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Por Daniela Mendoza Lesser

Antes de hablar, Marco Coll se pone de pie y abre la ventana del pequeño balcón de la sala del pequeño apartamento que comparte con su esposa Ruby, “para que corra la brisa”.

Cuando lo abre, se puede ver una pila de cajas amontonadas que ocupan casi toda el área. Me pide que me siente en el sofá mientras él se sienta en la poltrona de en frente. Marco me mira y dice: “yo solo estaba feliz de haber hecho un gol pero no tenía idea de la importancia que tendría”.

El 3 de junio de 1962 en Arica, Chile, en plena Copa Mundial de la FIFA, Marco Coll Tesillo anotó el primer y hasta ahora único gol olímpico en un Mundial. Era la primera participación de la Selección Colombia en esta competición. El partido era contra la Unión Soviética, que tenía a Lev Yashin, “La araña negra”, considerado en el momento el mejor portero del mundo.

Cuando Coll regresó a Colombia, fue tratado como un héroe nacional. Se volvió en un personaje público de la noche a la mañana y su fama ha sido tal que más de 60 años después, todavía lo reconocen. “En estos días estaba saliendo de la iglesia con mi esposa y un jovencito se me acerca y pregunta: “¿Tú eres Marco Coll?”, dice entre risas.

Así transcurre su vida ahora, lejos del glamour que uno esperaría que un ídolo del fútbol tuviera. Coll ya tiene 81 años y los estragos de la edad le han cobrado factura en su memoria, la cual le falla al recordar detalles como fechas exactas o confundir nombres. El día a día de Marco transcurre en ir a la iglesia Cristiana a la cual se ha vuelto devoto. “Voy cada vez que siento que necesito ese contacto con Dios, que es muy necesario”, y en visitar a sus hijos, tanto los que fueron fruto de su matrimonio con Ruby, como los que fueron de otra relación.

A pesar de los años, Marco mantiene su espíritu deportivo. “Yo todos los Domingos salgo a caminar por la casa, soy viejo pero no flojo”, agrega entre risas.

Al preguntarle por su carrera, ‘El Olímpico’ me dice que su época como entrenador en el Cerrejón “fue la mejor etapa de mi vida, me encantaría volver a visitarlos ”. Coll se mudó en 1990, junto a su esposa Ruby, al campamento de la compañía minera Cerrejón, en La Guajira. Allí quedó vinculado al Colegio del complejo carbonífero, Colegio Albania, y abrió la escuela de fútbol Marco Coll, enseñando a los hijos de los empleados del Cerrejón a jugar. ‘El Olímpico’, permaneció allí hasta 2012, cuando se pensionó y volvió a su natal Barranquilla.

Sentado en la poltrona de su sala, Marco baja la mirada un segundo, la alza y con una sonrisa en su boca se para de la silla y me dice que lo siga: “te voy a mostrar el cuarto más lindo de mi casa.”

Él comienza a caminar hacia el pasillo y yo lo sigo en silencio. Marco entra al primer cuarto a la derecha. Entro y veo una mesa llena de placas y condecoraciones que le fueron dadas. “Este es mi cuarto de los recuerdos”, me dice mientras me señala la placa más grande de todas, la que le fue dada por el Colegio Albania como agradecimiento a tantos años de servicio a los alumnos.

Encima de la mesa, colgada en la pared está la foto de la Selección Colombia del 62, en el dia que Coll anotó ese fatídico tanto. Marco se queda observando la imagen y expresa: “De ese grupo solo quedamos dos”. Al ver la foto es facíl identificarlo, el segundo de izquierda a derecha en la fila agachada. Al comparar esa imagen con la de Marco ahora es díficil no reconocerlo.

A pesar de los más de 50 años que separan a ambas imágenes, las facciones permanecen casi intactas, los ojos igual de saltones pero un poco mas caídos, boca ancha y definida. El pelo de Coll solo ha cambiado de negro a blanco, pero la textura y estilismo –corto y rapado- es el mismo, el cuerpo bajito y grueso mantiene su forma.

Marcos aleja su mirada de la imagen, me mira y dice: “Y cómo pasa el tiempo ah…”

(*) Periodista Toque Sports

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