Por Randy Gómez Africano
Eran las nueve de la mañana de un Domingo de Ramos en la reconocida playa de Bello Horizonte. La idílica noción del ambiente, marcada por la alegría y la diversión de las primeras decenas de familias, combos de amigos, y hasta compañeros de trabajo que disfrutaban del lugar, habían hecho perder cualquier clase de sentimiento de preocupación al adentrarse al período de descanso.
En aquel día se había dado apertura oficial a la temporada de vacaciones de Semana Santa en el icónico sector del Rodadero. Y en medio de la zona correspondiente a la calle que da entrada gratuita a la playa, cercana al complejo turístico y habitacional Santorini, todo este panorama descrito ya era la ley. Los visitantes habían tomado desde temprano el lugar para su disfrute y descanso, teniendo como resguardo y punto de encuentro un conjunto de carpas color azul rey desgastadas. Donde sentados en sillas propias o alquiladas, y con parlantes pequeños y baratos para colocar musica de su preferencia, configuraron, en las primeras horas del día, el ambiente de lo que en aquel momento se creyó que sería un gran comienzo de la actividad vacacional.
Pero en ese momento, aquella zona vio encubierto por la tragedia el transcurso del descanso, y de toda actividad que los enormes grupos de personas dispersos en su orilla realizaban con alegría. Unos gritos lejanos reemplazaron las risas y conversaciones, y opacaron la música de los parlantes, al mismo tiempo que varias de las personas que se encontraban en las carpas comenzaban a correr hacia donde estaba ocurriendo el acontecimiento. En ese momento se avivó el rumor de un posible ahogado, que al pasar de los segundos iría cambiando al aclararse el panorama de la situación.
Uno de los testigos, en este caso un encargado de alquilar paseos en lanchas y motos acuáticas cuya identidad no fue especificada dijo:
-Es una señora que parece que se ahogó allá en la playa mientras se estaba bañando.
Al momento de la declaración, los visitantes se agruparon en un círculo que terminó rodeando a los bañistas que sacaron el cuerpo inconsciente de la señora. Los gritos de las personas que estaban crearon el primer círculo, junto a los ojos curiosos de los que conformaron la multitud que estaba detrás de ellos, ambientaron el comienzo de una lucha por reanimar a la mujer, cuyo cuerpo se encontraba imposible de observar en el momento ante el obstáculo visual que el grupo que la estaba atendiendo.
Los minutos pasaron y en medio de gritos que pedían la búsqueda de una ambulancia, la encrucijada por reanimar a la señora, encabezada por una mujer vestida de camisa blanca y short para playa, se hizo infructuosa. Mientras aquella mujer de blanco siguió intentando realizar diferentes procedimientos para que la señora reaccionara, el llanto desconsolado de un muchacho de aspecto joven, delgado, de tez morena se escuchó al costado del círculo. Aquel hombre, que no aparentaba tener más de 30 años, era del hijo de la víctima, quien en medio de un sentimiento de ansiedad, desesperación y una casi definitiva devastación, trataba de ser calmado por una furibunda acompañante que le decía en un tono que estaba al borde de convertirse en un grito:
-¡Pero tienes que calmarte!
-¡No puedo! ¡Es mi mamá!
Con las lágrimas de aquel muchacho confirmando la sumisión ante el dolor y la incapacidad de poder ver y atender a su madre. Y el morbo de los visitantes que atestiguaban el hecho empañando cada vez más el ambiente y el proceder de aquellos que intentaron reanimar a la señora. Otra mujer, de tez morena y pelo con rastas, expresando decisión y al vez indignación en su rostro, pidió a los testigos correrse hacia atrás, lo que hizo el panorama del acontecimiento completamente visible pero al mismo tiempo, desalentador. El cuerpo de la señora, vestido de un bañador azul y con el torso desnudo, yacía mientras la mujer de blanco que la atendió confirmaba el fracaso del intento por reanimarla, dejando atónitos a todos los presentes en el lugar.
Los presentes habían pasado del impacto y el morbo, a la conmoción y el dolor con aquella noticia, lo que hizo que todos de forma unánime gritaran:
-¡Llévensela! ¡Llévensela! ¡Hay que buscar una ambulancia!
Varios hombres, en su mayoría jóvenes, levantaron el cuerpo de aquella señora para llevárselo. Su rostro no se alcanzó a ver, apenas siendo visible su cabello canoso mojado y rebosado por la arena de la playa, lo que mantuvo el misterio de su identidad. Fue llevada hacia una de las tantas zonas donde se ubican las entradas de los edificios de la playa. Unos pocos testigos corrieron en la misma dirección con tal de presenciar la llegada de los paramédicos del Rodadero, mientras la mayoría de la gente miraría con miedo e incertidumbre el traslado al mismo tiempo que dio la vuelta para devolverse a las carpas y reanudar el día en la playa. Esta vez las caras ya no son alegres, mostrando en ellas una sensación de miedo, incertidumbre y dolor ante el ahora desconocido destino que tendria aquella breve pero trágica situación. Aquel grupo enorme de turistas regreso a su descanso, reconvertido en un grupo de testigos, y quedando con la con la incontestable duda sobre el destino de aquella mujer.
Epílogo
Llegaba la mañana siguiente a la que aquella trágica experiencia, y los periódicos locales, e incluso los nacionales, amanecieron alojando en su sección de judiciales la noticia: “Una mujer murió ahogada en playas de Bello Horizonte”. Su identidad finalmente fue un misterio resuelto, pues la mujer respondía al nombre de Elis Del Carmen Mercado Meza. Ella era una más de los cientos de turistas que habían visitado la zona ese domingo, siendo la que sufriría la terrible conclusión de ser aquella que yacería en la arena de la playa a causa de un infarto que desde un primer momento fue fulminante, pues según lo que informo cada diario, la mujer llegó al puesto de salud más cercano sin signos vitales, ocurriendo un presagiado y trágico final para una situación como está.