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Por: Nicole De Ávila 

Cuando eres un prisionero de tus emociones, el encerramiento se hace perpetuo.

Laura lo sabe. Ella está frente al computador terminando su trabajo de Termodinámica en la casa de su papá mientras el presidente anuncia por televisión el aislamiento preventivo y el cese de actividades ante la emergencia del Coronavirus. El veinte de marzo en la madrugada revisando comentarios en Twitter, Laura comprueba la noticia. Un sentimiento de preocupación la invade, pues pensaba en los trabajadores informales.

-No me sentí preocupada en el momento por el aislamiento, sino por cómo iban a sufrir otras personas financieramente.

Pero no era la única. Inmediatamente, en las redes sociales aparecieron en bandadas millones de tweets, comentarios y mensajes sobre el anuncio del aislamiento preventivo obligatorio para todos los colombianos. Todos apuntaban al miedo a lo desconocido.

Las emociones siempre han hecho parte de nuestra vida cotidiana y se producen como reacciones a estímulos de nuestro entorno. Sin embargo, el estudio de las emociones fue tardío. Entre 1884 y 1885 los psicólogos William James y Carl Lange llegaron a la conclusión de que el cerebro recibe e interpreta estímulos sensoriales que producen emoción, generando cambios en los órganos viscerales y en los músculos, a través del sistema nervioso autónomo y el somático, respectivamente.

Esta no era la primera propuesta respecto a las emociones. Doce años antes, Charles Darwin publica el libro “La expresión de las emociones en hombres y animales”, donde explica la relación entre las emociones y las conductas, y cómo evolucionaron con el tiempo.

Al otro lado de Barranquilla, donde las puertas permanecen abiertas en el día para que el aire refresque las casas, Norena está cocinando para sus hijos mientras escucha las noticia. Una en particular llama su atención, la cuchara con la que está revolviendo se le cae sobre el guiso y la olla tambalea en la estufa: “me sorprendí mucho, no pensé que el virus llegaría a Colombia”.

 Al mismo tiempo Erik, quien se encuentra a un paso de la frontera con Venezuela en el municipio de Arauca recibe la noticia de un amigo. Pero, esto no afecta sus emociones, él continúa su rutina normal. Cree que el virus está todavía muy lejos de su pueblo.

Desde el otro lado de la pantalla en Valledupar, Colombia, la médica egresada de la Universidad del Magdalena, Karla Romero responde serenamente: “las emociones nos ayudan a reaccionar con rapidez ante acontecimientos inesperados que funcionan de manera automática, son impulsos para actuar”. Estas reacciones son explicadas por la neurociencia (la cual se estableció como disciplina a comienzos del siglo XX, debido a la necesidad de hacer rehabilitaciones neurológicas en el período entre guerras), que determinó que una emoción se activa cuando el organismo detecta algún peligro, amenaza o desequilibrio.

Sin embargo, hay quienes recomiendan que las emociones no deben dominar nuestro comportamiento sobre todo en la crisis actual, donde pueden desencadenar consecuencias para la salud. 

Karla continúa en la videollamada a través de Zoom. Detrás de ella está el patio de su casa decorado por las plantas de su madre. En ese instante su madre está regando las plantas no sin antes acercarse a ellas y acariciarlas. La mujer abre su boca en susurros. 

– ¿Qué está haciendo tu mamá?

-Está hablándole a sus hijas- exclama mientras se ríe- De hecho, este tipo de actividades ayudan a mantener la mente ocupada y a sentirnos tranquilos. Por el contrario, si nos dejamos llevar por nuestras emociones, esto puede repercutir en nuestra salud- agrega Karla. 

– ¿En qué sentido? – le pregunto 

-Si tienes el ánimo bajo, esto puede ocasionar debilitamiento en nuestro sistema inmunitario, lo cual nos hace más propensos a contraer infecciones en estos momentos. Nuestras defensas bajan y es más probable tener este tipo de contagio.

Varias investigaciones científicas realizadas a finales del siglo XX y a comienzos del siglo XXI confirman la relación de las emociones con el sistema inmunológico. Variables como el estrés, el divorcio, el desempleo y la depresión pueden disminuir las defensas del sistema inmune. En 1988 los psiquiatras Kielcolt-Glaser, Kennedy. Malcoff Pisher, Speicher y Glaser realizaron un estudio sobre la respuesta emocional al divorcio y su influencia inmunológica en hombres separados. Descubrieron que los que informaban sentirse solos y con estrés tuvieron más enfermedades y peores valores en los índices de la función inmunológica que los que no mencionan esos sentimientos. 

“Ojalá que la espera no desgaste mis sueños” (Mario Benedetti)

 

Ojalá que la espera no desgaste mis sueños. Así se expresaba el escritor uruguayo en uno de sus célebres poemas. La incertidumbre desencadena múltiples sentimientos y te hace perder las esperanzas en el futuro, sobre todo si estás aislado y debes adaptarte a una nueva forma de vida. Pero esto solo se logra controlando las emociones, como la tristeza, la ira y el miedo en el aislamiento social o cuando toca salir a las calles. El manejo de las emociones implica mantener mentalidad positiva, expresa María José Hernández Macías, psicóloga egresada de la Universidad del Norte hace aproximadamente ocho años.

De repente, recuerda el caso de varios pacientes que a raíz del aislamiento han manifestado mayores indicios de ansiedad y alteraciones de sueño.

-Vea es que últimamente me siento más ansioso y me despierto varias veces en las noches- le comenta Juan, un paciente de María José desde hace más de un año.

-Juan debes tratar de mantener tu mente positiva y bloquear tus pensamientos erróneos. Por ejemplo, trata de realizar cosas que mantengan tus pensamientos atentos como realizar más actividades en familia ya sean juegos dentro de la casa o hacer ejercicio o salir sí es posible en los horarios permitidos. Esto te puede ayudar a liberar tus emociones- le aconseja María José con la serenidad que la caracteriza. 

María José Hernández trabaja en el área clínica y actualmente presta sus servicios para la fundación Paola Andrea Velásquez Vivas, la cual brinda apoyo a niños con enfermedades oncológicas y hematológicas. Además, ofrece asesorías y consultas particulares a niños adolescentes y adultos. 

 A pesar de que el control de las emociones se desarrolle con la edad, en momentos como estos es entendible que todos perdamos el control- dice María José.

– ¿Existen emociones positivas o negativas? – inquiero

La mujer se toma su tiempo para pensar. Segundos después el ícono de audio aparece en mi WhatsApp. 

-No hay emociones positivas o negativas…es normal que las experimentemos. Lo malo es que estas emociones nos llevan a cometer actos malos contra nosotros mismos u otras personas.

Sin embargo, reconoce que hay situaciones que se salen de las manos, como la situación de muchas personas que se quedaron sin trabajo, debido a varios factores económicos, y no se resuelven con palabras positivas.

-En estos casos las palabras sobran. Uno podría decirles que tengan paciencia, que confíen en que esto va a pasar. Pero a veces es muy extremo. A veces es contradictorio que tú vengas y les digas ten paciencia y la persona te puede contestar, ¿cómo voy a tener paciencia si tengo hijos y no les voy a poder dar de comer?

Unas semanas después de anunciar el confinamiento, el país ha tenido que adaptarse a un nuevo ritmo de vida. Laura Cardona de 19 años, estudiante de Ingeniería Industrial en la Universidad del Norte continúa reflexionando sobre los cambios y las medidas de protección. Piensa en su padre, el cual trabaja como mensajero y debe salir diariamente. Y en su madre, que decidió que sería la única persona en su casa que se expondría para que la limpieza (desinfección) al regresar sea más fácil. Laura no sale de su casa desde hace un mes y medio, pero se preocupa por sus padres. 

– Tengo miedo de que te pase algo- le dice Laura a su padre

– Yo estoy preparado para esto. En algún momento va a pasar y quiero que ustedes lo entiendan. No puedo dejar de trabajar así haya coronavirus o no- responde su padre, quien está de visita en su casa y lleva guantes y tapabocas. 

En su casa viven tres personas en población de riesgo: su abuela materna y el hermano de su abuela (ambos mayores de 60 años). Están sentados en las mecedoras de la sala. Laura escucha repetidamente el tic tac del reloj, su mamá salió hace dos horas y no ha vuelto.  Escucha que el candado de la reja se abre, como anuncio de que su mamá regresa de hacer las compras. 

– ¿Cómo te fue? – le dice mientras la ayuda a llevar las bolsas a la cocina y a lavar cada producto. 

-Me demoré porque había desorden en la fila, gente sin tapabocas o con guantes de bolsas. 

– ¿De bolsas? – sonríe

-Sí, de esos para comer pollo.

– ¡Qué irresponsabilidad! – se queja. En el fondo siente mucho miedo. 

Su vida, al igual que la de muchos estudiantes, dio un vuelco inesperado. Estaba acostumbrada a estudiar en la biblioteca con varios libros a la mano. En sus horas libres en la universidad asistía a yoga y a técnica vocal. También, había ingresado a un grupo estudiantil de ingeniería (de ingenieros industriales y de sistemas), pero no alcanzó a vivir la experiencia, pues apenas estaba iniciando. En su casa en el barrio Los Pinos practicaba piano. Una de sus mayores pasiones es la música, la cual fue una opción de estudio antes de graduarse del colegio. 

Aunque Laura nunca ha sido una persona que saliera constantemente siente que el aislamiento está cambiando su rutina. Come a deshoras porque su apetito disminuye  cada vez más. Y se siente bloqueada mentalmente, estresada y ansiosa.

Cuando siente que sus emociones están saliéndose de control, se aísla para no afectar la convivencia en su casa. Estar en el mismo ambiente alimenta su ansiedad y estrés, por ello también busca actividades que le permitan calmarse como el yoga y sesiones de prédicas junto a su familia. E intenta no pensar en el futuro, pues al preguntarle respecto a esto frunce el ceño. 

-Prefiero no pensar en eso- exclama Laura que me habla desde el cuadro de Zoom

Hay un silencio de varios segundos en ambos espacios virtuales. Parece que Laura está reflexionando.  

-Tenía mi vida planeada para cinco años más y todo esto ha sido impresionante. Lo que más me aterra a mí es la incertidumbre-ella se lleva las manos a la cabeza y suspira- La incertidumbre de no saber qué va a pasar mañana, me causa mucha ansiedad. Me causa pavor no saber si en un año yo voy a poder salir de esto.

“Un hombre teme más a lo que pueda sobrevenirle que a los sufrimientos que ya ha padecido” (William Faulkner). 

 

Un hombre teme más a lo que pueda sobrevenirle que a los sufrimientos que ya ha padecido. Así se refería a la incertidumbre el poeta estadounidense en su libro Luz de agosto. El escritor ganador del Nobel de literatura en 1945 no se equivocaba, lo incierto nos atrapa y controla nuestras emociones

Norena está en su sala jugando cartas con sus dos hijos; Wilder y Yini, de 21 y 18 años, respectivamente. Así es como esta mujer de mediana edad dedicada a las labores del hogar pasa la cuarentena. Sus días son bastantes tranquilos pero extraña salir con normalidad. Sus salidas ahora son al supermercado Ara a comprar comida. El uso de las medidas de protección le produce temor. 

– Me siento mal porque me da miedo que me pueda contagiar. Al comienzo me sentía incómoda porque “ajá” no era costumbre. Pero ahora siento un poquito de tranquilidad- dice la mujer mientras toma una carta de la baraja. 

Pero su mayor preocupación es su madre, que vive en Los Robles en el municipio de Soledad. 

– ¿Cómo está mi abuela? – le pregunta Yini, mientras mira sus cartas, le falta un número para ganar, pero parece que sus oponentes no se han percatado. 

-Hoy la llamé porque vi en las noticias que en su barrio hay mucha gente con coronavirus.

-Anda mami y mi abuela solita allá.

-Sí, eso me tiene estresada últimamente. 

Erik, quien trabaja en la Comisión de la Verdad, está sentando frente a su computador cuando siente dolor en la espalda. Se levanta de la silla y trata de caminar en el espacio reducido de su apartamento. Todavía no se acostumbra al aislamiento. Al principio se sentía cómodo al no estar obligado a salir, pero ahora pasa sus días de la cama a la silla y de la silla a la cama. 

En su trabajo en la Comisión de la Verdad, él se encarga de programar viajes y eventos en Arauca u otras ciudades del país. Ahora las cosas cambiaron drásticamente. Su día es más tedioso entre sábanas de plantillas de las anteriores reuniones, una taza de café y columnas extensas de Excel en la pantalla de su portátil.

Erik tiene presente lo importante que eran los encuentros con la comunidad y el impacto positivo que tenían. Los encuentros consistían en visitar casa a casa y dialogar con la comunidad. De esa manera reflexionaban y construían “paz” juntos. Pero reconoce que hay que aprovechar el espacio virtual y ajustarse a él. 

Salir no le produce miedo. Está acostumbrado al constante tránsito de gente de Venezuela a Arauca, y viceversa. Detrás del patio de su abuela se extiende el río Arauca, ahí desde niño Erik ha visto pasar canoas llenas de gente, todos los días y en su juventud jugaba a bañarse con sus amigos en el río. A pesar del tráfico constante de gente, en su municipio solo hay un reporte de un caso por coronavirus.

  • Todos los días pasa mucha gente de Venezuela hacía acá y gente de acá hacia allá- hace un ademán señalando la ida y el regreso- Puede venir gente enferma y uno no sabe, pero eso no me produce miedo. Eso es inevitable. Eso va a llegar tarde o temprano.

Lo que sí le produce miedo son las dificultades en la atención de casos que se puedan presentar ante la emergencia. El déficit de infraestructura e instrumentos necesarios en los centros de salud podría ser fatal para este municipio, que solo cuenta con un hospital, llamado San Vicente, olvidado por el Estado al igual que muchas zonas periféricas del país.

– ¿Qué piensas del sistema de salud en tu municipio?  

Erik se levanta de su silla, recorre su cuarto y se estira. Vuelve a sentarse. El dolor de espalda lo está molestando mucho. 

-Uno siente un poco de miedo a que llegue al extremo lo que está pasando, ya que donde yo vivo no tenemos la mejor salud de Colombia. 

Y con ello recuerda cuando su hermano se fracturó la pierna. “Estuvo días internado en el hospital, tenían que hacerle ecografías y no había máquina”. A su mente viene cuando tuvieron que comprar guantes, gasa y alcohol para curar a su hermano porque en el hospital no había. En el hospital San Vicente, ubicado en la cabecera municipal de Arauca, solo hay cuatro respiradores y su recién inaugurada sala de urgencias en el mes de febrero que cuenta con siete cubículos de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). 

-El municipio no está preparado para responder ante la emergencia: si la situación se sale de control, sinceramente todos nos iríamos – hace una pausa y agrega- para el… cementerio derechito.

Aunque Laura, Norena y Erik están separados por muchos kilómetros, esperan envueltos en sus emociones; a veces con calma “otras veces impacientes”, tristes o desmotivados que finalice la incertidumbre. No comparten las mismas preocupaciones, pero anhelan regresar a su cotidianidad y, sobre todo, que la espera no desgaste sus esperanzas y sus sueños.

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