Carlos Amaya, otro hacedor del Carnaval, le organizó una celebración corta, intensa y muy sentida, al creador de uno de los disfraces tradicionales del Carnaval de Barranquilla.
Por Javier Franco Altamar
En su cumpleaños número 92, a pocos minutos de recibir un homenaje de comparsas, pergamino, torta y regalos, y en medio del gentío que abarrotaba su terraza del barrio El Santuario, la única preocupación de Ismael Escorcia Medina -creador del disfraz El Descabezado-, es que su compañero de tragos esté cómodo, muy bien ubicado, y a salvo de cualquier mano atrevida.
“Me acompaña desde hace 10 años. Bueno -corrige enseguida- él no toma porque es evangélico, pero yo me tomo sus tragos por él. Y así estamos un buen rato los domingos, ahí afuera. Empezamos a las 4 de la tarde, más o menos. Máximo estamos hasta las 7 de la noche. O nos metemos a veces antes. Luego, me voy a dormir”, dice don Ismael con voz pausada y bajita, asegurándose de que hemos entendido el proceso.
Al principio, ese compañero pasó inadvertido porque nos había estado observando silencioso desde el rincón. Pero cuando el mismo Ismael lo tomó por el cuello y lo trajo al frente para que pudiéramos saludarlo, quedó revelado, como en acto de magia, que aquella cabeza humana- de sombrero, lentes oscuros y mascarilla anti-covid-, era la decoración de una mesa pequeña, apenas sostenida por una pata pintada como la bandera de Colombia.
Si lo despojamos de su mascarilla protectora, notaremos que la cabeza imita los rasgos de Escorcia: la cara descolgada, los ojos tibios, el cabello claro y la nariz de gancho. “Yo mismo lo hice”, resalta él con orgullo. Y aclara que esta pequeña obra le ha proporcionado una muy buena manera de pasar el rato bebiendo consigo mismo, pero acompañado.
La bebida que comparten es ron blanco. Ismael Escorcia prefiere ese a cualquier otro licor. Tan solo acepta ‘Gatorade’ para bajarlo. Ambas bebidas estarán en recipientes de plástico, ubicadas sobre la pequeña mesa-selfie mientras avanza el ritual.
En esta ocasión, sin embargo, se verá motivado a realizarlo el jueves porque es su cumpleaños. Y habrá un tercero invitado esta vez: su hijo mayor Guillermo. Está disfrazado de algo con una mezcla de monocuco, gallo y Descabezado. No se cansa de repetir, antes de que se lo pregunten, que sí, sí, sí, él es un loco, así como lo ven, porque cuando lo fabricaron, su papá estaba pasando por un momento de locura.
Ya está tranquilo don Ismael sentado bajo el árbol y frente a su compañero de tragos. Ya pasó la celebración en la que tuvo que dejarse felicitar, en la que mostró la alegría que le permiten los años en medio del pequeño Carnaval organizado, en su honor, por Carlos Amaya. Lo ha querido homenajear por su condición de leyenda viviente del Carnaval. “Él ya no sale a ninguna parte en razón de su edad, pero está aquí presente, vigente en el Carnaval”, dice Amaya, quien grabó todo el acontecimiento para pasarlo por su canal de Youtube. Amaya es otro hacedor del Carnaval con historia. De hecho, lleva 40 años disfrazándose de Charles Chaplin.
Para beneficio de la fiesta, no hace calor. La temperatura, por el contrario, es todo lo suave que debía ser para que las danzarinas de ‘Girasoles Gozando en Carnaval’, una comparsa compuesta por personas de la tercera edad, se expresarán y gozarán sin estar pendientes del sudor ni del sol.
A las tres de la tarde, ya han llegado casi todos los invitados. El número de la nomenclatura es 48-47 sobre la carrera 8. Es una vía de doble calzada por la que nunca dejan de pasar vehículos. Los que se iban a disfrazar ya lo hicieron. A Carlos Eduardo Glen, viejo actor del Carnaval, y quien apareció de un momento a otro, no le costó mucho trabajo lucir como ‘Mandíbula’. Gracias a su representación, a todo se les facilita reconocerlo como el personaje histórico del programa televisivo ‘Sábados Felices’, evocación de una película de James Bond. Además, es que para parodiarlo, a Glen solo le basta con ponerse hombreras bajo la camisa.
Dos vecinos -uno de ellos altísimo- fueron invitados a portar el disfraz del Descabezado. El antejardín de la casa contigua es la pista sobre la que todos han comenzado a bailar un rato antes de tomarse por asalto el apartamento del cumplimentado. Hay un tanto de desespero porque lo ideal es que don Ismael esté afuera, esperando las sorpresas. Wilfrido, el tercero de sus hijos, continuador directo de El Descabezado, Rey Momo del Carnaval del 2009, pide que no se angustien, que “el viejo ya viene porque está atendiendo a la gente”.
Luego, cuando menos se espera, aparece el homenajeado. Los demás ni siquiera parecen haberse dado cuenta. Avanza apenas suave, algo incierto, pero erguido en desafío a la ancianidad. Luce delgado. Lleva un pantalón morado, un suéter de color café suave, y un sombrero de aplicaciones un tanto más oscuro que el suéter. Las gafas son de montura gruesa y oscura. Contrasta con el bigote blanco.
Mientras todos bailan en la terraza contigua al compás de la canción ‘Con la pata pelá’, versión de Moisés Angulo, don Ismael inspecciona, por primera vez, la decoración de la terraza. Ahí, enmarcada y colgada de las varillas de la ventana, está la foto suya más antigua que conserva: aparece de pie al lado de su madre, Cecilia Medina de Escorcia. Ella está sentada y tiene, en sus piernas, a Isabel Cristina, la menor de sus tres hijos, y al otro lado está Manuel, el otro hijo.
Don Ismael, en ese momento, confirma que han elaborado, para él, un decorado nutrido: hay globos, serpentinas, un pasacalle, varias cabezas de las que llevan las 20 o 30 personas que se disfrazan cada año con los vestidos que él diseña. Incluso, está la más antigua cabeza que conserva: la de un Jorge Eliécer Gaitán (personaje conectado con la historia de su disfraz) con bigote. “Es que es un Gaitán muy joven”, responde ante la pregunta obligada.
Luego, cuando está seguro de que el ambiente es propicio, regresa a la sala, trae a su compañero por el cuello y lo ubica en el antejardín, no sin antes abrirse paso entre las sillas de plástico. Pide, con señas, que “le echen un ojo” a la figura porque cualquiera podría llevárselo nada más que por molestar, y vuelve a la nevera por los dos recipientes de plástico. Sin dejar de ser lento, su andar luce muy seguro, nada de bastones ni de otro tipo de ayudas. Incluso, a una persona que acaba de llegar y trata de saludarlo, don Ismael le pide, muy erguido y entre sonrisas, que lo salude a la manera militar, con la mano firme contra la sien o la visera.
Más adelante, en una de sus tomas finales para su especial de Youtube, Carlos Amaya le preguntará por las razones de esa exigencia. Don Ismael no solo le explicará que es una manera muy particular de evitar el contacto directo -porque la amenaza del Covid-19 sigue siendo brutal-, sino que hará un recorrido didáctico por todas las variantes del saludo militar. Expondrá que el tipo de saludo dependerá de quien venga: de si son a la entrada o a la salida, de si se dan entre personas de distintos rangos, en fin. Impartirá la rápida cátedra con sus rasgos seniles disueltos. Su entrevistador aprovechará para notar la chispa juvenil -libertina y ágil- despierta ahora entre canas, bigote, cejas y líneas expresivas.
A otra pregunta posterior, responderá que el secreto de haber llegado a los 92 años en plenitud de mente y cuerpo se lo debe al cuido. “Yo tengo la cabeza bien puesta y eso se lo debo a mi Dios. No tomo para emborracharme, y cada vez tomo menos, porque eso se va graduando con el paso del tiempo. Con mi compañero evangélico me tomo una botella pequeña que nos dura cuatro domingos, pero con eso está bien”, asegura.
Cuando se acerca la noche, solo quedan unos pocos. Anaya y las bailarinas se despiden, y todavía se ve por allí a Mandíbula. La familia de Ismael es lo suficientemente nutrida como para que el ambiente festivo siga. Están sus hijos Guillermo, Wilfrido y Jaime. (Orlando, el segundo en orden de edad no está porque, según explica Jaime, es evangélico y se aparta de estas cosas). También está Ledis, la hija que tuvo con Raquel Corrales, su actual compañera.
Alguien anuncia que a las seis, de pronto, se aparecerá por allí el actual Rey Momo Kevin Torres Valdez, pero no es seguro. La tarea, en lo que respecta a Anaya, ya estaba hecha: don Ismael lucía muy feliz y dicharachero, sentado en una mecedora y con su contertulio fiel al frente. Va la mano extendida para despedirnos, sin embargo, él exige, de nuevo, el saludo militar. Y alarga un vasito con ron blanco. Alguien se lo tiene que tomar. Ya sabemos que su compañero no puede.