¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?
Sobre su propio rostro parcialmente borrado por el blanco del maquillaje, la futura muerte va disolviendo sus ojos y su nariz mediante el negro mortal de un lápiz. Luego procede con los labios. Ahora, con la magia de unos dedos todavía humanos, el hombre ha logrado despejar una calavera negriblanca y amenazante donde antes había una sonrisa y una mirada.
Sin embargo, esta muerte en ciernes aún no está lista para la batalla. A la transición le hace falta que el danzarín desaparezca el resto de su cuerpo, lo que logrará con una licra negra pintada de huesos blancos. Cualquier decoración adicional de cabello, capucha o túnica, será de plumas o de otro elemento negro. La capucha podría ser incluso blanca para simular el resto del cráneo expuesto. Luego, en sus manos blancas, aparecerá una guadaña, su arma predilecta.
Con ella, deberá batirse, una y otra vez, contra el líder de la agrupación de baile de la que hace parte: el llamado ‘caporal’. Para enfrentar a la muerte, el caporal estará provisto, por su lado, de un garabato, es decir, de una vara cuyo extremo tiene forma de gancho. Ambos actuarán de protagonista y antagonista según la puesta en escena de la Danza modalidad ‘Garabato’ justamente por eso. Y en cada ocasión, como lo exige el libreto, terminará vencida, muerta, es decir, devuelta a su esencia natural. Dicho de otra forma, si bien como sentido de la danza, la vida se impone sobre la muerte, esta debe acabar reducida a sí misma en su máxima potencia. Es una paradoja, es verdad, pero quizás deba interpretarse esta derrota como una victoria que la mantiene vigente en el ciclo de la puesta en escena.
Mortalidad y existencia
Dice Hanna Arendt que al ser humano le cabe, como condición, vivir en una línea recta que le obliga a ser mortal individual. Es el pago por reconocer su propia muerte como contraria a la vida. Eso no pasa con los animales, cuya inmortalidad está garantizada en la medida en que la especie permanece activa a través de la procreación de sus individuos. En ese sentido, los animales cumplen una lógica circular presente en el resto de la naturaleza No hay conciencia de muerte en ellos y por eso no la experimentan como intrusa. Nosotros, en cambio, la percibimos como lo contrario a nuestra existencia. Por eso, no tenemos otra opción que la de inmortalizarnos en nuestras obras, en nuestros actos imborrables. Nos referimos al ‘inmortal’ cuando el muerto ha dejado su impronta en la sociedad que abandonó físicamente.
Pero, desde su naturaleza biológica, cualificada por la capacidad simbólica, el ser humano le sigue temiendo la muerte. Es la muerte, de hecho, el principal desafío de la existencia humana. Es uno de los dos más grandes enigmas: el otro es el origen. Comienzo y final son las dos eternidades inaccesibles a la explicación, a la palabra. Por eso toca representarlos de alguna forma para poder manejarlos, construirlos en acciones dentro de tiempos y espacios concretos. Y también por esa razón, ahora tenemos a la muerte, uno de esos grandes enigmas, personificada en la figura de la guadaña, para tener a quién derrotar en la práctica.
Ahí la tenemos, en efecto: ha saltado de la nada en medio de la escena que avanza, y se ha ido contra los bailarines de la danza Garabato. En ese punto de la coreografía, ya habrán pasado tres minutos. Ellas, de faldas largas, volantes, trazos verdes, rojos y amarillos sobre el negro tenaz. Ellos, con los mismos colores, sombreros, caras blancas, pero alegres, y calcetines del medioevo. Es la caricatura de una época en que la moda era privativa de la nobleza.
Hay brincos, movimientos de serpiente, olas, rutas de caracoles, abanicos que abren y cierran, túneles sugeridos y explorados. Los movimientos colectivos siguen el ritmo de un tema, ya propio, titulado ‘El garabato’ fiel al original grabado en 1964 por la Cumbia Soledeña de Efraín Mejía (la autoría es compartida con Emiliano Vengoechea, un legendario caporal). Avanzan los versos, el saludo al Presidente, una promesa de lo que se hará en el sepelio de Emiliano, y de repente, los instrumentos frenan. Es cuando revienta una carcajada de ultratumba y las parejas se apartan: allí está nuestro personaje.
Quizás ya lo hemos visto antes. Es la viva- o la muerta- estampa de la todopoderosa Grim Reaper, la del Siglo XV en Europa, cuando con la guadaña convertida en peste bubónica, se llevó para su reino al 30 por ciento de los habitantes de la época. Visualizarla así debió ser la manera más sencilla de comprender su poder porque no parece la muerte, ya hemos dicho, un asunto fácil de atrapar en el entendimiento. En este caso, para darle imagen, al convertirla en entidad antropomórfica, el ingenio europeo se valió del esqueleto que la muerte deja a su paso como residuo. En reemplazo de la carne dejó la oscuridad que se contrapone a la luz de la vida. Lo que estamos viendo entonces en la puesta en escena del Garabato es un descendiente muy fiel. Quizás se diferencia por los saltos alegres.
Así es: en El Garabato, la muerte salta mucho, y parece muy confiada en su guadaña, un arma que, para nada, es producto del azar. En el proceso de la muerte por adquirir un cuerpo es importante el apoyo de un mito, y su instrumento hace parte de ello. El precedente simbólico está en la mitología griega, y nos lo brinda el episodio en el cual Crono castró a su padre Urano con una hoz. Era muy corta y precisa, según el relato de Hesíodo, y bastó para interrumpir los ímpetus reproductores de la deidad. Pero nuestro personaje tiene que ir un poco más allá, porque se trata, ahora, de someter a toda la humanidad. Necesita, en consecuencia, un instrumento parecido, pero más fácil de usar con una sola mano y de mayor alcance. Para eso, nada mejor que una guadaña.
En la danza, la humanidad entera está representada con sus alegrías de plenitud, con sus placeres luminosos, y con los colores de la vida desmarcados de la tristeza. Allí están las mujeres y los hombres cuyo baile expresa no solo el variado ofrecimiento de la Madre Naturaleza, sino su conexión con ella en la línea de sus atributos divinos. Y la muerte cumple su papel de evidencia, la más rotunda e inexorable de todas. Siempre se aparece ante todos como algo inesperado, y así se representa en la coreografía. Duch y Mélich, dos catalanes que saben mucho de esto, dicen en uno de sus libros que:
“Uno tiene una vida más o menos organizada, sostiene unas ideas más o menos claras sobre el mundo y sobre los demás, defiende, con más o menos buena fe, toda una retahíla de creencias , y de repente, irrumpe la muerte aniquilando implacablemente el sentido más o menos frágil, más o menos consolidado de nuestro mundo cotidiano, y del haz de relaciones que, mediante los sentidos corporales, hemos establecido”.
Ya antes, en el siglo XVII, el biólogo, anatomista y fisiólogo francés Xavier Bichat había dicho que la vida consistía en “el conjunto de las fuerzas que resisten a la muerte”. Es decir, que lo vivo solo vive en función de oponerse a lo que quiere abolirlo. “Este combate es lo que define la vida, cualquier vida”, enfatiza a su vez su paisano y filósofo de nuestro siglo Michel Onfray.
Mejor dicho: pareciera que todos estos pensadores, a su modo cada cual, estuvieran refiriéndose a la Danza del Garabato. ¡Miren, nada más, como irrumpe la muerte en medio del baile y todo se frena! Con la música de fondo transformada en una flauta sostenida, la muerte logra someter a los bailarines. Primero procede con las damas, y luego hace lo propio con los varones. Pero queda en pie el caporal, que la desafía con su vara. Ya sabemos quién morirá. porque el sentido de la puesta en escena es que la lógica no se cumpla .
Guadaña de colores Fidelidad a la calavera Hasta flexible para combinarse
Una gran responsalidad
Eduardo Alberto Guzmán Arjona, un ingeniero de sistemas que personifica a la muerte en la danza Cipote Garabato, dice que luego de 23 años de estarlo haciendo, su sentido de responsabilidad ha cambiado. Ya no solo le apunta al grupo, sino a todo el público que asiste a los desfiles y presentaciones en los que él participa.
A sus 39 años, este carnavalero puro (así se autodefine) mantiene intacto el dominio corporal que lo pone a saltar y a girar sobre sí mismo sin que muestre señales de cansancio. En eso lo ayuda la práctica del basquetbol, mezclada con las técnicas aprendidas con Rafael ‘Nito’ Montaño Cárdenas, co-fundador de la danza y caporal histórico, fallecido hace tres años. “Me enseñó todo lo que sé de teatro y de arte, y gracias a él, pude darle el toque personal de alegría al disfraz”, dice Guzmán.
Agrega que la muerte es un personaje “muy denso” porque a estas alturas, aún se encuentra con personas que se sienten intimidadas cuando aparece él, como dejando de lado que se trata, simplemente de un disfraz. Hay muchas personas, dice él, que cuando lo ven cerca, se asustan”. Y le ha pasado que cuando, por casualidad, baila frente a algunos fanáticos religiosos, estos empiezan a hacer oraciones en lengua extraña. “Yo, en todo caso, le pongo pasión, sentimiento, y mi sello personal a la muerte. Trato de que no sea un personaje negativo, sino una muerte alegre, que baila, que, más que miedo, imprime felicidad”.
Pero cuando le toca seguir el guión, debe intentar, desde su papel de muerte, eliminar al caporal. Es menester que no lo consiga así sepamos, por tradición, que ha perfeccionado un corte limpio y certero por siglos. Porque nunca ha fallado, ni siquiera en su prehistoria, cuando antes de vestirse de Grim Reaper, operaba en el ámbito de la mitología griega como Átropo, una de las tres moiras hermanas rectoras del hilo de la existencia. Átropo era la encargada del corte final.
Su adaptación romana a través de la parca Morta también era muy eficiente. En ambos casos, el procedimiento para terminar con la vida de alguien era cortar, desde las alturas, el hilo de su existencia, para lo cual bastaban unas tijeras filosas. Ya cuando en la Edad Media la muerte pasa a interactuar con los seres humanos, el Grim se convierte en la figura más apropiada para hacerse visible. Primero lo hizo en las pestes, desde las cuales bastó un pequeño salto de siglos para arribar a las fiestas de América como invitado especial. En algunos casos, se le ve en las medias tintas del disfraz de esqueleto de las noches de Halloween, pero en cuanto muerte, tiene su tributo especial en México, durante las expresiones festivas del Día de los Muertos.
Es una manifestación muy vistosa y creativa con algunas copias dispersas por Latinoamérica, pero responde a unas lógicas distintas. De hecho, el premio Nobel de Literatura mexicano Octavio Paz, asegura que, para sus paisanos, la muerte carece de significación . Es decir, ha dejado ser el tránsito o el acceso a una mejor vida que la actual. Pero no por eso, se ha eliminado de la vida cotidiana. Más bien el mexicano actual toma la muerte y “la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente”. Eso lo dice este autor en su célebre obra de ensayos ‘El Laberinto de la soledad’.
Pero en nuestra metáfora del Carnaval, ese no es el caso: la muerte no es homenajeada. Ni siquiera es ella la que goza, sino que pasa a ser el personaje gozado. Y no por amor, por afecto o por falta de significado. Es, más bien, esa vecina a quien no quisiéramos tener, pero que toca aceptar y vincular a la fiesta para construir maneras viables de convivencia con ella. La mejor manera de lograrlo es estimularla a que, por lo menos, muestre lo mejor de sí en el entendido de que nadie es absolutamente malo ni absolutamente bueno. Y, en el caso específico del Garabato, nos inventamos su derrota.
Por otro lado, al integrarse al jolgorio en términos generales, la muerte, como cualquier otro personaje, hace lo que un buen actor haría para lograr su aceptación: mostrarse en correspondencia con las expectativas de los demás. En orden contrario, también la muerte acepta la presentación de los otros en un proceso de negociación de sentidos. Y es así como este personaje se vuelve parte de la simbología del Carnaval, a la manera ideal de pulsión para seguir viviendo.
También atravesó el río
Dice la historia que antes de llegar a Barranquilla, la muerte y su coreografía de danza hicieron una escala en la población de Ciénaga, Magdalena. Era la expresión con que los esclavos de la zona escenificaban su propia realidad, como una continúa derrota a esa muerte que los acechaba y presionaba con cada momento de trabajo forzado
Oscar Fernández Fernández (Barranquilla, 1941-2018), gestor y artífice de la Gran Parada de Tradición, el segundo desfile en importancia del Carnaval, tenía la certeza de que en el caso de nuestra ciudad, esa danza se bailó por primera vez en 1861 en el barrio Rebolo. Y a esa fecha se han apegado todos los promotores de las danzas de garabato en la capital del Atlántico. Incluso, es la fecha que aceptaba y defendía el primer gran promotor de ese tipo de danza en nuestro Carnaval, Emiliano Vengoechea. Aunque también se reconoce que hubo una previa instalación de esta forma de baile en el Barrio Abajo por cuenta del Sebastián Mesura, quien habría sido el anfitrión de los cienagueros, dada la cercanía del barrio con los caños por donde entró.
La presencia de la danza se fortaleció a principios del siglo XX, cuando se proyectó en toda la fiesta, primero por los barrios a partir de la iniciativa de Vengoechea, y luego catapultada por la adopción de los socios del Country Club. Ya a estas alturas, inspiradas en esa manifestación, hay una treintena de colectivos de danza tipo Garabato en el Carnaval de Barranquilla, y en todas, por supuesto, la figura de la muerte es el eje. (ver galería completa)
Eso no quiere decir que no aparezca la muerte como disfraz individual, pero su apariencia es básicamente la misma. No lleva, por supuesto, la túnica oscura, descuidada y tenebrosa, de su antepasado el Grim Reaper, pero la negrura, ahora ceñida y resaltada en ornamentos variados, incluso una capa, sigue siendo el color de fondo contra el cual brilla el esqueleto. Quizás quién más se ha preocupado por darle vistosidad a la muerte mediante elementos decorativos, como plumas y telas brillantes, ha sido Ricardo Sierra, director del Garabato de Unilibre. De hecho, él mismo, que fue nombrado Rey Momo en el Carnaval del 2018, personifica a la muerte en su agrupación. Y cinco años atrás, en el Carnaval del 2013, la reina Daniela Cepeda había lucido un disfraz de muerte en el desfile de la Guacherna. En aquel entonces, el diseño del atuendo (‘Danza a la vida)’ fue de unas estudiantes de la Universidad Autónoma del Caribe.
Con la ampliación del ámbito del Carnaval más allá de sus propias líneas de frontera, ahora tenemos también a este personaje como eje en el llamado ‘Ceremonial de la Muerte’, uno de los desfiles previos a los cuatro días de Carnaval, y que se realiza en el vecino municipio de Soledad desde hace 20 años, siempre en enero.
Ceremonial desde el piso Un primer plano Coreografía propia
En esta expresión soledeña -que es nocturna- las muertes y guadañas se multiplican, y la derrota-victoria de nuestro personaje se repite una y otra vez. La Reina Central es una muerte más, lo mismo que la masa de bailarines. Todos se convierten a la fatalidad bípeda que termina derrotada para que el goce continúe.
“Ese es un desfile que ha venido tomando fuerza -agrega ahora Eduardo Guzmán, la muerte del Cipote Garabato-: He querido hacer parte de él porque quiero aprender mucho más. Quiero gozar y bailar. Sé mucho del personaje y su impacto en la historia del Garabato, pero el personaje como tal tiene su propia historia”.
Quiere seguir contribuyendo, dice él, para que el combate eterno entre la vida y la muerte, que es lo más pedido por el público en los desfiles, siga siendo todo lo vistoso de siempre. Y que lo sea pese a la complejidad de su propósito, es decir, la de satisfacer ese gran deseo humano de vencer a la muerte, así sea en una pista de Carnaval.