancia hacia alguno de los partidos. Y a través de una solución hoy cuestionada por muchos, se hizo un nuevo intento por hacer que el bien germinara en este país. Evidentemente, no se logró.
El pacto de Benidorm, firmado en 1956 entre liberales y conservadores, es un espejo frente a la realidad política del país, hoy. En aquél momento solicitaba la renuncia a la violencia en la vida política, hoy los acuerdos de paz pretenden desligar los ideales políticos de las FARC a las armas y abrirles espacios a las formas institucionales de hacer política. Para así fortalecer a las mismas instituciones. Hace sesenta años, se reconocía que no existían buenos y malos en dicho conflicto y que “todos fueron utilizados en la ruptura del orden constitucional”, ahora, por más que cueste a algunos reconocerlos, está demostrado que tampoco hay buenos y malos entre los actores del conflicto, dado que de parte y parte se presentaron crímenes atroces en pro de mantener el poder.
Dicho pacto, proponía “restablecer el equilibrio entre los derechos de los ciudadanos y la acción del Estado”, hoy se pretende lo mismo. Aunque con suma prevención tomo esa afirmación, ya que la palabra “restablecer” plantea la existencia de algo en un tiempo pasado y dudo que en la historia de Colombia exista algún momento donde el equilibrio haya sido la premisa del ejercicio político en nuestro país. Sin embargo es innegable lo necesario y urgente que es lograr eso.
Llama la atención de forma especial, la similitud que tuvo la función de las fuerzas armadas militares del país hace más de medio siglo y la que tiene hoy, en ambos acuerdos se demanda el retorno de dichas instituciones a su misión original, por la cual fueron conformados, ser guardianes de los intereses internacionales del país y no actores de un conflicto interno. Y aunque dicho acuerdo en el pasado, originó nuevas formas de violencia por los mismos errores del pasado, existe una esperanza de que en la actualidad, el nuevo acuerdo realmente tuviese en cuenta todas las opiniones y sectores implicados.
Los intereses económicos de ciertos sectores han existido siempre y para aquel momento, también eran actores que veían en la impunidad, el camino para defender sus intereses. Hoy, la resolución del conflicto por inequidad en la repartición de nuestros campos, se ve truncada por esos intereses económicos, tal y como lo han denunciado en muchas ocasiones, reconocidos periodistas del país que señalan la responsabilidad del pasado Gobierno en otorgar beneficios a quienes adquirieron tierras de formas irregulares, todo en beneficio de intereses particulares. Es como si sesenta años después la historia se repitiera pero con diferentes actores.
Es preocupante que sesenta años atrás se hablara de la necesidad de una política de paz, “que produjera paz” y que hoy 2016 el pueblo colombiano siga en búsqueda de esa paz, a través de la palabra y no de las armas.
La principal similitud entre la vida política de la Colombia del siglo XX y la actual, es que las armas no ayudaron a resolver los conflictos y terminaron siendo ellas las perdedoras y responsables de miles de víctimas a causa de diferencias ideológicas. Tal vez este nuevo proceso logre demostrarles a generaciones venideras que el fortalecimiento de una democracia se da en la medida que permita y garantice la participación de diversas posturas políticas, que ninguna debe ser acallada y que al final la fuente del poder no debe ser distinta a la otorgada en los orígenes populares. Los vestigios de dolor indelebles en la historia del país deben ser alicientes para que haya una nueva oportunidad de que el bien germine y no perezca en el intento.
Hoy debemos mirar hacia atrás para aprender de una Colombia que hace sesenta años tenía el mismo anhelo de paz que todos tenemos hoy, aprender de sus aciertos y errores para construir un nuevo final y no perecer en un nuevo intento. A partir de hoy defensores y detractores del nuevo acuerdo de paz, tienen una misión en común y es ser vigías de los mismos para garantizar su cumplimiento, al igual que todos los colombianos debemos ser partes activas del postacuerdo y ser constructores de paz desde cualquier posición. Bienvenido sea el día D