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Por: Paola Andrea Hoyos Cardona

Son las 9 PM en un café a cielo abierto y algunos espectadores  se han reunido para disfrutar de un momento con música en vivo.  Suena un ligero golpe en el micrófono, las luces están encendidas y el ambiente se dispone a escucharla. Marcela Otazua, más conocida como Marzua, domina el micrófono y enciende el ambiente con su interpretación de la canción  “Cedro” de Adriana Lucía. Pero su voz no es la única protagonista de aquel momento. Sus llamativos cabellos azules y el típico labial rojo que siempre la acompañan en todos sus momentos como en aquella época cuando estudiaba en la Universidad y decidió ser cantante, también se posicionan ante el público para transmitir la energía de la canción.

Llega el clímax de la canción y Marzua la entona con la misma fuerza como lo hacía de niña cuando cantaba las alabanzas en la iglesia cristiana a la que asistía. Una niña llena de inseguridades por su apariencia física que corría por el mundo con su cabellera libre y con una enorme sonrisa pintada en su rostro. De aquella niña sólo quedan los recuerdos, los disfraces de Halloween, las cómicas fotos, los amigos y el talento que hoy se despliega entre un escaso público de una cafetería.

Finaliza la canción y la artista nota que ha llegado nueva audiencia así que decide presentarse por segunda vez como Marzua y seguido presenta su canción. El nombre en un artista es esencial para su éxito y en este asunto su padre, un sociólogo apasionado por la historia y por la pedagogía, fue una pieza clave. Una vez Marcela decidió iniciar su carrera como cantante, su padre buscó, entre las iniciales del nombre y las fuentes de letra posibles, crear su nombre artístico. Hasta que en últimas nació Marzua entre la unión de Marcela y su apellido Otazua.

El ambiente en la cafetería se siente un poco solo y el número de sillas vacías comienza aumentar. En ese instante Marzua cede un poco de su protagonismo para interactuar con el público, acto que es muy frecuente en ella, según su mejor amigo Andrés Palma. Desde que cantaba en la iglesia tenía ese carisma y esa capacidad de hablar con todos  y entablar rápidamente una amistad. Siempre tranquila, risueña y optimista, así la describe su amigo, quienes se conocen desde hace diez años y hasta el día de hoy siguen siendo muy cercanos.

Comienza la siguiente canción y Marzua con su guitarra lleva el ritmo mientras su compañero sigue la melodía con los platillos y la cortinilla. Toda esa mezcla de sonidos recreada por dos personas era, hace años atrás, interpretada por una banda. Cuando la Universidad de Bellas Artes se trasladó a la sede norte de la Universidad del Atlántico, Marcela tuvo la oportunidad de conocer a músicos, entre esos, a Camilo, el  guitarrista de su banda.

Camilo y Marcela  se presentaron por primera vez en la  Nueva Acrópolis de Barranquilla junto con su mánager que en ese entonces era el papá de Marcela, Ángel Otazua. Desde ahí, poco a poco llegaron otros integrantes hasta finalmente conformar una banda con Bajo, percusión, guitarra y voz llamada “Marzua”.

Un estruendo alarma a la audiencia e interrumpe el café: uno de los platillos se ha caído en medio de la interpretación. La artista muy serena continúa cantando sin perder de vista el instrumento y le pide al camarero con la mirada que le ayude a recogerlo. Accidentes como estos son menores en comparación con los obstáculos a los que se enfrentó Marzua al iniciar su carrera musical.

La banda tocaba en espacios abiertos, íntimos, acústicos y poéticos, incluso, compusieron 8 canciones. Sin embargo, el grupo se disolvió por factores económicos y por disputas entre el nombre de la banda  y el protagonismo de cada integrante. Y fue así como el proyecto Marzuá fracasó pero Marcela siguió adelante como solista y decidió ser sólo Marzua.

La tranquilidad en la cafetería aumentaba y los meseros se disponían a limpiar las mesas mientras finalizaba la presentación. Aquella tranquilidad que tanto caracteriza a Marcela también fue, en los inicios de su carrera, su mayor obstáculo. Dirigir una banda requiere de mucho carácter, paciencia y  en aquella época Marcela era muy novata e ingenua. Su padre, quien en un principio la apoyó, tuvo que distanciarse de su cargo como mánager por las exigencias de su trabajo y esto llevó el proyecto Marzua a una crisis.

Las flores, los colores, las fiestas, el mar y la brisa son elementos que identifican a Marcela pero, que a su vez, evidencia el mundo caótico en el que ella se envuelve. No había un orden entre toda esa combinación de estilos y mucho menos  un orden laboral. Cantaba en establecimientos sin recibir algún pago o si había pago establecido no era lo justo, estos y otros factores llevaron a Óscar Julián Reyes, su actual mánager, a darle giro de 360° a la carrera musical de Marcela.

Marzua interpreta la última canción y su mánager ya está sentado junto con los dueños de la cafetería hablando sobre asuntos económicos porque, desde que se impuso el capitalismo en el mundo, todo se volvió un negocio. Incluso el arte y la religión. Y aunque muchos ven este oficio como un pasatiempo, la música también es una empresa, por algo la llaman “la industria musical”. En su carrera como solista, Marcela no tenía en cuenta este punto de vista económico y por eso tuvo muchas dificultades en el camino pero luego de conocer a Óscar, ambos se unieron para darle ese sentido formal a su proyecto Musical.

Inteligencia, empoderamiento, pasión y amor fueron las virtudes que Óscar tomó entre todas las características de Marcela para darle un orden al caos que había en Marzua. Él junto con sus conocimientos en la animación y el diseño, mejoró la imagen de Marzua con un toque más profesional en sus fotos, también la animó a  asistir a talleres de emprendimiento cultural y la ayudó a definir una identidad. Además, realizaron todos los cursos disponibles en el Sena, diplomados en la Universidad del Atlántico y varios talleres para recibir asesorías en tema de imagen, marketing y modelo de negocio.

La función ha finalizado y Marzua se retira del escenario con una última frase “apoyemos lo local”. Todos los artistas manejan un discurso de acuerdo a sus inclinaciones ideológicas. En el caso de Marzua, su discurso va dirigido a educar al público. En el contexto barranquillero, las personas no están acostumbrados a pagar por el arte. Siempre quieren acceder gratis a eventos culturales y no tienen  conciencia del presupuesto que exige hacer una presentación musical. Todo requiere de un esfuerzo económico y emocional. Debido a eso,  Marcela toma sus redes sociales para concientizar al público y que estos paguen para entrar a eventos de música independiente.

Es fácil subirse a la tarima de una cafetería y presentarse como cantautora pero tener una producción musical independiente, un ingeniero de sonido, un productor, un arreglista o un equipo técnico no es tan fácil. Una de las mayores preocupaciones de Marcela, y de muchos artista locales como ella, es la inversión que requiere un proyecto musical. Y en caso de disponer del dinero, la preocupación seguiría latente porque en el mundo musical el éxito de una canción depende de factores externos al artista como los gustos del público, el contexto social y la cultura; y la inversión estaría bajo el riesgo de no ser recuperada.

Marzua guarda su guitarra y toma una cerveza mientras Óscar se acerca a las mesas para repartir tarjetas con las redes sociales de Marzua a los asistentes que aún quedaban. Los artistas independientes como ella han tenido una gran ventaja con la proliferación de redes como YouTube, Instagram y Facebook. Crear una empresa musical sin requerir de mucha inversión es posible a través de estas redes. Actualmente, Marzua cuenta con más de 3 mil seguidores en Instagram, una página web y un canal de YouTube donde publica sus presentaciones, ensayos y los trabajos que va realizando.

La música sigue sonando en la cafetería pero Marzua ya está sentada junto con su mánager disfrutando de una cerveza. En momentos como este es inevitable pensar en Marcela y Marzua por separado pero en la estructura psicológica puedes adoptar muchas facetas. Mientras que Marzua es una cantautora con reconocimiento público, por otra parte Marcela es una socióloga que le atrae la investigación, los temas de convivencia y la cultura. Sin embargo ambas buscan  conectar cada faceta para crear proyectos que generen valores y alimenten el ser.

Otros de los objetivos de esta combinación Marzua – Marcela es alzar la voz de la mujer en medio de un mundo dominado por los hombres. Romper con los estereotipos que una vez le generaron inseguridad por su peso, desmentir las historias sobre princesas débiles, demostrar que el amor no se trata sobre quién domina en la relación o que la mujer debe resignarse por su condición de mujer, son algunos de los problemas por los que lucha constantemente así como por sus sueños en una cafetería de escaso público bajo la luz de la luna de Barranquilla.

 

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