Por: Roshell Schmulson Carriazo
“Hoy debes estar fuera de la sala magistral del G sirviendo té, aromáticas y tinto, recuerden que inicia la Cátedra Europa” ese es el mensaje que recibe Sonia Andrade por el grupo de WhatsApp que tiene con sus compañeros, lo que le permite hacerse una pequeña idea de lo que ocurrirá todo el día.
Son menos de las 8 de la mañana y la Universidad del Norte, lugar donde trabaja, está más llena que de costumbre, llena de cables, micrófonos, mesas, algunas carpas, pero sobre todo, muchísimas personas. Algunos son caras conocidas, que suelen caminar por toda la universidad, otros por el contrario, están vestidos de una manera más galante: eso permite reconocer que son invitados o bien, extranjeros. En resumidas cuentas, ya estaba dando inicio la Cátedra Europa.
Como es sabido, este evento no solo ofrece charlas, diálogos, exposiciones de arte, sino que también se caracteriza por tener rostros amables fuera de cada recinto, quienes se encargan de ofrecer un poco de té o tinto para hacer más amena la conferencia.
“Hola, buenos días, ¿de qué es el té?”
“Buenos días, frutos rojos”
Acto seguido Sonia sirve en un vaso de cartón un poco de agua. El agua está tan caliente que es necesario ponerle otro vaso para que ni la joven ni Sonia se quemen. Le entrega un sobre de azúcar y le dedica una tímida sonrisa.
Así es como inicia el día de Sonia, pasan más o menos 40 minutos y cuando alza la vista ve una fila de más de 50 personas. “Afortunadamente no vienen a pedir tinto” piensa. Unos minutos más tarde y el aforo del salón 12g2 del bloque G de la universidad ya casi llega a su límite y aún sigue demasiada gente haciendo fila para entrar.
Algunos se acercan a pedir un poco de agua, otros simplemente dedican una temerosa sonrisa, pero también vemos a dos estudiantes quienes están prácticamente acabándose los sobres de azúcar mientras lo echan a sus bebidas.
“Les va a dar un coma diabético”, dice Sonia entre risas
“Es que el tinto así amargo no me gusta”, se excusa una de las jovencitas.
La amabilidad y el buen sentido del humor de Sonia hacen que la espera en la fila sea un poco más amena y cálida, pero el desespero por entrar a la charla y ver que ya quedan pocos lugares se evidencia en que la mayoría se sale de la fila para hacer otra en frente de Sonia y pedirle un té, un café o simplemente agua.
“El stand de mi puesto de trabajo comienza a llenarse y ya no dan abasto mis dos manos para servirles a todos los que hacen la fila para entrar. Sin embargo, trato de hacerlo lo más rápido posible para darles a todos su pedido y así no hayan alcanzado a entrar a la charla, al menos que tomen un poco de tinto” dice Sonia entre risas, pero en voz baja para que solo pueda escucharle yo.
Nunca puede faltar un imprevisto, aún cuando Sonia trataba de servir todo con cuidado para no ocasionar accidentes. Un grupo de jóvenes se acercan para servirse unas bebidas, uno de ellos sin querer se tropieza con la mesa, justo donde se encontraba Sonia sosteniendo un termo con agua hirviendo.
El reflejo tanto de Sonia como el del joven fue agarrar más fuerte el termo, sin embargo, se regó un poco de agua y le cayó en la mano. “Por fortuna no fue al joven”, me dijo entre dientes.
En la sala magistral se escuchan algunas personas diciendo que por favor las dejen entrar, que esa charla era requisito para una clase. Otros desanimados permanecen en la fila para entrar a la siguiente ponencia. Pero todos tienen algo en común: vinieron por una charla y salieron con un tinto.
“Sin duda, lo mejor de la Cátedra Europa ha sido el tinto y el té de frutos rojos gratis” dice entre risas uno de los jóvenes que no pudo entrar a la charla “El papel de la verdad en el proceso de construcción de paz en Colombia”.