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Por: Ángela María Lobo

Dos docenas de felinos fueron llegando al hogar de Aminta Inés, en las bancas de un parque solitario.

“Todo ser humano debe ser respetado y valorado”, declara Aminta Inés Duránt mientras humedece su cuerpo a cielo abierto. Oculta entre harapos colgados a la altura de su cintura se encorva para bañarse, exprimiendo una esponja desgastada impregnada por detergente. Su piel es el testimonio auténtico de su  condición: fruto de las más puras raíces del Caribe, cautiva de los intensos rayos del sol que atizan abriéndose paso entre las hojas de un árbol de tamarindo, magullada por cicatrices; secuelas de una cama de cemento amortiguada por láminas de cartón. Entre escombros y cortinas descosidas  se camufla su piel mulata: cuero sólido y aún resistente.

Aminta Duránt reside en la carrera 44 con calle 72, aledaño al insigne estadio de fútbol Romelio Martínez, en medio de las bancas de un parque poco concurrido. Una bicicleta envuelta en el color herrumbre del hierro ajado, una silla que aún conserva su entereza, tapetes y manteles que suavizan la dureza del suelo agrietado y veinticuatro fieles gatos, distinguidos por listones rojos y azules alrededor del cuello, erigen su hogar desde hace tres años bajo el calor vivo del trópico barranquillero. “Fueron llegando”, asegura Aminta, quien vela con fervor por la ventura de sus felinos.

Con ademanes apresurados, un lenguaje culto y una voz transparente me cuenta su historia: alcanzados sus 48 años cumple una ‘labor impuesta por Dios’ supliendo las necesidades de dos docenas de gatos que han arribado a su morada urgidos de cuidado. Aminta despierta a las cuatro de la madrugada, tiempo en que las brisas desatan humedad y el frío cala hasta los huesos, calma el hambre de sus famélicos huéspedes y durante el resto del día se dedica a escribir en una libreta maltrecha sus más intrínsecas reflexiones. “La profesión no es la oficina o un escritorio: está en continuo ejercicio” musita mientras sus dedos trazan con destreza palabras sobre el papel estrujado. Duránt afirma ser psicóloga; hecho que resulta admisible si distinguimos su habilidad para expresarse, la idoneidad de su caligrafía y la agudeza con que se refiere a varios términos propios de la ciencia.

“¿Cómo alimenta a los gatos?” pregunté. Sus ojos, obcecados en custodiar el recorrido del bolígrafo, se rehusaban a prescindir de la hoja donde escribía. “Un bulto de concentrado nos dura lo que dura un merengue en la puerta de un colegio”, respondió jocosamente. Aseguró que las donaciones de entes particulares, e incluso por parte de la compañía Nestlé Purina PetCare, sustentan la nutrición de los animales. “No devengo salario ni tengo alimento, algunos restaurantes de alrededor me lo regalan” agregó Aminta, afirmando que de esta manera obtiene comida para ella. Cuestioné seguidamente el porqué de su querencia hacia los gatos; “no sufren de envidia, egoísmo ni venganza”, replicó frotando dócilmente el lomo de una gata revoltosa. “Para lo que otra persona es algo del otro mundo, para mí es el diario vivir” continuó, observando con la mirada cálida de una madre el caos que desencadenaban veinticuatro felinos en una contienda por obtener un añico de lana blanca.

“Nunca pensé acabar así, aunque siempre me gustaron los animales” confesó añorando su infancia. Estudió en el colegio Gabriela Mistral de Barranquilla, ubicado actualmente en la carrera 38 con calle 81. En sus años de niñez fue hábil para los estudios, cautiva de una sed constante de conocimiento y adecuadamente criada. Su hogar, conformado por sus padres y cinco hermanos, fue el nido que propició su ambición de educarse. En los años consecutivos se encontró inmersa en las circunstancias del hampa cegada por el hambre. Aminta, recelosa, se rehusó a revelar detalles del porqué le resultó inevitable renunciar, en esa época, prontamente a dicho entorno.

“¿Se ha enamorado?” le pregunté, temerosa de aproximarme a lo inoportuno. “Una persona que no se ha enamorado es digna de lástima”, respondió regocijándose. El bullicio de los gatos se mezclaba con el aleteo de las palomas, el calor nos abrigaba con viveza y Aminta Inés Duránt continuó diciendo “yo me enamoré de estos gatos”.

 

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