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Por: Javier Franco Altamar

Cuando la polémica se enciende, estalla en los titulares de prensa, con alguna palabra enfática previa en el caso de los noticieros, y con la expresión tipo CEO, a veces ella misma, en los escenarios virtuales.

El asunto es que no todo lo que llaman “polémica” lo es, ya sea porque no da para tanto o ya sea porque el presunto escenario de la misma es el medio. ¿Estamos acaso usando la mentira para seducir audiencias? Eso plantea una paradoja nada insignificante: la actividad defensora de la verdad, que es por lo que saca pecho el periodismo, se deja seducir por la mentira, incluso fabricándola, con tal de impactar en el mercado de la información.

El conflicto o situación tensión aparece en los cánones del periodismo como uno de los criterios que hacen noticiable un hecho. De esto se pega la polémica, entendida como un cruce encontrado de posiciones. La palabra guarda sinonimia con “discusión”, “controversia” y “debate”, y entre todas, remiten a una suerte de contienda entre dos posiciones irreconciliables. Podríamos examinar los sentidos traslaticios infortunados detrás de esta asimilación, pero eso escapa al propósito de este texto. Quedémonos, por conveniencia didáctica, en las consideraciones de enfrentamiento, con victoria o derrota en el horizonte de resultados, a que nos remite la expresión “polémica” y sus hermanas semánticas.

La condición ambigua del ser humano, en el sentido de que nada es bueno o malo ‘per se’, sino que lo viene a ser en función de la perspectiva (lo bueno para uno puede ser malo para el otro), garantiza, en principio, el carácter polémico de una decisión o iniciativa desde las instancias de control. Así las cosas, el listado de convocados a una Selección Nacional de Fútbol –por poner un ejemplo-, puede generar rechazo natural de quien esperaba algo distinto. Entonces aparece el programa del día en TV, con cuatro personas que encienden “la polémica” en el entendido que cada cual representa un “sentir” de las audiencias.

La primera reflexión es si el entendido mismo de que el consenso es una utopía, y de que cada decisión o iniciativa tiene “necesariamente” un detractor, no debería ser suficiente para, por lo menos, matizar su abordaje desde allí. Eso nos pondría en la posibilidad de examinar la noticia desde sus pro y contras, sobre la certeza de que es imposible complacerlos a todos, y desde la aceptación de que eso es “absolutamente natural”. O si lo mejor, para efectos de atraer a la audiencia, es acentuar la discusión, subrayar las diferencias y plantear un escenario de combate.

Hasta allí, sin embargo, el problema no es grave: de hecho, estamos suponiendo que la polémica, de alguna manera, está viva en la audiencia, y lo que se hace, con el programa televisivo del ejemplo, es llevarla a un escenario de manejo mínimamente ‘libreteado’. Es, si se quiere, una puesta en escena ordenada desde el aparente desorden. Y, como consecuencia de ello, cada cual, en esa misma audiencia, verá defendida su posición primaria: alguien lo interpretó bien y se dará por satisfecho en ese aspecto, por lo menos.

Lo malo, lo engañoso está en la fabricación de la polémica cuando a lo mejor ni la hay porque la proporción de quienes rechazan una iniciativa puede ser pequeña; o cuando los motivos particulares están disfrazados de perjuicios generales; o cuando el rechazo es “obvio” porque la decisión o iniciativa viene desde un contrario a quien nunca se le aceptará nada por el simple hecho de serlo. En esos casos, como ya hemos dicho adelante, valdría la pena considerar que un mejor producto periodístico podría derivarse de la explicación, el análisis, el examen de todas las posibilidades y de las compensaciones que puede haber para quien, en principio, vea el asunto en negativo.

La fábrica de polémicas, sin embargo, sigue adelante y vigorosa. Es así como se expresa en varias modalidades cuya característica en común es que se acentúan a iniciativa del periodista o del medio:

  1. La búsqueda inmediata de la llamada “reacción”. Para no dejarse sorprender, el reportero tiende a buscar a la contraparte evidente, al que se sabe que irá en sentido contrario y expresará su rechazo. Lo que viene después es el sabido “polémica por…”, “rechazo a…”. Suele ocurrir, también, que se ensaya un simulacro de encuesta, y se lanza la pregunta al primero que aparezca. En este caso, se suele entregar una introducción previa el entrevistado para orientar la reacción hacia el rechazo: es prenda de garantía. Se ha sabido casos de programas de humor que lanzan preguntas absurdas: “La Alcaldía anunció que, para garantizar el nivel de los embalses del Acueducto, pedirá a cada ciudadano llevar un balde de agua para verterlo allá. ¿Usted qué opina?”. El entrevistado se concentra más en la parte de la exigencia que en el contexto, y expresa el rechazo. El experimento, en clave de broma, confirma lo que acabamos de decir.
  2. Hay polémicas o debates que se “reavivan” por un hecho noticioso, normalmente infortunado, asociado con algo que se venido advirtiendo: la caída de alguien en una alcantarillada, un accidente de construcción, un choque en un sitio antes señalado como peligroso, una muerte cualquiera que ha podido evitar con un mínimo de intervención estatal a manera preventiva, etc. Un hecho recurrente también suele “reavivar el debate”, como, por ejemplo, un suicidio por bullyng o por acoso. Lo más seguro es que el debate o polémica ni siquiera exista, pero el reportero lo plantea y saca de eso una nota de seguimiento.
  3. En deporte, sobre todo en el fútbol, suele ocurrir que el comentarista llama “jugada polémica” a un incidente que llama a duda instantánea o los gestos y gritos de rechazo del equipo afectado. Tal situación planteada como polémica viene, de una, a ser contradictoria porque se supone que la polémica debe desarrollarse para que cobre el carácter de tal. A la final de cada periodo o tiempo, suele, además, presentarse un resumen de las jugadas “polémicas”. Es decir, así no haya habido sino algún tipo normal de rechazo instantáneo a una decisión, es más vendedor llamarles “polémicas” o “discutidas” a estas jugadas. Por cosas como estas, un árbitro que sume varios lances similares en desarrollo del partido, pasa a ser calificado de “polémico”, lo mismo ocurre con el encuentro como un todo.
  4. Polémica” también se ha convertido en calificativo a toda persona que, por una u otra razón, se ve envuelta en hechos extraños, algunas veces delictivos, otras de corrupción, y otros de simples señalamientos en su contra que esa persona responde porque no está dispuesta a aceptar nada de eso. Entonces la palabra de marras se vuelve casi un apellido “la polémica senadora”, “el polémico dirigente”, etc.

En conclusión, normalmente lo que en los medios noticiosos estalla como “polémica” suele serlo en virtud o de lo llamativa que resulta la expresión para bautizar el hecho, o como una fabricación que implica incorporar una voz contraria escogida adrede por su garantía como contraparte. En otras palabras, el contenido mentiroso es mucho más fuerte que el verdadero a la luz de las supuestas polémicas. Son trucos apenas pegados con babas sobre la realidad de un hecho cuya verdad natural no le alcanzaría para ser atractiva a las audiencias, es la mentira al servicio de la verdad.

Comunicador social-periodista (1986), Magíster en Comunicación (2010), con 34 años de experiencia periodística, 24 de ellos como redactor de planta del diario El Tiempo (y ADN), en Barranquilla (Colombia). Docente de Periodismo en el programa de Comunicación Social (Universidad del Norte) desde 2002.

jfranco@uninorte.edu.co